Hacerse profe en los 80
Un colega me dijo: vamos a hacernos profesores Carolo; nos apuntamos a un curso de esos de colaborador y le damos una patada a este rollo de vida de ciudad. Yo me negaba, pero mi amigo insistió y terminamos haciéndolo. Tras superarlo, ja, ja, él se volvió diciendo que pasaba de eso pero yo, ya que estaba, ante la perspectiva de poder esquiar cada día y empezar a ganar dinero por aquello por lo que hasta la fecha no había hecho más que pagar, me dije: ...bueno, la verdad es que no me acuerdo de lo que me dije, el caso es que, antes de que me diera cuenta, estaba en el llano de Borreguiles, sin la más repajolera idea de qué iba a hacer con ocho niños principiantes pidiendo a gritos ir al cuarto de baño, llorando para volver con su madre o deseando tirarse rectos por la Visera en cuanto me diera la vuelta.
Así fue. En los ochenta la profesión era algo distinta. En Sierra Nevada solo había dos escuelas, la totalidad de los profesores se conocían, se ganaba mucho más dinero y los clientes eran radicalmente diferentes a los de hoy. Además de eso, había un ambiente de interés, casi amor por el esquí y la montaña, que quizás hoy haya desaparecido o, al menos, no se dé en casi todos los trabajadores de las escuelas y los habitantes de la estación. Todo el mundo allí esquiaba a todas horas y, aún con la poca gente que había en aquella época, un día de nieve en polvo el “Ascensor” estaba trillado ya a las nueve de la mañana.
Pero en fin, no les aburriré más con mis batallitas de abuelete. Uno ve siempre las cosas idealizadas y distorsionadas por el tiempo y, seguro, que hoy se estarán haciendo profesores algunos que, dentro de veinte años, contarán las mismas impresiones que tengo yo hoy. Lo que sí, no obstante, creo que ha cambiado y ha sido para bien, ha sido la opinión que suele tener la gente sobre dedicarse a esta profesión. En mis tiempos, para la gente de ciudad era casi un escándalo, un drama familiar, que un hijo se hiciera jipi y decidiera irse a la montaña; hoy día, al contrario, se considera una opción más que deseable apartarse del ruido, del estrés y la competitividad de las ciudades, aunque sea para retirarse a una estación de esquí – juas, juas - donde, encontrar exactamente lo mismo: estrés, violencia, competitividad ¡y ganar mucho menos dinero!
¡Buenas huellas!
Carolo © 2007