Un padre ambicioso hacia su hijo, puede volverse inconscientemente en contra de él.
Y es que, es grande la presión por el éxito a la que nos estamos acostumbrando en esta sociedad, que ya debería ser asignatura de primaria aprender a gestionarla.
Seguramente, el que nuestro descendiente deba ser alguien de referencia en nuestro entorno, tan solo sea necesario para nuestro ego como padres.
Tampoco es cierto que sea necesario mantener un alto estatus social a cualquier nivel. Ni mucho menos, el que ese mismo objetivo sea bueno para nuestro ya pre-asignado “campeón” antes de nacer, sino más bien puede ser una carencia de nosotros mismos.
Siempre recuerdo al gran Ricardo Morales, ex director de la escuela de Valdesquí, quien aclara al respecto que el único objetivo que tiene hacia sus hijos es que se dediquen a lo que les gusta y sean felices. Aunque alguno haya seguido finalmente sus pasos. Esto me chocó hace años cuando me lo transmitió, ya que me hizo replantearme este "objetivo/ilusión" social tan generalizado, tal y como lo intentamos reflejar en este mismo artículo.
Pero muchos de los corredores de equipos y clubes (incluidos Equipos Nacionales) han sido "quemados" prematuramente. El resultado es que el corredor, o ex corredor, vive una etapa de transición y replanteamiento desligándose de su deporte por esa saturación intensa y extrema, en la que finaliza incluso colgando los esquís.
Personalmente he vivido desde cerca numerosos casos similares y claros. Pero uno conocido que nos puede ayudarnos a reflexionar, es que ningún descendiente de la gran y laureada saga Fernández Ochoa, han optado finalmente por competir, o por dedicarse profesionalmente al mundo de la nieve.

Por lo tanto, y volviendo al tema central, esos comentarios en los que en tantas ocasiones alabamos a unos padres indicándo las grandezas de su hijo, y sobre todo "la proyección que tiene si continúa con esa línea", quizá distorsionen el que deba ser el objetivo primordial.
Los valores del deporte son, y deben ser, el sacrificio placentero que nos forma desde jóvenes, y que tanto bien proporciona física y mentalmente por practicarlo de manera moderada. Pero seguramente no sea positiva esa gran presión familiar por ganar algo para sentirse por encima de los demás, ni practicar un deporte de élite que, finalmente a lo largo de los años, terminará pasándonos factura de uno u otro modo.
Quizá deberíamos replantearnos si a nuestro pequeño que ya destaca (y eso no es malo), le gusta o le conviene, introducirle en la sacrificada competición siendo tan joven.
Es posible que la respuesta sea que sí, para el hecho de comprobar hasta dónde puede llegar, y para acelerar y ampliar su formación física y personal, pero es importante realizarlo siempre de manera equilibrada, progresiva, y manteniendo una presión coherente para su edad.
El mundo de la competición es, de alguna manera, una lucha directa contra el que pueda ser su contrincante, o incluso su compañero o hermano. Y no se deben olvidar valores mucho más importante en la vida, que el simple éxito que pueda llegar a conseguir.
Llegar a ser un ídolo en las redes sociales y medios de comunicación, o bien por el contrario, ser alguien coherente, justo y buena persona ante todo. Este debería ser el planteamiento principal de un padre sensato antes de tomar este tipo de decisiones por y para su hijo. Y por supuesto, mantener ese planteamiento indefinidamente.
Por lo tanto, y esto sólo es una opinión, quizá nos debamos replantear tanto intento de protagonismo al que nos estamos acostumbrando, y evitar así las consecuencias a las que nos (y les) puede llevar. Que cada uno realice un análisis personal.

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