Lo teníamos claro, esa bajada no parecía tan comprometida. Pero, a veces, la montaña nos da alguna lección de humildad. Fue nuestro caso el pasado mes, cuando decidimos bajar por una línea que solo habíamos visto de lejos en el Pic Alt del Cubil, en Grandvalira. Sin embargo, las condiciones meteorológicas, la nieve y la falta de puntos de referencia nos hicieron dar la vuelta y buscar otra bajada menos comprometida.
El pasado mes de abril, aproveche los últimos días de la temporada para pasar una semana en Andorra. Me gusta explorar los rápidos accesos a la montaña que ofrece el co-principado, para disfrutar del esquí de montaña y el alpinismo. En este caso, estuve con un amigo, Joel Albaladejo, el día anterior en el circo de la Serra Seca, disfrutando de un gran día de esquí-alpinismo.
El día se desarrolló sin sobresaltos y la montaña nos parecía estable. Así que decidimos probar alguna aventura nueva. Tenía unas cuantas ideas para el día siguiente. Pero, en ese momento, la montaña ofrecía un aspecto inusual. Había nieve en las partes altas, mientras que las crestas y las entradas de las canales estaban muy ventadas. Lo que nos limitó mucho en la búsqueda de nuestra ansiada hazaña.

En cuanto a mí, hacía tiempo que intuía una línea que no había hecho nunca en el Pic Alt del Cubil (2833m). Este pico que alberga los eventos de freeride de la estación de Grandvalira se ha convertido en un icono de la estación. Sin embargo ofrece muchas más variantes de las que se suelen esquiar. En particular, en la cara Norte del pico, existe un gran tubo que acaba en un enorme barranco en forma de herradura creado por un antiguo glaciar.
Aprovechamos para acercarnos a la zona del Cubil, por los remontes de la estación, y así observar la montaña, para ver si tenía salida o no. La verdad es que de lejos vimos claramente que se podía ladear por encima de los barrancos y llegar a unas amplias canales que nos ofrecían una bonita salida del circo. ¡Parecía fácil!
Así que la mañana siguiente, con Joel, nos citamos en Canillo y subimos con el telecabina para acceder lo más rápido posible a la zona del Cubil. Enseguida, nos pusimos las pieles y subimos confiados por las laderas del pico.

Mientras subíamos, las nubes se hacían cada vez más amenazantes y el viento cogía fuerza. La nieve se endurecía, hasta el punto que tuvimos que quitarnos los esquís y calzar los crampones. Subimos con seguridad, sorteando zonas rocosas, cornisas de viento y alguna que otra placa de sotavento.
Mientras nos acercábamos al pico, el viento nos golpeaba con fuerza. Hicimos los últimos metros en unas condiciones muy alpinas, pero con la esparranca de una gran bajada. No tardamos mucho en encontrar la entrada del tubo y darnos cuenta que no se parecía en nada a los que habíamos visto desde abajo.
Para empezar estaba mucho más empinado de lo que parecía a primera vista. La nieve estaba totalmente encostrada por el viento y las temperaturas. Además habíamos perdido todos nuestros puntos de referencia. Realmente, no tenía muy buena pinta. Incluso, en la salida del tubo, encontramos unos puntos de anclaje que no dejaban presagiar nada bueno.

Sinceramente hacía tiempo que no me sentía tan inseguro a la hora de bajar por una pendiente. Las condiciones meteo eran malas, la nieve estaba podrida y solo pensaba que si por mala suerte nos resbalábamos, entonces nos íbamos directos al precipicio.
Cuando estamos en un pico, mientras el viento nos golpea, nuestro cerebro ya no funciona de la misma forma. Si no estamos muy seguros de lo que tenemos que hacer, lo mejor es dar media vuelta y buscar otra vía de escape. Así que sinceramente nos dimos media vuelta y no quisimos arriesgar en un mal día.
Volvimos a bajar unos cuantos metros y bajamos esquiando por la clásica pala central del Pic Alt del Cubil. La nieve no era la mejor del mundo. Pero, a pesar de nuestro sentimiento de derrota, bajamos sin dificultades y llegamos enteros a casa. Al final, un buen montañero es un montañero vivo.










