Después de darle algunas vueltas, me he decido a hacer este repor, aprovechando unos foto-vídeos que dentro de unos meses cumplirán un lustro. Creo que me pueden ayudar a trasmitir las sensaciones que experimenté en el valle del Zillertal durante el viaje que hicimos en el invierno de 2010, pues la impresión que me causó este valle entonces fue tal que aún hoy, pasado el tiempo, lo sigo considerando mi mejor viaje de esquí y sigo creyendo que difícilmente podrá ser superado por ningún otro.
Os preguntaréis por qué. Si disponéis de unos minutos intentaré transmitirlo. Para los que no los tenéis, lo resumiré: el Valle del Zillertal reúne todo lo que siempre soñé encontrar en un destino de esquí. Además, en este viaje todos los astros se alinearon y pudimos descubrir un pequeño gran secreto que esconde el pueblo de Mayrhofen. Pero tendréis que espera al final del repor para que os desvele el secreto.
El viaje
-Volveremos pronto- le dijimos a la hostelera en septiembre. Y no mentimos.
Se iniciaba la temporada de esquí en el valle y estábamos en su recepción, tras un pequeño periplo austríaco por otras estaciones. La hospedera se sorprendió tanto como debería, ya que llegar hasta allí había sido muy difícil: Unos días antes del puente de la Constitución del 2010, nevó copiosamente en España. No contento el ñuberu con ello, siguió cubriendo con su extenso manto blanco toda Europa permitiéndonos deleitarnos con un viaje de dos mil kilómetros totalmente nevados.
El destino también aguardaba más dificultades y la misma noche del viaje, los controladores aéreos españoles se ponen en huelga encubierta, y muchísimos compañeros se quedan con los viajes impresos en la tarjeta de embarque. Abandonamos España con los militares en las torres de control.
De nuevo, como en viajes anteriores, nos para la policía francesa en horas nocturnas y nos perdemos por la zona de Lyon. Y finalmente, un pertinaz catarro acaba con nosotros, nos sube la fiebre y nos atonta el hombre del mazo. Acatarrados, cansados, con más de dos mil kilómetros en coche sobre nuestras espaldas.
Pero allí estábamos. Y aunque era el mismo lugar, todo estaba cambiado. Las nevadas habían teñido de blanco más allá de nuestra imaginación, y por fin se adivinaba el enorme dominio que el invierno ponía a nuestros pies. Tocaba descansar para enfrentarnos a la cantidad de kilómetros de pistas listos para ser descubiertos.
Primeras impresiones
A la mañana siguiente amanecemos dopados de antitusivos, tomamos el Penkenbahn, y la aventura invernal da su comienzo en Mayrhofen.
Al llegar a la cota del 2081 m con la desembragable de seis plazas, Penken Express, tomamos conciencia de que realmente sería imposible esquiarlo todo. “Primeras impresiones” llamamos a esos viajes en los que uno no va a dar abarcado más que lo indispensable. Y aún así, el paraje es de una indescriptible belleza.
Descubrimos aún en pruebas un nuevo telemix.Las carlingas de las sillas, aún tienen el plástico protector puesto. Es tan emocionante ver remontes nuevos…
Estamos cerca de la mítica pista Harakiri, “la pista con más pendiente de Austria” rezan los letreros, pero está aún cerrada. Acaba de abrir la temporada y aún no está correctamente preparada. Pero frente a nosotros se abre otra “quiebrapates”: la número 17 “Devil’s Run Penken”. Lo traduciría como “la pista del demonio de Penken”. Su mayor encanto es lo larguísima que es. Cuando una pista en Austria tiene nombre, debe ser porque es mítica, pienso.
Las laderas ofrecen muchísimas pistas con nieve de calidad, pero a mi acompañante le encanta la bellísima ruta que ofrece la pista 7 (roja) y su hermana azul, la (7-A). De pronto, entre la inmensidad alpina, aparece un típico restaurante austríaco, en la pista, con vistas al valle y música alpina sonando. Y uno piensa…
Los pequeños detalles hacen la jornada inacabable, sobre una nieve que aguanta todo, y que nos permite ir, venir, volver, e ir.
Así que, asombrados por el enorme tamaño del teleférico 150er Tux, uno de los más grandes de Austria, pasamos al área esquiable que tiene caída hacia Fikenberg.
Es fácil entretenerse un rato con las hermosas vistas hacia el dominio de Eggalm o el fondo del valle,y la población de Hintertux.
En las laderas del dominio del Rastkogel (1300 - 2500m) las pistas azules abundan.
Hacemos en el Bergrestaurant Lämmerbichl una pequeña pausa en una terraza con vistas sobre el glaciar de Hintertux y fotografiar el mar de nubes colgando de las laderas como una linda cabellera. Con tantas imágenes bellas en los ojos, y nuestro primer pastel de manzana del día, no nos damos en tomar en cuenta que la tarde está empezando a poner la nieve durita.
La principiante sigue la excursión con un poco más de dificultad mientras que un grupo de compañeros italianos tienen el mismo problema que nosotros: su chica principiante se ha quedado descolgada. Acaba empotrándose contra una valla de madera dándose un terrible golpe y nos tomamos nuestro tiempo en avisar a sus acompañantes y atenderla.
En las laderas cercanas al valle del Grüblspitze (2395m) el dominio de Eggalm se llena de granjas y pajares entre las pistas. Uno llega a pensar que acabará encontrando en medio de la pista al rebaño de Pedro y Heidi bajando de las montañas.
El Zillertal combina una población agrícola con otra dedicada al mundo del turismo. En Austria no es demasiado raro encontrar profesionales que combinan una temporada de nieve con otra rural. En este valle es aún más evidente, así que uno esquía, literalmente, entre los pajares de la hierba, entre las casas, y para los que vean el foto video en el minuto 2:15, entre una granja de vacas lecheras, con los tractores aparcados a la vera de la pista y un cierto tufillo a… ejem.
Que la nieve se mantenga al lado de una cuadra ayuda que la cota de nieve sea tan, pero TAN, baja. Esquiar entre pajares de hierba, tiene un encanto terriblemente alpino. También el verse rodeado de granjas, o en zonas de pastos veraniegos.
¿Alguien ha visto alguna vez un paso de cebra a la Zillertaler? Minutos 2:13 y 2:20. Es una solución para que convivan coches y esquiadores. No hace falta quitarse los esquís, ni tampoco que los coches pisen la nieve con las ruedas.
Se nos ha hecho terriblemente tarde para volver hacia la zona de Mayrhofen y aún así, lo intentamos, no siendo conscientes de que la noche venía hacia nosotros dando pasos de gigante.
Miramos el reloj. Tarde. Más tarde. De repente, otra vez en la parte alta, tras varias consultas al plano, correr por las pistas fáciles, mi acompañante y yo acabamos empantanados en la ladera norte, con la nieve dura de la pista 16, y la confianza en si misma desaparece como la escasa luz del sol y ésta se bloquea. Le tiemblan las rodillas.
Gracias que nos rescata amablemente un pistero. Totalmente cegados por los focos de nuestros rescatadores se sube a una Pisten Bully. La pisapistas se da la vuelta con ella dentro y el pistero y yo, nos deslizamos rápidamente hacia el punto de encuentro indicado. La pisapistas llega y mi acompañante se baja horrorizada. Mas tarde nos cuenta, que cuando la máquina se dio la vuelta de cara a la pendiente, tras haberla cegado con los focos cuando subía de cara a ella, todo lo que iba dentro, cayó hacia delante, cazadoras, etc, y que la sensación fue de que ella se iba abajo, rodando dentro de la pisapistas.
P.D.- La pista que estaba cerrada, la pista con más pendiente de toda Austria.
Nos esperaban en el último remonte por recoger con la última silla por subir. Cerramos el dominio con los últimos cuidadores de remontes, que nos esperan para ir con nosotros y que nos dejan ser testigos de imágenes de bellísimo sobrecogimiento. La chica se relaja y la oigo suspirar cuando el pistero le recomienda tomarse un cursillo al día siguiente. El valle sin casas, con pequeñas granjas diseminadas, las pisapistas recorriéndolo, mientras nosotros nos alejamos de él, marcha atrás, cuesta arriba, mientras un último atisbo de luz termina de hacer brillar la zona, y la oscuridad completa se adueña del dominio. Volviendo hacia Finkenberg, repetimos una y otra vez los mil y un sucesos del día, y la anécdota. La que será para siempre, una gran historia que contar y un gran servicio para esquiadores que no podemos dejar de señalar. Todo el trato, a pesar de nuestra terribilísima falta, es exquisito. No hay reproches, no hay gritos, no hay prisas. Nos sentimos terriblemente agradecidos frente a tanta atención.
Pero no serála única anécdota del día. Nos trasladamos al aeropuerto de Munich a buscar al último miembro del grupo que por fin pudo volar a su destino.
Tanta emociones para un día interminable.
Me cuesta cerrar los ojos, pensando en el día siguiente. Echo de menos a mi compañero de esquí que no ha podido venir porque me doy cuenta que mañana tendré que dejar a las chicas en un cursillo, aunque estoy casi seguro que mañana, también será un gran día.
Y caigo rendido.
. Yo ya conozco la zona en verano, me encantaría poder ir en invierno 