Así es como nos calificamos prácticamente el 100% de los profesores de esquí, y también así es como nos encanta que nos consideren.
Cualquier profesor “saltaría de ira” si escuchase a alguien calificarle como el “segundo mejor profesor” de su escuela, ya que sin duda, se retorcería por dentro.
Motivarse para ser bueno en el trabajo, es algo verdaderamente eficaz, ya que hace intentar superarse para ser mejor, y ello sitúa a la persona en una posición auto-motivante que le hace ser a la vez más feliz. Al mismo tiempo, el resultado es provechoso también para quienes reciben ese bien intangible pero perceptible, que es la clase de esquí.
Cuando un buen profesor te hace avanzar, está acelerando tu proceso de aprendizaje para que esquíes bien lo más pronto posible, así como haciendo que disfrutes del esquí con seguridad para utilizar un mayor número de pistas y remontes, y lo hagas durante más tiempo gracias a economizar fuerzas y ganar eficacia.
La parte negativa es que algunos en su trabajo se enorgullecen cuando les dicen que son “los mejores del mundo”, pero nunca se plantean si realmente lo son, o al menos, si ellos intentan ser buenos. Es decir, no se plantean si están aportando al alumno lo que realmente necesita.
El mejor profesor no es el mejor esquiador, ni el más técnico o más titulado. El mejor es el que sabe dar al alumno un equilibrio entre lo que verdaderamente necesita, y lo que ambos (profesor y alumno) quieren como finalidad en en el término de la clase.
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