Enviado: 09-04-2015 18:24
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Éramos una pandilla de adolescentes a los que por alguna razón, el monte nos llamaba a voces. Y algunos sábados, en lugar de jugar al fútbol cogíamos el bus a la Zubia y subíamos a donde las piernas nos permitían llegar, y coronábamos el Trevenque como si de un ocho mil inexpugnable se tratara. Y llegaron los veranos en los que la integral caía una y otra vez. Y llegaba el invierno y veíamos la sierra de blanco como un sueño solo al alcance de unos elegidos... Y paseábamos por los Cahorros y veíamos a esos valientes que se deslizaban como lagartijas por las verticales paredes. Y a algunos de nosotros, algo en nuestro interior nos pedía dar ese paso adelante, atreverse a subir el listón...
Y entonces llegó la universidad, y mis amigos compartieron carrera con un gaditano muy salao, simpático, amante de la naturaleza y de los deportes al aire libre. Y por casualidades de la vida, vivía en mi calle, por lo que rápidamente congeniamos. Se llamaba Gustavo Virués.
Fue un día de Mayo, hará unos 20 años. Un día que iba a recordar siempre. Quedé con Gustavo en ir a los Cahorros. Y allí que fuimos, a echar el día. Y por primera vez en mi vida me puse un arnés, y unos pies de gato que me apretaban endiabladamente. Y los nervios me comían mientras me explicaba como hacer un ocho con un cordón. Y me animó a subir, y sentí el vértigo al tener el suelo más lejos, el miedo a lo desconocido, y por supuesto, un hormigueo especial al ir avanzando por la roca lisa. Y supe que algo estaba cambiando, que la montaña empezaba a ofrecerme más de lo que hubiera imaginado... Se sucedieron las salidas, con él y con su hermano Javier, compañero de andanzas, y llegó la primera invernal, con unas botas que pudieron prestarme junto con un piolet y unos crampones. Y pude ver anochecer en la cima del Mulhacén mientras Gustavo filmaba las vistas con su nueva cámara... Era el paso definitivo...
Muchos años han pasado ya. Y algunos desde la última vez que nos vimos...Y aquellos chavales que soñaban con la escalada y con blancas e inalcanzables montañas nevadas, hoy hacen modestas nortes en la sierra, o echan ratos divertidos en Alfacar, o descienden algún barranco en verano. Y lo hacemos gracias a Gustavo y su hermano.
Por eso, su fallecimiento me ha conmovido tanto. Porque él, de forma generosa nos dió las alas necesarias para volar por la montaña, para disfrutarla al máximo, para gozarla como siempre habíamos deseado.
Gustavo, allá donde estés, GRACIAS por haberme dado ese empujón, y por las risas que echamos juntos en el monte y fuera de el.
Y estos días me han servido para para aprender a valorar por encima de todo, la compañia de la gente con la que compartimos la montaña. Por encima de todo están las risas con el compañero, aunque la pared no haya sido vencida.
A gozar de la montaña y de la amistad, compañeros.
Descansa en paz, amigo.
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Enviado: 10-04-2015 23:26
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Muy bonito "montañero". La amistad y camaradería que nos aporta la montaña, no la he encontrado en ningún otro aspecto de la vida, y es que creo, el montañero está hecho de otra pasta digamos más natural, que lo hace ser como es.
En esta ocasión les ha tocado a estos dos compañeros, pero son muchos los caídos en las montañas. A pesar de ello, no nos van a parar de ir a hacer lo que nos gusta.
Enhorabuena por tu recuerdo emotivo. Un abrazo.
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