Primer domingo de agosto, 6 de la mañana. Amanece en Farellones, un pueblo enclavado en los Andes chilenos, a 40 km de Santiago de Chile
Despierto en 7K Lodge y con café en mano, salgo a la terraza desde donde observo la cordillera con satisfacción al ver que se anuncia un día de condiciones inmejorables para esquiar: buena capa de nieve, sol brillante y frío moderado… todo lo que se necesita para un día redondo.
Con mis amigas Olivia y Charlotte nos ponemos de acuerdo para ir a esquiar a La Parva y pasar, lo que será para nosotras, un día muy especial. Pues, es que a pesar de que las tres siempre hemos sido esquiadoras empedernidas, desde que nos hemos convertido en madre, nos ha costado ponernos las botas.
Años atrás, un día en la nieve implicaba despertar, vestirse, desayunar, calzarse las botas, aplicarse protector solar y salir a disfrutar del día para cerrarlo con un after ski. Hoy, siendo las tres extranjeras viviendo en Chile, con bebés y niños aún pequeños para esquiar, pasar el día en las pistas se convierte en una carrera de obstáculos.
Pero este sábado lo logramos, nuestras parejas se quedan a cargo de los peques, y salimos sin hacer mucho ruido rumbo a La Parva para disfrutar de nuestro día blanco. Parece estar todo alineado.
A tan solo 10 minutos en coche del refugio (nombre con que en Chile se refieren a las casas y apartamentos en la montaña) nos plantamos en La Parva Chica, donde cogemos un par de arrastres hasta llegar al telesilla Alpha. Se vislumbra Santiago a nuestros pies, con sus rascacielos brillantes y los cerros sobresaliendo en el paisaje. No hay mucha gente, hace un sol radiante y la nieve promete, pero en vez de bajar por las tentadoras pistas que salen desde la cumbre del Alpha, decidimos seguir subiendo con el telesilla Águila hasta la parte alta. Una vez arriba, empieza la diversión.
Empezamos a deslizarnos, un giro, otro, otro… La nieve corre bajo nuestros esquís suave y seca, ¡qué sensación maravillosa! La última vez que esquié estaba embarazada de pocas semanas. Tras consultarlo con mi ginecóloga, decidí ir a hacer un par de pistas con prudencia y despacio. No recuerdo haber esquiado nunca tan cansada y con tanto miedo… por lo que un año después, estas bajadas me saben a gloria.
Antes de volver hacia La Parva Chica para almorzar, nos tomamos unos minutos para contemplar El Plomo o Apu Wuamani en quechua, la cumbre más alta que se puede vislumbrar desde Santiago, que alcanza los 5424 m.s.n.m. El Apu Wuamani era considerado una deidad por los pueblos Incas que poblaban la región, guardián del valle del Mapocho y su glaciar, origen del agua y gestor de los ciclos vitales.
En 1954, unos arrieros encontraron al “Niño del Plomo”, la momia o cuerpo liofilizado naturalmente de un niño inca de 8 años que fue ofrendado hace más de 500 años a Inti, el dios Inca del Sol, en la ceremonia de la Capacocha. El estado de conservación de su cuerpo y el misterio en torno a su muerte han hecho de éste un hallazgo arqueológico sin precedentes.
Si bien el Niño del Plomo fue retirado del Plomo hace años y se encuentra actualmente custodiado en el Museo Nacional de Historia Natural en Santiago de Chile, basta con alzar la mirada hacia El Plomo y su glaciar para sentir su presencia y la imponente energía
Tras pasar unos minutos en trance observando la belleza del Plomo y recibiendo su energía, los estómagos empiezan a sonar y bajamos a La Parva Chica para disfrutar de una agradable comida en la soleada terraza del Montañés, mítico restaurante del “Chico Cortés”.
Con las barrigas satisfechas, vitamina D en el cuerpo, y un par de bolsitas de leche materna recién extraída en la mochila, nos disponemos a hacer las últimas pistas del día, disfrutando cada segundo de descenso que nos queda.
De vuelta en el refugio en Farellones, con las piernas cansadas y una sonrisa de oreja a oreja, nos encontramos con nuestros niños y parejas, que han pasado un día muy entretenido entre trineos, pañales y siestas. Por lo menos, eso es lo que nos han dicho. Sin duda que para ellos, éste ha sido un día enriquecedor.
Las tres, felices, nos damos las gracias a nosotras mismas por habernos regalado este día espectacular de esquí, que nos ha servido para recargar pilas y volver a sentir que además de madres, somos mujeres esquiadoras que necesitamos sentir la libertad que nos trae el deslizarnos por las pistas blancas y el viento frío en nuestras caras.