Jungfrau Ski Region (enero 2025).

Jungfrau Ski Region (enero 2025).
Eiger, Mönch y Jungfrau
En Suiza, a la sombra de tres colosos alpinos (el Eiger, el Mönch y el Jungfrau) se encuentra un histórico dominio esquiable formado por las estaciones de Grindelwald, Wengen y Mürren.

La Jungfrau Ski Region está localizada en el Berner Oberland (Oberland de Berna) y es la región más elevada del cantón de Berna. Es casi el centro de Suiza si consideramos la dirección este-oeste, aunque mucho más cerca de su frontera sur que de la norte. Para llegar hasta allí, mis amigos y yo optamos por viajar en coche. Entrando en Suiza desde Francia, uno se encuentra Ginebra y las llanuras al norte del lago Leman. Lausana surge en el punto medio de la orilla septentrional del lago. Tanto por allí como más adelante, se ven muchos centros ecuestres que, a medida que van transcurriendo los kilómetros, van siendo sustituidos por los viñedos. Grandes extensiones de ellos, plantados en llano o en suaves laderas. Desde Lausana, la ruta se dirige hacia el noreste hasta Yverdon, donde, para los pedagogos más curiosos, se encuentra el castillo en el que Heinrich Pestalozzi fundó su instituto experimental, famoso, entre otras cosas, por su revolucionaria (entonces) visión pedagógica, por iniciar la que sería una tradición histórica de los internados educativos suizos, y por ser precursor en la utilización de la educación física y las actividades deportivas como recursos educativos. La ruta continua hacia el oeste hasta alcanzar Berna y, a partir de allí, sureste hasta Interlaken.

Desde Interlaken se puede acceder al dominio esquiable por un valle hacia el sur, que enseguida presenta una disyuntiva: un desfiladero que da acceso a Lauterbrunnen, o, algo más al este, la carretera de Grindelwald. Nosotros optamos por la primera opción, pues nuestro destino de alojamiento era Wengen. Dejamos el coche (toda la semana) en el parking de Lauterbrunnen e iniciamos un proceso intermodal que acabaría conquistando nuestro parecer a lo largo de todas las vacaciones. El parking está integrado en una terminal de transporte que incluye estación de tren y un teleférico del que hablaré más adelante. Allí tomamos un tren cremallera hasta Wengen. Nota importante: todos los transportes de los que daré cuenta están incluidos en el forfait, pero, únicamente, durante el periodo (días) contratado, así pues, si se llega de víspera y/o se finaliza al día siguiente, esos trayectos hay que pagarlos aparte (acción sencilla a cualquier hora en las pantallas disponibles en los andenes).

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Forfait de Jungfrau Ski Region

 

El tren nos llevó a Wengen en unos doce minutos. Allí ya estaba todo nevado. No circulan coches, salvo las camionetas que hacen de taxis o servicios de hotel. Nosotros cargamos unos 200 metros (cuesta arriba) con nuestros bártulos hasta el apartamento contratado. Fue la única caminata cargados, porque deshacerla al regreso era cuesta abajo y parcialmente esquiando. El apartamento era amplio, moderno por dentro y tradicional por fuera. Muy bien equipado y con una vista muy agradable hacia Mürren. Y, como extra de agradecer (para mí esto es especialmente importante), salíamos de él esquiando o casi (25 metros caminando) y regresábamos a él (¡a la puerta misma de nuestra terraza!) esquiando.

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Plano de pistas ¡y transportes! (Imagen: bergfex.at).

 

Inicio en Wengen.

Desde la primera jornada de esquí, tuve una impresión diferenciadora sobre lo que quizás suponga ser un atributo de lo que representa esquiar en el corazón de Suiza. Todo allí parecía calmado. No había tumultos, ni aglomeraciones, ni atmósfera de prisa o competitividad alguna por coger los remontes. Más que de remontes, allí deberíamos denominarlos medios de transporte, porque además de los telecabinas, telesillas, telesquís, cintas transportadoras, etc. Los teleféricos, un funicular y los trenes de cremallera acaparan gran parte del protagonismo. Y la capacidad de aforo de estos últimos es tal que, simplemente hay que esperarlos según su horario, y no hacer cola para aspirar a que te suban. De hecho, fue un tren desde Wengen hasta Kleine Scheidegg lo primero a lo que nos subimos. Aquello nos colocó bajo el imponente paredón norte del Eiger, una de las montañas más temibles y trágicas de la historia del alpinismo europeo. Estuvimos alternando descensos y ascensos por aquella zona, prácticamente todos en las laderas que, encaradas hacia el este, se sitúan entre el cordal que apunta desde el Eiger hacia el norte, y separa los valles de Lauterbrunnen (más Wengen y Mürren) y Grindelwald. Aquellas pistas se caracterizan por presentar muchos cambios de rasante, vaguadas y cambios de pendiente suaves y variados. Enseguida nos percatamos de que íbamos a disfrutar de una semana con muy poca gente (¡verdaderamente poca! No esperamos ni una sola cola, en ningún remonte, hasta el sábado).

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Mis amigos recién apeados en Kleine Scheidegg. Por encima, la cara norte del Eiger. (Imagen propia).

Pasado el tiempo nos decidimos por completar una de las opciones que hay para descender desde el cordal hasta Grindelwald. Son varios kilómetros de descenso con un desnivel de entre 1000 y 1300 metros en función de cuál de las tres cotas principales del cordal elijas para hacerlo. En aquella ocasión optamos por una azul que discurre bajo la cara norte del Eiger, muy próxima a ella y que se acaba introduciendo por una zona de bosque. Es un itinerario larguísimo, muy bonito paisajísticamente, pero presenta varios tramos de remada, especialmente si, en vez de pretender regresar en tren, uno quiere hacerlo mediante el moderno telecabina Eiger Express (que fue lo que hicimos en aquella ocasión). Ese remonte tiene una capacidad de mover gente tremenda, pues está dotado de muchas cabinas en las que caben algunas decenas de esquiadores por unidad. Durante el ascenso, las vistas panorámicas del Eiger y de la zona son espectaculares. La Terminal de la que parte es un moderno y gran intercambiador que combina tren, autobús, el mencionado Express y otro telecabina que alcanza la cota más elevada del otro extremo esquiable del cordal al que me estoy refiriendo hace rato. Además, hay tiendas, guardaesquís, cafetería, etc.

Hasta aquel momento había estado nublado, aunque con buena visibilidad, a excepción de algunos tramos de pista en los que los relieves más amplios (cambios de rasante, vados o peraltes) no se percibían bien. Sin embargo, a partir de entonces se despejó el cielo, algo que aprovechamos para ascender hasta un punto del cordal desde el que sale el mítico y espectacular descenso del Lauberhorn. El descenso es maravilloso. Una pista espectacular y variadísima, de casi 4,5 km de longitud y 1028 metros de desnivel. La carrera se había celebrado la semana anterior así que la pista estaba en perfectas condiciones, conservando incluso la mayor parte de las marcas azules de orientación del trazado pintadas sobre la nieve. Arriba presenta una buena pendiente en una larguísima pala muy abierta al paisaje (se llega a ver Interlaken, el valle y el cañón que el río traza antes de desembocar en uno de los lagos) y con una anchura generosísima. La pala se interrumpe en un punto, antes de continuar, con una estrecha chicane en forma de camino lateral. Luego prosigue ancha, pendiente y abierta hasta alcanzar un recodo muy estrecho a la derecha de una peña. Allí hay evidente señalización de advertencias. Es un angosto cambio de rasante que genera el famoso salto que tanto ha sido fotografiado a lo largo de la historia del descenso. En competición lo toman a derecho a gran velocidad. En modo esquí público, unas vallas obligan a trazar un breve camino en forma de ese que te deja en un muro muy pendiente, que es donde aterrizan los bólidos humanos de la Copa del Mundo. Desde ese muro, mirando hacia abajo, había una grada inmensa construida a base de un entramado de andamios. Se tiraron desmontándola toda nuestra estancia allí, y aún les quedaba mucho cuando nos íbamos. La grada permite contemplar el salto, su recepción, una chicane que marcan a los corredores mediante dos puertas (básicamente, para que no se maten) y una curva a derechas que está totalmente (y muy) contraperaltada, y que hace que los corredores pasen rozando una larga malla elástica de protección. Allí es donde empieza un camino muy estrecho y umbrío, de poca pendiente pero gran deslizamiento, con algunas curvas en las que la pericia de conducción fina es vital para no perder tiempo.

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Dentro de la caseta de salida del Lauberhorn. (Imagen propia).

 

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El punto de salida. (Imagen propia).

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Punto de inicio del cronometraje. (Imagen propia).

 

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Vista ciega del recodo donde se produce el espectacular salto. (Imagen propia).

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Aspecto de la grada, en pleno desmontaje, vista desde el tren. (Imagen propia).



Pero no hay que relajarse porque ese camino acaba dando a un corto muro muy sombrío que, en forma de embudo, apunta directamente hacia un pequeño túnel que sirve para salvar la vía férrea. Si lo coges con velocidad (o con hielo) da bastante intríngulis enhebrarlo, teniendo en cuenta además que su salida es ciega. La pista y el descenso continúan por un tramo azul ancho y fácil que acaba estrechándose de nuevo para acometer otro muro en sombra permanente (tal vez dos, ahora no lo recuerdo) con tramos de camino estrecho y serpenteante alternándose hasta encarar el último gran muro que emboca la llegada. Allí se produce un último vuelo, y el asunto no deja de tener mala intención porque la meta no está en línea con el eje de dirección del descenso y el salto, sino claramente forzada hacia la izquierda de la zona de recepción del vuelo. Más de una vez, algún competidor no ha sido capaz de entrar a la llegada después de haber sobrevivido a toda la bajada. Y es que allí, las piernas han dejado de ser lo que eran en la salida, pues el Lauberhorn es el trazado más largo de la Copa del Mundo.

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El embudo que se dirige al pequeño túnel. (Imagen propia).

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Zona de meta, obsérvense los arcos, claramente arrimados a un lado. (Imagen propia).

Desde luego que, para mí, mitología deportiva aparte, la pista en su conjunto me pareció fascinante. En su final hay una silla corta que permite remontar altura para alcanzar una pista azul que sirve de regreso a Wengen o acceso a un apeadero del tren denominado Almend. Nosotros optamos por lo primero para aprendernos el que sería nuestro regreso más habitual a casa. La pista ha de esquiarse con velocidad para evitar una remada en mitad del caso urbano de Wengen, y otra que da acceso a una cuerda tipo telebaby, desde la cual un nuevo tramo de bajada permite alcanza la base del teleférico de Wengen. Aquel día lo tomamos y nos dejó en la cumbre del otro extremo del cordal.

¡Tanto hablar del cordal y todavía no he explicado cierto atributo del mismo! No es, ni mucho menos, un cordal de cumbres y collados lineal. Al contrario, su divisoria de aguas no está clara. Es compleja porque en la realidad muestra muchos requiebros y rupturas. Nada que ver con la apariencia que de él muestra el plano de pistas. En todo caso, desde Männlichen (2230m) que es adonde llega el teleférico, nosotros iniciamos otro larguísimo descenso (negro y rojo) hacia Grindelwald. Es mucho más divertido, entretenido y exigente que el que va más cerca del Eiger. Al poco de alcanzar la zona de bosque, dimos con una antigua casa de montaña con una cabaña algo más nueva adherida a ella. Nos detuvimos y nos tomamos un caliente y picante gulasch casero. Tras reponer fuerzas retomamos el descenso hasta la Terminal. La bajada combina buenas palas, cruce de carreteras, algunos tramos de caminos y tres largos schusses obligados para tratar de evitar remar. Toda esa zona es muy entrañable porque está salpicada de cabañas, casas de montaña y establos para el ganado, en un agradable desorden que decora ondulantes lomas de prados, que en inverno están nevados.

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Hacia Grindelwald. (Imagen propia).

En la Terminal tomamos el telecabina que regresa a la cumbre de Männlichen. Desde allí, deshacer todo el tortuoso cordal implica esquiar mucho y variado, pues hay que ir tomando pistas hacia el Eiger, alternándolas con remontes, siempre siguiendo el plano y el rumbo. Entonces se nos fue cerrando el día, se nos puso a llover un poco y, cada vez más, a nevar. El día había sido intenso, variado y completo, y nos había permitido conocer Wengen bastante bien. Nos quedaba un nuevo descenso al Lauberhorn (salvo su final) hasta empalmar con nuestro trayecto de regreso a casa y quitarnos los esquís en su misma puerta.

Hubo varios detalles, aparte de los puramente esquiadores, que ya se me quedaron grabados tras aquella primera jornada. Por ejemplo, el asunto de los innumerables trineos de madera, de los que multitud de gente disfruta gracias a unas larguísimas pistas específicas para trineos y paseantes. Resulta que caminantes y gente con trineos son admitidos en la red de transportes, la cual incluye trenes, funicular, telecabinas y teleféricos (excluye sillas y telesquís). Hay un pase específico para ello (del día, semana o temporada) y largos trazados por todo el dominio del Jungfrau (también en Grindelwald y Mürren). Y no hay conflictos de interacción con los esquiadores porque, salvo minúsculos tramitos compartidos, a cada usuario le corresponden trazados diferentes que están muy bien señalizados. Lo que a nadie en su sano juicio se le pasa por la cabeza es circular por donde no le corresponde y, menos todavía, poner en riesgo su propia integridad física y la de los demás, circulando en sentido contrario (hay dejo el recado suizo para algunos esquiadores de montaña de última generación). Terreno de montaña tienen de sobra, en lo que resultan ejemplares es en como lo organizan integrando disfrute, espacio, seguridad e inclusividad para todos.

Dimos por finalizado el día con algunas compras en el super, la que sería nuestra habitual tertulia de picoteo y la posterior cena casera. Ah, y ¡cómo no! ante la cuestión de por dónde imaginábamos que trazarían la curva de la grada los corredores del descenso, encendimos la televisión para ver en Youtube las dos victorias consecutivas de Marco Odermatt (2024 y 2025) en el Lauberhorn. Fue entonces cuando salimos de dudas al comprobar que les obligan a aquella chicane con puertas. De otro modo, el resultado sería un auténtico desaguisado.

Al día siguiente amaneció nevando copiosamente y, a juzgar por lo acumulado en la terraza, así debía de haber estado ocurriendo durante la noche. Así que nos lo tomamos con calma. Yo me puse la capa y decidimos optar de nuevo por el tren desde Wengen para ascender hasta Kleine Scheidegg, terreno ya conocido. Esquiamos bajo el Eiger y pudimos aprovechar algunos trechos de fuera de pista con nieve bastante o muy profunda. Su calidad variaba de unas orientaciones a otras. La visibilidad era regular y la acumulación exigía elegir palas de mucha pendiente, pero conseguimos algunas bajadas muy placenteras. Entre ellas, una pista de slalom dispuesta para el público general que, al estar separada, surgió completamente virgen y segura a nuestra disposición. Recuerdo también otra buena pala justo bajo la cara norte del Eiger (puedo contarlo en futuras tertulias). Pasamos la mañana dirigiéndonos hacia Männlichen con los correspondientes descensos de pistas y ascensos de remontes. De vez en cuando pudimos dibujar algunas huellas, por lo general cortas pero buenas. Encontramos un telesquí en T en medio del bosque, con una larga pista muy agradable y donde la visibilidad, por el contraste del arbolado, era mucho mejor. También esquiamos a gusto partiendo de la parada intermedia del telecabina, de nuevo allí, con algunos tramos fuera de pista.

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Mis compañeros disfrutando del bosque cercano al arrastre. (Imagen propia).

 

Repetimos el gulasch en la misma cabaña que el día anterior y, al salir de allí, nos encontramos con el sol sonriéndonos. Aquello nos proporcionó poder disfrutar de excelentes huellas por los prados del paisaje de cabañas bajando hacia Grindelwald. Regresamos desde la Terminal mediante el Eiger Express (hacia la base del Eiger). Desde allí parte una pista negra que va por detrás de un resalte, utilizando una especie de vaguada algo escarpada, ya casi bajo el Jungfrau. Es un recorrido exigente y de aparente aislamiento con respecto a la civilización (cables y gente). Allí la nieve por fuera no estaba muy potable hasta que alcanzamos la mitad del recorrido, a partir de donde sí que pudimos disfrutarla de verdad. Tomamos una silla (Wixi) que nos sirvió para regresar al cordal (casi la única colocada en la vertiente oeste), y desde ella vimos una atractiva serie de huellas trazadas a la derecha (en el sentido de descenso) de la pista del Lauberhorn. Dos de nosotros nos decidimos a seguirlas, lo cual nos proporcionó una estupenda bajada de fuera de pista firmando eses. Llegados a un bosque, seguimos a una pareja (y algunas huellas) y acabamos metidos en él sin opción de retorno. Un poco de derrape controlado entre el estrecho hueco del arbolado y unos giros de control al final del mismo nos permitieron alcanzar la pista justo en el muro previo al túnel. Descendimos con sol hasta nuestro alojamiento, finalizando encantados y agradecidos a la nevada.

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Cabañas para el ganado en las inmediaciones de Grindelwald. (Imagen propia).

 

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Jirones de nubes en el valle de Grindelwald, desde nuestra cabaña del gulash. (Imagen propia).

 

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J acabando de salir de nuestra aventura forestal. (Imagen propia).



El día nos había hecho percatarnos de la mayoritaria afluencia de británicos en pistas, remontes y lugares de restauración. Hay incluso varios clubes de esquí británicos que operan por allí, uno en concreto, desde hace más de un siglo. Allí se reúnen, organizan sus propios cursillos, sus competiciones, etc. No es algo que deba sorprendernos ya que, desde un punto de vista histórico, con ellos se desencadenó el germen del esquí ¡alpino! Los británicos pasaban temporadas invernales en Suiza (y algo en Austria) en plan de balneario, especialmente tratando de paliar los efectos de la tuberculosis. Allí se les entretenía con excursiones caminando, descensos en trineo y otras actividades. Los primeros en iniciarlos en el esquí (sin remontes) fueron monitores noruegos, seguidos pronto por jóvenes locales que fueron aprendiendo. Más tarde llegó lo de fijar el talón al esquí para descender mejor, así como empezar a diseñar modos mecánicos de ascender (al principio todo era en versión travesía). Desde entonces hasta ahora, el deporte del esquí experimentó un desarrollo espectacular, y la presencia británica no sólo no estuvo ajena a él, sino que creció paralelamente. Y claro, teniendo en cuenta que en sus islas lo de la nieve está limitado hasta lo raquítico. Son una masa practicante con firme vocación hacia los Alpes.

Por la tarde paseamos por Wengen. Es un pueblo muy tranquilo, agradable y pequeño. Se recorre enseguida, especialmente su zona comercial y de bares. Británicos aparte en sus alojamientos, no parece un destino aconsejable para quienes busquen mucha juerga, jolgorio, largas veladas de copas y música, etc. Hay una librería muy coqueta exteriormente, pero francamente pobre en oferta interior. También varios hoteles de aspecto señorial. Una pista de patinaje sobre hielo al aire libre, y una casita que se exhibe como showroom de esquís y trineos Mach. Los trineos son preciosos, con un aire mixto entre modernos y tradicionales. Los esquís se ofertan como suizos y hechos a mano, aunque realmente se fabrican en el norte de Italia. Por allí se veían bastantes, y una tienda los tenía a la venta y como centro de test. Salvo un modelo de travesía y otro junior, los demás (sin fijaciones) rondan o pasan de los 1300 francos suizos.

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Coqueta "show room" de Mach. (Imagen propia).

 

Tantas veces mencionado el cordal, toca ahora hablar del frente montañoso sobre el que se apoya perpendicularmente. Es una porción colosal de cordillera alpina que abriga la Jungfrau Ski Region por el sur. De este a oeste la componen varias cumbres entre las que destacan: Wetterhorn (3692m), Scheckhorn (4078m), Eiger (3970m), Mönch (4107m), Jungfrau (4158m), Silberhorn (3695m), Breithorn (3780m) y Tschingelhorn (3557m). De todos ellos, el trío central se ha convertido en una referencia turística mundial, especialmente el Eiger y el Jungfrau. El primero es famoso por su historial montañero, plagado de dificultades, intentonas, conquistas y tragedias. Está considerada como una de las montañas más difíciles del mundo y, especialmente en invierno, altamente peligrosa por su cara norte, presentando fundamentalmente roca desnuda, con tramos mixtos de hielo y enormes bloques de glaciar asomando en forma de repisas. Su aspecto es imponente y amenazador. Con el Eiger como escenario se han rodado varias películas, la que más recuerdo es Eiger Sanction (Licencia para matar), estrenada en 1975, dirigida y protagonizada por Clint Eastwood.

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Infografía sobre foto de la cara norte del Eiger en verano, incluida un artículo firmado por César Pérez de Tudela. (Imagen: Mundo Blanco, Nº 4, enero 1983).

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El Eiger desde las pistas. (Imagen propia).

 

El Jungfrau es más alto y presenta más nieve y, sobre todo, desparrame glaciar colgándose por el norte, y uno de los glaciares más grandes, viejos y espectaculares de Europa por su vertiente contraria. Es muy famoso porque a 3454m de altitud, en pleno collado entre su cumbre y el Mönch, se encuentra el Jungfraujoch, una estación de tren cremallera con restaurante, centro de visitantes, etc. Se visita en cualquier época del año. Se accede mediante un tren cremallera que parte de la estación de Kleine Scheidegg y circula al aire libre hasta el apeadero de Eigergletscher, que es la terminal de llegada del telecabina Eiger Express. Desde allí, el tren progresa por un túnel excavado por dentro del Eiger hasta llegar a su destino. Ojo, el forfait no es válido para esta excursión montañera y ferroviaria.

Conocí todo este territorio el verano de 1990. Estaba recorriendo gran parte de Europa en moto en pareja, y en Zürich contratamos una excursión de autobús que nos llevó hasta Lauterbrunnen, para, desde allí, continuar mediante trenes cremallera por Wengen, Kleine S. y Jungfraujoch, con regreso hasta Grindelwald en tren y vuelta a Zürich en autobús. Mereció la pena. Entonces, el tren del Jungfraujoch hacía una paradita en una estación intermedia dentro del Eiger, y te dejaban asomarte a una especie de ventana excavada en la pared. Desde ella se han realizado algunos rescates (aparece en la película). Arriba, en la estación, había algunas galerías excavadas en el hielo azul del glaciar. Después, una vez en el exterior, las vistas son espectaculares.

Antes de proseguir, me resulta imprescindible dedicarle unas líneas al descenso del Lauberhorn. Como ya lo he descrito, quiero resaltar que es, junto con el Streiff (Hahnenkhamm de Kitzbühel), uno de los dos descensos más prestigiosos del mundo. Quien en ellos vence, no sólo gana un descenso del Copa del Mundo, sino que atesora un mito, una prueba singular, un algo más ¡mucho más! Actualmente los suizos están de enhorabuena porque su ídolo Marco Odermatt lo ha logrado en las dos últimas ediciones. Y en Suiza, el descenso es deporte nacional. En total lleva tres, las mismas que Franz Klammer y los suizos Graf y Feuz. Para grandes mitos del descenso no ha resultado fácil acumular triunfos allí: JC Killy y Herman Maier uno, Bode Miller y A. Aaamodt Kilde dos (hay algunos corredores más con dos victorias). Personalmente, rompo una lanza ante el considero uno de los grandes (por completo) de la historia del esquí alpino, Marc Giradelli, capaz de obtener victorias en todas las disciplinas durante una longeva carrera y con dos triunfos en el Lauberhorn. Pero, por encima de ellos, están el austríaco Karl Schranz con cuatro triunfos en los sesenta, y el indiscutible Toni Sailer con igual número de victorias. Luego entonces ¿son ellos los reyes del descenso de Wengen? Pues no, el rey es un esquiador local de Wengen. Nada menos que Karl Molitor, con seis ediciones ganadas (en los años cuarenta) con una carrera deportiva parcialmente ligada a los esquís Attenhofer (ver artículo) y sobre el que dentro de un rato volveré a hablar.

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"Imagen de archivo" del famoso salto de Wengen. Edición de 1982, creo que es precisamente el ganador, el austríaco Harti Weirather. (Imagen: Mundo Blanco Nº 4, enero 1983).

 

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Marco Odermatt a punto de recepcionar el mismo salto. (Imagen: de keystone para watson.ch).


Mürren.

Un día más. El sol cumplió con la previsión y nos saludó desde el amanecer. Rumbo a Mürren para aprovechar la visibilidad para conocerlo bien. La mañana comenzó dejándonos una impresión de coordinación, competencia y eficacia suizas envidiable. Tomamos el tren cremallera desde Wengen en descenso hasta Lauterbrunnen. Aquella es una localidad sombría, posada en el lecho de un valle estrecho, a las afueras de una garganta. Hacia el sur, valle arriba, el lecho se ensancha y permanece llano, pero ya en forma de casas separadas, prados y granjas. Lo que es en el núcleo urbano, cerca de la estación, Lauterbrunnen presenta un amplio precipicio de roca desnuda y lisa, coronado por abetos, dominando las viviendas desde su imponente elevación. Desde el andén, perfectamente indicado, un pasillo nos encaminó hasta el teleférico que asciende a Grütschalp. Nada de esperas, el horario de los trenes está perfectamente coordinado con las salidas del teleférico. Una vez arriba, lo mismo, acceso directo al andén de otro tren, e inmediata salida hacia Mürren.

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Bajando en tren desde Wengen, vista de Lauterbrunnen y su paredón. (Imagen propia).

 

Nosotros nos bajamos en una parada previa: Winteregg. Allí ya hay una primera silla con la base pegada al andén. Ascendiendo vimos que parte de sus pistas de bajada estaban ocupadas por un gigante montado a nivel muy serio. Con sus mallas de protección completas, las líneas azules, portón de salida, arco y espacio de meta. Allí se tiraron compitiendo todo el día muchos corredores de todas las categorías y edades. Nosotros nos equivocamos arriba y bajamos al mismo lugar por una entretenida pista de lo más variada en trazado, cambios de pendiente y rasante, etc. Del espacio Jungfrau conocimos, al menos, dos versiones de plano de pistas. El más cómodo de llevar al esquiar es más pequeño y, en el caso de Mürren, algo complicado de interpretar. En todo caso, acertamos al bajar esquiando hacia el pueblo y nos encontramos una maravilla de bajada entre cabañas y casitas, por prados ondulados con una nieve virgen fantástica sobre la que trazar algunas huellas. Mediante un camino posterior llegamos a la base del teleférico Schilthornbahn, que es el remonte principal de la estación y alcanza una terminal en Birg a 2676m. Allí estaban en obras porque el teleférico lo están renovando completamente, así como la terminal y otro que desde allí alcanza el mítico Schilthorn (2970m). A causa de las obras, el primer teleférico únicamente funcionaba con una de sus dos cabinas, algo que no nos afectó porque había muy poca gente. Lo malo es que el que va hacia el Schilthorn no estaba operativo en absoluto, su reapertura está prevista para marzo (2025).

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Inmejorable descenso hacia Mürren. (Imagen propia).

 

El Schilthorn tiene cierta fama por un par de motivos. Uno es el atípico y brutal descenso (fuera del circuito convencional) denominado Inferno Mürren, que se celebra desde 1928, y consiste en bajar desde Schilthorn hasta Lauterbrunnen (800m) salvando 2170 metros de desnivel mediante 14,9 km de recorrido. Los esquiadores de nivel medio-alto que participan tardan unos veinte minutos, mientras que los récords vigentes son: 13’ 20” en hombres y 14’ 34” en mujeres. Entiendo que es una carrera open, de ese tipo de pruebas míticas que van generando su leyenda apoyándose en su singularidad, longevidad y tradición. Sin haber profundizado demasiado en el asunto, me ha parecido ver que, en función de las condiciones de nieve, algunos años se ve reducido el trazado. También imagino que los tramos finales, desde Winteregg en adelante, deben prepararse con nieve trasladada exprofeso.

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Posando en el Birg, con el Schilthorn al fondo. (Imagen propia).

 

El otro atributo que ha hecho famoso al Schilthorn es el Piz Gloria, un restaurante giratorio de forma cilíndrica ancha y baja. Se construyó en 1969 e incorpora paneles de aluminio como revestimiento, madera y grandes cristales para proporcionar vistas a los clientes. El establecimiento aparte de su espectacularidad intrínseca por diseño y localización, es famoso gracias a James Bond.

«Los productores de la película de James Bond “Al servicio secreto de su Majestad” quedaron impresionados a finales de los años 1960 por el futurista restaurante giratorio, que todavía estaba a medio construir, y contribuyeron financieramente para terminarlo, a cambio de su uso exclusivo para la película, estrenada en 1969, donde el edificio tiene un papel relevante. Tras el éxito del filme, el restaurante retuvo el nombre de Piz Gloria de la película y actualmente reconoce que su fama comercial le viene dada por este motivo. La planta baja alberga una exposición de James Bond con objetos y videos de la película». (Wikipedia).

Gran parte de la película se desarrolla en aquella zona. Además del Piz Gloria, que ejerce de lugar clave en la trama, aparece el Birg con su estación superior del teleférico, Lauterbrunnen, un tren cremallera y el paredón rocoso que domina la localidad. También los paisajes montañosos circundantes y diferentes laderas esquiables.

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El Piz Gloria. (Imagen: es.schilthorn.swiss).

 

Lamentablemente, eso (la visita al Piz Gloria) nos lo perdimos, lo mismo que su pendiente pista negra (48%). Sin embargo, sí que pudimos dar buena cuenta de las negras del Birg, por dentro y fuera de pista, tomando varias veces las tres sillas que se reúnen en aquella zona. Aquella es un área de gran calidad para un esquí fuerte, con opciones de fuera de pista muy a la vista y amplitud de laderas de gran pendiente. Además, los paisajes alpinos que se divisan son maravillosos.

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Esta imagen puede ayudar a hacerse una idea de las pendientes, espacios y desnivel disponibles por la zona Birg y Schilthorn. (Imagen propia).

 

Descendiendo de nuevo hasta el pueblo de Mürren para cambiar de área, nos topamos con una larga vaguada con nieve virgen y muy buena pinta (más arriba la encontramos más apelmazada, mientras que, a veces, la inversión térmica de las zonas más umbrías la mantenía mejor). Fue un acierto, firme unas huellas muy agradables que a punto estuvieron de ser filmadas, pero un error de disparo abortó la secuencia. En todo caso, es raro que filmemos nada porque viajamos dando prioridad al esquí, tomándonos la molestia de grabar en muy contadas ocasiones.

El descenso continúo con tramos variados de pistas, bosque y caminos, hasta alcanzar el centro del pueblo. Hay allí un funicular que sirve para ganar altura y evitar tener que caminar hasta la base del teleférico que habíamos cogido anteriormente. Para la gente que se lía un poco con la nomenclatura de los diferentes tipos de remontes, diré que un funicular es una especie de trenecillo de un vagón, consistente en varios espacios escalonados, porque está colocado sobre unos raíles tan pendientes que, si estuviera posado sin más, la gente se caería dentro dada su inclinación. La propulsión no la ejerce en tren, sino que se mueve por tracción de cable situado a la altura de los ejes de las ruedas. Estos sistemas, poco habituales hoy en día, fueron de lo más frecuente durante las primeras décadas del siglo XX, cuando empezaron a instalarse medios mecánicos para poder subir esquiadores pendiente arriba.

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Primeras casas de Mürren. (Imagen propia).

 

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Hermosísimo pueblo. (Imagen propia).

 

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Vista de huellas y casitas desde el funicular. (Imagen propia).



Por encima de su estación superior esquiamos algo en los diferentes remontes y pistas que componen el extremo de Mürren que nos quedaba por conocer. Pistas de varios tipos, con perspectivas muy despejadas, y fáciles en general. Allí dimos con una terraza al sol, a sotavento de una gran cabaña, con pieles sobre las que sentarse en las sillas o bancos, y con unas vistas magníficas hacia el corazón de la salvaje porción de los Alpes que hay al sur y suroeste de los tres colosos. Esta vez tomamos una deliciosa sopa con florecillas flotando en su superficie, acompañada de una salchicha, aunque uno optó por chile con carne. Desde allí volvimos al funicular descendiendo una emocionante pista-camino estrecha y rápida que serpenteaba entre bosque y calles, compitiendo en velocidad con otra de trineos cuyo trazado iba pegado (pero separado).

De nuevo en lo alto del funicular, iniciamos el regreso hacia Winteregg mediante una sucesión inversa de ascensos y descensos. La última pista que bajamos (la primera que habíamos esquiado en Mürren) se nos antojó como un realista videojuego de esquí interactivo, porque la competición seguía ocupando el trazado principal, dejando variantes que se entrelazaban entre sí para el resto de los usuarios. La bajada, que ya de por sí presenta cambios de rasante y curvas ciegos, veía incrementada su complejidad con otro gigante de acceso público a un lado y un snowpark al otro. Este último se cruzaba con la pista en algunos puntos, así que había que estar muy atento a todo: puntos ciegos, obstáculos repentinos, gente, corredores que bajaban escopetados paralelamente a la prueba para calentar o seguir de cerca a sus compañeros compitiendo, etc. Todo ello aderezado con tramos muy estrechos y zonas de nieve dura. Emoción a raudales.

La combinación de regreso a Wengen resultó tan eficaz como la de ida: impecable coordinación de horarios y conexiones, empalmando tren, teleférico y tren cremallera. Aquella tarde nos dimos prisa en ducharnos con idea de visitar Interlaken. Resulta que el tren convencional también está incluido en el forfait, y que sus horarios en Lauterbrunnen también coinciden con los de los cremalleras. Así que, una vez cambiados de ropa y calzado, volvimos a la estación de Wengen y descendimos hasta Lauterbrunnen. Allí no hubo más que cambiar de tren en el mismo andén, y esperar unos escasos minutos de cortesía viajera.

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Estación de Lauterbrunnen de regreso a Wengen. Se ven bien su precipicio y un vagón (aún quedan algunos) de los que se utilizaban cuando visité la comarca en el siglo pasado. (Imagen propia).

 

Hacía rato que había oscurecido cuando llegamos a Interlaken, pero había ambiente en sus calles más turísticas (en el casco antiguo y el resto de la ciudad no). Ambiente asiático. Personalmente no sé distinguir las nacionalidades de las personas con rasgos del más lejano oriente, pero según la experiencia que, por motivos profesionales, tiene uno de mis amigos, pensaba que la mayoría eran chinos. Muchos, muchísimos, casi la práctica totalidad de la gente con la que nos cruzábamos. Desde la estación de ferrocarril, en nuestro paseo hacia el centro, primero pasamos por una vistosa zona de lujosos hoteles. Eran edificios antiguos, de estilos tradicionales, pero todos ellos rehabilitados y puestos al día con esmero y apariencia de lujo. Más adelante caminamos por una zona comercial plagada de tiendas. Algunas instaladas en antiguas casas bien restauradas, otras integradas en un gran centro comercial moderno de planta baja. Todas exhibiendo en sus escaparates relojes y otros artículos del lujo más explícito. Dentro, orientales comprando, atendidos por dependientas (mucha más proporción de mujeres que de hombres) igualmente asiáticas. Se ve que aquella no era una presencia mayoritaria casual, sino que debe ser un fenómeno consolidado que justifica la contratación de personal que atienda mejor a las hordas de compradores estimuladas ante la adquisición de estándares y símbolos del más obsceno lujo occidental (uno, junto con el turismo histórico y algunos atributos culturales más, de los pocos productos o servicios con los que la vieja Europa sigue manteniendo cierta pujanza económica).

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Este hotel presume de haber alojado a Lord Byron y al compositor Felix Menddelshsohn. (Imagen propia).

 

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Lujo a la venta en Interlaken. (Imagen propia).


El casco antiguo de Interlaken tiene una isla fluvial completamente urbanizada que se comunica con las dos riberas del río mediante puentes. Caminamos hasta una plaza desierta con un torreón medieval y volvimos sobre nuestros pasos para meternos en un garito de claro ambiente local alejado del lujo. Pibón maduro tras la barra y parroquianos robustos y tatuados consumiendo. Estuvimos un rato a gusto tomando una cerveza, antes de desandar todo el recorrido para volver a la estación, a los trenes y a nuestro alojamiento, sin esperas. Para cenar: garbanzos con chorizo.

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Plaza del caso antiguo de Interlaken. (Imagen propia).

 

Grindelwald.

Un nuevo día, en esta ocasión nublado. Afortunadamente continuamos sin absolutamente nada de viento. En cuanto a la visibilidad, buena, a excepción de algún tramo corto en lo que se refiere a la apreciación del relieve. De todas formas, a partir de mitad de la jornada volvió a brillar el sol. Continuaba nuestra buena suerte.

Aunque Grindelwald tiene acceso directo al dominio esquiable compartido con Wengen, tiene otra estación en la vertiente opuesta del valle en el que está localizada. Para llegar allí salimos esquiando por la parte de atrás de nuestro edificio, y bajamos a la base del teleférico que desde Wengem alcanza el Männlichen. Desde allí, larguísimo descenso (ya conocido) con negra y roja hasta la Terminal. Allí nos subimos a un autobús (siempre con las botas de esquiar puestas) que atraviesa todo Grindelwald. La localidad es más grande y mucho más concurrida que Wengen o Mürren, de hecho, a ella sí que llegan los coches, mientras que a las otras dos no. Había jaleo por las calles, alquileres de trineos en pleno funcionamiento, tiendas con movimiento, terrazas con gente, etc. Todo más cercano en atmósfera a lo que suele ser cualquier estación de esquí. Nos bajamos en la parada de la base del telecabina Grindelwald-First. Es muy largo y consta de dos paradas intermedias. Corona a 2168m, en un punto del que salen varias tirolinas, pistas de trineo y de más atracciones turísticas más allá del esquí. Nosotros optamos por descender una pista negra ¡vacía! hasta la primera parada intermedia del telecabina. ¡Magnífica! Es una negra de gran pendiente que estaba en perfecto estado de pisado, y cuyos muros o palas únicamente se interrumpen de vez en cuando para trazar una ese en forma de camino que permite salvar algún accidente orográfico. Es una pista exigente y muy divertida. Nos encantó y repetimos.

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El teleférico que parte del centro de Wengen. (Imagen propia).

 

Después fuimos recorriendo lo esquiable en abanico hacia la derecha. La mayor parte telesillas con pistas rojas y azules dotadas de muchas ondulaciones. Por lo general, había presencia de esquiadores familiares, bastante gente mayor y muchos niños y cursillos. Todo ello dentro de muy poca cantidad de gente. El entorno es abierto, salvo la negra inicial, sin arbolado ni muchas rocas, como una gran cuenca acogedora, suave y completamente blanca, rematada en algunos bordes superiores por brechas rocosas que emergen del abundante manto nival. Y a la derecha de la cuenca, espectacular paisaje alpino con hielos glaciares colgantes, y cumbres enormes pertenecientes al lado oriental de la cadena del Jungfrau. La primera silla que tomamos (varias veces) corona a 2500m (techo de esta área), tiene una pista de ski-cross trazada como opción de bajada. Está perfectamente marcada con líneas azules en bordes y cambios de rasante, y tiene una cuádruple estructura de salida y alguna puerta de marcaje. Se veía claramente que estaba pensada para la enseñanza porque su cuidado trazado exigía que únicamente se hicieran los virajes amplios del mismo (de lo contrario se corría el riesgo de remar), pero provocaba saltos moderados en algunos cambios de rasante, gracias a la posibilidad de bajar relativamente rápido. Había algunos niños sueltos y algunos cursillos. Descenderlo a solas permite aprender a conducir, trazar y deslizar con finura. En grupo, espolea la motivación, la competitividad y la aplicación de maniobras repentinas. Vimos a varios monitores utilizando tan sugerente recurso didáctico. Lo mismo que, otro día, en otro lugar, vi a un monitor haciendo que su grupo de chavales bajaran ejecutando virajes con uno de los esquís en los brazos, para obligarles a cantear de interior y exterior. En mi opinión ¡buen trabajo! Por cierto, los niños más pequeños de los cursillos llevaban una etiqueta en el pecho con su nombre y el idioma en el que hablaban. Otros grupos de pequeños llevan además enrollada una cinta fosforescente en una pierna, cada grupo de un color, el mismo que su monitor.

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Chavalines en acción en la pista de ski-cross. (Imagen propia).

 

Tiempo después, continuando con nuestro abanico explorador, llegamos a una silla que avanzaba hacia una especie de circo o cuenca algo más aislada. La descendimos por una ondulada roja primero, y después por una larga azul que desaparecía a lo largo de una hermosa vaguada escondida por detrás de una cumbre cercana. Aquello nos trasladó al lado opuesto y final del dominio, donde había un par de telesquíes en T. En ese tipo de remontes, de vez en cuando, aparece gente cuyo aprendizaje ha sido tan contemporáneo que algunos no saben coger perchas individuales y, más difícil todavía, dobles. Es fruto de la reciente superabundacia de sillas de alta sofisticación que han facilitado enormemente la accesibilidad a los esquiadores, algunos de los cuales jamás han tomado una percha. Lo comento, única y exclusivamente, a modo anecdótico. Son detalles que tienen que ver con que haya gente que, pese a esquiar con cierta solvencia no sepa hacer cuñas eficaces en determinados momentos y situaciones puntuales que las exigen, o vueltas María, cuando son necesarias.

Para salir de aquel dominio esquiable de Gridelwald este hay dos opciones de excursiones rojas. Son pistas, pero las he calificado así porque no se dirigen a ningún remonte, sino a una carretera, por lo que no tienen retorno. Nosotros optamos por la más larga y alejada. Es una preciosidad. Al principio entran dudas de haber acertado porque, tras un par de schuses, hay dos remadas y remontadas inevitables. A cambio, uno se ve trasladado a un paraje aislado, salvaje, ajeno completamente en visión y sonido al resto de la estación. Naturaleza plena bajo la sublime mirada de un cuatromil, con sus paredones de roca y sus moles de hielo azul amenazando con desprenderse ladera abajo. Tras los dos breves pateos, la excursión es larguísima, muy cambiante y entretenida. Ofrece con generosidad paisaje, longitud, belleza y soledad. A partir de cierto momento surgen tímidamente algunos árboles, luego más, y más adelante, un bucólico salpicón de esporádicas cabañas rústicas y coquetas. El recorrido nos dejó encantados, literalmente, como en un cuento, y en la última parada del autobús, el cual, por cierto, allí estaba esperando. Nos trasladó de regreso a través de una preciosa zona rural con muchas casas de arquitectura tradicional típica. Sin duda, las más bonitas de todo el viaje, veredicto que no es fácil de establecer por aquella comarca. Nos bajamos del autobús en la Terminal y tomamos el teleférico Eiger Express. Como se nos había pasado el tiempo, nos tomamos allí (en su cafetería moderna algo impersonal) una especie de pizza fina (o amplia tortita salada) con cebolla. Tentempié que agradecí gustosamente.

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F disfrutando de nuestra "excursión". (Imagen propia).

 

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Largo y fantástico descenso alejado del mundo. (Imagen propia).

 

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Detalle bucólico del itinerario. (Imagen propia).



Fuimos cerrando el día con un descenso de la larga negra cercana al Jungfrau, una ascensión al Lauberhorn y un descenso completo de su pista antes de regresar a casa con la silla corta y la pista azul final. A aquellas alturas, el muro final del descenso ya se nos mostró claramente helado, un aviso.

Aquella tarde salimos de compras. Nada serio ni mucho gasto, algunos detalles que nos interesaban. En todo caso, aquel periplo consumista nos brindó una oportunidad de ahondar un poco más en la historia de Wengen, y ello nos devuelve, de nuevo, a la figura de Karl Molitor. Aquel gran campeón fundó un negocio de material de esquí en la calle principal del pueblo. Aunque él ya falleció hace años, el lugar pervive, con otros dueños, en el mismo sitio, con similar aspecto exterior y bajo el mismo nombre: Molitor. Entramos a fisgarlo y le pregunté a una amable dependienta sobre el origen del comercio y su nombre. La mujer me confirmó lo que acabo de explicar y me dijo que todo el material antiguo que había por allí decorando rincones había sido utilizado o fabricado por Molitor. El hombre hacía botas de esquiar, había una buena colección de ellas de diferentes épocas. Así como, en el escaparate, una enorme, sólida y antigua máquina de coser suelas al cuero de las botas. También vi esquís del campeón y, para colmo, la dependienta me sacó un ejemplar de un libro que Molitor había publicado. Estaba lleno de fotos y firmado, y pude pasar un rato disfrutándolo antes de despedirme agradecido.

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El establecimiento Molitor. (Imagen propia).

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Surtido de botas Molitor. (Imagen propia).

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El propio Karl Molitor probando calzado a una damisela. (Imagen del libro de K. Molitor).

 

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Portada del libro de K. Molitor.

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Par de esquís y botas del propio K. Molitor. (Imagen propia).


Finalizando la estancia en Wengen.

Nuestro quinto día amaneció completamente nublado y, al poco rato, se puso a nevar. Así pues, nos pusimos en marcha con calma, aunque al final resultó que casi estábamos listos a la hora habitual. Partimos en el tren cremallera hacia Kleine Scheidegg. En el tren compartimos espacio con varios grupos de cursillo de niños de unos cuatro o cinco años. Iniciamos la esquiada con una roja a modo de tanteo. En su parte final había una pala algo apartada que estaba fabulosa.

Aquel día asumí la función de lazarillo para mis compañeros. Se me da bien percibir la superficie y orientarme en condiciones de baja visibilidad, y a uno de mis compañeros le viene bien este apoyo cuando el tiempo se cierra mucho, así que nos pusimos en modo de esquí lento y de control. Hubo ratos en los que se veía perfectamente el relieve, pero otros muchos no. Acumulamos el paso por varios remontes y diversos descensos hasta que nos propusimos localizar una larga percha de la que habíamos disfrutado días atrás. Sin embargo, nos la saltamos sin querer, acabando en una pista de bosque con bastante remada. Afortunadamente, más adelante derivó en una larguísima y divertida pista roja que conectó con los dos últimos schuses que finalizan en Grindelwald. De los tres modos de descender hacía allí desde la parte de Wengen, este nos pareció el mejor, así que tomamos nota de ello. Ya en la Terminal, nos subimos al telecabina hacia el Männlichen.

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Hacia Grindelwald, vigilados por el Eiger. (Imagen propia).

En las cotas altas se había cerrado mucho el día (esto era algo que cambiaba bastante de unos momentos a otros). Gracias a una azul con bastante media ladera, y a un par de sillas, regresamos a la zona más cercana al Eiger, la cota a la que llega el telecabina Eiger Express. Desde allí, repetimos la bajada inicial del día en busca de aquella pala que tanto nos había agradado, y la encontramos en idénticas condiciones. Después, tomamos la larga pista de descenso azul que lleva hasta Grindelwald. Aunque tiene un tramo con una remada moderada y bastantes metros de mero deslizamiento recto, luego resulta divertida por la necesidad de trazar de modo fino y sin derrapes para mantener toda la velocidad posible. Más tarde desemboca en una pista normal que surca un entorno rural de prados y cabañas y, además, y este era el objetivo, pasa por el apeadero de Brandegg, junto al cual hay un gran restaurante de montaña en el que encontramos mesa para picar algo. Un plato de falsas rosquillas con acompañamiento de crema y natillas. Las rosquillas, en realidad, eran tarta de manzana rebozada con tal forma.

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Ricas rosquillas de pastel de manzana. (Imagen propia).

Finalizado el ágape, continuamos por la azul hasta la base de la carretera, y evitamos la larga remada hasta la Terminal de Grindelwald parando en la estación (estación de Grund) para coger el cremallera que asciende desde esa vertiente hasta Kleine Scheidegg. El día se cerró un poco más y volvió a nevar con copos muy finos. De nuevo arriba, mediante una silla de enlace, nos plantamos en el Lauberhorn. Desde allí hay una opción de roja bastante entretenida hasta la base de una silla llamada Wixi, la cual disfrutamos un par de veces con una visibilidad menguante. Finalmente decidimos bajar a Wengen por una larga azul con poquísima visibilidad. Es el modo más fácil de regresar allí, aunque presenta un tramo corto en el que hay que remar un poco. Después, se vuelve más rápida y se disfruta esquiando sus curvas. La pista nos dejó en casa tras una buena jornada que acertamos a salvar de modo más que agradable. La tarde discurrió como casi siempre: tertulia con picoteo ligero, duchas y un paseo por un itinerario algo diferente por el pueblo, en concreto pasando junto a la pista de patinaje. En la calle principal hay otra tienda con historia. Central Ski fue fundada en 1909, y aunque ahora es una tienda moderna, conserva material antiguo como detalles decorativos en su interior y dedica un par de espacios de sus escaparates a asuntos históricos del esquí.

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Ya casi acabando nuestra quinta jornada. (Imagen propia).

 

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Escaparate de autohomenaje histórico en Ski Central. (Imagen propia).

 

Nuestra última jornada amaneció despejada (únicamente sopló una fuerte y breve ventisca a la una, y se nubló por la tarde cuando acabamos de esquiar). Era sábado, y yo tenía serias dudas de cuánta gente nos íbamos a encontrar en pistas y remontes. Empezamos bien tomando el teleférico a la primera. Nos dedicamos a repasar la zona esquiable de Wengen desde Männlichen hacia el Eiger. Mucha gente en las pistas, pero únicamente dos o tres colas de remontes algo nutridas, aunque ágiles. Básicamente, esquiamos por negras y rojas. El telesquí que ya he mencionado otras veces lo encontramos sin gente, así que lo repetimos. Y así, poco a poco, nos plantamos en la base del Eiger, para añadir un Lauberhorn completo bajo el sol (y es que, el resto de la zona esquiable se mantenía a la sombra). Por los muros más bajos la nieve estaba cada vez más dura. Casi abajo de todo, un cartel señala un estrecho camino de bosque por el que se accede a un telesquí anunciado como pista de baches. Lo tomamos un par de veces. Parte de su bajada la ocupan unos baches realizados con máquina. No tiene mucha pendiente y son de forma longilínea con bastante separación entre ellos. La probé encontrándomelos cubiertos con nieve profunda, provocándome una sensación singular pero agradable.

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Panorama de pistas desde una cabina del Eiger Express. (Imagen propia).

 

Si durante la semana, dentro de la poca gente que había habido, los británicos nos habían parecido mayoría, aquel sábado habían desaparecido, llenándose su hueco, y bastante más aforo, de suizos. Los esquís Stöckli (fabricante suizo) eran abrumadora mayoría, y el nivel técnico general de la gente (en todas las gamas de género y edad) era muy alto, como suelo decir, se notaba oficio a raudales, tanto en plan rápido como tranquilo.

Cerca de la pista de baches vimos un nutrido grupo de niños con uniforme de club local machacando un trazado de palos de especial. Más que aplicando mucha velocidad, quedaba claro que estaban automatizando el paso de los palos con el consiguiente golpeo con el brazo exterior a cada viraje.

En vez de bajar del todo a Wengen, tomamos el tren cremallera en el apeadero de Allmend, para, acto seguido, tomar la silla de enlace hasta Lauberhorn. Nuestra idea era despedir la semana con dos largos descensos consecutivos. Uno hacia Grindelwald y otro hasta el apartamento en Wengen. Fue algo bonito. En ambos casos nos encontramos con las zonas más bajas completamente heladas, con algunas palas que únicamente permitían negociarlas a base de giros con bastante rato de inevitable derrape. En especial, las dos más espectaculares de la pista de descenso: la del salto hacia la grada, y la del túnel.

Al llegar al apartamento ni entramos, abrimos la puerta, cogimos las fundas allí preparadas y bajamos esquiando a la estación, donde nos cambiamos de calzado y metimos todo el material en sus bolsas. Inmediatamente, tren hasta Lauterbrunnen y acceso al parking para dejar todo ello guardado en el coche. En pocos minutos estábamos de vuelta para ducharnos, picar algo y dejar medio recogido el equipaje y el apartamento. Nos despedimos de Wengen a la mañana siguiente, ya vestidos de paisano, con las maletas en el tren y tras haber salido a cenar el sábado un plato típico suizo: rösti. Elaborado en capas con lechos de cebolla, patatas, en nuestro caso vegetales (normalmente panceta) y queso de raclette.

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Rösti vegetal. (Imagen propia).

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Vista desde "nuestro salón". (Imagen propia).

 

Hasta este viaje, mis únicas experiencias de esquí suizas habían tenido lugar hacía varias décadas y en Les Portes du Soleil. Tenía muchas ganas de conocer algo de la Suiza esquiadora más profunda y tradicional. Fue un acierto total, por el esquí, por su atmósfera diferente y por el grato impacto que su diseño y gestión de transportes me ha dejado. He regresado con mucha (sana) envidia respecto a ese asunto. Entretanto, por aquí, mientras seguimos haciendo rodar miles de coches montañas arriba y abajo, se nos hincha el pecho hablando de movilidad sostenible, ocupados como estamos en constantes relatos y mínima planificación y ejecución de proyectos. Por otro lado, el nítido y fuertemente grabado recuerdo que mi viaje al Jungfrau en aquel lejano verano de 1991 dejó, se ha visto reforzado y ampliado con esta nueva visita en pleno invierno. El lugar es magnífico, especial y montañero a más no poder. Una aproximación a la cultura de las montañas, a un esquí auténtico y a un entorno incomparable.

Me despido con una recopilación de fotos de aquel verano de 1991.

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Grindelwald en el verano de 1991. (Imagen propia).

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Nuestro tren de entonces, a punto de ascender a Jungfraujoch. (Imagen propia).

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Aspecto del Jungfrau con sus grandes bloques de hielo perpetuo. (Imagen propia).

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El Eiger y el Mönch emergiendo de las verdes laderas. Esquí en invierno, pasto en verano. (Imagen propia).

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Abajo las praderas, encima los hielos más bajos del Jungfrau, en la esquina izquierda de abajo: la vía de tren encaminándose hacia la pared del Eiger. (Imagen propia).

 

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¡Esto es un glaciar de libro de texto! ejemplo perfecto en pleno verano. Es el glaciar del Jungfrau, por detrás, visto desde Jungfraujoch. (Imagen propia).

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Una vista más próxima del glaciar. (Imagen propia).

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Toneladas de hielos perpetuos en las cimas. Finales de un julio muy caluroso. (Imagen propia).

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Hielo y nieve en los alrededores de Jungfraujoch. (Imagen propia).

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Quien suscribe, en Jungfraujoch, muchos años antes. (Imagen propia).

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El espectáculo de las grietas. (Imagen propia).


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14 Comentarios Escribe tu comentario

  • UR
    UR
    #1
    Fecha comentario:
    07/03/2025 14:07
    #1
    Impresionante report.
    Felicitaciones
    Me podrias decir donde y como alquilasteis el aparatamento ?

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    • Gracias!
  • #2
    Fecha comentario:
    07/03/2025 16:08
    #2
    Muchas gracias.
    Lo del apartamento se lo acabo de consultar a F que fue quien lo contrató en esa ocasión. En cuanto me diga algo te paso la información.

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    • Gracias!
  • #3
    Fecha comentario:
    07/03/2025 16:37
    #3
    Muy bonito y detallado reportaje que también me trae muchos recuerdos de la zona, muchísimas gracias por compartir!

    Grindelwald, y la región en general, incluidos pueblos pioneros para el turismo de esquí como Mürren o Wengen, a pesar de ser muy turísticas, mantienen todavía una fuerte tradición montañera que permiten encontrar pequeñas joyas como la tienda de "Molitor" (Moli) de la que hacéis referencia, o los salones históricos del Hotel "Bellevue" junto a la parada del Kleine Scheidegg. Poder subir en tren a determinados sitios, atravesando pequeños diseminados con chalets y con la vista siempre presente del Eiger o los glaciares es muy especial y diferencia la región de otros destinos quizás más populares y más km de esquí.

    Por comentar alguna cosa adicional, la apertura que puede usarse como vía de escape en la cara norte del "Eiger" tiene el nombre en alemán de "Stollenloch", que en realidad es una palabra genérica, pero por su ubicación y relevancia mucha gente hoy día la asocia a la cara norte del Eiger y su historia.

    La sincronización de horarios del transporte público tiene explicación. Existe un plan nacional que armoniza y actualiza los horarios de manera periódica e integrada verticalmente para todo el país y diferentes sistemas de transporte públicos, de ahí la sensación de que no hay esperas y saber de manera adelantada el andén en el que parará el tren correspondiente o la sensación (real) de que el Postbus o barco está esperando a la salida del tren.

    Y por finalizar, más bien calificaría como una variante de la "raclette" tradicional que se hace en la chimenea a lo que se ve en la foto. El "rösti" es el plato nacional suizo (diría incluso que de origen bernés), y tan relevante que incluso da nombre simbólico a la frontera idiomática (y cultural) entre la Suiza alemana y francesa. En realidad viene a ser el equivalente suizo a la tortilla de patatas española, aunque en este caso sin huevo. De hecho, el "rösti" solo lleva patata rallada y podría definirse como una tortilla relativamente plana que se hace en la sartén hasta dejar ambas superficies doradas y crujientes. Por encima del mismo, dependiendo de la región, hay veces que se añaden otros ingredientes como bacon y huevo frito.

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    • Gracias!
  • #4
    Fecha comentario:
    07/03/2025 17:02
    #4
    #3 Muchas gracias por tus aportaciones complementarias. Viniendo, como parece que vienen, de un experto local, doy por aprobado el artículo ;) . A mi, desde luego, me encantó la experiencia allí, tras la cual considero aquel un estilo de esquí (incluidas las experiencias complementarias) diferente de lo demás.

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    • Gracias!
  • #5
    Fecha comentario:
    07/03/2025 18:25
    #5
    He estado un par de veces en la zona de Grindelwald pero nunca para esquiar. Superbonito todo y el Eiger impone mucho!!. Estoy deseando volver para recorrer y disfrutar esos paisajes con las tablas puestas. El año pasado estuve en Zermatt y Aletch Arena y me encantaron las dos estaciones. :)

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    • Gracias!
  • #6
    Fecha comentario:
    08/03/2025 11:00
    #6
    #5 Pues mira, la primera vez que estuve (las fotos antiguas son de entonces), fue en el 91. Nunca pensé que volvería por allí para esquiar y... toda una vida laboral y varios hijos crecidos después, allí me planté. Nunca se sabe lo que nos depara la vida. En Zermatt acabo de estar hace una semana. Ya publicaré algo al respecto.

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    • Gracias!
  • #7
    Fecha comentario:
    09/03/2025 02:25
    #7
    yo también estuve por allá por los 90 (con 5 añitos) y aún guardo gratos recuerdos de la belleza de esa zona. Me gustaría volver y este extenso report que he leído de pé a pá seguro que será buena guía, ojalá esquiar por allá algún día, gracias!!

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  • #8
    Fecha comentario:
    11/03/2025 11:08
    #8
    Reportaje de un nivel!!!! WOW

    Buenas fotos, sobre todo las últimas!!!!!

    gracias

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    • Gracias!
  • #9
    Fecha comentario:
    11/03/2025 14:16
    #9
    #8 Muchas gracias. Lo mejor es que me ha llegado mientras estoy haciendo "trabajo de campo" para otro ;)

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    • Gracias!
  • #10
    Fecha comentario:
    11/03/2025 14:16
    #10
    #8 Muchas gracias. Lo mejor es que me ha llegado mientras estoy haciendo "trabajo de campo" para otro ;)

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    • Gracias!
  • #11
    Fecha comentario:
    12/03/2025 10:56
    #11
    Felicidades por este magnífico reportaje y por haber vuelto a visitar la zona.
    Me trae grandísimos recuerdos de un viaje con amigos en el verano del 99: Chamonix, Jungfrau, para finalizar esquiando en Zermatt.
    24 años después llevé a mi familia a Chamonix y espero ansioso la visita, si puede ser invernal, a esta maravillosa región suiza.
    Como bien dices: "nunca se sabe..."

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  • #12
    Fecha comentario:
    12/03/2025 14:19
    #12
    #11 coincidencias, el verano que conocí el Jungfrau por primera vez fuimos regresando con parada en Chamonix. En cuanto a Zermatt: primer miércoles de abril, a las 19h, en Metiendo Cantos en Nevasoport ;)

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    • Gracias!
  • #13
    Fecha comentario:
    12/03/2025 15:08
    #13
    Gracias

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  • TMG
    TMG
    #14
    Fecha comentario:
    09/04/2025 01:15
    #14
    Pedazo de reportaje, me quito el sombrero :love:

    Ya tenia planes para visitar la zona la próxima temporada y después de leerlo me han entrado más ganas de ir.

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    • Gracias!

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