Mis años de pister en una estación me hicieron aprender mucho sobre la nieve, sus ventajas, sus peligros, sus cambios, la estudie, la esquie, la traté de conocer profundamente, como si de un nuevo amigo se tratara.
Los días de fiesta, ( dos en la semana ´) peleaba con la pereza con el deseo con el cambio, por un lado me apetecía más coger el coche y marchar a la llanura a ver los primeros almendros en flor, a escalar alguna pared soleada, a no ver por un día el blanco elemento.
Por el otro lado, el "oscuro" la mente me llevaba a corredores inclinados, a palas reconditas, a foqueos interminables, a descensos largos y laboriosos, definitivamente aprendí a combinar ambas dudas para mantener contento a mi subconsciente.
Los madrugones del cada día de trabajo,, los enlazaba con los madrugones del día de "caza" en busca de nuevas presas en formas de lugares magicos a descender.
Y así fué como entré de lleno en el esquí, había momentos en los que parecía que no había nada en este mundo que no fuera calzarme unas tablas, apretar los ganchos y prepararme para tal o cual descenso, o para salir pitando con la camilla en busca del primer accidentado del día o para luchar contra el frío y la ventisca intentando poner en pie en contra de los elementos una red que ni siquiera sabía cuanto duraría sin ser azotada y arrancada de nuevo por el temporal.
Los días pasaban con tanta rapidez como "monotonía blanca", pero siempre inmerso en ellos como el primero.
Y es que la nieve "tomada en serio" es una forma de vida, una especie de droga que te atrapa y no puedes dejar, te convierte los inviernos en un ser monotematico que no para de hablar de ella, que no cesa de revolverse en ella y que no para de pensar en ella, que vive por y para ella y que revuelve en tu ansiedad cuando no acude puntual a su cita de cada temporada.
Ahora con el paso de los años, ya "curado" de la adicción, queda lo que denominaria la motivación y esa, esa no se va a ir por mucho que los más sabios doctores me lo recomienden, como cada temporada, la ansiedad me sigue atrapando, miro al cielo con la impaciencia de un niño que espera la noche de reyes, leo mil y una meteos, me enfado con el clima y cuando veo caer los primeros copos de verdad, me siento relajado enfrente de la chimena con una cerveza en la mano pensando que mañana tendré de nuevo la dosis de naturaleza, frío, frescura, imaginación, aventura y deseo que la nieve me proporciona.