Si bien demostramos tendencia a sentirnos en armonía con nosotros mismos y esquiar de acuerdo a nuestras capacidades, en ciertas situaciones aparecen sentimientos de fracaso que pueden originar autorechazo.
Los tres componentes básicos del sentimiento de culpabilidad son el temor al castigo, la falta de autoestima y el sentimiento de rechazo.
Sucede que, a veces, nos sentimos exigidos por nuestra pareja, los hijos, el grupo de amigos, el profesor o el entrenador, o las condiciones del terreno. Estas exigencias pueden dar origen al sentimiento de culpa en cuanto nuestro dialogo interno surge con: “Hubiese sido mejor seguir esquiando con ellos”; “Tendría que haberme entrenado para aprovechar mejor el día”; o “Debería mejorar mi técnica para disfrutar las mismas pistas que los demás”. Este tipo de monólogos internos utilizando los ‘tendría’ y los ‘debería’ fomenta el autorreproche.
La culpabilidad, entendida como autorreproche, surge cuando no nos animamos y tomamos decisiones forzadas por los demás, los cuales no nos permiten ‘ser’, lo que inconscientemente produce una resistencia a hacernos cargo de la situación. Enfrentar la propia culpa es, generalmente, enfrentarnos a nosotros mismos bajo un manto de aprensión por no animarnos a hacer algo que no estamos convencidos.
La culpa aparece cuando nos replanteamos que las acciones que realizamos no cumplen con los ideales sociales asignados. Durante la vida vamos incorporando, inconscientemente, mandatos y expectativas que los demás (padres, amigos, pareja) depositan en nosotros y, en consecuencia, esto nos lleva a creer que debemos cumplir con estos ‘estándares de perfección’, lo que nos genera, muchas veces, autorreproches y remordimientos porque nos autoevaluamos según la expectativa ajena.
El sentimiento de culpabilidad puede ser beneficioso o perjudicial. Es beneficioso cuando lo utilizamos para regular las acciones incorrectas; pero es perjudicial cuando sentimos que deberíamos haber hecho algo que no hicimos o lo hicimos de forma errónea para nuestros estándares y pretensiones, en este caso, el sentimiento se transforma en un tormento psicológico.
A medida que vamos comprendiendo el proceso de adquisición de las habilidades técnicas, también desarrollamos el concepto de lo que es una esquiada correcta y la que no lo es, es decir, comenzamos a adquirir un sentido de responsabilidad sobre nuestras acciones. Por lo tanto, cuando actuamos fuera de los límites que consideramos ‘correctos’ y lo reconocemos, generalmente nos invade ese sentimiento de culpabilidad, de falla, o de omisión del cual nace la tendencia a condenarnos por cometer acciones técnicamente incorrectas.
La culpabilidad se puede atribuir entonces a la propia personalidad culposa o también a la autoexigencia, la cual pasa a formar un hábito inconsciente que nos genera estrés, tendiendo a inhibir intentos y progresos futuros. Percibir que esquiamos distinto a los demás, hacer algo en que los otros no están de acuerdo, escuchar críticas recurrentes, o provocar incidentes frecuentes fomenta la culpabilidad.
Para concientizar este estado, deberíamos elaborar el reconocimiento compasivo, es decir, reflexionar sobre lo que podemos hacer con los recursos que tenemos y en el momento que podemos. En ciertos casos, la culpa es tan pesada que nos lleva a la impotencia, formando una barrera difícil de superar y limitando la libertad para actuar.
El profesor de psicofisiología Daniel López Rosetti sostiene que lo ideal sería reemplazar culpa por responsabilidad, en donde la primera tiende a obstaculizar y a aferrarnos a lo que deberíamos haber realizado; mientras que la segunda apunta hacia el porvenir en cuanto a lo que podemos hacer para modificar nuestro presente.
Reconocemos los siguientes tipos de culpa:
La culpa normal es un llamado a la conciencia y es saludable cuando adquiere un nivel adecuado, pero cuando alcanza valores que sobrepasan lo sensato, entonces se transforma en:
- Culpa patológica, la cual proviene de pensamientos y creencias distorsionadas y disfuncionales que provocan remordimientos. Aquí nos autorecriminamos asiduamente, casi como un castigo permanente, llevándonos a sentirnos culposos por no poder sentir o actuar como los demás. La culpa patológica, que puede convertirse en un déficit constante en la propia esquiada, degrada paulatinamente nuestra autoestima.
- La culpa traumática forma parte de la culpa patológica. En este caso, experimentamos un impacto emocional intenso generado por un evento agudo y casual por el cual desarrollamos el sentimiento de culpabilidad.
- Se puede diferenciar la culpa psicológica de la pena constructiva. En la primera nos culpamos de, por ejemplo, no esquiar bien o por haber obrado mal en una determinada situación. Aquí la preocupación converge en el Yo en cuanto a sentirnos un fracaso o a desvalorizarnos por nuestra conducta. En la pena constructiva, la preocupación se orienta hacia los demás cuando, por ejemplo, provocamos un daño a otra persona. En este contexto la turbación no es hacia nosotros mismos, sino hacia el perjuicio causado a los demás.
- La culpa del sobreviviente es quizás el sentimiento de culpabilidad más cruel. Corresponde al superviviente de una tragedia, por ejemplo, una avalancha con víctimas fatales, por el cual el esquiador se autoinculpa mediante la siguiente afirmación traumática, especialmente si el fallecido era amigo o familiar: “Tendría que haber fallecido yo en su lugar”. Este sentimiento es muy duro porque el esquiador que lo padece siente dolor por lo sucedido y persiste con la autocondena aun tiempo después, particularmente en los momentos de estar realizando, nuevamente, una bajada por un fuera de pista.
¡Hasta la próxima!