Sufro mucho con este tema. No es que sea especialmente amante de la estadística; es más, nunca entendí tal profesión de amor y apego. En mi caso, puede decirse que desde que el joven Juan Carlos y la dulce Eva, de Doctor Bike, me regalaron mi actual cuentakilómetros, con la adquisición y entrega de mi amada Petra, he empezado a comprender lo que antes, para mí, era un misterio.
Bien saben Vds. que soy hombre de corto entendimiento y menor capacidad de análisis y evaluación de hechos consumados. Por ello, nunca comprendí por qué, por más que le diese a los pedales, siempre, la distancia recorrida equivalía a ¡CERO PATATERO! ¡Cuánto disgusto y cuánta confusión, mezcladas con horror e incapacidad de comprensión de tan extraño acontecimiento! ¿Brujería; nigromancia, acaso...; maldición, tal vez? Desesperado, recorrí media España en búsqueda de solución a esta situación de medida y cálculo tan irreal e incoherente. Probé todo tipo de aparatos de medición, incluidos algunos de gran rareza y no expuestos en mercado ni comercio alguno. A tal grado de confusión y rabia llegué, que hasta dispuesto estaba a abandonar el universalmente admitido en el "Sístema Métrico Decimal", que cuenta en kilómetros nuestras andanzas y rodadas, y recurrir a las medidas de longitud de antaño, aún conservadas en recónditos lugares y por personas de edad avanzada. Fue así como me hice de medidores en leguas, yardas, o en varas castellanas; e, incluso, gracias a un relojero nonagenario, ex combatiente de la División Azul, en Verstas de las estepas siberianas. ¡Ni por esas!; siempre, al llegar a casa, el contador me mostraba su odioso cero. ¡Terrible!
Temblé de pánico cuando, a lomos de mi nueva montura, hice mi primer trayecto y llegado al domicilio, con el corazón encogido, de reojo y, austado como un pavo en Nochevieja, eché un vistazo al nuevo y pequeño cuentakilómetros, fírmemente afianzado sobre el manillar de Petra, junto a su potencia. ¡65 kilómetros! ¡Mare mía, cuánta sorpresa, gratitud, y alegría! Por fin, damas y caballeros, este humilde betetero, como cualquier otro ciclista trotacerros, pudo contar su distancia y su recorrido.
Nuevamente, bien lo saben, en el silencio de mi aposento, busqué el rincón de mis recuerdos; y, nuevamente y en ese mismo silencio, brotaron las lágrimas de mis sentimientos. Me sentí feliz. Sépanlo, compañeros; sobre todo cuando definitivamente concluí que antes del regalado "electrodoméstico", los anteriores, contaban hacia atrás desde el máximun del pedaleo y, concluyendo en el lugar de partida, por pura lógica, se ponían a cero. ¡Asombroso!
Abrassotes morlengos.