La temporada de esquí se va acercando, apenas quedan
dos meses y hay que empezar a
prepararse físicamente, que tantas horas de tumbona e inactividad, hacen estragos en la musculatura del tren inferior.
Pero sobre todo, llegada esta fecha, uno ya está mas que
cansado de verano, y tanto el cuerpo como la mente, necesitan volver a sentir la
humedad, el
frío, la
nieve y por supuesto la
montaña.
Asi que aprovechando la nieve recién caída, y la presencia de mi buen amigo Peter por estos lares, el domingo me dí el gustazo de subir al
Veleta en condiciones cuasi invernales.
El sol apenas si apareció durante un rato, aunque mejor, porque era precisamente de lo que huíamos. A lo largo del camino las omnipresentes
nubes parecían querer
jugar con nosotros, nos envolvían, nos perseguían, y sólo a ratos se alejaban.
Ya llegando a la cumbre, a partir de los 3000 metros, temperaturas de 0/-1 grados y por supuesto
nieve y viento. Pero sobre todo,
silencio, calma y paz.
Ver de nuevo la nieve, escuchar el sonido que nuestras pisadas producen al hundirla, el olor a humedad, el frío y el viento golpeando la cara... son
sensaciones embriagadoras, que te
conectan con la montaña, que te hacen olvidar los problemas y que te devuelven la sonrisa a la cara. Porque además, te recuerdan que el invierno está a la
vuelta de la esquina.