Luz: ascensos y descensos

Luz: ascensos y descensos
Gavarnie. Imagen propia.
Luz Saint Sauveur es un enclave privilegiado para el montañismo, el esquí y el ciclismo. En este artículo se tratan las dos últimas disciplinas deportivas a través de mi experiencia personal en el pasado.

«Luz es una encantadora ciudad vieja -cosa rara en los Pirineos,- deliciosamente situada en un profundo valle triangular. Tres grandes rayos de luz entran en ella por los tres huecos de las tres montañas». (Victor Hugo)[1]

Me he pasado la vida practicando muchos deportes. Remo, kayak, vela, hockey sobre patines, esgrima, equitación, baloncesto… son solo algunos ejemplos, pero ha habido bastantes más. No es algo de lo que presuma pues, como decía un antiguo amigo: quien pica en la universalidad, no logra efectividad, aunque él se refería a los ligues, no al deporte. Tan variada practica ha estado causada por tres razones preferentes (aunque habrá habido más): desempeños profesionales totalmente ligados al deporte; actitud inquieta ante la vida; y un interés deportivo enfocado hacia la diversión y no la competitividad. Pero, mirando hacia atrás (unas cuántas décadas) creo que no me equivoco al afirmar que los dos deportes a los que más tiempo y ganas he dedicado han sido, por este orden, el esquí y el ciclismo. Y por eso, puesto a seleccionar un destino común para ambas modalidades, no me ha hecho falta estrujarme mucho la cabeza para optar por Luz. Luz Saint Sauveur y sus inmediaciones montañosas.

En Luz Saint Sauveur empieza el ascenso al Tourmalet por su vertiente oeste (por mucho que Perico Delgado se empeñe, año tras año, en hablar de las caras norte y sur del Tourmalet, el puerto lo que tiene son rutas asfaltadas trazadas por el este y el oeste). Y el Tourmalet implica algo de esquí e ¡incuestionablemente! mitología ciclista. Así pues, este artículo va dedicado a Luz y sus alrededores desde ambas perspectivas, la esquiadora y la ciclista. Y, en esta ocasión, desde una óptica muy personal, recordando mis numerosos viajes allí.

Creo que empecé a viajar a Luz en los años noventa. Primero con pretensiones esquiadoras y, años después, cada vez más, con intenciones ciclistas. Para esquiar lo elegía por múltiples razones. Entonces era más barato que España (creo que ahora también). Tardaba bastante menos en llegar (y por autovías y autopistas) desde mi casa. Y, en aquella época (ahora creo que igual no), me ofrecía mayor variedad y tamaño de dominios esquiables, y mucha menos gente. En fin, que, estudiando pros y contras, la opción estaba clara. Y fue repitiendo viajes allí como empecé a pensar que podía organizarme planes similares en verano para disfrutar de puertos míticos pirenaicos en bicicleta. Incluso alguna vez intercalé alguna otra escapada para la práctica del excursionismo montañero pedestre.

Voy a partir de considerar a Luz Saint-Sauveur como un epicentro geográfico ideal para la práctica de los dos deportes señalados. Así me lo parecía en aquellos años 90. Y aunque entonces no lo hacía, ahora mismo añadiría un complemento compatible con ambas prácticas: el termalismo, pues muchas de las estaciones de esquí, o sus localidades más cercanas, incorporan establecimientos termales. Para dar cuenta de mis andanzas por la comarca la voy a recorrer de poniente a levante, alternando o integrando el esquí y el ciclismo, aunque habrá muchas más fotos de bici que de esquí, pues durante todo el periodo que fui asiduo visitante a esa parte de los Pirineos, no sé por qué, pero el caso es que casi no hacía fotos esquiando.

Empiezo por Gourette, donde únicamente he esquiado una vez en mi vida. Resulta que cuatro amigos en un coche estábamos en plan de esquí-safari con inicio en Sallent. Pero el tiempo andaba revuelto y, tras una primera jornada sin poder practicar en Formigal, estudiando los pronósticos, nos fuimos hasta Gourette, pensando que sus pistas con bosque podrían mejorar las condiciones de visibilidad y confort en caso de mal tiempo. ¡Acertamos! Estuvo nevando fuerte toda la jornada, no había prácticamente nadie en las pistas y el contraste del arbolado nos facilitaba las cosas al esquiar. Nos cayó un nevadón espectacular y estuvimos trazando huellas sobre nieve virgen durante tres o cuatro horas mientras caían tales trapos que no daba tiempo a firmar todo el espacio de nieve disponible. Una jornada algo húmeda y de limitada visibilidad, pero para recordar con agrado.

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Plano de pistas de Gourette. (Imagen: gourette.com).

Gourette es una estación pequeña. Su tamaño hace que no la considere como destino personal salvo que, como en aquella ocasión, me cuadre en viaje itinerante. Está situada en mitad de un puerto clave en la historia del Tour de Francia y, desde mi punto de vista, de los más bellos: el Aubisque. Al Aubisque se asciende por el oeste, pues el resto de los itinerarios posibles alcanzan su cumbre después de haber ascendido algún otro puerto, y de pedalear algo por entre las nubes, pero sin tener que bajar hasta los valles. Es un puerto duro, muy umbrío y oscuro en sus primeros kilómetros, algo que se agradece en verano, porque se encuentra tapizado de un tupido bosque. Tras duras rampas y cerradas curvas, se alcanza el núcleo urbano de Eaux-Bonnes, un enclave termal y hostelero de aspecto decadente, con sus antiguos edificios señoriales coronados por mansardas. Un estilo que, lo confieso, me encanta. El bosque sigue presente mientras continúa la ascensión con algunas curvas cerradas, pero avanzando por una ladera evidente hasta que se alcanza la base de la estación de esquí. Allí, el bosque sigue hacia las pistas, pero la carretera gira bruscamente para afrontar la misma ladera en sentido contrario. A lo lejos, si el día está despejado, podemos ver un edificio casi colgante sobre un precipicio. Da vértigo inverso, es decir… ¿hasta ahí tengo que seguir pedaleando ahora? Pues sí, y no únicamente, ya que, una vez alcanzado el destino aparente, viramos hacia la derecha para seguir ascendiendo, dibujando lazadas entre praderas de altura. Es donde el paisaje cambia y nos ofrece pastos de montaña desde los cuales surgen moles de alta montaña agresiva. Y así, entre el ganado, se alcanza un chalet en la cima del puerto que tiene funciones de bar, tienda y restaurante. En mi opinión, un puertazo con aspecto (y sensaciones) de coloso. Longitud: 17,5km; desnivel: 1180m; porcentajes: 4-11% (6,75% medio); altitud: 1710m. [2]

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Posando en el Aubisque con mi bicicleta retro en 2014.

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En uno de mis pasos por el Col del Aubisque me compré un maillot. Creo que más que merecido. Esta es la decoración de su pechera izquierda. (Imagen propia).

En el col he parado varias veces. Alguna de ellas incluso para comer en las mesas del establecimiento, otras con lo que llevaba encima. He atravesado la cima en sentido oeste-este en una ocasión y su descripción debería incluir el tramo siguiente que, tras tres o cuatro kilómetros de leve descenso, y otro poco de ascenso, nos permite coronar el Soulor. Y es que ambos puertos están vinculados por un tramo hermosísimo que apenas pierde altura. Pedalearlo aporta una incomparable sensación de estar haciendo ciclismo rápido a gran altitud, y con perspectivas vertiginosas por sus túneles, curvas y aéreo patio. Haber ascendido hasta allí, por cualquiera de sus accesos, habrá supuesto un esfuerzo enorme que, a lo largo de esta conexión, se siente que ha merecido la pena.

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Un detalle de lo que se ve al rodar entre los pasos del Aubisque y el Soulor. (Imagen propia).

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El tramo de conexión aludido visto desde el Aubisque. (Imagen propia).

La vez que ascendí al Aubisque por su vertiente occidental lo hice sobre una bicicleta retro de acero, y en compañía de un grupo de amigos que también llevaban bicicletas clásicas. Hizo muy bueno, disfrutamos a tope y no recuerdo haber sufrido demasiado porque estaba en buena forma. Desde allí seguimos hasta el Soulor, y luego regresamos deshaciendo toda la ruta en sentido inverso. Aquello fue en 2014. Casi dos décadas antes (1997), iba camino del Soulor por otra ruta mucho menos habitual. Había organizado una concentración de ciclismo en altura con algunos miembros del equipo de triatlón al que entrenaba, y con los que estuve rodando durante cuatro o cinco días de acumulación de puertos de gran calibre. Era la primera vez que organizaba un plan similar al de esquí, pero en versión ciclista: apartamento en Luz Saint Sauveur, cocinando nosotros y salidas diarias con las bicicletas desde allí, cada jornada en una dirección diferente. El día que pretendíamos ascender hasta el Soulor lo diseñamos dibujando un bucle menos habitual, pero que recientemente también se ha llegado a incorporar en alguna etapa del Tour. Consiste en ascender primero Spandelles por el este, para después descenderlo por el oeste y, desde el fondo del valle, acometer un ascenso poco frecuente del Soulor. Nosotros cumplimos con el primer ascenso, pero, al reagruparnos arriba, alguien pisó sin querer una rueda que no era suya y averió varios radios. Algunos tuvimos que bajar a buscar un coche, y la jornada quedó finiquitada anticipadamente. El ascenso tiene las siguientes características, longitud: 15,3km; desnivel: 913m; porcentajes: 0-12% (6% medio); altitud: 1378m. Todo ello mediante una carreterilla muy estrecha, preferentemente abrigada por bosque, con un trazado precioso y un firme con algo de grijillo suelto.

El ascenso directo y habitual al Soulor es por levante, partiendo de Argelès-Gazost, longitud: 20km; desnivel: 1009m; porcentajes: 0-10%; altitud: 1474m. Tiene dos partes claramente separadas por un tramo intermedio, prácticamente llano, de unos cinco kilómetros. Así que el descanso lo hace bastante más asequible que otros puertos de la comarca. Los primeros siete kilómetros son de porcentajes leves, se ascienden bien. El trazado sigue una dirección suroeste con pocas curvas y sin casi desviarse del rumbo. El paisaje allí es de ladera rural con praderías en cuesta, granjas y casas de montaña. Pasado el intermedio llano, la ruta vira hacia el oeste, se empina considerablemente y presenta siete kilómetros muy duros con muchas curvas y un aspecto mucho más agreste y montaraz. Lo he ascendido en dos ocasiones. Mi primer ascenso de esta vertiente lo hice en solitario. Empecé con un grupo de amigos italianos que se fueron quedando rezagados poco a poco. Era un día nublado y, pasado el descansillo, me envolvió una densa niebla que mojaba. Me encontré fuerte y ascendí bien, y me abrigué arriba para esperarlos. También llevaba otra bicicleta retro de mi colección particular. Aquellos italianos, lo mismo que los triatletas, volverán a aparecer por aquí. Otro amigo y yo estábamos rodando con ellos porque habían sido nuestros anfitriones en un par de viajes ciclistas por sus territorios. Aquella vez habían decidido hacer el Camino de Santiago (con apoyo) en bicicletas de corredor clásicas, y nosotros les hicimos de guías en un preludio pirenaico y hasta Pamplona. Fue en 2015. La siguiente, en otro viaje de acumulación de puertos, al año siguiente y rumbo al Aubisque y Portalet.

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Autorretrato en el Soulor (2016). (Imagen propia).

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Aubisque 2015, procedente del Soulor (con los italianos). Los ciclistas retro somos juguetones. Además de nuestras bicicletas, procuramos homenajear a mitos ciclistas del pasado mediante los maillots. Aquel día, por mi parte, le tocó al 7-Eleven. (Imagen propia).

Argelès-Gazost es una localidad en la que confluyen varias carreteras. Está en el valle y se llega a ella por el norte desde Lourdes. Si se continúa hacia el sur, se van encontrando diversas bifurcaciones que nos pueden llevar a distintas estaciones de esquí o puertos de montaña y, si las eludimos, hasta Luz Saint Sauveur.

Una de ellas, rumbo este, nos dirige hacia la estación de Hautacam. Es diminuta. Tanto, que nunca se me ha pasado por la cabeza visitarla para esquiar. Por el contrario, en el Tour, siempre implica final de etapa en alto y, normalmente, tras haber pasado antes por el Aubisque o el Tourmalet. Ascendí en el 97 con mis triatletas. Llegué el último, pero no demasiado tarde. La carretera es muy estrecha y está trazada alternando sectores más o menos alineados, con otros de muchas curvas, todo ello en una misma ladera con vistas bastante abiertas al valle. Hacia el final, durante los últimos kilómetros, da la espalda al valle y juega entre varios cambios de pendientes en lo alto de la montaña. Deja casas de montaña y pequeñas concentraciones de construcciones por el camino, en plan salteado, y en la zona alta recuerdo pastos. Es un puerto duro. Longitud: 17,5km; desnivel: 1210m; porcentajes: 0-11%; altitud: 1635m. Tiene un kilómetro intermedio algo más suave que el resto, así como el último, pero los demás no dan descanso. La denominación de Hautacam es la de la estación de esquí, tradicionalmente, al puerto se lo denomina Col de Tramassel.

Pero si, por el contrario, desde Argelès-Gazost tomamos rumbo sur, nos dirigiremos a Cauterets. Hay dos Cauterets, el pueblo bajo y la estación de esquí. El pueblo es relativamente grande y tiene un agradable ambiente mixto de termalismo, excursionismo de montaña y destino de esquí. Pero está relativamente bajo (920m), así que para acceder a la estación de esquí hay que ascender por una revirada y tortuosa carretera o bien tomar una telecabina. La única vez que estuve optamos por lo segundo (y creo que entonces era más bien un teleférico, pero no lo puedo asegurar), que es mucho más cómodo. No recuerdo demasiada cola, pero imagino que eso dependerá de las fechas. La estación es pequeña, pero se ha convertido en todo un clásico para los aficionados del Cantábrico porque su orientación norte y su configuración de cuenca muy protegida suelen proporcionarle bastante nieve desde muy pronto, lo cual la convierte en un destino frecuente para iniciar la temporada. Personalmente no me aporta gran cosa, por su tamaño y orografía, y menos aún porque la considero como un evidente destino compulsivo propio de todos aquellos aficionados empeñados en esquiar cuanto antes, aunque sea a costa de soportar auténticas muchedumbres. Quizás por eso, únicamente la he visitado en una ocasión (¿o han sido dos?), durante los noventa. Recuerdo un día soleado y con buena nieve tratada en pistas. También regresé un verano en plan de excursionismo andarín.

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Plano de pistas de Cauterets (Lys). (Imagen: cauterests.com).

Desde el punto de vista ciclista, Cauterets es frecuentemente visitado por el Tour de Francia como final de etapa, pues la carretera no tiene salida. Ocasionalmente acabando abajo, aunque, en alguna ocasión, ofreciendo mucha más emoción y dureza, tomando una ruta que asciende hasta el Pont d’Espagne. El puerto plantea los siguientes atributos, longitud: 24km; desnivel: 1065m; porcentajes: 0-12%; altitud: 1495m. Es largo y suave hasta el pueblo, remontando un río por un valle profundo, umbrío y algo estrecho a causa de lo empinadas de sus vertientes. Pasado el pueblo (y su tráfico), la carretera se inclina más y plantea varias series de horquillas muy cerradas. Es muy bella porque se lía con un curso de agua bastante abrupto y ofrece varias cascadas. Lo malo llega al final, con cuatro últimos kilómetros demoledores. Lo ascendí con los triatletas (con los que quedaban, porque uno ya se había bajado de la bici tras el anterior ascenso a Hautacam, el mismo día) y recuerdo haber sufrido una de las dos peores pájaras ciclistas de toda mi vida (la otra, que fue peor, la viví en los Alpes). Pero llegar llegué, destrozado y sin poner pie a tierra, pero a ritmo de caracol.

«El lago; las cuatro de la tarde -El charco de agua más verde, más gracioso, más bonito, más alegre, rodeado de rocas horribles, groseramente talladas, deformadas, arrasadas, terribles. Al fondo, las nieves del Vignemale, la más alta montaña francesa, forman una inmensa Y echada hacia oriente. Al final, una transparencia bajo la que se ven los granitos, pero que desaparece rápidamente. Las grandes sombras de la peña caen sobre la escarpadura occidental como árboles de almena». (Victor Hugo).

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Lac de Gaube. El aludido en la cita de Victor Hugo. Se accede a él mediante excursión de senderismo desde el Pont d'Espagne. (Imagen propia).

 

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Un rebeco (en léxico cántabro) por las inmediaciones del lago. (Imagen propia).

 

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Saltos y cascadas abundantes asciendo hasta y a partir del Pont d'Espagne. (Imagen propia).

Ya desde Luz Saint Sauveur, podemos elegir esquiar (o pedalear) entre un variado abanico de opciones. Vamos con ellas. Antes, comentar que Luz es una localidad de cierto tamaño, con algo de vida (no nocturna, y poca de tarde en invierno), comercio, tiendas, restaurantes y una coqueta y pequeña iglesia-fortaleza templaria en medio del caso urbano. También tiene un establecimiento termal de cierto empaque, y un vistoso puente inaugurado por Napoleón III, que se eleva sobre el río cuando este forma una garganta.

Luz Ardiden está casi encima de Luz, en dirección oeste. Allí he esquiado en varias ocasiones y siempre con muchísima suerte pues, además de hacerme bueno, he tenido la fortuna de pillar nieve profunda caída de vísperas varias veces. Ya sé que eso es cuestión aleatoria, pero el caso es que tengo muy buenos recuerdos de allí. No es una estación grande, pero, en los noventa, sus remontes eran más modernos que los de las estaciones más próximas a ella. No tiene nada arriba, apenas un edificio central con taquillas para forfaits y algunos servicios de día. Y es que podemos considerarla como la extensión, a pie de pista, de Luz Saint Sauveur.

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Plano de pistas de Luz Ardiden. (Imagen: luz.org).

En bicicleta he subido el puerto en dos ocasiones. La primera en 1997, con los triatletas y bici (entonces) moderna. Ascendí cómodo y a ritmo constante, no me tuvieron que esperar mucho arriba. Fue un día despejado y disfruté muchísimo. El puerto puede recordar un poco a Alpe d’Huez, una interminable sucesión de horquillas que van ascendiendo permanentemente a lo largo de una ladera bastante escarpada. Con muchos villorrios a lo largo de los primeros kilómetros, algo de arbolado en medio, y ya montaña descarnada al final. Longitud: 15,3km; desnivel: 1040m; porcentajes: 0-10%; altitud: 1720m. La vez siguiente, en 2016, ascendí con bicicleta retro con un par de amigos, y también tengo buenos recuerdos, aunque entonces, toda la subida y bajada se desarrollaron con una niebla muy cerrada y algo empapadora. El puerto no engaña, te deja calentar algo los primeros kilómetros, y luego se vuelve algo más exigente, pero entreteniéndote a base de curvas.

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Luz Ardiden en 2016. (Imagen propia).

Si en vez de hacia poniente, salimos de Luz en dirección sur, otra ramificación del valle, más cerrada por allí, nos va a trasladar hasta una nueva disyuntiva. Las dos opciones llevan a sendos circos maravillosos. El de Gavarnie (a la derecha) y el de Troumouse (a la izquierda). El primero mucho más conocido y populosamente visitado. El segundo prácticamente desierto. Únicamente encontraremos remontes en Gavarnie. Se trata de una estación engañosa porque es muy pequeña en cuanto a kilometraje de remontes y pistas, pero, por el contrario, ofrece una extensión generosa (proporcionalmente hablando) para esquiar fuera de pista (mucho ojo con los riesgos de aludes por allí). De hecho, de las veces que la he disfrutado, apenas tengo recuerdos de las pistas y sí, y buenos, de firmar huellas.

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Plano de pistas de Gavarnie. (Imagen: valleesdegavarnie.com).

En cuanto a la experiencia ciclista, ninguna de las dos ascensiones aporta mitomanía del Tour ¡ni falta que les hace! pues ambas atesoran entidad más que suficiente, y un valor paisajístico impresionante. Vamos con los datos de Gavarnie. Longitud: 32,7km; desnivel: 1570m; porcentajes: 0-10%; altitud: 2270m. Es decir… largo pero duro. Muy largo y suave hasta Gedre, a partir de donde se endurece bastante (algún momento mucho) los doce kilómetros restantes. La primera parte es común a ambos puertos. Lecho del valle cerrado, circulando junto al río entre paredones o laderas muy abruptas plagadas de grandes tuberías de aprovechamiento hidráulico, es donde podemos encontrar algo más de tráfico rodado. En Gavarnie pueblo se hace obligado parar para recorrer caminando su calle principal (ahora totalmente colonizada por la economía turística de día: tiendas de recuerdos y restaurantes), que en ocasiones parece una feria. El interés no está en la calle, sino en el paseo que, superado el núcleo urbano, nos acerca hasta el corazón del Circo de Gavarnie, que es todo un espectáculo pirenaico del que ya daba cuenta Víctor Hugo. Pero yo recomiendo parar a la bajada, y no en mitad del reto personal del ascenso. A partir de allí se suceden muchas curvas que aportan un trazado entretenido entre campas de alta montaña. Los silbidos no son para nosotros. No hay que perder la concentración ni el ritmo, es cosa de las marmotas, que veremos a montones a ambos lados de la carretera. Esta es estrecha y no para de ascender. Si se pretende completar la ascensión, será mejor dejarlo para el verano o el otoño porque hay primaveras en las que la nieve tarda mucho en irse de los últimos kilómetros. La panorámica arriba (tanto esquiando, como en bici) es espectacular porque estamos justo en el lado opuesto de Ordesa y Monte Perdido, con el Taillón, el Marboré, la Brecha de Roldán, etc. a la vista. Lo ascendí con los triatletas.

«Quizás hayáis visitado los Alpes o los Andes; tenéis desde hace unas semanas el pirineo bajo vuestra mirada; sea lo que fuere lo que hayáis podido ver, lo que divisáis no se parece a nada de lo que hayáis encontrado en otra parte. Hasta aquí, habéis visto montañas; habéis contemplado excrecencias de todas las formas, de todas las alturas; habéis explorado cimas verdes, laderas de gneis, de mármol o de pizarra, precipicios, cimas redondeadas o serradas, glaciares, bosques de abetos mezclados con nubes, picachos de granito, picachos de hielo; pero, lo repito, en ningún lugar habéis visto lo que ahora veis en el horizonte. […]. Es una montaña y una muralla a la vez: es el edificio más misterioso del más misterioso de los arquitectos; es el coliseo de la naturaleza: es Gavarnie». (Victor Hugo).

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Circo de Gavarnie durante aproximación caminando desde el pueblo. (Imagen propia).

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Aparte de mi colección de bicicletas retro, este es el cuadro de la bici "moderna" que más años he tenido en activo. Finalmente la desmonté para colgar el cuadro en una pared en plan homenaje. Ha estado conmigo en todas las cimas que aparecen en este artículo, aunque no ascendiendo por todas las vertientes de las que doy cuenta. (Imagen propia).

En cuanto a al Circo de Troumouse, lo he coronado dos veces. La primera con los triatletas (duro, tras ascenso previo a Gavarnie), y la segunda con aquellos dos colegas retro, con bici antigua (muy duro, tras haber cumplido bastantes años y llevar una montura más pesada). Es una ascensión de la que estoy enamorado porque su aproximación es mucho más agreste y amenazadora, y el final, en el centro del circo, no desmerece lo que otros panoramas puedan ofrecer. Datos: longitud: 28km; desnivel: 1390m; porcentajes: 0-10%; altitud: 2100m. Superado el tramo inicial común, a partir de la desviación, la ruta se empina y toma evidente rumbo sureste con pocas curvas y paisaje de montaña sin construcciones a la vista. Hay una zona muy espectacular en la que la carretera supera una angostura en las montañas para cambiar de zona y de paisaje. A partir de allí se suceden múltiples curvas y lazos del estrecho asfalto. Todo allí es un grandioso paisaje de alta montaña sin apenas huellas de civilización, salvo un par de refugios. Una advertencia: los dos últimos kilómetros son especialmente exigentes. Una vez arriba, todo el circo a nuestra disposición, sin turismo alrededor y con amenazadores crujidos provocados por espontáneos desprendimientos del hielo de las cascadas.

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En el circo de Troumouse en 2016. De todas mis bicicletas retro esta es mi favorita. No por su valor como antiguedad, sino porque me ha acompañado en montones de aventuras y porque fue la primera bicicleta de corredor que me compré (en 1985). (Imagen propia).

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Vista del Circo de Troumouse. (Imagen propia).

¡Y llegamos al final! Al mito, al Tourmalet. Antes de nada, hay que explicar que la fama del Tourmalet a nivel global es, por encima de cualquier otra temática, ¡ciclista! Su inclusión en el Tour de Francia data de 1910, en la séptima edición de la carrera. Hasta entonces, el Tour no incluía, prácticamente, puertos de montaña, así que cuando estos llegaron con el Tourmalet, lo hicieron a lo bestia. La historia de cómo fue incluido se ha erigido en toda una leyenda con tintes periodísticos de exageración que rayan, desde entonces, en las mentirijillas. Porque ya en aquel momento, el periodismo, cuando interesaba y buscaba generar impacto e incrementar la audiencia, jugaba con mezclar la realidad (los hechos) con la ficción (la inventiva y el relato interesado). Pero, a estas alturas ¿a quién le importa? Es una historia que merece la pena leer en textos como Plomo en los bolsillos, de Ander Izaguirre[3], o en los de algunos otros buenos escritores de temática ciclista. Lo que vino después… decenas de aventuras ciclistas tremebundas, sí que parecieron leyendas por lo insólito de sus detalles, pese a ser reales. Y es que el Tourmalet ha ido dando para mucho por ser todo un coloso y porque, si la información no me falla, es el puerto más veces ascendido a lo largo de toda la historia del Tour de Francia.

Pero voy a ser ordenado y, siguiendo la pauta anterior, comenzaré por el esquí. El Tourmalet ocupa, precisamente, el centro de un dominio esquiable importante en el Pirineo. Cuando yo lo visitaba, con cierta frecuencia en los años noventa, puede que fuera el dominio más amplio de la cordillera. Entonces reunía a Barèges y Super Barèges por la vertiente oeste, y a La Mongie por la este. Había posibilidad de sacarse un pase parcial o uno completo. Ahora todo ello se denomina Grand Tourmalet y ya no es, al menos según los datos de Momento de Potencia Esquiable, la más grande, porque algunas andorranas y españolas, además de Saint-Lary, parecen haberla superado en dicho parámetro. En kilometraje de pistas ronda por el quinto lugar (aunque ya sabemos todos que kilometraje, área, etc. son datos bastante inciertos y variables en función de las fuentes consultadas). Y, como hace décadas que no la visito, ignoro cómo andan de actualizados sus remontes, que ya entonces se estaban quedando bastante anticuados. En cualquier caso, a mí me encantaba aquel resort por su gran variedad de descensos y su configuración en dos grandes vertientes del Tourmalet, con ramificaciones laterales en cada una de ellas. Entonces había baches en algunos lugares, opciones de fuera de pista en otros e incluso bosques por la zona de Barèges. De mis viajes allí, únicamente tuve mala suerte en una ocasión en la que no había nada de nieve y nos tuvimos que volver. El resto fueron buenas esquiadas con diferentes grupos de personas. Las primeras veces viajaba en paquetes organizados a La Mongie. Allí hay dos núcleos urbanos, uno estéticamente regular, más abajo, y otro realmente espantoso más arriba. Afortunadamente, después empecé a gestionarme el alojamiento por mi cuenta, y optaba siempre por Luz Saint Sauveur, porque me gustaba mucho más y porque lo empleaba como campamento base para esquiar no sólo en Grand Tourmalet, sino intercalando jornadas en Luz Ardiden y Gavarnie, preferentemente, e incluso alguna escapada a Cauterets.

En la antecesora de la actual Grand Tourmalet disfruté de entretenida nieve primavera en sus pistas de mayor pendiente (que las había en generosa abundancia), de un envidiable nevadón del que gocé a tope en los bosques de Barèges, de algo de fuera de pista y de mucho entretenimiento esquiando.

La configuración  de la estación, desde el punto de vista de la práctica del esquí, siempre me pareció interesante por su variedad de orientaciones geógraficas en pistas y laderas. Si bien muestra un eje principal enfilado de este a oeste, desde La Mongie salen alternativas laterales que nos permiten esquiar hacia el norte y hacia el sur. De hecho, en esta última dirección se adentra, por medio de varios remontes y pistas, en un pequeño vallecillo de gran interés y posibilidades. Hacia el norte, antiguamente, ascendía un teleférico que ya entonces parecía muy antiguo. Permitía esquiar si uno se bajaba en una intermedia. A partir de allí, el cable continuaba, en versión turística, hasta el Observatorio del Pic du Midi. Por aquella zona, había una silla con pistas interesantes y, con cierta frecuencia, baches.

El Col del Tourmalet ejercía de divisoria entre las dos áreas principales de esquí. Pero, también algo más al norte de su cordal, una silla nos dejaba en un lugar desde el que el descenso dirección oeste se hacía muy interesante por sus posibilidades de fuera de pista y porque, al ser una pista sin retorno directo por remonte, siempre estaba mucho más despejada de gente. Creo que ahora es una negra. En el extremo más occidental, más allá de las pistas y remontes de la zona de Super Barèges, empezaba el sector de bosques más próximo a Barèges (y por tanto a Luz). Esa zona ofrecía variedad de pistas rotuladas a través de los tupidos bosques de hoja perenne, protegidas del viento e ideales para los días de mal tiempo y copiosas nevadas. Además, el aspecto paisajístico cambiaba completamente con respecto al del resto del dominio. En definitiva, un resort de cierta amplitud y bastante variedad. No sé si regresaré alguna vez, no es muy probable, pero la estación cumplió estupendamente con su cometido para darme servicio en aquella época.

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Único recuerdo gráfico que conservo de mis múltiples esquiadas por las inmediaciones de Luz, un pase "extendido" de La Mongie de 1994. (Imagen propia).

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Plano de pistas de Grand Tourmalet. (Imagen: valleesdegavarnie.com).

Pasando ya al asunto ciclista, el Tourmalet lo he ascendido en tres ocasiones. Una por el este y dos por el oeste (por donde se me antoja ligeramente más duro). En lo que respecta a la vertiente occidental, el trazado experimentó un cambio importante en su sector intermedio porque, debido a unos tremendos corrimientos de tierras originados por la interacción de un deshielo brutal sumado a unas lluvias torrenciales, la carretera quedó destrozada y se decidió reconstruirla con un trazado completamente diferente en ese tramo. Creo que aquello sucedió en junio de 2013. Mis dos ascensiones por ese lado fueron antes y después de la transformación, algo que no afectó, prácticamente, ni a la longitud, ni a la dureza del puerto, pero sí al paisaje, pues inicialmente, cerca de Super Baréges, el trazado inicial giraba hacia la derecha dibujando un bucle que se internaba por una vaguada hacia el sur.

La vertiente oeste se caracterizaba (no tengo a mano la altimetría actual) por: longitud: 18,7km; desnivel: 1405m; porcentaje medio: 7%; altitud: 2115m. La primera vez lo ascendí en el seno de un grupo muy variopinto de amigos y familiares. Fue subir y bajar, por aquello de marcarlo con una muesca en nuestro icónico palmarés de puertos ciclistas. Estuvo lloviznando todo el ascenso, aunque mejoró para descender por el mismo sitio, y yo pedalee, de principio a fin, al lado de mi amigo Jesús, que creo que debe ser la persona con quien más kilómetros ciclistas he compartido a lo largo de mi vida. Nos gustó el puerto, íbamos entrenados, éramos jóvenes y nos dosificamos bien. Únicamente se nos hizo dura la rampa final, que surge tras la última curva a izquierdas. Fue en 1996.

En la cima del col está uno de mis bares favoritos. Tiene aspecto de refugio de montaña antiguo, con fachada de piedra cuyo perfil a dos aguas recuerda las decoraciones de las casas belgas, pues presenta escalones a la vista en las aristas del tejado. Fuera hay una terraza delimitada por una barandilla curva ajustada a la carretera. Dentro hay algunas bicicletas antiguas colgadas como decoración, y unas grandes fotografías en blanco y negro con escenas pioneras del Tour de Francia. Cuando he parado por allí esquiando, ha sido para tomarme un chocolate caliente, lo mismo que tras aquella fresca primera ascensión ciclista.

La segunda vez que subí desde Luz Saint Sauveur fue saliendo desde Lourdes, en 2016, con aquellos dos amigos de ciclismo retro (y bicis antiguas) a los que ya me he referido. Hacía bueno, pero se me atragantó el puerto y, por causas que no acabé de comprender, sufrí muchísimo. El Tourmalet oeste asciende desde el centro de Luz y, pasado el primer kilómetro, ya se endurece. Por la parte más baja sigue un valle por la vertiente derecha (en el sentido de la marcha) y lo hace sin cambiar de rumbo, salvo en dos pares de amplias paellas que aparecen algo separados el uno del otro poco antes de alcanzar Barèges. La localidad se atraviesa mediante una dura recta al 9%. Algo más adelante es donde antiguamente la carretera se dirigía hacia la derecha, pero ahora afronta una sucesión de cambios de dirección para ir ascendiendo por las laderas de la izquierda y del frente, entre cables de algunos remontes. Al fondo, lejano, elevado y desmoralizador, se ve el collado. Queda un mundo. El recorrido finaliza trazando unas zetas sobredimensionadas que remontan una pendiente cada vez más abrupta del paisaje. En aquella ocasión, tras el reagrupamiento y las fotos de rigor arriba (hacía muy bueno), nos tiramos para descender por la otra vertiente, y regresar hasta Lourdes mediante un bucle por el norte, sin ningún gran puerto de por medio.

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Momento de coronar el Tourmalet (oeste), muy castigado. 2016. (Imagen propia).

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Posando ya algo recuperado y con mi fiel "hierro". (Imagen propia).

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Panorama de carretera y remontes desde arriba hacia el oeste. Uno se relame pensando en el descenso. (Imagen propia).

Con mis amigos italianos fue al revés. Misma etapa circular desde Lourdes, pero en sentido contrario, por lo que subimos el Tourmalet por el este. Longitud: 23,3km; desnivel: 1455m; porcentajes: 2-12%; altitud: 2115m. Aparte de que es una ascensión que me parece ligeramente más asequible (aunque sea más larga), aquel día me encontré muy fuerte y subí a buen ritmo de principio a fin, y me quedé solo en ello. Por la parte baja, el puerto tiene un paisaje muy campestre, con prados y granjas de montaña, y más vegetación. Por allí se pasa con muy pocas curvas y en rumbo suroeste. Después hay unos tramos mucho más sombríos, y se asciende por una ladera en la que la carretera se esconde bajo la protección de unos semitúneles de seguridad ante derrumbamientos. Este tramo, junto con los kilómetros previos a La Mongie, reúnen cinco kilómetros muy severos con porcentajes que van del 9 al 11%. Llegados a La Mongie, el ciclista esquiador reconoce bien las pistas y los remontes, que le van a acompañar hasta el final. Primero mediante un largo tramo sin apenas cambios de dirección y después, pasado el monstruo arquitectónico, con zetas que se enlazan entre las pilonas de las sillas hasta alcanzar el collado superior.

Aquella vez comimos platos de pasta al sol en la terraza del restaurante. Y después nos pegamos una bajada larga, entretenida y veloz hasta nuestro siguiente reagrupamiento en Luz Saint Sauveur.

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En la terraza del restaurante del Tourmalet, en el 2015 con los italianos. Doble homenaje: maillot de Italia y bicicleta italiana. Aunque a esta bicicleta le puse unos pedales automáticos de los más antiguos (algo que no se admite en los eventos retro formales), la bicicleta es una de las restauraciones que estuve haciendo en aquella época. (Imagen propia).

Cuando estuve utilizando Luz como recurso esquiador en los noventa, en parte lo hacía para huir de aglomeraciones y colas en las estaciones de esquí. Cercanía, precio y menor afluencia me ofrecían una buena combinación que se unía con una amplitud de territorio que, sin llegar a ser los Alpes, no estaba nada mal. En aquella época, y pocos años después, en el disfrute ciclista no había ese tipo de problemas. Íbamos allí y encontrábamos algunos ciclistas sueltos o algún que otro grupo y (nunca fui en agosto) pocos moteros, casi ninguna autocaravana y relativamente escaso tráfico de coches. El ciclismo no había alcanzado el boom posterior. Empezaba a cuajar el de BTT, pero el de carretera seguía siendo una afición relativamente marginal. Pero todo eso ha cambiado radicalmente. En mis últimas visitas, del 2015 en adelante, el rodar por allí se ha vuelto bastante más incómodo. El tráfico de coches ha aumentado notablemente, el de motos una barbaridad, lo mismo que el de autocaravanas y el de ciclistas. Estos últimos, actualmente, vienen desde todas partes del primer mundo (muchísimos nórdicos, británicos, norteamericanos, neozelandeses, australianos, etc.) y contratan viajes turísticos deportivos en los que los organizadores les alquilan (o no) bicis de alta gama y les apoyan con furgonetas preparadas para ello. Se nota sobre todo en las cumbres de los puertos, donde les suelen dar avituallamiento, abrigo, etc. Esto te lo encuentras maximizado en los que podríamos llamas puertos tour, pero no en Troumouse o en algún otro sin palmarés. Los ciclistas rodando casi no molestan al propio ciclista. Tampoco, en mi caso, las motos, porque te pasan con más espacio y en poco tiempo, aunque no es igual disfrutar de un puerto con paz y calma que con sus ruidos. Lo peor son los coches y, sobre todo, las autocaravanas. Subiendo te echan sus humos, te adelantan con poco margen y generan cierto nerviosismo entre los conductores que van por detrás. No es muy agradable. Y bajando es peor porque abundan los conductores que, por paisajismo y/o falta de costumbre con las carreteras aéreas y de montaña, circulan muy lentos, generando filas de vehículos a las que hay que ir adelantando, cuando se puede, para poder disfrutar de un descenso que, sin ser arriesgado, permita gozar de la esencia del descenso ciclista de grandes puertos. Son bajadas interrumpidas, incómodas y con mayor riesgo. No quiero que se me interprete mal. También me he recorrido los Pirineos al completo en moto. Y soy consciente de que la molestia que los vehículos lentos provocan a los ciclistas en los descensos equivale a la que los segundos provocan a los primeros en los ascensos. El problema no es el tipo de vehículo, sino la masificación, y de ella, todos formamos parte.

Todo ello proviene de las patologías inherentes al turismo de masas. Un fenómeno que ya ha invadido, prácticamente, a casi todo tipo de turismo. El esquí lo sufre desde hace muchas décadas, pero su irrupción en el ciclismo es relativamente reciente, aunque, por causas múltiples, se ha disparado en los últimos años. En todo caso, se ve mucho menos afectado en la práctica, pues no hay esperas, tan sólo tráfico. ¡Ah! y sorteos para aquellos que lo que desean es poner una participación de algún evento de moda en su vida. No es mi caso, pero, como me considero un turista practicante más, no critico la situación, que me parece irreversible. Simplemente me reservo el derecho a hacer todo lo que esté en mi mano por eludirla. Y no me va mal, ni en el esquí, ni en el ciclismo. No pienso dar pistas sobre el cómo hacerlo, ya que una de las peores cosas que nos han traído las tecnologías de comunicación más novedosas es que han hecho crecer exponencialmente la cantidad de imitadores y copiones. Gente sin mucha creatividad para diseñar sus propios entretenimientos viajeros (de modalidad y destino), que lo que hace es cazar compulsivamente los destinos, selfies, retos, actividades o planes… de otros. Y si no, no hay más que echar un vistazo, como ejemplo, a las plagas de candados que amenazan con hacer colapsar muchos puentes de gran cantidad de destinos. Por otro lado, en lo que a la bicicleta se refiere, cada vez estoy menos capacitado para doblegar puertos colosales, así que, que me quiten lo bailado.

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Aquel maillot que adquirí, a su espalda, muestra un esquemático perfil de puertos encadenados. Luz se encuentra en el valle de separa al Aubisque-Soulor del Tourmalet. (Imagen propia).

Hace años, Luz me pareció un paraíso cercano de montaña. Me ofrecía buenas posibilidades para esquiar, magníficas para el ciclismo de carretera y excepcionales para el montañismo. Si la última década del siglo XX y la primera del XXI me hubieran pillado con excedente monetario, hasta me hubiera planteado la compra de alguna casita por allí. No para invertir, alquilar o especular (como tanto se hace ahora), sino para disfrutarla (quizás por mi nulo espíritu especulador no llegué a acumular capital suficiente). Ahora ya sería tarde, pues prefiero la diversidad de los destinos a anclarme a lugares fijos. Me pasa con mi espíritu viajero, con el vacacional (no soy de repetir), con el ciclista y, por supuesto, con el esquiador. Pero el cercano paraíso ciclo-esquiador sigue ahí, para quien quiera aprovecharlo.

«Cuando los migueletes y los contrabandistas españoles llegaban de Aragón por la brecha de Roldán y por el negro y horrible sendero de Gavarnie, divisaban de pronto en el extremo de la garganta oscura una gran claridad, como es la puerta de una bodega para los que están dentro. Se apresuraban y encontraban un gran burgo iluminado por el sol y vivo. A este lo burgo lo han llamado, pues, Luz». (Victor Hugo).



[1] HUGO, Victor: “Los Pirineos”. 1843. Terra Incógnita. Barcelona, 2000.

[2] VARIOS: "Atlas des Cols des Pyrenees". Altigraph. Angers, 1992.

[3] IZAGUIRRE, Ander: “Plomo en los bolsillos”. Libros del K.O. Madrid, 2012.

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1 Comentarios Escribe tu comentario

  • #1
    Fecha comentario:
    08/08/2024 09:00
    #1
    buen relato :+:

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    • Gracias!

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