En Mammoth, la mítica estación de esquí más antigua de California, hay gaviotas. Sí, gaviotas. Debe de ser por la presencia allí del lago Mono que es salado y, al igual que en el Altiplano andino en Sudamérica, se pueden ver todo tipo de aves marinas. Aquí en el norte, mientras uno esquía a 3.000 metros de altura y 2.000 kilómetros de la costa, te sorprenden sus graznidos y te quedas embobado viéndolas jugar con el viento. Su pico naranja contrasta con la nieve, sus alas largas, blancas, vuelan, paran, flotan marcha atrás y quiebran ladeando para asirse a la ascendente contigua de aire… No hay que extrañarse de verlas volar allí tan al interior; si cuando estás cruzando el Atlántico navegando – pongamos por caso – las gaviotas te traen la grata noticia de la presencia cercana de la costa, todavía te pueden quedar unos cuantos días de travesía hasta que la tierra aparece ente tus ojos, pues las muy bribonas son capaces de volar bastantes millas mar adentro. Pero dejemos el mar y volvamos a la montaña.
Mammoth es la estación en la que le gustaría vivir a cualquiera. Antiguo pueblo minero perdido en el desierto, hoy es una pequeña villa de magnífica calma y belleza. La montaña no puede tener mejor configuración para el esquí; tres remontes – un telecabina con estación intermedia y dos desembragables - llegan a lo más alto de un enorme circo de casi tres kilómetros y dan acceso a más de mil metros de caída vertical en forma de enormes palas expeditas, cornisas, tubos, rocas y bosque. La zona media está salpicada de multitud de sillas con una ubicación muy bien diseñada, de manera que desde ellas se accede a todo tipo de pistas.
Como casi todas las estaciones californianas, Mammoth está volcada en el freeride y se distingue por tener no uno ni dos, sino tres “park terrains”: uno llamado “familiar” – digamos, como el que podemos encontrar en la Sierra Nevada granadina - otro intermedio llamado South Park (que sería la envidia de la mayoría de los parks europeos) y finalmente el famoso Unbound Main donde uno se puede encontrar a locales como Phil Belanger o las archiestrellas Sarah Burke o Kristy Leskinen, dos rubias con cara de no haber roto un plato en su vida y que dominan el slopestyle (los rails, el pipe y los saltos invertidos) como no se ve a muchos hombres hacerlo; de hecho, hace un año, Sarah Burke llegó a la final en los penúltimos X-Games donde no había categoría femenina. El nivel de freestyle en Mammoth es de otro mundo. Por poner un ejemplo, en el park de Tignes ves a diez o doce dominando mystis, rodeos y corkeds y al resto intentándolo; aquí no sólo los profesionales parten el bacalao, sino que te encuentras con decenas de chavales de quince años ensayando exactamente los mismos trucos – cuando no otros más difíciles – que dominan perfectamente. Para hacernos una idea, en Mammoth ha habido durante los cinco meses de la temporada nada menos que dieciocho competiciones de freeride, tres de profesionales y quince amateur.
Pero volviendo al terreno común de los mortales, hablemos de esquiar con los pies, no por el aire, sino en el suelo. Una de las mayores virtudes de Mammoth es el viento. Sí, el viento aquí parece aliado con la estación, y mueve la nieve de un sitio para ponerla y reponerla exactamente en “el lado bueno”, con lo que te puedes hacer bajadas y bajadas sin encontrarte una sola huella. Yo encontré mi silla favorita un día ventoso y con medio metro de nieve. “La 2”, que da a “Avalanche chute”, dos canutos largos y anchos de más de 45 grados en los que la nieve que se desprende nos adelanta. Luego, un corto itinerario entre árboles deja de nuevo a los pies del remonte en el que volver arriba y, como dije, encontrar todo otra vez totalmente inmaculado gracias el efecto del viento. Las características especiales de esta nieve (es muy seca por el efecto del desierto que rodea a la montaña) hace que no se ponga pesada a pesar de todos estos vaivenes y, además, resulta sorprendentemente rápida a medida que se va transformando. Un gustazo vamos, al menos cuando los vientos son, como los que yo disfruté, de componente noreste.
Tras la jornada agotadora puede estar bien una cervecita en el Yodler, bar típico tirolés en el que, para dejar constancia de mi educación montañesa en la frontera de Italia, Suiza y, Austria solté el saludo auténtico que aprendí allí, el “servus”, je, je, y nadie se enteró de nada…. la decoración alpina es de pegote – deduje - aunque hay que reconocer que está muy conseguida, toda de escudos, trineos, fotos de vacas y cosas de esas. Para comer, la restauración ofrece lo habitual en Norteamérica: mejicanos, italianos, algún oriental y muchas hamburguesas; restaurantes todos en los que te traen la cuenta no sólo antes de que la pidas, sino mucho antes de que hayas terminado… pero en fin... hay quien prefiere esto a que te obliguen a tomar el postre, el café, la copa y el puro y encima te cobren más que por la comida. Otra opción para la noche puede ser la Mammoth Brewing Company, bareto que produce su propia cerveza – magnífica - en seis tipos distintos y que tiene un ambiente estupendo de chicos y chicas malas con tatuajes, “baggy pants” colgando de cinturones de tachuelas y gorros de lana calados en plena noche y bajo cubierto… lo que se lleva ahora en todos lados, vamos, con la diferencia de que, a veces, bajo uno de esos gorros a cual más bonito y tras esos cabellos rubios que cuelgan desordenados, reconoces una cara que has visto muy a menudo en las revistas de freeride y te dices, ¡maaádre mía; es ella! Ahí, como una más, bebiendo cerveza y comiendo con los dedos y la boca abierta …
Y esto es Mammoth, un espléndido cerro con buena nieve y mejor tiempo, donde el ambiente surfero y oír el graznido de las gaviotas me han hecho sentir deseos de verano. El mar ¡ah! Quizás va siendo hora de mirar hacia allí e ir dejando, por el momento, la montaña. Tengan ustedes feliz verano y ¡Hasta la próxima temporada!
Carolo © 2004