En el miedo a caer, en primer lugar, debemos aceptar que las caídas son parte del esquí, pero al mismo tiempo debemos reconocer que es un miedo innato. La reacción a la caída es congénita dado que se encuentra desde nuestra temprana infancia, por lo que se la puede denominar como reacción instintiva de caída. En la adultez puede aparecer la basofobia, o ansiedad de caer nuevamente, la cual nos lleva a reducir la actividad y disminuir nuestra confianza.
El miedo a las caídas limita nuestro rango de movimiento en los tobillos y en las rodillas puesto que adoptamos una postura rígida. Esto se traduce en una restricción en el desplazamiento del centro de masa con el objetivo de reducir el riesgo de caída, especialmente en situaciones intimidantes.
La ansiedad que experimentamos está frecuentemente asociada al miedo a la altura y al deslizamiento. Se genera por la transición de percibir los pies firmes en un suelo adherente sobre el cual realizamos nuestras actividades cotidianas, a deslizarnos sobre un terreno inclinado e inestable. Para algunos, la ansiedad que genera una potencial caída puede estar ligada al miedo a encontrarse solos en el momento de caer y a que nadie los pueda ayudar a levantarse; pero al esquiar, caer y levantarse componen acciones interdependientes. Para otros, la ansiedad que produce el miedo a caer se relaciona con el fracaso o con la pérdida del orgullo en el cual el Yo podría desintegrarse, especialmente si posee una personalidad rígida atada firmemente a la independencia.
Caernos puede simbolizar la resignación a nuestros propios patrones de control. Adoptamos una postura de protección como mecanismo de defensa, con el propósito de alcanzar un cierto grado de contacto con el suelo, entonces, la ansiedad se genera al desmantelar esa postura.
Si en vez de resistir la caída nos dejamos ir de manera consciente, esto no correspondería a caer porque controlamos la pérdida de equilibrio liberándonos del control consciente del cuerpo. Deberíamos aprender que ceder a las fuerzas externas no conlleva un efecto devastador para nuestra personalidad, por lo tanto, no deberíamos luchar contra ellas sino aprovecharlas.
Desplazarnos sobre un elemento deslizante como la nieve conlleva una inseguridad psicológica relacionada con el peligro a caernos. Cuando de bebés comenzábamos a dar los primeros pasos, poseíamos el instinto de aferrarnos a la mano de alguien, pero si éramos dejados caer nos asustábamos y generábamos ansiedad. Igual que un principiante al probar sus primeros descensos, la ansiedad de sentirnos seguros proviene de nuestra historia filogenética, la cual manifiesta la necesidad de aferrarnos a algo (por ejemplo, los bastones) para evitar la caída.
Si relacionamos nuestro equilibrio con el control de nuestro Yo, entonces inconscientemente rechazamos la pérdida de este control, lo que provoca una ansiedad considerable. Esta se origina debido a la discrepancia generada por la ejecución de un movimiento corporal y el control inconsciente para restringir ese movimiento con el fin de mantener una postura equilibrada.
Según el médico psiquiatra y psicoanalista Wilhelm Reich, la ansiedad de caer está conectada a contracciones rápidas del aparato vital. La caída causa una contracción biológica y la contracción, a su vez, origina la sensación de caer. En realidad, no es la caída en sí, sino la sensación de caer la que nos genera ansiedad. Entonces, deberíamos dejarnos ir para fluir en nuestra esquiada, pero nuestro diálogo interno tiende a impedirlo argumentando que eso es peligroso.
¡Hasta la próxima!