—Éramos cuatro, sin contar al profe Yoda: Joma73, Vivi, Cantbilifyu y yo. Otras veces habíamos esquiado juntos y, tal vez por eso, los otros pensaron que no me vendría mal alejarme un poco de lo trillado, que para mí consiste esencialmente en esquiar por pistas bien peinadas, de color entre el verde y el azul, más tirando a verde que a azul.
Cantbilifyu, Joma73, Vivi y Trustmi
»Ya desde el principio el Yoda ese, el profesor de profesores, empezó a encadenar giros a velocidades siderales y, a las primeras de cambio, en uno de esos giros inenarrables, se dirigió raudo hacia una red que estaba puesta —con toda intención— en el límite de la pista. Ahora –pensé— dará media vuelta y volveremos a lo pisado. Pero lo que hizo Yoda fue levantar la red y colarse por debajo tan tranquilo. La red que marca el límite de lo civilizado; la que separa el bien del mal. Más allá de la red no hay nada. El horror. Ríete tú de El corazón en las tinieblas. Más allá de la red está el barranco. Lo desconocido. Pendientes abruptas que conducen a la nada. Laderas escarpadas en las que te asomas al abismo.
Más allá de la red está lo desconocido.
Pendientes abruptas que conducen a la nada.
Laderas escarpadas en las que te asomas al abismo.
»Y va Yoda y suelta: ‘¿Qué, Trustmi, vamos a por conejos?’ Yo contesté: ‘¿Conejos? ¿Cómo que conejos? Dudo que aquí sobreviva ni un solo conejo. Esto es territorio de bestias inmundas que habitan en profundidades abisales. Mamuts. Jaurías de lobos. Manadas de perros salvajes que se atacan entre sí a la entrada del inframundo. Seguro que habrá huellas inquietantes, que solamente verlas ya darán escalofríos’.
Bestias del Averno
Huellas hacia ninguna parte.
Trustmi dejó en ese momento de hablar, tal vez para juntar fuerzas con el fin de proseguir su narración. Miré su vaso de vino y me dije que, probablemente, no era el primero ni el segundo que se tomaba. Empecé a preocuparme y le pregunté si le había pasado algo a Cantbilifyu, que es su chica desde hace muchos años. Cuéntamelo —le dije—, tal vez pueda ayudarte. No pareció oírme. Se había sumergido por completo en sus recuerdos. En ese preciso momento entró el profesor Yoda en el bar, se dirigió hacia nosotros y se sentó a nuestra mesa con una sonrisa. Le dio una gran palmada en el hombro a Trustmi, probablemente porque intuía que este aún no se había recuperado de las emociones del día y porque los varones creemos que para arreglar las cosas, muchas veces es suficiente con darse grandes golpes en la espalda y soltar algún que otro taco en voz muy alta. Por debajo de la chupa de Yoda resaltaba un bulto que pensé que sería el Arva, pero salí de mi error cuando, al desabrocharse la cremallera, del interior de la chupa salió una bota de vino a la que le dio un buen trago. Trustmi hizo casi como si no lo viese, y prosiguió su relato.
—Al pasar por debajo de la red, algo que no llegué a ver bien, una mano invisible, una presencia sobrenatural, un algo indefinible hizo presa en Joma73 y lo tiró de espaldas mientras le susurraba: ‘¿Dónde vas, insensato? ¡Si atraviesas la red abandona toda esperanza!’
Yoda miró a Trustmi sin entender nada y dijo:
—Lo que pasó fue que Joma73 se hizo un lío con la red y se fue al suelo.
Trustmi hizo caso omiso de esa puntualización y prosiguió:
—El lugar donde habitan las bestias era un bosque en el que sobreviví de milagro, aún no comprendo cómo, porque fuerzas extrañas e incontrolables se empeñaban en hacer que mis esquisiles fuesen uno mirando para Lugo y otro para Murcia.
Sobreviví de milagro, aún no comprendo cómo.
Pero conseguí reponerme y llegar abajo sano y salvo.
Dentro del bosque infernal
Saliendo del bosque infernal
Joma73 también salió bien librado del bosque de Mordor pero en su caso tiene menos mérito, porque me consta que él ya había entrado una o dos veces en una pista roja.
El bosque de Mordor
Lo malo fue la siguiente vez que pasamos por ahí. ¿Qué crees que hizo Yoda entonces?
Yoda había empezado a pasárselo en grande porque, para entonces, ya había comprendido que Trustmi estaba atravesando un episodio de delirio del que seguramente despertaría con resaca. Yoda contestó a la pregunta con naturalidad:
—Volví a levantar la red y volvimos a pasar por debajo, juas.
Trustmi saltó como un resorte:
—¡Eso mismo! Tó contento él. Será que quería encontrar otra vez el secreto de la vida, el Arca perdida, la piedra filosofal, los dinosaurios feroces. Esta vez, la pendiente era aún más abrupta que la anterior. Una auténtica pared de nieve. Se mascaba la tragedia...
Paredes de nieve
Yoda intervino de nuevo:
—¡Qué va! Se mascaba nieve y pino, que te comiste una rama y terminaste revolcándote por lo blanco.
Trustmi repuso:
—Bueno, es que los pinos esos estaban muy juntos. Además se movían cuando yo pasaba. Ctulhu en sus esencias. Ni Lovecraft habría podido concebir un espanto así. En mitad de la niebla, solo las siluetas de Vivi y Cantbilifyu, deslizándose grácilmente pendiente abajo, ponían un punto de armonía en aquella nada.
Pinos movedizos
Yoda soltó una carcajada que no pareció ofender a Trustmi y dijo:
—Sí, porque tú de grácil tenías muy poco, que tu cabeza se movía de un lado a otro más que un garbanzo en la boca de un viejo, por más que yo te decía que la dejases quieta.
Me pareció que Trustmi esta vez sí se picaba un poco e intervine para relajar la tensión:
—¿Y no hay fotos de todo eso?
—¿Fotos? —contestó Trustmi—. En la cuarta dimensión no hacen falta fotos. Imágenes grabadas en la memoria a sangre y fuego que permanecerán en la Historia y se transmitirán, de generación en generación, contadas por los ancianos en las noches de luna llena. Pero, ya que lo pides, si que tengo un par de fotos de Vivi, Cantbilifyu y Joma 73, aunque no tengo claro si son de hoy o de otro día. Tengo dificultad para concentrarme y mis recuerdos son borrosos.
Vivi y Cantbilifyu
Joma73 y Vivi
Después de lo de la red, cuando le dije a Yoda que mi zona de confort había quedado a un petakilómetro luz y que hiciese el favor de guiarme diligentemente a una verde, o, como mucho, azul, en lugar de hacerme caso nos condujo a un dispositivo de remolque que no te lo vas a creer: una suerte de palo diabólico que te atacaba por sorpresa por la espalda y que, al parecer, había que atrapar al vuelo antes de que te golpease en la mochila con intención declaradamente aviesa.
Yoda intervino:
—Sí, lo que viene siendo un arrastre de percha, de los de toda la vida.
Trustmi pasó por alto la apostilla de Yoda y dijo:
—A Joma73 el palo le atizó con alevosía. A Cantbilifyu le atizó a traición. Y el remontero ascojonao dando consejos de los útiles: ‘¡Agárralo a tiempo, antes de que te golpee!’ El caso es que el palo ese había que ponérselo entre las piernas y hacer portentosos y nunca vistos esfuerzos para que no estrujase lo que de natural tenemos entre las piernas la parte masculina de la población mundial. Y el palo ese te llevaba hacia arriba y, cuánto más subías, menos problemas tenías entre las piernas por dos efectos complementarios: primero, porque se iban haciendo pequeñitos y, segundo, porque se te ponían de corbata al ir comprendiendo que el remonte ese que Dios confunda conducía irremediablemente a un abismo aún peor que los anteriores, al que te atraían como imanes unas diagonales de luz. Y arriba no había ni notario ni nada que te ayudase a redactar tus últimas voluntades.
Otra carcajada de Yoda y su consiguiente comentario:
—No me digas más: la voz se te ponía como un querubín de la escolanía de El Escorial.
A lo que repuso Trustmi:
—Los de la escolanía del Escorial eran bajos graves, capaces de hacer el papel de evangelista en la Pasión según San Mateo al lado de cómo tenía yo la voz. Total, que llegamos arriba y dice Yoda: ‘Suaaaveee. Paaaciiieeeencia, proooogreeeessiiiividad y práaaaacticaa. Las tres pés’. Y yo: ‘Aquí me voy a calzar una postia. O pos, o pres’.
Yoda preguntó entonces:
—¿Pero una postia progresiva?
—Los cojones, progresiva —contestó Trustmi—. Una postia de libro, antológica, épica, homérica. Que no entendía por qué pero no podía cerrar la boca. Y es que resulta que la tenía llena de una sustancia fría de color blanco que tuve que escupir tras pensar que aquello no sería alimenticio.
Yoda volvió a preguntar:
—¿Y de dejó la boga así gomo esdrobajosa y de gostaba hablar?
La respuesta de Trustmi no se hizo esperar:
—¿Hablar? ¿Para qué iba yo, que soy de natural callado, modoso, contenido en las formas y en el fondo, hablar? Yo lo que quería en ese momento era matar. Morir matando lo llaman.
Esta vez el que pareció ofenderse fue Yoda:
—¿Os llevo a una pala de nieve virgen sin estrenar y me quieres matar? Felix qui potuit rerum cognoscere causas. Y eso te lo dice uno de Bilbao.
Trustmi le pidió a Yoda la bota, le dio un tiento largo, recuperó de repente la cordura y dijo:
—¿De qué hablábamos? A sí, lo que te estaba contando: que hemos disfrutado como gorrinos en el barro de una nieve espectacular, de una compañía inmejorable e incluso hemos aprendido cosas nuevas del mejor de los profesores.