El destino me trajo a mí, que tengo el corazón hecho con nieve, a vivir a “terras da auga”. Donde “a chuvia e arte”, Santiago de Compostela lava todas las semanas su cara, y el Atlántico le recarga el cántaro. La música aquí la entona un coro de instrumentos de viento soplados por las infernales “ciclogénesis explosivas” y la cuerda, la componen sus silbidos contra los edificios. Las gotas cantan la melodía en percusión contra las galerías. Cuando en todo el mundo nieva, aquí llueve, y llueve mucho.
Ver nevar en silencio es para mucha gente momento de angustia y para mí, por vivir en Santiago, una oportunidad de ensueño. Poder sacudir la nieve de la ropa, sin mojarme, una oportunidad.
Encontrarse en un pueblo de Austria, en los Alpes, viendo nevar en las montañas, con la estación medio cerrada, es para la mayoría de los turistas de invierno, un mal día.
Aprovechando una tregua del mal tiempo que se avecina, exploramos las cercanas localidades que dan acceso al “Zillertal Arena”: desde Zell am Zillertal comenzamos la jornada. El dominio sólo está abierto hasta sus cotas medias (Karspitz, 2264metros) y tiene las conexiones con Gerlos cerradas, ya que la nevada comienza a intensificarse. La nieve polvo se acumula en tal cantidad que los cambios de pendiente se convierten en colchonetas de plumas. Aún así, no se nos pasan las ganas de conocer las otras zonas del dominio y de nuevo el grandísimo descubrimiento de las ruedas de invierno nos permite circular por blancas carreteras alpinas sin problemas ni miedos, por lo que podemos llegar a la localidad de Gerlos por carretera a mediodía.
Queremos ver como se encuentra el lago de Speicher Durlassboden, que en verano nos procuró tan bellísimas instantáneas, y nos paramos para compararlas.
Sigue siendo un rincón encantador. No sabríamos decidir si verano o invierno es la mejor época para visitarlo, aunque la cerveza debe estar más fresquita en estas fechas.
Finalizamos el viaje en la Talstation de Gerlospass. El parking ya está cubierto de nieve. Y no hay nadie, pensábamos, hasta encontrar al equipo de esquí de juniors alemanes, entrenando entre la niebla.
Siempre me ha emocionado la idea de salir de casa con los esquís puestos. Y en la pista 5 los chalets de la localidad de Königsleiten (1600m) tienen acceso directo a la pista. Me encanta la localización para futuros viajes.
El día termina atravesando Gerlos, con las luces de las pisapistas entre las montañas, y las luces navideñas en los hoteles y árboles de la zona.
El último día pronostican peores previsiones meteorológicas. “Ñeve a asgalla” dicen mis acompañantes asturianas. Como gallego les contesto con sorna, “Neve a rachar”, Nieve, nieve y nieve.
Sin embargo la emoción me despierta por la mañana, me saca de las calientes sábanas, me viste: la oportunidad de alquilar unos esquís para nieve virgen, la oportunidad de hacer huellas nuevas sobre pistas recién nevadas,… Aunque de repente, el ruido de un motor me hace tomar cuenta de que la cortacésped del hotel está trabajando en los jardines.
Cuando la nieve tapiza las calles, los carricoches se quedan en los garajes y los niños salen a pasear en sus “carritos” con patines. Hoy hay trineos en todas las esquinas.
Las tiendas del centro de Mayrhofen ofrecen un amplio servicio y pronto encuentro los esquís que quiero probar.
Llegamos a la zona conocida del dominio, y de repente, el termómetro empieza a caer, hora tras hora, al compás que los copos marcan.
La niebla esconde una zona pero muestra otra. Me divierto enlazando giros cortos arrastrando la nieve con las piernas como si fuera la cuchilla de una máquina que limpia carreteras.
Mientras tanto, mis compañeras se enganchan entre los montones de nieve polvo, malamente dan enlazadas las cuñas y sólo con fuerza consiguen poner los esquís paralelos tras cada giro. Las oigo quejarse y ser felices a la vez. Las pantallas de las gafas se ponen a prueba. Las máscaras de neopreno de colores que cubren las caras se vuelven blancas. La nieve nos viste mientras cae del cielo.
Acabamos muy cansados, enrojecidas nuestras caras por el frío, ardiendo nuestras mejillas congeladas. El pelo que ha osado salirse del casco lo ha pagado cubriéndose de nieve y los mechones parecen collares de cristal. Todos nos reímos al calor de la comida en un comedor de estilo alpino, con cortinillas de cuadros de vichy y sillas de madera de pino. Entramos en calor y pensamos en bajar. No hay duda, el día es malo y la decisión es clara.
¡Seguimos hasta que cierren!.
Y encajamos las últimas bajadas entre la niebla, por pistas que no reconocemos al no ver los árboles de las veras, perdidos unos cuando estamos al lado de los otros. En una aventura personal, en una lucha controlada contra el manto blanco. Nadie quiere llamar a la última, “la última”. Es tan duro.
Pero al final de la tarde hay que asumir que el reloj sigue su curso y que tenemos que bajar al pueblo. Ha sido un día de aventura, pero tenemos aún otra que correr. El mercadillo de Navidad nos espera y necesitamos urgentemente que un humeante glühwein vuelva roja nuestra sangre blanca. Con gran tristeza, tomamos el Penkenbahn de vuelta.
Continuará…
