Existen experiencias que recordaremos toda nuestra vida. ¿Pero qué es lo que hace que recordemos con mayor emoción una experiencia que otra? Quizás sea porque ésta nos ha ofrecido un sentimiento de vivencia. O qué la experiencia en sí nos haya enseñado algo que no nos esperábamos. Lo que está claro, es que cuando algo es demasiado fácil, no lo recordamos. Tal vez, una buena experiencia sea la que nos hace descubrir tanto a nivel emocional como intelectual, pero que también requiera esfuerzo, superación y algo de sufrimiento. En definitiva, ¿ésta no es la definición de una aventura?

La montaña es un entorno que puede ser tan peligroso como maravilloso. Hoy en día, tendemos a idealizarlo, debido a las preciosas imágenes de naturaleza que podemos visionar en nuestros televisores y pantallas de ordenadores. El hecho, es que estamos tan acostumbrados a nuestro confort, nuestra calefacción y los beneficios de nuestra sociedad de consumo que nos hemos olvidado hasta qué punto el hombre ha domesticado la naturaleza en su propio beneficio. Entonces, cuando la temporada pasada me propusieron pasar tres días en plena montaña invernal, con un grupo de esquiadores, durmiendo en tipis, me pareció una excelente oportunidad para vivir una aventura única que nos devolvería una esencia olvidada en lo más profundo de nuestras memorias.

A veces, una aventura puede empezar de una forma tan sencilla como la llamada de teléfono de un amigo que nos cuenta que ha visto una oferta de viaje muy curiosa. En este caso, se trababa de la agencia de guías Guide Val d'Aran que proponía un camp de tres días en la montaña, en asociación con Haglöfs y Gore-Tex®. La idea de este camp era que un grupo de esquiadores, acompañado por guías de alta montaña, pasara tres días en plena naturaleza invernal, durmiendo en tipis, aprendiendo técnicas de montaña y esquiando palas de nieve virgen. Realmente, la idea era muy atractiva y no dudé ni un minuto en participar en semejante aventura.

La empresa Guide Val D'Aran lo tenía todo organizado. Buscaron una zona apartada de toda civilización donde montaron el campamento. Cargaron un helicóptero con todo lo necesario para los tres días. Preocupados por el confort de los esquiadores, montaron tres grandes tipis con capacidad para unas 15 personas, una gran tienda que servía de comedor, otra más pequeña para los cocineros y, para terminar, incluso instalaron unos sanitarios. Realmente, el campamento estaba listo para ofrecer la mayor comodidad posible a un equipo de esquiadores más acostumbrados a los hoteles que a la dureza de un campamento salvaje.

El primer día, tras una pequeña reunión de información la noche anterior, nos reunimos por la mañana en el parking de la estación de Baqueira-Beret, con el equipo de Guide Val d'Aran que se componía de los guías de montaña Lionel Philippe y David Sanabria, el rider de Haglöfs Joaquin Vena y la responsable de marketing en Gore-Tex® Kari Gomez Augestad, quienes fueron nuestros anfitriones durante nuestra aventura. Empezamos el día con una pequeña esquiada para calentar piernas. Pero sobre todo el equipo insistió en las instrucciones de seguridad y el uso del DVA.

Por fin estábamos listos y nos pusimos las pieles de foca para nuestra primera ascensión. Empezamos por una pequeña subida de media-hora, desde el Portilhon de Marimanha, hasta el primer pico en dirección de las “Agulhes deth Clòt der Os”. Aquí nos esperaba una bonita bajada por las palas de nieve virgen de la Come de Marimanha. Al llegar al fondo del valle, fue cuando avistamos por primera vez el campamento. Los tres grandes tipis se erguían en un plano rodeado de pinos. Llegamos esquiando hasta las tiendas, donde nos esperaban los dos cocineros con una merienda.

Después de la merienda, tocaba preparar el campamento. Cada participante debía preparar su lugar para dormir en las tiendas y ayudar en las tareas comunes, como ir a buscar agua o acabar de anclar las tiendas contra el viento. Evidentemente, todas las tareas se hicieron con mucho ánimo y buen humor. Al caer la noche, nos reunimos en la tienda comedor para la cena. A pesar del buen humor, el frio empezaba a apretar y pocos eran los valientes que se separaban de las estufas. Después de la cena, una acalorada discusión en la que cada participante contó sus batallitas invernales nos mantuvo despiertos hasta tarde.

Animados nos fuimos a dormir con muchas ganas de disfrutar del esquí los días siguientes. Pero, eso, era sin contar con el intenso frio de la noche. Apenas nos retiramos en nuestros aposentos, el silencio y el frío sumergieron el campamento. Solo unos pocos ronquidos interrumpían el silencio nocturno. La mañana siguiente amaneció con una capa de escarcha sobre las lonas de los tipis que reflejaban la dureza de las temperaturas de la noche.

A primera hora de la mañana, los participantes se levantaron uno tras otro. Y fue cuando nos dimos cuenta que pocos eran los que habían dormido debido al frio. Lo más curioso es que, por miedo de molestar a los otros (¡que tampoco dormían!), ninguno se atrevió a moverse para acomodarse mejor. Incluso, antes de ir al lavabo, se lo pensaron dos veces para salir de los sacos, debido a que había que vestirse, salir de la tienda y caminar por la nieve hasta los retretes. Pues aquí fue la primera experiencia de nuestra aventura, ya que algunos habían dormido mucho mejor que otros. Entonces, los guías de Guide Val d'Aran explicaron que, para dormir bien, no solo basta con un buen saco de dormir. También, hay que estar bien aislado del suelo que nos enfría por contacto y que es por eso que muchos habían pasado tanto frio. Tomamos un buen desayuno caliente y buena nota de nuestra experiencia nocturna.

El segundo día amaneció con un cielo nublado, viento en las cumbres y temperaturas bajas. Lo que auguraba una nieve excelente, pero una difícil progresión. Nuestra meta del día eran las crestas del Tuc de Bonabe. Así que el grupo se preparó, ató las botas, puso las pieles y calzó los esquís para subir en dirección de los lagos del Naut Marimanha, seguimos un par de horas más hasta llegar a las crestas del Tuc de Bonabe. La progresión fue técnica y sirvió de enseñanza para los menos experimentados del grupo que aprendieron técnicas de esquí de montaña impartidas por los dos guías. Las crestas nos ofrecieron bonitos paisajes nevados sobre el Parque Natural del Alto Pirineo. Bajamos por las pendientes Oeste hasta la zona de los lagos donde aprovechamos para comer. La bajada fue intensa y disfrutamos de lo que sería nuestra bajada del día. Más tarde, los guías de montaña nos ofrecieron unas interesantes clases de cuerdas y anclajes para aprender a asegurar nuestra progresión en montaña. La verdad, es que en medio de la seriedad de rigor se nos escaparon unas cuantas carcajadas. Por fin, a la tarde, tras un largo día, volvimos al campamento para un merecido descanso.

A la noche, se sintió el cansancio de los participantes. Pero también se notó que estábamos más acostumbrados a las temperaturas nocturnas. Habíamos aislado los sacos del suelo y, tras la cena, tuvimos una noche reparadora. El día siguiente, por la mañana, los participantes habían descansado y se notaba en las sonrisas mañaneras. Una espesa niebla rodeaba el campamento. Pero Algunos claros nos prometían un último día soleado.

Era nuestro último día y teníamos que regresar a la civilización. Pero antes íbamos a disfrutar de un gran día de montaña. Primero, preparamos el campamento para que el helicóptero pudiese recuperarlo y salimos con las pieles puestas en dirección de la Cabana de Marimanha, subimos por la Pleta de Marimanha, donde hicimos nuestra primera bajada del día. El sol lucía, por delante nos esperaban unas amplias palas de nieve que nos ofrecieron amplios giros. Al final de nuestra bajada habíamos llegado a la Ribèra deth Mòrt, donde volvimos a calzar las pieles para subir por las palas de Era Cremada. Una vez en la cumbre, sacamos algunas fotos de rigor e hicimos nuestra última bajada de fuera pista, hasta la zona del Plan de Beret. A pesar de ser la última bajada, fue intensa, pues ya teníamos las piernas cansadas y se trataba de sortear los pinos por caminos estrechos para llegar a unos pocos claros que nos ofreciesen algún giro.

Una vez en el parking del Plan de Beret, vivimos el ruido ambiente y el regreso a la civilización como una agresión para nuestros sentidos. Realmente, al cabo de tres días nos habíamos acostumbrado al rigor de la vida en la naturaleza y no nos hubiese desplacido quedarnos algunos días más. Estos tres días de esquí y vida en la montaña invernal fueron una experiencia única en la que volvimos a advertir una forma de vida olvida por la comodidad de nuestra sociedad, volvimos a albergar un sentimiento ancestral de pertenencia y comunión con el mundo natural que nos rodea.




















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