Ansiedad espacial y el miedo a perdernos: este aspecto reduce la captación de referencias para mantener nuestra orientación en una estación de esquí debido a que el estrés que generan estas emociones reduce nuestra habilidad para memorizar locaciones espaciales. El miedo a perdernos nos genera tendencia a no esquiar más allá de las pistas familiares, lo cual impacta negativamente en nuestra confianza y motivación para explorar nuevas pistas.
Ansiedad y equilibrio: el control del equilibrio es el resultado de la integración de factores físicos y psicológicos. Exhibimos diferentes reacciones al sentirnos ansiosos cuando nuestra estabilidad es amenazada por las superficies inestables. Tanto la ansiedad como el miedo a caernos afectan nuestro control postural puesto que modifican las estrategias del control del equilibrio, las cuales pueden llevar a un funcionamiento reducido, especialmente el miedo recurrente a caer, ya que es un factor estresante.
Ansiedad generada por la satisfacción inmediata: otra faceta de la ansiedad es la satisfacción inmediata, o culto a la inmediatez, es decir, la pérdida de la capacidad de esperar. Si sufrimos este tipo de ansiedad, perdemos la perspectiva referida a escuchar nuestro propio ritmo interior y a reconocer que esquiar puede realizarse con calma y con tranquilidad.
Ansiedad causada por la autoexigencia: así como la cultura de la inmediatez provoca ansiedad, también lo hace la autoexigencia. Cuando nos volvemos demasiado críticos de nuestro rendimiento, nos juzgamos con dureza injustificada. De esta manera, restringimos nuestro margen de error a tal punto que nuestra propia exigencia, que deberíamos tomarla como una cualidad, deja de serlo para convertirse en un impedimento en el logro de nuestros objetivos. Autoexigirnos sin moderación nos lleva a la ansiedad pasando por el estrés y llegando a la frustración. La opción es reemplazar la autoexigencia por la autoeficacia, es decir, un nivel sano de exigencia.
Para evitar la autoexigencia limitante, deberíamos buscar el equilibrio prestando atención a la eficacia en nuestros logros, en el bienestar de nuestra esquiada, y en valorarnos aceptando que, si cometemos errores, habrá siempre ocasiones para mejorar, teniendo en cuenta que fracasar no es equivocarse, sino no convertir en experiencia los errores cometidos.
Ansiedad y atención: consideramos que la ansiedad se asocia a la incapacidad de desacoplarnos del procesamiento de distractores relacionados con la amenaza y/o al aumento de la distracción que producen los estímulos irrelevantes de la situación amenazante.
En un estado ansiógeno, orientamos rápidamente nuestra atención hacia los estímulos que inducen ansiedad y nos desacoplaríamos de ellos más lentamente. En cambio, con un alto nivel de ansiedad somos propensos a exhibir una conducta de atención-evitación, es decir, en un primer momento orientaremos rápidamente nuestra atención hacia la situación amenazante, que luego se transforma en una conducta de evitación para mitigar el impacto emocional negativo que genera. Algunos psicólogos postulan que el problema no reside en la rapidez de capturar con atención la amenaza, sino en desacoplarla.
Ansiedad y personalidad: la ansiedad puede resultar un rasgo de nuestra personalidad, es decir, la propensión a manifestar estados ansiosos regularmente, o puede aparecer como una reacción emocional frente a una situación puntual (situación ansiógena).
Si tenemos un perfil pesimista, podemos presentar sensaciones de pérdida de control ya que estas son una característica de nuestra personalidad. En la ejecución de errores, atribuimos las causas a la pérdida de habilidad y a nuestra propia inseguridad, por lo que nuestras expectativas de superación disminuirán, generando sentimientos negativos asociados a la ansiedad.
Ansiedad y decisión: durante un estado de ansiedad es más difícil tomar decisiones apropiadas porque perturba nuestra forma de pensar. La amígdala es considerada el centro de nuestro cerebro emocional y el filtro a la corteza prefrontal, área en donde tienen lugar las funciones ejecutivas para los procesos decisionales. Al experimentar ansiedad, la amígdala se congestiona y por ende las funciones ejecutivas (decisiones), o el proceso de nuevos aprendizajes, son obstruidos.
El pensamiento ansioso tiende a desorganizar nuestra conducta dificultando la toma de decisiones sobre las acciones a ejecutar. Se genera por la propensión a anticipar situaciones que pueden producirnos un daño, orientando las opiniones negativas hacia esas situaciones imaginarias. Este tipo de pensamiento, si incrementa en intensidad, puede llevarnos a la parálisis en la cual nos vemos impedidos a actuar. En este caso, la ansiedad como mecanismo defensivo deja de ser funcional y se convierte en perjudicial. Cuando decidimos actuar focalizando nuestra atención hacia la futura conducta motriz, entonces nuestra ansiedad tiende a disminuir, dado que nos concentramos en los estímulos relevantes de la acción que estamos por emprender.
Ansiedad y creencias: si experimentamos trastornos de ansiedad durante nuestra esquiada tendemos a basarnos en nuestras propias creencias distorsionadas de aptitud y dominio.
En cuanto a nuestra aptitud, tenemos la tendencia de creer que el resultado exitoso es lo único que importa y que cometer un error es fracasar. Nuestra creencia de dominio o de control se refiere al miedo a estar dominado por el entorno o por situaciones que nos dejan sin capacidad de acción. Estas falsas creencias nos llevan a no permitirnos perder el control. En general, son suposiciones que realzan las características riesgosas o peligrosas de una situación apremiante, paralelamente a una desestimación de nuestras propias capacidades. Si presentamos un control deficiente en nuestra esquiada, generalmente somos más vulnerables a la ansiedad.
Ansiedad y tensión: mencionamos que la ansiedad es la manifestación de nuestro organismo al prepararnos para la acción. En un nivel adecuado, y ante situaciones reales, es útil y necesaria, pero frente a situaciones imaginadas se transforma en un gasto energético redundante. Se produce entonces el círculo vicioso de tensión que genera ansiedad y esta, a su vez, genera más tensión mental y física.
Ansiedad y miedo: la ansiedad puede considerarse como una sensación difusa de miedo en la que tendemos a la preocupación excesiva hacia lo desconocido, interpretándose como algo provocante. La diferencia entre un esquiador miedoso y uno ansioso es que el primero sabe a qué le tiene miedo, mientras que el segundo no.
Ansiedad y adaptación: según Freud, la ansiedad es adaptativa si nos conduce a aprender nuevos modos de afrontar los desafíos de la vida (o de la esquiada, en este caso). Si somos ansiosos, frecuentemente imaginamos que algo malo nos puede suceder y por lo tanto no disfrutamos del esquí, privándonos de apreciar los gratos momentos que la actividad genera.
¡Hasta la próxima!