El otro día bajé con un amigo de Kirkwood un canuto que se llama Ski School Chute, un paso de unos tres metros de ancho por diez de largo con una cornisa mediana – dos metros más la caída - y unos 50 grados de inclinación. La cosa no presentaría más interés si mi amigo Jim no tuviera sesenta y cuatro años y hubiera aprendido a esquiar hace solo cuatro. Repitámoslo: sesenta y cuatro. Y aprendió a esquiar con sesenta.
Jim - James Walter Nolte - tiene la típica vida de las pelis norteamericanas pero, por discreción, sólo contaré que, con sesenta años, quedándole poco para jubilarse de su cómodo trabajo, decidió que la vida era muy corta y que no esperaba más. Me hago profesor de esquí, que me mola, dijo. Pero, si tú no sabes esquiar, (un detalle de nada) le recordaron. No importa; no pierdo ni un segundo más en aprender. Ni un solo y precioso y único e irrecuperable segundo.
Je, esto lo hemos dicho u oído de boquilla muchas veces, sí, pero una cosa es decirlo y otra hacerlo. Una cosa es que te lo cuenten y otra verlo en directo, en persona ¡Uau! Mi amigo Jim Nolte es un mito vivo. Jim es profesor de “nivel uno” y pronto se presentará al nivel dos. Con sesenta y cuatro años. Esquiamos a diario juntos, él me enseña inglés, yo a él español; me suele decir que solo pida las disculpas justas y que no me preocupe mucho por tonterías; y lo dice con ese tono en la voz del que no habla de oídas, sino del que se sabe completa y contrastadamente seguro de lo que está aconsejando. Sesenta y cuatro años; algo absurdamente poco valorado – cuando no marginado - por muchos en nuestra sociedad moderna.
La reflexión al convivir con Jim es obligada: ¿Hasta qué punto nos limitamos cada día creyendo que no podemos hacer ciertas cosas? Viéndolo bajar esas negras llenas de baches, saltar esas cornisas y, sobretodo, viendo esa seguridad en su superación y ese trabajo sin descanso (por supuesto, con sus dudas y sus tropiezos) me convenzo de que la mayoría de nosotros rendimos a un ínfimo tanto por ciento y, lo peor, nos acomodamos demasiado pronto. Y viendo a otros profesores de aquí, cuarentones, cincuentones, con similar buena actitud ante el esquí y su progresión (el canuto se llama Ski School Chute porque es una tradición que todos los profesores lo bajen), también reflexiono sobre estar y crecer en el ambiente adecuado… aquí, nadie dice que “no puede” hasta que comprueba si es verdad que no puede. No son supermanes ni extraterrestres, cometen errores, tienen sus vacilaciones y sus renuncios, pero pierden poco el tiempo poniendo excusas. En vez de eso esquían.
Es un verdadero regalo haber dado con un lugar así, donde la actitud ante las cosas es de superación y de descubrimiento, y donde el nivel de esquí fuera de pista es extraordinariamente alto debido a esa misma razón (aparte, eso sí, del incomparable entorno, perfecto para el esquí extremo). Haber conocido a Jim y haber podido acompañarle en su discreto y concentrado esfuerzo ha sido aleccionador y, sobretodo, un privilegio. Magnífico jugador de golf y profesor de esquí en Kirkwood, la estación más vertical y con la mejor nieve en polvo de California. Un ejemplo a sus sesenta y cuatro años; mi amigo Jim Nolte; un mito vivo.
Carolo © 2004
Dedicado a los profesores de la escuela de esquí de Kirkwood, infatigables, valientes, amantes de la montaña y del esquí.