Tres escritores "crápulas" en las Rocosas.

Tres escritores "crápulas" en las Rocosas.
Escritores de esquí en las Rocosas
Las Rocosas han sido capaces de atraer a mucha gente. También a escritores. Aquí presentamos a tres. Fueron autores de obras y vidas de "carácter" y con dosis de esquí en sus textos.

Las Rocosas han sido capaces de atraer a mucha gente. También a escritores. Y, en los casos que nos ocupan esta vez, motivados por el esquí (dos de ellos) o por el ambiente asociado a su práctica (el otro restante). El esquí y, por supuesto, los paisajes, la montaña, el alejamiento de las ciudades, la caza para algunos de ellos, etc. Ahora vamos a repasar la vida de tres escritores que hicieron de las Rocosas su hogar durante gran parte de sus vidas. Los he llamado crápulas (entre comillas o en cursiva) por su gran afición a las mujeres (manifestada de distinta manera en cada cual), al alcohol (dos de ellos seguro, del tercero lo ignoro) y a las drogas (uno de ellos). Los tres nos dejaron obras de prestigio e interés, y los tres escribieron sobre el esquí y/o sus lugares de práctica, por eso están aquí.

Ernest Hemingway

Ernest Hemingway (1899-1961) tuvo cuatro esposas y estuvo presente en tres guerras. Las dos mundiales y la civil española. Vivió y viajó bastante por Europa, con una etapa en París que dejó importante calado en su obra, lo mismo que ocurrió con España. Enamorado de la caza, participó de un safari en África en el que a punto estuvo de morir como consecuencia de un par de accidentes aéreos. No fue, ni la primera, ni la última vez que estuvo cerca de la muerte y salió con vida. Tuvo residencia propia en Florida y en Cuba y, finalmente, en 1959, se retiró a Ketchum, Idaho, donde se suicidó dos años después. Pero dejo su vida para los biógrafos, que en su caso son abundantes y no les falta contenido, ya que el escritor tuvo una vida de novela, o de película, tal y como se muestra en Las nieves del Kilimanjaro (el filme de Henry King, de 1952, interpretado por Ava Gardner y Gregory Peck).

Lo de cazar, pescar, acampar y disfrutar de la naturaleza en entornos solitarios y silvestres fue una afición inculcada por su padre desde que tuvo cuatro años y vivían en Michigan. Todo lo contrario que su madre, que era sobreprotectora, lo que, según cierta biógrafa, pudo influir sobre la posterior relación del escritor con las mujeres, por ejemplo, al enamorarse inicialmente de la enfermera que le cuidó durante la Primera Guerra Mundial, tras haber sido herido por un mortero, y que le dio calabazas; o su primera esposa, ocho años mayor que él.

En cuanto a su estilo de escritura, Hemingway llegó a las novelas y al relato breve desde el periodismo, y fue siempre, en gran medida, periodista en espíritu literario y estilo. Él asumía unas formas sobrias, directas y precisas que integraba en su autodenominada Teoría del Iceberg:

«Hemingway tuvo que enfocar sus informes periodísticos en eventos inmediatos, con muy poco contexto o interpretación. Por lo que, cuando se convirtió en escritor de cuentos, conservó este estilo minimalista, enfocándose en elementos superficiales sin discutir explícitamente los temas subyacentes. Hemingway creía que el significado más profundo de una historia no debería ser evidente en la superficie, sino que debería brillar implícitamente». (Wikipedia).

El propio escritor se ocupó en tratar de explicarlo en alguna que otra ocasión:

«Si un escritor en prosa conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede silenciar cosas que conoce, y el lector, si el escritor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas una sensación tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado. La dignidad de movimientos de un iceberg se debe a que solamente un octavo de su masa aparece sobre el agua. Un escritor que omite ciertas cosas porque no las conoce, no hace más que dejar lagunas en lo que describe». (Ernest Hemingway en Muerte en la tarde).

Sus últimos años en Ketchum (muy próximo a Sun Valley) no fueron, ni de lejos, felices. Tirando del hilo con posterioridad, se sabe que empezaba a desarrollar una enfermedad mental que ya había afectado a su padre. Estaba agobiado, con razón o sin ella, por muchos asuntos como los impuestos, estar siendo vigilado por el FBI (con el tiempo se supo que no le faltaba razón) y siendo tratado de modo extremadamente agresivo (electroshocks incluidos) en la clínica Mayo en ingresos eventuales. Ante tal panorama, el hombre acabó pegándose un tiro.

Pero para Hemingway, Ketchum y Sun Valley habían cobrado importancia mucho antes de que se instalara allí poco antes de fallecer. Hunter S. Thompson (el segundo crápula sobre el que trata este artículo) incluyó un capítulo a él dedicado titulado ¿Qué llevó a Hemingway a Ketchum?[1]. En él nos cuenta que el esquí y la caza estaban entre sus motivaciones a la hora de visitar aquel paraje próximo a la Reserva Forestal del río Wood.

«[…] donde pastan en verano miles de ovejas, que cuidan pastores vascos de los Pirineos». (Thompson).

Y que ya antes y después de la II Guerra Mundial, Hemingway iba allí:

«[…] a cazar, esquiar y correrla por los bares locales, con Gary Cooper y Robert Taylor y todos los demás famosos que venían a Sun Valley cuando el lugar aún destacaba en el mapa de la “cafe society” [Jet Set]». (Thompson).

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Hemingway, una vecina y Gary cooper en Silver Creek en 1959. (Imagen: wikipedia, de jfklibrary.org).

Sabemos que cuando se fue a vivir a Ketchum ya no volvió a esquiar en Sun Valley, pero eso no significa que, tal y como nos sugiere la cita anterior, no lo hubiera hecho antes. De hecho, en algún video de visita virtual a la que fue su casa en Ketchum afirman que ya visitó Sun Valley en los años treinta, y cuando se inauguró el resort. Sobre la afición de Hemingway al esquí, David Shribman escribe un ameno artículo en The Snow Mag. Entre otros detalles afirma que:

«Mucho de su esquí lo practicó con su primera esposa, y los dos esquiaron cuando Hadley estaba embarazada de sus hijos. Hemingway obtuvo permiso del doctor para llevarla a esquiar únicamente, tal y como comentaba “si pudieras prometerme que ella no se va a caer”. Con el primitivo equipamiento existente en 1922, y con el reto de las pistas de Cortina d’Ampezzo […] eso no era algo fácil de asegurar. “Trajo una muy cuidadosa selección de terreno y pistas, y una práctica absolutamente controlada, pero ella tenía unas piernas preciosas y maravillosamente fuertes y estupendo control de sus esquís, y no se cayó”». (Shribman).

Siguiendo con Shribman como informador, podemos añadir que a mediados de los años veinte Hemingway pasó algunos meses en el valle Montafon de Vorarlberg, donde se sitúan algunos de sus relatos de esquí. Varios estudiosos afirman que Hemingway adoraba el equipamiento deportivo. El de pesca, las armas y, seguramente, el de esquiar. El esquí de travesía también formó parte de su práctica e interés.

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Hadley, gran aficionada y compañera de esquiadas. 1926. (Imagen: jfklibrary.org).

 

«Hemingway fue un acólito del esquiador pionero austríaco Walther Lent, él mismo socio de Hannes Schneider, quien trajo el esquí tipo arlberg a los Estados Unidos cuando huyo de Hitler y llegó a North Conway, New Hampshire. Como Schneider, Lent consideraba que el camino para aprender a esquiar era simplemente esquiar y (música para los oídos de Hemingway) tirar para adelante, no tanto en las zonas bajas de la montaña, como en las altas, donde esquiar era más difícil pero las recompensas más sustanciales». (Shribman).

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Hemingway esquiando en Gstaad o Schruns ¿1927?. (Imagen: wikipedia).

 

Karen Bossick (Eye on Sun Valley) añade que uno de los lugares favoritos de Hemingway para esquiar era Schruns (Austria), donde un invierno estuvieron acomodados desde el día de Acción de Gracias hasta Pascua. Entre otras cosas, entonces aprendió mucho sobre avalanchas y, por lo visto, escribió bastante al tener que mantenerse largos periodos refugiados ante su riesgo.

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Schruns. De izquierda a derecha: Frau Lent (esposa del monitor Walther Lent), Ernest Hemingway, John Dos Passos, Gerald Murphy. (Imagen: jfklibrary.org).

 

Que Hemingway era un gran consumidor de alcohol no es ningún secreto, ni maledicencia por mi parte. Hay mucha información contrastada al respecto. Carlos Janín[2] aporta todo un surtido de preferencias alcohólicas del escritor norteamericano:

Absenta durante su periodo parisino; beber ron cubano mientras se fumaba algún habano; mojitos en La Bodeguita de La Habana; puede que gimlet, tres cuartas partes de ginebra por una de licor de lima; cantidades industriales de Papa Doble, una especie de daiquiri más cargado (según la que fue su secretaria); daiquiris en La Floridita de la calle Obispo de La Habana, donde una vez se bebió 16 seguidos. Así que no es de extrañar que, en cierta ocasión, en Cayo Hueso en 1936, el tranquilo poeta Stevens quisiera llegar a las manos con nuestro protagonista. Además de lo enumerado en este párrafo, por los propios textos del escritor sabemos que cuando residió en París, en los años veinte, le gustaban mucho el vino y la cerveza, se tomaba algunos whiskies y no le hacía ascos al champán.

Actualmente, su casa de Ketchum se conserva en condiciones muy similares a las que mostraba cuando todavía vivía Hemingway. Su cuarta esposa permaneció viviendo en ella hasta bien avanzada la década de los ochenta. Y ahora, afortunadamente, permanece preservada y utilizada como residencia para reunir escritores, gracias al esfuerzo de una organización cultural denominada The Community Library. Está en un lugar paradisíaco.

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La casa de Hemingway desde lejos. (Imagen: lmtribune.com).

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La casa más de cerca y nevada. (Imagen: postregister.com).

 

Toca repasar ahora el legado escrito que Hemingway nos dejó a los esquiadores. Puede que falte algo, pero intentaré mencionar aquello que he llegado a conocer (y leer).

En París era una fiesta[3] se recopilan unos cuantos escritos relativos a la vida de Hemingway y su primera esposa en París. Son relatos autobiográficos del barrio, de algunos de los conocidos con los que se relacionaba, de su afición al hipódromo, la lectura, la pintura y el ciclismo (caballos, cuadros y bicicletas como espectador), etc. Eran pobres pero felices. En realidad, pobres a ratos, quizás más en la parte central de aquel periodo, después de dejar de cobrar de los periódicos y antes de empezar a vender como escritor. Fue la época en la que decidió abandonar el periodismo, de lo que vivían, para centrarse completamente en la escritura de cuentos y novelas. De ahí los apuros económicos intermedios. El libro me agrada porque en mi caso, París es, después de Madrid, la gran capital europea en la que más tiempo he estado. Y me gusta París, y lo que sobre ella nos cuenta Hemingway. Y me resulta fácil y directo visualizar mucho de lo que comenta: lugares, vinos, costumbres, barrios, etc.  En algunos de los relatos, el autor va dejando detalles de sus escapadas invernales a los Alpes. Escapadas en pareja o, ya, con su primer hijo a cuestas. Mr. Bumby. Inicialmente fueron a esquiar a Suiza. Más tarde, con Hadley embrazada, a Cortina d’Ampezzo. Pero una vez descubierto Schruns, en el valle del Vorarlberg austríaco, repetirían destino varios inviernos seguidos. Es lo que ya cuenta más detalladamente en el capítulo titulado, precisamente, Inviernos en Schruns. En él se habla de excursiones de esquí en modo travesía, de pernoctas en refugios de montaña, del hotel Taube que utilizaban como campamento base. También de su monitor y guía Walther Lent, o de la ruta que, partiendo de Tchagguns, y pasando por el collado de Silvretta, alcanza Klosters. Las avalanchas están muy presentes, sus riesgos, algunas muertes, su estudio y la necesidad de ocuparse con lectura o escritura en los periodos de mayor peligro. Se nota que fueron inviernos muy felices para la pareja hasta que, precisamente en temporada invernal, sin que el capítulo explique la razón, aunque sugiera posibles pistas, llegó la ruptura ante la aparición de terceros. En todo caso, el capítulo, que no es largo, deja bien claro que Hemingway y su primera mujer fueron unos esquiadores apasionados.

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El matrimonio Hemingway con su primer hijo en Schruns en 1925. (Imagen: EH_PhotographCollection JFKPresidentialLibrary).

 

Las dudas con respecto a la ruptura matrimonial quedan aclaradas hacia el final del libro, en el anteúltimo capítulo, titulado El pez piloto y los ricos. Es un texto duro, triste y arrepentido a la vez, en el que Hemingway asume la mayor parte de la culpa del fin de su primer matrimonio, dejando el resto de la culpabilidad, no para su mujer, sino para los ricos y esos típicos personajes que siempre andan merodeando alrededor de los ricos: el pez piloto. El relato sirve de paso, indirectamente, para narrar cómo cualquier lugar idílico comienza a experimentar una tímida transformación y un inicio de corrupción de su esencia en el momento en que los ricos comienzan a hacer acto de presencia. Y es que, aunque él no lo explica, tras los ricos siempre llega la popularidad y, finalmente, la masa. Lo veremos en el caso de Aspen cuando nos centremos en los otros dos escritores.

Todavía podemos disfrutar algo del esquí, de Schrun y de Sun Valley en el último capítulo: Nada y pues Nada. Al menos, a lo largo de sus primeros párrafos. Se nota que está escrito mucho después, por un Hemingway muy cercano a su fatídico desenlace. Un escritor que convive con sus recuerdos de juventud.

Pese a que anduvieran mal de dinero (o justos, según los casos) Hemingway y Hadley fueron felices y se pegaban una buena vida. Se organizaban bien. Los inviernos instalados en Austria y esquiando, y los veranos viajando por España. Así que París fue su hogar primaveral y otoñal. A España viajaron antes y después del nacimiento de su hijo Mr. Bumby. Ya nacido, lo dejaban en manos de una niñera y su marido, en París o veraneando en Bretaña. El invierno de 1925, en Schruns, Hemingway acabó de escribir su novela Fiesta e interrumpió su estancia invernal para viajar a Nueva York (solo) para entregársela a sus editores. Al regresar, trabajó mucho y bien en las correcciones, rodeado de la nieve y disfrutando del esquí. Fiesta es una de sus novelas más famosas, ambientada en España gracias a todas aquellas visitas veraniegas.

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El escritor con su hijo Mr. Bumby. (Imagen: jfklibrary.org).

 

Los cuentos de Hemingway están disponibles en Internet. Como soy de los que prefieren leer en papel, subrayar o plegar las esquinas de alguna página, yo los leo en una versión impresa[4]. En su famoso Las nieves del Kilimanjaro (el cuento, 1937, no la película) aparece un flashback localizado en Schruns, e incluso el monitor W. Lent. No es gran cosa, pero sí un reflejo autobiográfico trasladado a una de sus ficciones, demostrando la impronta que aquellos inviernos habían dejado en el escritor.

En el volumen hay dos cuentos más directamente relacionados con el esquí. En A campo traviesa por la nieve (1925) dos amigos finalizan una excursión con esquís recalando en una posada de un pueblo suizo para tomar una cerveza. Les sucede lo que a muchos de nosotros, que les gustaría prolongar la esquiada mas jornadas, y la idea les hace imaginar trayectos ambiciosos y de renombre, pero saben que no pueden permitírselo debido a sus responsabilidades. La situación es inicialmente similar en Un idilio alpino (1927), en el que dos amigos de excursión esquiadora finalizan la jornada en una posada de un pueblo austríaco de la comarca de Silvretta. Llegan sedientos porque es primavera, con buena nieve matinal y de tarde, pero muy pesada en las horas centrales del día. El cuento cobra un toque macabro-costumbrista a partir de que la escena se centra en la taberna.

Hunter S. Thompson

Hunter S. Thompson fue un personaje singular y conflictivo. Logró que lo despidieran de muchos empleos, incluso del ejército. Se metió en bastantes jaleos y Los Ángeles del Infierno (sus amigos durante casi dos años) acabaron dándole una paliza cuando se enteraron de que estaba ganando dinero con sus artículos periodísticos sobre ellos. Por último, a los 67 años, Thompson acabó con su vida de un disparo. Respecto a este último detalle, podemos decir que, aunque acabaran igual, Hunter demoró su muerte unos pocos años más que su admirado Ernest Hemingway. Pero todo ese carácter contestatario, libre y caótico surgía destilado en sus textos. En sus libros y en sus artículos periodísticos. Aunque al principio fue despedido de algunos periódicos, triunfó en varios de los medios (principalmente revistas) más importantes, influyentes y transformadores de la época, como fue el caso de Sports Illustrated, Play Boy y Rolling Stone. En esta última, erigiéndose como el único redactor que jamás escribió directamente sobre música, y el pionero en hacer que la revista incluyera artículos no musicales entre sus contenidos.

Tanto en sus libros como en sus artículos, Thompson triunfó de la manera en que lo han hecho tantos artistas innovadores a lo largo de la historia: rompiendo los moldes y cánones del estilo. Muchos proponiendo una forma nueva de arte (pintura, escultura, cine…), él en el periodismo en vez de en el arte. Tal es así que, lo mismo que Hemingway había acuñado una denominación para su estilo, Thompson asumió encantado otra que un amigo le sugirió para el suyo: el periodismo Gonzo. Y esto es lo que nos dice la Wikipedia sobre el periodismo Gonzo:

«[…] un modelo de periodismo que plantea eliminar la división entre sujeto y objeto, ficción y no ficción, y entre objetividad y subjetividad». (Wikipedia).

Y esto otro cómo lo trataba de explicar el propio Thompson:

«Es un estilo de “información” basado en la idea de William Faulkner de que la mejor ficción es mucho más verdad que cualquier tipo de periodismo… cosa que saben de siempre los buenos periodistas.

Lo que no quiere decir que la ficción sea necesariamente “más verdad” que el periodismo -o viceversa- sino que tanto “ficción” como “periodismo” son categorías artificiales; y que ambas formas, en el mejor de los casos, son sólo dos medios distintos de lograr el mismo propósito. Esto está poniéndose muy pesado… […] Mi idea era comprar un cuaderno gordo y registrarlo todo, tal y como pasaba, y luego mandar el cuaderno para que lo publicaran: sin correcciones. Me parecía que la vista y el pensamiento del periodista funcionarían así como una cámara fotográfica. El texto sería selectivo & necesariamente interpretativo… pero una vez plasmada la imagen, las palabras serían definitivas; lo mismo que una foto de Cartier-Bresson es siempre (según él) el negativo íntegro. Sin alteraciones en el cuarto de revelado, sin cortes ni podas ni tachas… sin correcciones […].

El verdadero Periodismo Gonzo exige el talento de un gran periodista, el ojo de un fotógrafo/artista y el valor suficiente para participar en la acción. Porque el escritor debe participar en los hechos, mientras los describe, o grabar al menos, o, como mínimo, tomar notas. O las tres cosas. La analogía más próxima al ideal probablemente sea el productor/director de cine que se escribe sus guiones, hace el trabajo de cámara y se las arregla como sea para filmarse en acción, como protagonista o, al menos, como uno de los personajes principales». (Thompson).

Tengo mi propia opinión sobre ese estilo de periodismo, y resulta ambivalente. Me explico. Es un tipo de periodismo que debería consumirse con cuidado como fuente de información porque, al ser subjetivo e integrar algo de ficción, aporta información sesgada, inexacta, exagerada, etc. Y esto, especialmente en la actualidad, cuando para todo se han establecido verdaderas guerras de relatos, acaba manipulando al público. A favor tiene que resulta divertido y entretenido en su lectura, y aporta, a través de la mente del periodista (especialmente si se trata de una persona inteligente, creativa y verdaderamente independiente) una visión y reflexión diferentes. Por otro lado, simpatizo con parte de sus postulados (sobre todo la integración del sujeto en el contexto del objeto estudiado; así como la inclusión de algunas técnicas subjetivas; pero nunca con la ficción) porque forman parte de los denominados métodos de investigación participante, que personalmente he practicado en los ámbitos de la educación y de la sociología deportiva.

A Thompson lo conocí cuando leí (en el siglo XX) su libro Los Ángeles del Infierno. Una extraña y terrible saga[5]. Que es uno de sus libros más famosos. Fue fruto de haber estado conviviendo con la banda durante casi dos años. Iniciada la tercera década del siglo XXI, escribí un poquito al respecto de Los Ángeles del Infierno y del libro del autor en un artículo que redacté sobre cine y motos. Hunter era de obligada presencia en el texto, ya que él mismo fue motero durante gran parte de su vida. Pero aquí no escribo sobre su afición a las motos, aunque tampoco porque fuera esquiador.

Hunter S. Thompson ha de aparecer aquí por su fuerte y rocambolesca relación con Aspen. Vamos con ello. Gracias a los derechos de autor de su libro sobre la banda de moteros, en 1965 se compró una casa junto al Woody Creek, en la que vivió hasta su fallecimiento en 2005. Era allí donde pasaba el tiempo escribiendo, con su familia, disparando armas contra algunos gongs que tenía colgados alrededor, drogándose, bebiendo y haciendo escapadas de vida social al Bar Jerome y otros garitos de Aspen. Y es que Thompson formó parte, en los sesenta, de un significativo éxodo de personas de nivel cultural elevado, y económico suficiente, que se trasladaron a Aspen en busca de las montañas, la naturaleza (la mayoría el esquí) y cierta concentración de talento contracultural. No podemos considerarlo esquiador porque el único intento que se le conoció acabó tras tres trompazos a 40 millas por hora, ya que cuando lo probó vino a decir algo así como que «nada de eso de ir a Buttermilk [el centro turístico para principiantes] y aprender tonterías».

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Detalle de la casa de Thompson en Aspen hace tiempo. (Imagen: margaretharrell.com).

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Thompson en su casa de Aspen con algunos de sus "juguetes". Siempre aficionado a las armas y a las motos. (Imagen: Paul ¿Hesley o Wesley? para thegonzofoundation.org).

 

Como he señalado, era un asiduo del J-Bar del Hotel Jerome. Allí coincidió con gente como Jack Nicholson (quien, por cierto, tuvo un importante papel en la película Easy rider, todo un icono cinematográfico para la cultura motera) o Bill Murray, a quien Thompson estuvo a punto de matar por arrojarlo a la piscina completamente atado a un sillón con cinta adhesiva (especulo que, como consecuencia del consumo de alcohol, ácido y otras combinaciones). Por lo visto (esta y algunas otras cosas las explica Ryan Dunfee en Mapping Hunter S. Thompson's Aspen, publicado en Curved) Thompson utilizaba el J-Bar como oficina improvisada. Iba allí a desayunar tras recoger el correo, leía la prensa y atendía su correspondencia, de modo que había días que incluso comía y cenaba allí mismo.

A su casa se la conoce como Owl Farm. Allí escribió su libro Miedo y asco en Las Vegas, y allí celebraba sus memorables atracones de droga de varios días. También allí, seis meses después de su muerte, se organizó un segundo funeral al que asistieron 280 personas entre colegas, políticos, famosos… Se dispararon sus cenizas hacia los bosques mediante un cañón colocado en lo alto de una escultura con el símbolo Gonzo (un puño rojo sosteniendo peyote). Por lo visto fue Johnny Depp quien corrió con los gastos. Su mujer Anita siguió viviendo allí, aunque ahora creo que se oferta como alojamiento turístico en alguna plataforma (sí Hunter levantara la cabeza… ¡abriría fuego!).

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Momento culminante del segundo funral de Thompson. (Imagen: Peter Mountain/AP en theguardian.com)

«Existen docenas de santuarios en las cuatro montañas [de Aspen Snowmass] dedicados a héroes de la contracultura como Bob Marley y Jimmy Hendrix, y Hunter obtuvo el suyo en Snowmass en 2006 después de su muerte. Escondido en el bosque junto al sendero Gunner's View y al que se accede por el patio de Elk Camp, el santuario contiene banderas estadounidenses y tibetanas, una selección de sus escritos en una cesta, un montón de números de Rolling Stone con Hunter en la portada y una botella del whisky favorito del autor: Chivas Regal». (Ryan Dunfee, traducción propia).

Eso de los santuarios improvisados en mitad de los bosques es una característica de Aspen. Por lo visto hay casi 150 de ellos esparcidos por allí. Además de unas 200 placas conmemorativas o recordatorios de diversos tipos. Hay tanto, que el servicio forestal ha llamado la atención por el exceso. Concretamente, el de Hunter S. Thompson resultó desmantelado en 2021 por error, por acción de una patrulla de pisteros de la estación atendiendo algunas órdenes confusas. En todo caso, como casi todo en esta vida, la costumbre debió iniciarse como anécdota original, y la masa replicante sin creatividad y sin ideas propias ha acabado convirtiéndolo en una plaga absurda que, además, señalan las autoridades, es ilegal. Algo así como lo de los candados en los puentes, las monedas en algunos pozos o estanques, etc. Respecto a la botella de whisky ¿a quién le importa? El Chivas es blended, nada que ver con los excelentes whiskies de malta.

Pero sobre Thompson hay que hablar (escribir) menos y leerlo, directamente, más. Y una buena y variada muestra de su estilo periodístico lo encontramos en La gran caza del tiburón[6]. El libro incluye varios artículos publicados en las tres revistas que antes cité. Tratan temas muy dispares. Por ejemplo, el primero, el que da título a la recopilación, cuenta un viaje para cubrir un certamen de pesca patrocinado por un fabricante de embarcaciones de recreo de lujo. La aventura periodística, bajo un largo y permanente influjo de estupefacciones, acaba como el rosario de la aurora. Auténtico Thompson. Entre los demás, hay varios que pueden tener interés para los esquiadores, o al menos para aquellos con un interés cultural por el esquí que vaya más allá de su mera práctica. Antes de señalarlos, comentar que, en cierto momento, el escritor menciona un encuentro con el abogado chicano Oscar Acosta en uno de los bares que frecuentaba en Aspen: The Daisy Duck. Acosta era un abogado activista proderechos de los mexicanos y sudamericanos residentes en los EEUU en los sesenta. Pasó una temporada en Aspen en el verano de 1967, que como Thompson precisa: «Era la época de Sergeant Pepper, la Subrealistic Pillow y el Buffalo Springfield original».

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Genio y figura: Hunter S. Thompson en su casa de Aspen con su Cadillac descapotable rojo y un glotón. (Imagen: National Geographic Image Collection / Alamy en theguardian.com).

 

Sobre el artículo titulado Las tentaciones de Jean Claude Killy ya escribí hace tiempo en mi libro Metiendo cantos. Thompson emplea tiempo, desplazamientos y esfuerzos en conocer a Killy y charlar con él, intentando sacar algo de información sustanciosa poco convencional o incorrecta. No lo consigue. El francés se exhibe, conduce y expresa con una profesionalidad intachable, y blinda su privacidad. Aun así, el artículo tiene un doble interés. Tiene enjundia suficiente propia del contexto temporal en el que fue escrito, poco después de que Killy ganara sus oros olímpicos y abrazara el profesionalismo deportivo y comercial. Y el escritor toca, ligeramente, algunos temas de interés. Pero hay un segundo valor (este sí que merece el calificativo de añadido) cuando se lee actualmente, habiendo pasado muchas cosas que sucedieron tiempo después, y en las que se vieron envueltos, por separado, otros de los personajes que aparecen en el texto. Lamentablemente Thompson no era adivino, y no tuvo el suficiente olfato para imaginar lo que esos otros iban a dar de sí. Y es que cuando Thompson estuvo cubriendo periodísticamente a Killy, el campeón estaba trabajando en una gira promocional en la que Head participaba colateralmente, pero de la que era Chevrolet el principal promotor. Killy compaginaba sus apariciones con la mayor estrella mediática del fútbol americano en aquel momento, nada más y nada menos que O. J. Simpson. ¡Menuda vida y fuente de noticias posterior! Por otro lado, el ejecutivo designado por Chevrolet como responsable de la gira era John DeLorean, quien posteriormente, en 1975, fundó la DeLorean Motor Company, la cual dejó un mito automovilístico, muchas deudas, algún escándalo y todo un icono cinematográfico: el Delorean que aparece como objeto protagonista en la serie de películas Regreso al futuro.

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John Delorean posa acompañado y con el mítico coche detrás. (Imagen: okm.nl).

 

Pero es hacia el final del libro cuando aparece el artículo más sorprendente de todos los allí incluidos, o al menos el más llamativo en relación con la historia del esquí y su contexto norteamericano. Bajo el título de Poder Freak en las Rocosas, Thompson narra una aventura electoral inaudita. En él explica bastante sobre un momento histórico de comercialización especulativa en Aspen, que empieza a generar una espiral de encarecimiento de la vivienda, con la consiguiente expulsión indirecta de los habitantes locales.  También da caña contra cierto postureo con respecto al arte y la creciente pijotería. Ante esos y otros síntomas de evolución local (que a la postre fue la que marcó el futuro y el actual presente de Aspen) algunos exponentes (residentes) de la contracultura Freak y Hippie quisieron hacer frente mediante un par de campañas electorales sucesivas. La primera, la que narra el artículo, fue en 1969, con Thompson ejerciendo de informal director de campaña para la alcaldía de Aspen en favor de un tal Joe Edwards (individuo a quien apenas conocían pero que les cuadraba como candidato), un freak de Texas, de 29 años, abogado y piloto de motos. Fue escogido tras una especie de estrategia en la que, además de Thompson, participaron Jim Salter (el escritor que conoceremos después), Mike Solheim (propietario del bar Leadville de Ketchum, Idaho, que trabajaba en Aspen) y algunos otros. Dejo aquí algunas citas del artículo escrito por H. S. Thompson para ayudar a hacerse una composición de lugar.

«Cientos de refugiados de Haight-Ashbury intentaron establecerse en Aspen después de aquel desventurado “verano del amor” de 1967. Aquí el verano fue una salvaje e increíble orgía drogota, pero cuando llegó el invierno se rompió la cresta de la ola y se esparció por bajíos de problemas locales tales como trabajo, alojamiento y metros de nieve en los caminos de cabañas a las que unos meses antes era fácil llegar. Muchos refugiados de la Costa Oeste se fueron, pero quedaron varios centenares; trabajaron como carpinteros, camareros, encargados de bar, lavaplatos… y al cabo de un año formaban parte de la población fija del lugar». (Thompson).

«Tras una salvaje campaña tragafuegos, perdimos sólo por seis votos, de un total de 1200. En realidad perdimos por un voto, pero cinco de las papeletas de nuestros votantes ausentes no llegaron a tiempo: básicamente porque les fueron enviadas (a sitios como México, Nepal y Guatemala) cinco días antes del de la elección». (Thompson).

Entre las propuestas electorales esgrimidas por la candidatura estaba la total legalización de las drogas; la prohibición, persecución y penalización de su tráfico; así como unas cuantas medidas que hoy en día pudieran parecernos ecologistas; y, por supuesto, una lucha feroz contra la especulación inmobiliaria. Y ya puestos, de paso, cambiar de nombre a Aspen y llamarla Fat City.

El segundo intento electoral se produjo al año siguiente. El artículo no lo trata, pero lo anuncia. Él mismo, Hunter S. Thompson, se presentó al cargo de Sheriff. Aquello iba en serio, pero, por lo visto, tampoco logró el cargo. No sé qué hubiera podido pasar de haberlo conseguido, teniendo en cuenta que, ocasionalmente, se hubiera podido producir esa triple amenaza combinada de algunos de los rasgos más conocidos de Thompson: su carácter, su afición al consumo (potente) de drogas y su gusto por las armas.

James Salter

Que a James Salter le gustara el vino lo sé por alguno de sus escritos, pero no sé si era demasiado aficionado a la bebida, e ignoro si alguna vez consumió drogas. En cuanto a las mujeres, resulta evidente, de nuevo a través de sus escritos y novelas, que le encantaban. Al menos desde un punto de vista doblemente estético. Por un lado, el de sus formas, ademanes y movimientos vitales, un atractivo modo de estar en el mundo y de ocupar el espacio físico que nos es cercano en diferentes momentos, y al que alguna de ellas es capaz de dar un toque especial. Por el otro, el de sus comportamientos, comunicación, forma de ser, propia e independiente de nuestro propio ser, además de atractiva. Me es difícil de explicar, pero creo que a Salter, la presencia femenina (no toda, pero sí diversa) le resultaba física y psicológicamente estética. Algo que suscribo totalmente. Anticipo todas estas salvedades para compensar el haberlo incluido bajo un título de crápulas (preventivamente escrito entre comillas o en cursiva). Al menos, quienes sí que pueden ser considerados dos crápulas de manual son los protagonistas masculinos de su novela Juego y distracción[7] y del guion de la película El descenso de la muerte. Ya me referí a la novela, y especialmente a la película, en el artículo dedicado a El esquí en el cine II (1950-1969), por lo que no voy a ahondar ahora en ellos.

James Salter (de nacimiento James Arnold Horowitz) se graduó en West Point a los 20 años. Allí se formó como piloto de caza, oficio en el que ejerció durante 12 años, participando en muchas misiones y combatiendo en Corea. De hecho, su primera novela, Pilotos de caza, se nutrió de su experiencia y conocimiento sobre el tema. Contemporáneo de Jack Kerouac (ambos alumnos de la Horace Mann School), su fama le llegó mucho más tarde, así como, por fortuna, la muerte, pues Salter falleció a los 90 años, a mucha más edad que los otros dos protagonistas de este artículo.

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Salter en su época de piloto con un Sabre detrás. (Imagen: aspendailynews.com por Theo Salter).

 

Fue padre de cinco hijos y marido en dos matrimonios. La desgracia le golpeó fuerte en 1980, cuando su hija Allan murió electrocutada en la ducha de su casa (la de él) en Aspen, siendo el propio escritor quien encontró el cuerpo. La niña tenía 10 años, y aquello le cambio bastante la vida a nuestro protagonista. Según declaró en alguna entrevista: «Es algo que no se cura nunca... No puedo escribir de la muerte de mi propia hija».

Otro periodista, Darrell Hartman, en un artículo actual de talante comercial, nos cuenta algunos detalles de la vida del escritor en Aspen:

«A mediados de la década de 1970, con el objetivo de escapar de la escena editorial neoyorquina, Salter adquirió y restauró una antigua cabaña minera en el histórico barrio West End de Aspen. […]. Durante la época de Salter, Aspen tenía nada más y nada menos que cinco librerías. De ellas, solo ha sobrevivido Explore Booksellers. Salter era amigo de su propietaria original, Katharine Thalberg, hija del productor de Hollywood Irving Thalberg, y consideraba que esta había logrado realizar una renovación “deslumbrante” de una antigua casa victoriana. (Thalberg organizaba una fiesta allí cada vez que Salter publicaba un nuevo libro)».

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Salter escribiendo en su casa de Aspen. (Imagen: Andrew Southam para port-magazine.com).

 

Las cenas que Salter organizaba con su segunda esposa en su casa forman parte de la historia de Aspen. En ellas invitaban a diversos amigos, y se creaban unas tertulias que debían de ser de lo más interesantes, a juzgar por las personas que en ellas se reunían (montañeros, esquiadores, artistas, escritores…). John Irving fue uno de ellos. Al igual que ha ocurrido con el que fuera el hogar de Thompson en Aspen, la casa de Salter también está disponible como oferta turística en la actualidad. Aspen no perdona.

Aparte de sus novelas y guiones, James Salter escribió muchos artículos, crónicas y reportajes, y el esquí fue objeto de varios de ellos. El esquí y Aspen, su hogar. Para quienes les apetezca y sepan leer en inglés, pueden tomarse la molestia de intentar localizar los siguientes: Notes From Another Aspen, Aspen Magazine invierno 1996-97; Snowy Nights in Aspen, Colorado Ski Country USA’s invierno 1997-98; The Once and Future Queen, Rocky Mountain Magazine 1994; Homage to a Legend Called Aspen, The New York Times 1981.

Pero no es necesario esforzarse tanto para conocer su prosa esquiadora. No, porque estamos de enhorabuena, ya que recientemente han publicado un volumen que incluye varios de sus artículos referidos al esquí. De hecho, tengo la impresión de que algunos contienen fragmentos de los citados arriba. El libro aludido es En otros lugares[8].

Se trata de una exquisita recopilación de relatos de viajes. Unos con su estilo libre, cinematográfico, directo, como de secuencias de un guion. Otros como auténtica guía de viaje de autor: elegante, y alejada del estilo de cualquier guía práctica. Un poco a la manera de Mauricio Wiesenthal. Una gran parte de los artículos está dedicada a Francia. Pero también aparecen otros destinos. En cualquier caso, lo que del libro nos interesa aquí son los textos relacionados con el esquí. La vida del esquí es una delicia. Se inicia evocando una de sus primeras veces esquiando, en Saint Anton, sobre 1955 aproximadamente. Sirve de introducción y aporta una bella explicación de lo que se experimenta al aprender a esquiar. Continúa contándonos dos experiencias envidiables. En una de ellas desciende la pista de la Hahnenkamm en Kitzbühel guiado por Toni Sailer. En la otra hace lo mismo en la Lauberhorn de Wengen con Karl Molitor. La narración conecta con algunos entresijos que vivió con Robert Redford durante la preparación del rodaje de El descenso de la muerte. Un cotilleo da paso a otro, y, de este, a una conexión para saltar a Aspen, donde esquió por primera vez en 1959, para acabar instalándose permanentemente diez años después. A lo largo de los últimos párrafos, entre anécdotas de gente local, se cuelan algunos comentarios sobre la evolución de Aspen y varios sucesivos momentos de cambio en el paisanaje local y en el urbanismo del lugar. Muy recomendable.

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Imagen familiar de Salter esquiando en 1970. (Imagen. aspendailynews.com por Theo Salter).

 

Los capítulos de reportajes literarios o crónicas de viajes dedicados al esquí aparecen seguidos en el libro. El siguiente se titula El Tirol clásico.

«Hay lugares que uno ama sin haberlos visto nunca, generalmente porque se ha escrito sobre ellos». (J. Salter).

Salter ya amaba el Tirol antes de conocerlo, por haber leído a Hemingway:

«Diría que fue él quien me introdujo al concepto de los inviernos largos y solitarios, y de los pueblos de montaña donde los pasó en la década de 1920». (J. Salter).

El texto nos habla de Hannes Schneider, del Tirol, el Arlberg y, más concreta y ampliamente, de Kitzbühel y Saint Anton. Su lectura es un gustazo, no comento más y dejo una muestra. Se refiere al esquí:

«Nos envuelve por completo. Es un viaje que sigue a otro viaje y lo lleva a uno a través de días de esfuerzo ciego y alegría impune. Aunque por esas pistas han bajado antes innumerables esquiadores, parecen que estén por conquistar. A menudo, al bajar la vista hacia una pista empinada en la que nunca has puesto un pie, preparándote estoicamente, una o dos personas te adelantan y empiezan a descender por un lado aún más difícil que el que has estado considerando, haciendo giros cortos y expertos, y eso de pronto te infunde la confianza para hacer lo mismo, antes de que la montaña se recupere, por así decir. Y mientras recorres la línea de descenso más directa, encuentras milagrosamente el ritmo y lo dejas todo atrás, y la pendiente se desvanece bajo tus esquís… Lo más difícil ya ha pasado. La sensación de triunfo es abrumadora». (J. Salter).

La recopilación continúa con La pista más larga de Europa. Pese a las discrepancias de detalle, actualidad y criterio que pudieran surgir, Salter la sitúa en Klosters (Suiza). La Parsenn. Escribir sobre ella le permite hacerlo sobre el pasado y presente de Klosters, y sobre la peculiar carrera de descenso popular en que se ha convertido el Derby de Parsenn. También un poco sobre Davos. A través de sus párrafos, viajamos al esquí suizo y disfrutamos esquiando:

«Aun así, la sensación es la misma que cuando se bajaba de la cima por la larga pista en los viejos tiempos: kilómetro tras kilómetro de paisaje invernal, todo cubierto de nieve, las casas del valle muy por debajo, la pista, aparentemente interminable, discurriendo a gran velocidad bajo los esquís». (J. Salter).

Y lo entiendo completamente, pues cuando esquío, hay momentos en los que me siento partícipe de una escena estéticamente memorable en la que mi figura en movimiento constituye únicamente un detalle del conjunto. Y una de las situaciones que me suele provocar tal sentimiento es descender por alguna pala o pista de buena pendiente que, aunque elevada y bien cargada de nieve, se presenta tan abierta o expuesta al paisaje del valle, que te muestra el lecho de este con alguna población justo allí abajo. Verticalmente alejada, pero no en la distancia. El momento resulta especialmente emocionante si, además, eres consciente de que podrías llegar hasta allí esquiando. Alcanzando el destino tras un larguísimo descenso.

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Salter en un telesilla en Aspen en 1976 con su esposa Kay Eldredge. (Imagen: ralphlaurent.es).

 

Aunque el esquí parece despachado en el libro tras el artículo anterior, se trata de una falsa impresión, el aficionado debería seguir leyendo. El siguiente texto se titula Los días inmortales, y se refiere a jornadas maravillosas que cualquiera puede vivir si está dispuesto a ello sin necesidad de complicarse la vida artificialmente. Salter parece escribir (lo parece a lo largo de casi todo el libro) en la madurez de una edad bien avanzada o incluso en la vejez. Lo digo porque sus recuerdos parecen sensatos, tranquilos y repletos de sabiduría vital. En este reportaje escribe, indistintamente, sobre Colorado y sobre Aspen. Historias de allí, paisajes y gente. Y lo hace en un orden estacional, aunque no necesariamente cronológico en su vida. Primavera, verano y otoño se suceden con anécdotas o recuerdos lejanos o cercanos en el tiempo. ¡Hasta que llega la nieve! Y con ella nos regala dos últimas páginas de placeres invernales.

Me consta que entre los lectores de Nevasport los hay también aficionados al montañismo. Ellos deberían seguir leyendo el siguiente capítulo del libro de Salter: Victoria o muerte. Trata de la escalada. En realidad, si el lector, además de esquiador, ha llegado hasta aquí leyendo mi artículo con atención, es que, le gusté la escalada o no ¡es lector! Así que debería completar el libro entero. Debería de hacerlo porque es una golosina. Es el tipo de lectura ideal para tomarla en pequeñas dosis en momentos de sosiego y placer. Momentos de porche o de chimenea en mitad de un fin de semana o unas vacaciones. Antes o después de un vino o un aperitivo. Lo es porque da cargo de conciencia empezar a disfrutar de la crónica siguiente sin haber paladeado lo suficiente la lectura de la anterior. Y lo es porque, constantemente, cada reportaje evoca momentos placenteros que maridan perfectamente con los propuestos como ambientes para su lectura.

A un nivel mucho más personal, hacia el final del libro me topé con dos crónicas de viajes que me tocaron la fibra por su cercanía a mis intereses y costumbres viajeras. En Carreteras poco transitadas recuerda un viaje cicloturista por Japón. Y en Caminando por los Downs, Salter cuenta algo similar a lo que hice yo mismo hace décadas: viajar solo caminando por un sendero de largo recorrido en Inglaterra. El mío fue el Coast to coast.

«Compré una mochila, una botella de agua y un par de botas ligeras de montaña italianas que, según me aseguraron, eran de última generación». (J. Salter).

Hemos llegado al final. Cansados de tanto leer, adorar mujeres, bebernos hasta el agua de los floreros y anhelar algún paraíso de montaña bien cargado de nieve, lectura y algún bar acogedor en el que poder reunirnos con gente local, pero sin un turismo tumultuoso. Hacer el crápula en la medida en cada uno de nosotros considere.


[1] THOMPSON, Hunter S.: “La gran caza del tiburón”. Anagrama. (1979). Barcelona, 1981.

[2] JANÍN, Carlos: “Excelentísimos borrachos”. Reino de Cordelia. Madrid, 2023.

[3] HEMINGWAY, Ernest: “París era una fiesta”. 1964, póstumo. Debolsillo. Barcelona, 2023.

[4] HEMINGWAY, Ernest: “Cuentos”. Los cuarenta y nueve primeros cuentos 1938. Debolsillo. Barcelona, 2023.

[5] THOMPSON, Hunter S.: “Los Ángeles del Infierno. Una extraña y terrible saga”. 1967. Anagrama. Barcelona, 1980).

[6] THOMPSON, Hunter S.: “La gran caza del tiburón”. 1979. Anagrama. Barcelona, 1981.

[7] SALTER, James: “Juego y distracción”. 1967. Salamandra. Barcelona, 2013.

[8] SALTER, James: “En otros lugares”. 2005. Salamandra. Barcelona, 2024.

Sin título

 

6 Comentarios Escribe tu comentario

  • #1
    Fecha comentario:
    04/09/2024 22:11
    #1
    :oh!: :oh!: :oh!:

    karma del mensaje: 12 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #2
    Fecha comentario:
    05/09/2024 09:42
    #2
    Artículo ilustrador. Se agradece.

    karma del mensaje: 12 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #3
    Fecha comentario:
    10/09/2024 10:40
    #3
    Estupendo artículo, como de costumbre. Me da la impresión de que, al meter el esquí en un relato, no será fácil atraer a infinitos lectores que lo desconocen y, quizás por eso, no es habitual encontrarlo en la literatura.

    Desconocía los 49 cuentos de Hemingway, de modo que ya tengo deberes ¡Gracias por la reseña!

    karma del mensaje: 12 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #4
    Fecha comentario:
    10/09/2024 11:49
    #4
    #3 Gracias.
    Tienes toda la razón, de hecho, la literatura deportiva en general es un género menor y, dentro de ella, el esquí casi inapreciable. En todo caso, muy esporádicamente surgen obras que se arriesgan a intentarlo (me refiero a narrativa deportiva) y algún éxito consiguen (uno relativamente reciente se ha dado con un libro sobre remo, :za!ar: algo verdaderamente insospechado). Con el ciclismo ocurrió un fenómeno muy curioso: hace 20-30 años no pasaban de unos cinco los títulos de narrativa (o "ensayo narrativo") publicados en España. De la noche a la mañana, quizás en parte a un éxito editorial repentino, surgieron muchos autores intentándolo, y ahora hay decenas de títulos con esa temática. Es evidente que no es aplicable al esquí, pues en el caso del ciclismo la popularidad de las Grandes Vueltas alcanza a gran parte de la población, pero nunca se sabe, quizás algún día (yo tampoco lo acabo de ver :lol2: ) algún autor de con la tecla adecuada y el esquí acabe convertido en el contexto de una novela de éxito. Tal y como escribí en algún artículo anterior, el caso de Irving no creo que sirva tampoco como detonante (su novela es demasiado larga, compleja y poco dada a la popularidad para logarlo).
    En todo caso, imagino que a los esquiadores muy aficionados a la lectura sí que nos da por sumergirnos en parte de lo poco que hay publicado.
    Muchas gracias, una vez más, por tu paciente lectura.

    karma del mensaje: 18 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #5
    Fecha comentario:
    10/09/2024 12:48
    #5
    #4 jaja, gracias a ti. Muy de acuerdo contigo. Aunque esté feo hablar de uno, escribí un relato corto de juventud, de esos semiautobiográficos y seguramente infumables, cuando me hice profe de esquí... Tenía 19 años. Se llamaba "La montaña rosada" (por los tonos que toma el Veleta en los atardeceres de primavera). Lo he perdido, pero creo que afortunadamente para los incautos lectores potenciales :lol2:

    karma del mensaje: 12 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #6
    Fecha comentario:
    10/09/2024 16:06
    #6
    buen articulo :+:

    karma del mensaje: 12 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!

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