El último gueto deportivo de la Copa del Mundo de esquí alpino llega esta semana a Kitzbühel (Austria). Es la pista más mítica del circuito, diseñada para una época en la que no se bajaba tan rápido como ahora. Con este pretexto, se prohíben las competiciones femeninas. Hace un año la campeona estadounidense Lindsey Vonn desafió los prejuicios lanzándose desde allí arriba. Por la noche, eso si.
Hace cien años, la emiliana Alfonsina Strada, fue la primera mujer en n correr una gran vuelta por etapas, el Giro de Italia. Lo hizo junto a los hombres, aunque tuvo que sufrir los insultos de la gente a su paso, que la llamaba puta porque tenía los muslos al descubierto. A mitad de carrera la descalificaron por presiones de la organización y corredores, con un claro trasfondo machista. A la ciclista se le permitió entonces acabar el Giro extraoficialmente, sin que sus tiempos para la general contasen. Y logró acabar los más de 3.600 km de carrera, en un hito sin precedentes que sería recordado durante generaciones.
Hace sesenta y seis años, en 1958, la también italiana María Teresa de Filippis, 'Pilotino', fue la primera mujer del mundo en competir en Fórmula 1, a lomos de un Maserati. Las primeras boxeadoras se remontan al año 1700: Elisabeth Wilkinson luchó en Inglaterra contra mujeres y hombres. Pero para ver el boxeo femenino en los Juegos Olímpicos fuera del gueto del deporte de demostración, tuvimos que llegar a Londres 2012.
El maratón era otro tabú. En 1896 la griega Stamàta Revithi quiso participar en los Juegos Olímpicos de Atenas pero no le permitieron inscribirse por no ser un hombre. De todos modos se presentó en la salida de Marathon, pero antes de entrar en el estadio Panathinaiko la policía la detuvo. El 19 de abril de 1967, una estadounidense de veinte años decidió anticiparse a la revolución inminente: se inscribió en el maratón de Boston utilizando únicamente sus iniciales, K.V. Swiss. Nadie podría imaginar que K.V. significaba Katrine Virginia, más simplemente Kathy. Cuando la vieron correr con sus rizos al viento, inmediatamente comprendieron que se trataba de un sacrilegio: intentaron detenerla con violencia, pero su novio la defendió perdiendo su lugar en la selección olímpica para México '68. Kathy logró terminar su carrera y siete años después ganó el maratón de Nueva York, ahora abierto a mujeres.
El último tabú del esquí
El último techo de cristal del deporte sobre una pista de esquí lo enocontramos en una pista extremadamente empinada: la Streif, los 3.312 metros más fascinantes y aterradores del mundo.
La puerta de salida de la carrera de descenso se encuentra a 1.665 metros sobre el nivel del mar y la meta a 805 metros. Generalmente antes de la salida los esquiadores bromean y charlan entre ellos, pero en Kitzbühel decía Didier Cuche hace unos años, que reina un silencio irreal. Es miedo. Los mejores esquiadores alpinos del mundo pueden acelerar de 0 a 60 km por hora en tan solo 5 segundos desde que saltan a la pista.
A partir de entonces es una sucesión de abismos, ratoneras (literalmente: hay un tramo llamado Mausefalle, un abismo de unos ochenta metros), curvas de 180°, muy estrechas hasta el Haubsergkante, la parte más peligrosa y fascinante: el salto, una curva a la izquierda en la que la fuerza centrífuga alcanza los 3,5 G y un final en el que el cuerpo (ya agotado por el cansancio) sufre una presión máxima y la velocidad alcanza los 140 km/h. En algunos tramos la pendiente es del 69 por ciento, un infierno vertical.
Hay una película que lamentablemente nunca se tradujo al español pero que si tiene versión en inglés, que explica muy bien todas estas sensaciones. Titulada cmo no, "Streif – One Hell of a Ride" fue presentada en 2016 como “llena de nieve, pasión y testosterona”, dejando claro en el tráiler que las mujeres no tenían nada que ver con ello. Demasiada presión, demasiada pendiente, demasiada velocidad.
La historia del Streif es una leyenda que se alimenta de sus víctimas: las caídas de Gattermann, Vitalini, Stemmle, Ortlieb, Albrecht y Strobl se transmiten como las leyendas de los ogros que deben asustar a los niños. El año pasado le tocó el turno al noruego Henrik Röa: volcó varias veces a 120 km/h mientras sus esquís salían volando. El suizo Marco Odermatt, que evitó por poco la caída, lo calificó como "una experiencia cercana a la muerte".
Hermann Maier, el austriaco ganador de cuatro medallas olímpicas, afirmó que enviar mujeres a correr en la Streif
"no es una buena idea, cada uno tiene su propio límite, para ellas la pista más difícil es Cortina".
Otro ex campeón austriaco, Hans Knauss, plata en Super G en Nagano 1998, que perdió un año después de una caída en la Streif en 2001, concluyó que "aquí la emancipación estaría fuera de lugar". El alemán Markus Wasmeier, campeón olímpico en Lillehammer hace treinta años, fue aún más directo:
«Simplemente existen límites a lo que las mujeres pueden hacer y lograr. Como descenso de entrenamiento, alguna vez las mujeres individuales pudieron hacerlo. Pero ni siquiera uno a velocidad de carrera. Ni siquiera Lindsey Vonn. Sería un suicidio».
Daniel Albretch sufrió en 2009 una de las caidas más aterradoras que se recuerdan en la Streif
El desafío de vonn
En realidad, la campeona americana, que lo ha tenido todo, desde el esquí, quería intentarlo: hace un año bajó por la Streif, pero solo le dejaron de noche. Como si nadie quisiera ver que se estaba cometiendo un sacrilegio.
Fue la única forma de traspasar las fronteras, de intentar socavar el gueto en el que los hombres han intentado encerrar a las mujeres. Pero ni siquiera entonces fue una carrera a toda velocidad: sólo un desafío consigo mismo y con la historia.
Rosi Mittermaier, leyenda alemana del descenso, campeona olímpica y mundial en Innsbruck 1976, decía teatralmente hace unos años que "sólo los hombres pueden sobrevivir a la Streif".
Sofia Goggia, que nunca ha afirmado querer competir en la pista más famosa del mundo, dijo cosas peores, intentando responder a quienes le preguntaron si hay deportistas homosexuales en el esquí.
"Entre las mujeres algunas sí. Entre los hombres diría que no. Tienen que tirarse por el Streif en Kitzbühel y eso solo es cosa de testosterona»
El habitual estereotipo de hombres con cojones, el eterno recordatorio de la testosterona. O más simplemente lo que muchos piensan, de Maier a Mittermaier pasando por Wasmeier: que los hombres valen un poco más.
Lindsey Vonn. La dejaron bajar la pista en formato Copa del Mundo, pero de noche
La última mujer que se bajó la Streif contra el cronómetro
Pero no siempre ha sido así: A partir de los años '30 se empezaron a organizar carreras en la Streif para mujeres. La pista fue diseñada para una época en la que el esquí no era tan rápido como lo es ahora en que los materiales y la nieve artificial hacen que esa pista sea muchísimo más peligrosa.
Christl Staffner Herbert, que cumplirá 84 años el próximo mes de abril fue una de ellas. Nació en la propia Kitzbühel, y por tanto la Streif formaba parte de su paisaje familiar. De niña practicaba Descensos con botas de cuero y a los 16 años ganó su primera carrera en el Stelvio. Pero a principios de los años 60 se produjo un punto de inflexión, cuando el equipamiento y la preparación de la nieve recomendaron dividir las pistas por sexos.
Christl tenía veintiún años en 1961 y formó parte del equipo nacional de mujeres de Austria que participó en la última carrera en Streif. Luego las carreras de Descenso femenino se trasladaron a Bad Gastein pese a las protestas de las corredoras.
Ese último Descenso del Streif lo ganó Traudl Hecher, que tenía 17 años. Tras una brillante carrera se casó con un teólogo y se convirtió en madre de dos campeones de esquí: Elisabeth y Stephan Görgl.
Christl Staffner en cambio, fue a dar claes de esquí a Aspen, Colorado. Entre sus alumnos se encontraban actores de Hollywood, cantantes famosos e incluso Bob Kennedy, el hermano del presidente. La llamaban "la chica Streif".
Otro de los estadios de Copa del Mundo donde tampoco se permite la participación de mujeres es el del Lauberhorn de Wengen, en Suiza. Es la pista de Descenso más larga del 'circo blanco', y dicen que a los pocos segundos de lanzarte, empiezan a arderte los muslos. Por delante quedan todavía dos largos minutos de apretar dientes.