La Tuca, conocida por su hospitalidad y ambiente familiar, fue más que un lugar de trabajo para muchos. Durante décadas, las pistas de esquí y sus instalaciones fueron testigos de innumerables anécdotas y experiencias compartidas entre colegas que se convirtieron en amigos y, en algunos casos, en familia.
La reunión comenzó con un aperitivo y saludos efusivos entre los que hacía tiempo no se veían. Los asistentes recordaron con nostalgia los momentos de camaradería y esfuerzo conjunto. Las anécdotas comenzaron a fluir entre los empleados de pistas, símbolo del esfuerzo y dedicación que, a pesar del frío y las inclemencias del tiempo, aseguraban el funcionamiento impecable de las instalaciones.
Las pistas, ahora en desuso, despertaron en los antiguos instructores de la escuela de esquí recuerdos de clases impartidas a generaciones de esquiadores. Los antiguos empleados de la cafetería recordaron con cariño los momentos compartidos con los visitantes, proporcionando un respiro cálido y reconfortante tras un día en la nieve.
El reencuentro continuó con una comida llena de risas y nostalgia. Se compartieron historias y se brindó por los viejos tiempos y por aquellos que ya no están. Los asistentes pudieron ver cómo la estación evolucionó y cómo cada uno de ellos contribuyó a su legado.
Esta reunión no solo fue un viaje al pasado, sino también una reafirmación del impacto duradero que La Tuca tuvo en las vidas de sus empleados, esquiadores y en la comunidad del Val d'Aran. A través de los recuerdos compartidos y las amistades renovadas, quedó claro que, aunque los tiempos cambian, el espíritu de La Tuca perdura.
Tònho Porras
Pistero, fotógrafo y profesor de la Tuca.