Las zonas en San Isidro conocidas por los lugareños como Sentiles (accesible desde silla de 4 de Cebolledo) y el Silencio (desde silla de Requejines), son un oasis cuando la nieve escasea y no es posible hacer rutas kilométricas de las que nos encantan a los Orcos de la cornisa cantábrica.
En Sentiles (por la tarde) y en el Silencio (desde media mañana) es posible estirar diagonales para ganar altura sin cargar con los esquís al hombro, saltar esquivando cotoyas en los divertidos caballitos que nos habilita la madre naturaleza, e incluso encontrar palas tan poco frecuentadas que puedes dejar bonitas huellas en ellas aunque lleve tiempo sin nevar y miles de esquiadores hayan estado en la estación.
Así que, cuando el martes 10 de marzo pude subir a San Isidro después de casi dos años sin ponerme los esquís, me sentí dichoso y feliz, con las endorfinas saltando como locas de contentas al reencontrarme con mis queridos camaradorcos, a los que tanto tiempo llevaba sin ver, y dispuesto a pasar en su compañía una maravillosa jornada blanca.
Con ellos disfruté de Sentiles y del Silencio desde las 9 hasta las 4 y media. Gracias al magnesio que tomé siguiendo el consejo de un amigo, ni calambres me dieron. Y eso que llevaba casi dos años no solo sin esquiar sino sin hacer ejercicio alguno.
Seguro que os podéis hacer una idea de cómo gocé.
Un saludo, y encantado de volver a nevasport con otra crónica sanisidrera.
CabelloNevado