Pretendo repasar, por orden cronológico, los esquís que he utilizado a lo largo de mi vida. No incluiré aquellos de uso eventual como consecuencia de un intercambio fugaz para probarlos, préstamos de test, etc. Sino los que he utilizado y poseído, en el sentido de que hayan sido míos durante algún prolongado periodo de tiempo. Hago este ejercicio rememorativo con una doble intención. Por un lado, como repaso nostálgico-histórico del material disfrutado a lo largo de mi vida esquiadora (ya más de medio siglo), de forma que a través de él podamos acometer un repaso aleatorio de la evolución del material principal de este deporte (los esquís y sus fijaciones). Pero por otro, quizá resulte todavía más interesante tratar de recordar qué pensaba yo en cada época, sobre mis propios esquís. Mis deseos, mi grado de apego al material y mi actitud psicológica hacia el mismo, la cual, puedo adelantarlo, hay ido cambiando mucho desde que tuve mis primeros esquís hasta ahora.
Antes de empezar adelanto que he establecido tres categorías de esquís. De alpino, de travesía y, recientemente, otra de antiguos.
Esquís de alpino.
No recuerdo la edad exacta en la que me calcé unos esquís por primera vez. Calculo que sería sobre los cinco años aproximadamente. Pero sí recuerdo, perfectamente, el material con el que empecé: unos Silver Streak de madera de color rojo con las suelas (también de madera) pintadas de naranja, y unos cantos atornillados a ambos lados. La pintura inferior desapareció pronto. Ya quedaba poca cuando me los asignaron, porque previamente los había utilizado uno de mis hermanos mayores. Las tablas llevaban unas fijaciones de cable muy sencillas, con una puntera minúscula y una leva para tensar el cable al cerrar. Se vendían en un kit completo en el que los esquís ya venían con las fijaciones puestas y con un par de bastones, todo ello dentro de una gran bolsa de plástico trasparente. Utilicé aquellos esquís varios años. Como eran muy largos (entre 1,50 y 1,60), recuerdo que su dominio inicial me llevó bastante tiempo. Me explico, probablemente aprendí a descender moderadamente y frenar en cuña el primer día. La cuestión de los virajes, también en cuña, debí de adquirirla a lo largo de las siguientes jornadas. A partir de ahí, autonomía para ir conquistando paulatinamente el uso de los remontes y el dominio de pendientes cada vez más acusadas. Con el material de otras épocas, el proceso de aprendizaje era una cuestión muy relevante. Se basaba en un amplio, progresivo y variado repertorio técnico que a los practicantes nos costaba años ir conquistando. Los gestos técnicos se describían pormenorizadamente porque, o se hacían bien, o no funcionaban. Las dificultades venían por varios factores: escasa diferencia de cotas de los esquís, pistas sin pisar artificialmente (únicamente por el sucesivo paso de esquiadores), longitudes de tablas exageradas y, quizás lo más influyente de todo, utilización de botas de cordones de caña muy baja. Las mías eran unas negras de material gomoso. Con aquellos esquís llegué a bajarme todas las pistas de mi estación menos una, pero básicamente en cuña, hasta incorporar un eficaz y seguro viraje fundamental.
Mis sentimientos hacia aquellos esquís experimentaron dos etapas. De la primera prácticamente no me acuerdo. Toma hijo, tú vas a esquiar con estos… y como los dos mayores ya esquiaban, pues yo encantado de empezar. Pocos años después ya andaba yo esquiando a solas por la estación (eran otros tiempos, de mucha mayor libertad infantil) o alguna vez con mis hermanos mayores, y me parecía que aquellos esquís eran muy poca cosa. Para empezar, no deslizaban nada. Recuerdo alguna vez a mi padre barnizando las suelas de madera, pero aquello no lograba mejorar apenas el rendimiento. Y luego estaba lo otro, esa comparación que surge en mitad de la infancia y que provoca que las personas sientan algún tipo de vergüenza por la imagen que desprenden de sí mismos, la cual, en aquel caso (como ocurre tantas veces), se centraba sobre todo en el material: unos esquís ¡de madera! que, además, para más visible INRI, tenían unas ostensibles fijaciones de cable. Este asunto me parece importante porque suponía, en lo que al esquí se refiere, mi claudicación, como niño, ante el consumismo. No una efectiva caída en él (porque mis padres, como buenos administradores de una familia numerosa, no se lo permitían), sino cierto sometimiento moral, responsable de un permanente deseo insatisfecho o anhelo de largo aliento que se mantuvo ahí, instalado en mí, con diferentes niveles de intensidad, durante bastantes años.
Conservo aquellos esquís. Un par idéntico a ellos que me compré, presa de la nostalgia (otra fase muy postrera de esa evolutiva relación emocional con el material), cuando los vi en una mueblería; y otro, suelto, que sí que fue uno de los míos, que apareció tiempo después en un desván familiar. Los tres forman parte de la decoración del minúsculo salón de mi casita de montaña.
Silver Streak infantiles (Imagen propia).
Creo que soy yo, aunque pudiera ser mi hermano mayor, en cualquier caso ¡esas eran las botas y esos los Silver Streak con los que empecé). Alto Campoo años 60. (Imagen: archivo familiar).
Todavía en plena infancia, el anhelo material estaba claro: esquís de fibra (por lo que entendíamos que no se viera rastro de madera por ningún lado) con cantos sin atornillar y fijaciones automáticas (sin cables). Mi siguiente par de esquís cumplía solo parte del total. Fueron unos ELAN Jet 2, rojos y negros, con suelas sintéticas amarillas y cantos atornillados. Me llegaron heredados de mi hermana la mayor, y tenían, eso sí, fijaciones automáticas, probablemente unas Golber. Medían 1,70 y, gracias a sus suelas, me ayudaron a poder esquiar con mayor velocidad, y a convertir aquellos virajes fundamentales en cristianias más eficaces y vistosos, con los que ser capaz de descender con soltura cualquier pala de cualquier pista. Y eso a pesar de seguir esquiando con botas de cordones, en aquel periodo con unas de montaña de aquellas que tenían unas suelas muy rígidas. No descarto que parte de la pericia que haya podido alcanzar a lo largo de mi vida esquiadora se deba al haberme iniciado con botas de tan precaria sujeción, creo que es algo que aportaba mucha sensibilidad, control y finura técnica en las ejecuciones que entonces se hacían necesarias.
El anhelo previo no tardó en llegar. También heredados de mi hermano inmediatamente mayor, me asignaron unos Fischer 1001 de 1,80. Fibra de vidrio y envoltura sintética completa, además de cantos perfectamente embutidos y sin tirafondos a la vista. Las fijaciones debían de ser muy parecidas a las anteriores, y en algún momento, entre varias temporadas de uso, pasé de las botas de cordones a las primeras de plástico y ganchos (primero unas Brixia de mi hermana y, no a mucho tardar, unas ¡de estreno! para mí: unas Dolomite que me resultaron francamente incómodas durante unos cuantos años). Los Fischer 1001 fueron unos esquís bastante populares en España, una segunda versión de los anteriores 1000 S, que eran de aspecto casi idéntico: con letras y líneas azules sobre fondo blanco en la parte superior, y suelas de cofix negro. Gama media, pero ya dentro de una construcción de esquí totalmente moderna. Me resultaron muy eficaces, y con ellos esquié durante varios años, aquellos que supusieron mi tardía infancia y la primera mitad de mi adolescencia. Con ellos dominé el paralelo, y unos giros cada vez más cortos que acabaron manifestándose en aquel mítico y deseado wédel. Al final de aquella época esquiaba casi siempre con mi hermano Juan (2 años mayor) y con mi amigo Charly. Y la búsqueda de pendientes fuera de pista, lo más empinadas posible, se convirtió en nuestra principal obsesión. Pero el anhelo, para un jovencito ya inoculado del consumismo técnico del material, hizo que la alegría de poder disfrutar de unos esquís ya actualizados durara bastante poco. Miraba mis esquís y los comparaba con los Fischer C4 o los Rossignol ST 650, que entonces eran los máximos exponentes de tope de gama de las dos marcas más presentes en nuestro entorno. El deseo permanentemente insatisfecho se dirigía entonces hacia dos conceptos integrados: uno de calidad técnica, publicitado o materialista, el de poder disfrutar de lo que denominábamos unos esquís de competición; y el otro puramente de moda e imagen, que tuvieran las suelas también con dibujos. Con la edad, la madurez vital y vista la evolución de las tendencias en materia de esquí, me he ido dando cuenta de la excesiva dependencia que aquel niño y adolescente que yo era sufría con respecto al marketing del material de esquí.
Aquellos Fischer desaparecieron. Años después de su utilización, los cogí para una especie de experimento del que algún día hablaré, les puse unas fijaciones cedidas y, finalizado el asunto, se los presté a un conocido para que se iniciara en el esquí. Con el tiempo perdimos el contacto y, por mi parte, el interés por aquellos esquís que, entonces, consideraba basura. Todavía no me había dado por el asunto del esquí nostálgico.
Con los Fischer 1001 al hombro y las Dolomite en el suelo. 1986 ¿El paisaje? eso es otra historia que algún día explicaré. (Imagen: propia).
Mi hermano se fue a estudiar a Madrid y yo me quedé sus esquís ¡y sus botas! Estas eran unas Dolomite Sintesi. Preciosas, agresivas de posición y de un verde llamativo. Los esquís eran unos Rossignol Cobra con fijaciones del fondo de armario familiar, lo que implicaba que la puntera fuera de una marca y la talonera de otra. El Cobra fue el esquí de gama media más popular de Rossignol. Todo un superventas. Como al Concorde y a algunos otros modelos, le tocó un significativo cambio estético que supuso el paso de la mítica decoración de rombos de la marca hacia diseños más contemporáneos, pero menos identificativos. Aquellos Cobra eran de los de nueva decoración, aunque eso sí, conservaban las clásicas suelas azul turquesa del fabricante. Medían 1,90 y, durante dos temporadas, les saqué un gran partido en el que los baches, por imitación a un profesor de la EEE local, se convirtieron en otra de mis preferencias. Mi esquí evolucionó mucho con ellos, respondían bien, aunque visto con retrospectiva, es muy posible que fuera el cambio de botas (además del desarrollo físico adolescente y de entrenamiento de otras modalidades deportivas) el principal responsable de mis mejoras. Uno de los dos Cobra cuelga también de una de las paredes de aquel saloncito del que hablaba antes y que volverá a aparecer por aquí, pues muestra más ejemplares de mi vida esquiadora.
Aquellas flamantes Dolomite Sintesi (de canto podemos distinguir los Fischer 1001 y, por el suelo, otros de madera). Alto Campoo, años 70. Imagen: archivo familiar).
Detalles del Rossignol Cobra (Imagen propia)
Durante mi época escolar en Secundaria (entonces BUP y COU) pasaba bastante tiempo dibujando. Sobre todo durante las clases, cuando estas iban despacio o con poco interés. Alternaba la atención (a los profesores, o al ambiente de cachondeo si lo había) con el dibujo en los márgenes de los libros de texto. Mis libros solían estar plagados de dibujos a bolígrafo. Una afición inocente por la que nunca fui reprendido, ni en el colegio ni en casa, supongo que porque en ambos entornos interpretaban aquella costumbre como yo: una expresión de libertad aplicada sobre una propiedad privada. Por el contrario, jamás he pintado en las paredes o puertas de los baños, ni en superficies que no fueran de mi propiedad. Importante diferencia con respecto a todas aquellas personas que se piensan que lo suyo es suyo (sólo suyo) y lo de los demás, o lo público, suyo también. Casta cada vez más abundante (aparentemente) en nuestra sociedad. Por otro lado, tampoco mis dibujos eran del tipo de los de los baños (groserías, manifestaciones de odio o de deseo sexual reprimido, etc.). No, lo que yo dibujaba solían ser motos, coches de rally y, sobre todo, esquiadores o esquís. En el caso de las tablas, alternaba la representación de aquellos que más desearía tener, de entre los realmente existentes (recuerdo que, por épocas, los ELAN de Stenmark o los Dynamic VR17 eran los más recurrentes), con el diseño personal de modelos inventados. Y es que el diseño de material (coches, motos, esquís, bicicletas, etc.) es algo que me gustaba especialmente y a lo que, probablemente, me hubiera podido haber dedicado si mi vida, finalmente, no hubiera ido por otros derroteros académicos.
También yo me fui a estudiar a Madrid y, estando allí, tuve la fortuna de hacer amistad con esquiadores en mi clase, así que pude continuar con la afición, algo que empezó tímidamente, pero acabó con una dedicación casi total. De lo primero viene al caso la adquisición de unos Dynamic VR 17 carbon de segunda mano. ¡Por fin! ¡Unos Dynamic, el sueño de mi vida! Eran negros mate (algo que se llevaba bastante entonces) con letras en blanco y rojo. Iban equipados con unas Salomon 727. Medían 2,00m e incorporaban una peculiaridad propia de la marca en aquella época: que los cantos estaban seccionados, constituyendo una larga fila de segmentos de canto con la intención de responder mejor a las flexiones y extensiones del esquí. Tengo que decir que, desde mi punto de vista, aquello era verdaderamente efectivo. Los Dynamic de alta gama tenían fama de ser esquís de portentoso agarre en nieves duras, y aquellos cumplían la promesa. Por otro lado, gracias a ellos, me acostumbré a un tipo de esquís de mucho nervio, entendido ello como cierta dureza a la flexión, generando, como consecuencia, una rápida y relativamente violenta respuesta, algo de agradecer para el wédel o para un estilo tirando a agresivo a la hora de negociar las bañeras.
Con aquellos esquís empecé a viajar a estaciones de fuera de mi tierra por primera vez en mi vida: Sierra Nevada, Formigal, Andorra y los Alpes franceses. A los esquís hay que añadir mi amistad con un compañero de clase que trabajaba en la EEE de Valcotos (que era a quién se los había comprado). A él le debo haber viajado y esquiado mucho juntos durante varios años, haberme corregido el clavado del bastón (algo que fue fundamental en mi evolución como esquiador), un notable incremento de nuestra mutua pasión y dedicación a los baches, e incluso mi incorporación como monitor a la EEE de Valcotos. Vía tal incorporación, llegaron mis siguientes pares de esquís. En cuanto a aquellos, mis primeros VR, acabaron destrozados, los cantos seccionados tienen un nocivo efecto secundario: resultan especialmente frágiles cuando se esquía fuera de pista, porque en el caso de tocar alguna roca es mucho más fácil que el segmento en cuestión salga despedido, y el arreglo resulte mucho más complejo, lento y caro. Así que también tengo uno de ellos colgado de la pared, aunque el pobre anda un poco desdentado. Mi recuerdo de aquellos esquís es de gran agarre y mucha polivalencia. No eran especialmente rápidos deslizando, pero están entre mis favoritos.
Detalle de secciones de cantos desaparecidas en los VR17. (Imagen propia)
Únicas imágenes existentes de mis primeros Dynamic en acción. El Bosque y una gran jornada de nieve virgen. (Imagen: propia).
En algún momento de toda mi vida madrileña (creo que más bien hacia los primeros años) me compré unas botas nuevas. Unas Nordica rojas de tope de gama, que me han durado muchos años y me fueron francamente bien. En cuanto a los esquís, entré en una doble fase de adquisiciones. La compra a través de los representantes que nos visitaban a la EEE, que se materializaba en poder comprar a mitad (aproximadamente) del precio de tienda; y la firme decisión de renovar siempre con el mismo estilo de producto: esquís de slalom especial de 2,00 o 2,03, algo en lo que me mantuve bastantes años.
La fase la inicié con otros Dynamic. Unos VR27 Equipe SL (creo recordar que de 2,00). Del estilo negro mate de la marca, pero con la tipografía ligeramente evolucionada y alternando el blanco con el amarillo habitual en sus gamas de competición. Iban equipados con unas Look 99 RS. Hay que decir que, para entonces, mis anhelos consumistas quedaban cubiertos todos los años. Desaparecieron las aspiraciones materiales frustradas. Tenía lo que quería y estaba muy satisfecho con el material. Y ¿era más feliz por ello? Creo que no. Era muy feliz, pero no por los esquís, sino por la vida esquiadora que me podía permitir, en el ambiente de la Escuela y con muchos viajes de esquí a lo largo de cada temporada, es decir… ¡esquiando! Aquellos Dynamic se correspondían completamente con el espíritu de la marca: agarre y más nervio todavía. Esquís con mucha respuesta y para los que había que estar fuerte y en forma (algo que la peculiaridad de mis estudios garantizaba). Me encantaron, pero los tengo bastante olvidados porque los vendí a las dos temporadas, cuando todavía estaban muy bien, para poder seguir comprando pares. Era la dinámica habitual en la Escuela: con pares recientes, pagabas las nuevas adquisiciones.
Apenas dispongo de imágenes propias de aquellos Dynamic VR27. Esta es una de ellas. Borovets, 1987. (Imagen: propia).
Por aquel entonces, mi actitud ante el material era de desacomplejada familiaridad. Seguía muy atento a las innovaciones de los fabricantes porque era algo que me interesaba, lo mismo que a las competiciones de esquí alpino de la Copa del Mundo como referencia de lo que se suponía que utilizaban los competidores, algo que, no lo he dicho anteriormente, pero fue una afición permanente durante mi adolescencia, época de ídolos deportivos. En cuestión de marcas, el mercado se había expandido notablemente. No es que hubiera más fabricantes (lo ignoro), es que, hacia el final de la Transición Española, se tenía acceso a todo el mercado internacional, el cual, en cuestión de esquí, había llegado a nuestro comercio especializado. Así que había mucho donde elegir… ¿o no tanto? Lo digo porque en aquella época fui aprendiendo un par de cosas importantes sobre la oferta de los esquís. Había dos factores que influían muy poderosamente sobre la oferta y la decisión de compra por parte de los consumidores. En el plano general (el de todos los consumidores) fui descubriendo que unas marcas estaban muy afianzadas en algunos territorios concretos, mientras que otras zonas eran coto casi privado de otras firmas. ¿La razón? Todo aquello que tuviera que ver con la potencia de ventas de comercios concretos y la capacidad de influencia que los diferentes distribuidores tuvieran en cada región. La consecuencia es que en cada zona se daba una optimización de precio, oferta, reputación, popularidad, abundancia, etc. contextualizadas a cada ciudad, provincia, estación, tienda, escuela de esquí preferente, etc. La otra cuestión nos afectaba a los monitores: comprábamos el material que más nos gustaba… de entre el ofertado por los distribuidores que nos visitaban, que eran solo algunos. En definitiva, que, aun pudiendo (teóricamente) adquirir cualquier modelo de esquís, acabamos comprando el material que circunstancialmente nos vemos influidos a elegir, dentro de una oferta real que resulta mucho más reducida que la teórica. Pero el mercado funciona y nos hace creer que compramos lo que queremos, manteniéndonos satisfechos por un tiempo. Creo que esto, con ciertos matices relacionados con el mercado electrónico y otras cuestiones, es algo que, en el fondo, sigue vigente.
En mi siguiente equipo rompí puntualmente mi fidelidad a los modelos de slalom especial, aunque seguí aferrado a Dynamic. Fueron unos VR27 geant de slalom gigante, de 2,10m. Coincidía que podía tener dos pares simultáneamente y que a mi amigo y a mí nos había dado por correr mucho en las pistas en algunos momentos. Tal costumbre procedía de pasar las tardes de domingo (se suspendían las clases para que los profesores pudiéramos entrenar) pegados a las colas de un tal Pepe Asensio, excorredor de gigantes y descensos. El hombre era extremadamente delgado y más bajito que nosotros, pero con sus 2,10 nos sacaba de trayectoria cuando quería. Fue mucho lo que aprendimos con él, sobre todo de canteo de exterior y torsión forzada al esquí. Hay que recordar que aquellos años, ochentas y noventas, esquiábamos con técnica de alternativo para casi todo (los baches no). Aquellos largos Dynamic de color salmón o rosa eran unos buenos esquís para hacer kilómetros. Para correr y plantearse bajadas con virajes largos. Cuando los llevé a algunas estaciones de los Alpes de las más extensas (por ejemplo Les 3 Vallées y Les Portes du Soleil) me encontré que ese tipo de territorios, estaciones en las que se suceden pistas muy largas y un gran dominio esquiable por recorrer, eran su ecosistema ideal. Pero no los lugares de pistas cortas en los que prefería aprovecharlas más a costa de virajes cortos. Y menos aún, bajando bañeras, aunque las tuve que negociar algunas veces. Por el contrario, con nieve virgen, sorprendentemente, se comportan mejor de lo esperado. Lo he redactado en presente porque este par de esquís lo conservo en activo, pues forma parte de mi parque de esquís retro. Tienen unas fijaciones Marker MRR twincam 4, con talonera de muelles a la vista.
En Avoriaz, 1992. Posando con los VR 27 de gigante. (Imagen: propia).
Bajando pequeñas bañeras primaverales con los Dynamic de 2,10. No recuerdo el lugar ni la fecha. (Imagen: propia).
Mi vinculación con Dynamic se fue al traste porque nuestro distribuidor habitual cambió de marcas. Así me hice con unos Atomic ARC Team HV3 SL de 2,03. Una nomenclatura muy de competición, para unos esquís de slalom claramente diseñados para competir. Con un patín estrechísimo, la diferencia de cotas era muy marcada para la época. Y eso se notaba en el comportamiento de los esquís, que eran más fáciles de girar (de aplicarles frecuencia de giro) que los que había tenido anteriormente. Deslizaban claramente más y agarraban notablemente menos en nieves muy duras. Equipados con las Look 99 RS, su aspecto superior era muy atractivo, en un azul brillante muy bien acabado. Creo que han debido de ser de los esquís a los que más caña he dado, aunque no estén entre mis favoritos. Mucha pista, mucho fuera de pista y ¡muchísimos baches! Aunque en esto último no me gustaron tanto como los Dynamic. Y creo que a ellos tampoco, porque acabaron reventando, literalmente, la carcasa exterior sintética, a la altura del patín. Previamente, incluso un canto empezó a soltarse por la espátula, asunto que solucioné con una reparación casera y la colocación de unas punteras de pasar palos, a modo de refuerzo de sujeción. Uno de ellos, merecido lo tiene, también tiene su sitio en la salita.
Detalle de un flanco exterior reventado. (Imagen propia).
Casualidades de la vida... creo que estos esquís son de los más fotografiados de entre los que he tenido. (Imagen: montaje propio).
De regreso a Cantabria, afianzado laboralmente y desconectado de la EEE, necesitaba esquís y me surgió la oportunidad de comprárselos nuevos, pero de temporadas anteriores, a un monitor que frecuentaba nuestra estación y tenía tienda en Valladolid. Me salieron muy baratos y les puse unas Look de algunos de los anteriores (entonces todavía la compra de tablas y fijaciones seguían siendo asuntos separados). Estábamos ya en la década de los años noventa. Fueron unos Völkl P9 SL, amarillos algo fosforito, con la clásica decoración, bastante tradicional, de la marca, y de nuevo de 2,03 de longitud. Como rareza, señalar que presentaban unas espátulas tan afiladas y levantadas que incluso les daban un aire ligeramente anticuado. Tengo que decir que eran unos esquís fantásticos y muy polivalentes, de lo mejor que he tenido, y que recuerdo haber disfrutado con ellos de mucha nieve profunda, en la que aquellas espátulas trabajaban muy bien. También uno de ellos ocupa su lugar de recuerdo en la pared. En pleno uso de este par es cuando murieron aquellas botas Nordica. Un día me quedé con una lengüeta en la mano y, aunque pude seguir utilizándolas varios días mientras compraba otras, las tuve que desechar. Las nuevas fueron un error, unas San Marco pensadas para ser inyectadas con fluido amoldable térmicamente, pero que no llegué a someter al proceso por causas variadas. Las botas eran buenas y me quedaban bien, pero me sobraban los tubos no utilizados y hubieran resultado mucho más cómodas de haber completado el proceso. Algunas temporadas después me hice con las Salomon que llevo ahora, que no sé qué modelo son, pero resultan magníficas: eficaces, cómodas y calientes. Mi estrategia con las botas es muy fácil de explicar: cuando estoy a gusto con ellas, no cambio de botas hasta que quedan inutilizables por rotura.
Reunión familiar en Los 3 Valles. Año 1993 o 94. Estoy por el centro del grupo con los Völkl amarillos. (Imagen: archivo familiar).
Cuatro de los esquís mencionados hasta ahora, por encima y por debajo: Rossignol Cobra, Dynamic VR 17 carbon, Atomic ARC HV3 SL y Völk P9 SL. (Imagen: montaje propio).
Al carving me incorporé relativamente tarde. La estética técnica del modo de esquiar que se empeñaban en proponer inicialmente las escuelas no me gustaba nada, y menos aun lo que consideraba como una dictadura: el tener que ajustarse, aproximadamente, a una estrecha franja de radios de giro. Siempre he sido un defensor a ultranza de la polivalencia esquiadora y, a ser posible, de tener unos únicos esquís para todo. Sigo en ello y no me va nada mal, aunque reconozco que, actualmente, no tienen nada que ver unos esquís de gran rendimiento en pista (especialmente tirando a dura) con otros diseñados para defenderse bien fuera de pista.
Mientras la nueva tendencia se empezaba a consolidar, otro amigo monitor se había arrepentido de haber encargado (precio distribuidor) unos esquís de slalom, ahora ya que el carving ha venido para quedarse... Me los ofreció al precio de escuela y se los compré sin estrenar. Un clásico del slalom especial, Rossignol 9S Course Dualtec Generation VAS, probablemente el último modelo no carving. 1,98 de longitud, muy duros y cañeros, amarillos y negros, y de gran agarre y nervio, tanto, que como corrieras mucho en giros amplios protestaban rebotando. Están bastante bien porque los adquirí en una época en la que hice poca pista y mucha más travesía. Además, en algún viaje que intercalé entonces, me prestaron carving de test. Los conservo en activo. No los uso, pero están preparados para ello. Digamos que cumplen con un papel de colección: últimos ejemplares de esquís de antes, pero no exhibidos como elementos de decoración. Sus fijaciones, evidentemente, son unas Rossignol a juego, que ya venían integradas.
Y así llegamos a la época de los esquís carving. Para entonces, mi actitud con respecto al material había cambiado radicalmente. Para empezar, dejé de estar al día. En realidad, dejé de interesarme totalmente por las marcas, modelos, especificaciones técnicas, tendencias, etc. Tampoco seguía las competiciones. Me limitaba a esquiar y a disfrutar de ello. Los baches empezaron desaparecer de las estaciones y yo me dedicaba (sigo igual) a dar prioridad al fuera de pista cuando lo había, y a pasármelo bien en las pistas cuando no estaba por las montañas no urbanizadas haciendo travesía. Y, por supuesto, huyendo de gentíos y aglomeraciones, evitando fines de semana y vacaciones estandarizadas. Ante esta especie de deserción, la cuestión de las compras la he resuelto a través de mi hermano el pequeño (Guti) y el Corte Inglés. Como me conoce perfectamente como esquiador, sabe lo que necesito y lo que busco en los esquís: buen rendimiento en general y mucha polivalencia. Eso supone, por lo que me cuenta, dejar de lado los esquís de competición y apuntar hacia una gama alta que se encuentre en el borde entre los de fuera de pista y los de pista. Todo ello dando prioridad a un precio ventajoso, sin importarme en absoluto si los esquís en cuestión son modelos de temporadas pasadas. Los primeros que me vendió fueron unos Atomic rojos con detalles en negro: modelo Betacarv c:11 16. Eran, claramente, unos esquís muy de pista, de carveo fácil, pero que se adaptaban bien a los giros cortos y de alta frecuencia. Cuando encontré baches moderados respondían bien por ser mucho más cortos y tener un patín estrecho, y en cuanto a la nieve profunda… ¡qué más daba! Perdónenme los puristas del material, pero, si te has tirado media vida haciendo huellas con esquís antiguos de dos metros, cualquier carving es un chollo para disfrutar de ese tipo de nieves sin pisar. Y si no es así, es que eres un paquete. En todo caso, el veredicto es que eran muy pisteros, bastante más que los que he tenido después. Lamentablemente me los robaron cuando ya no los usaba, así que únicamente perduran en el recuerdo.
Casi sin imágenes de estos esquís. De izquierda a derecha: el sacerdote que me casó (literal), mi hermano y proveedor de esquís, y yo con los Atomic. Formigal, 2009. (Imagen propia).
Muchas temporadas después, puede que una década, mi hermano me dijo que me tocaba YA cambiar de esquís. Reconozco que mi, para entonces, nueva actitud ante el material se había cronificado (así sigue), quitándole toda la importancia dada en épocas anteriores. Me comentó que tenía unos estupendos a un precio inmejorable y que eran ideales para mí. Así que, de nuevo, compré sin mirar (literalmente). Resultaron ser unos Dynastar Outland (creo que 80 PRO). A tales alturas, ya todos habíamos sustituido la longitud como referencia coloquial de medida de nuestros esquís, reemplazándola por la anchura de patín. Me gustaron bastante estéticamente, y mucho en uso. En las pistas notaba menor tendencia a buscar límites de velocidad y trazada, pero a cambio, eran más cómodos en todo tipo de nieves y circunstancias. Fuera de las pistas se podía esquiar con ellos de todo, y perdonaban todo tipo de errores dentro y fuera de ellas. Una de las sensaciones que tengo desde que utilizo este tipo de esquís es que hay ocasiones en las que noto, con total certeza, que acabo de salir airoso, sin inmutarme, de algún error que, con esquís de épocas anteriores al carving, hubiera supuesto una inmediata caída. Varias temporadas después (unas cuantas), tenía claro que con aquel par disfrutaría de esquís para rato (otras tantas por lo menos), pero entonces vino aquel robo, único que he sufrido en materia de esquís, pero que me costó tres pares, los Atomic ya no utilizados, estos Dynastar y un par de travesía, que es el que más me dolió, porque eran más recientes, me gustaban mucho y siempre resulta más caro reponerlos.
Total, que mi hermano-proveedor me prestó unos Atomic Supercross (o algo así) para ir tirando, mientras me buscaba algo adecuado para mí. Son los actuales, unos Rossignol Experience 84. Azules, casi del color de unos vaqueros, son muy discretos. Van estupendamente y me resultan muy polivalentes. Fuera de pista escandalosamente fáciles de manejar, y en la pista se van dejando querer más de lo que inicialmente pensaba, aunque no rinden como los dos pares anteriores. Sus limitaciones pisteras en velocidad se notan más cuanto más dura está la nieve. De todas formas, a mi edad, salvo en momentos muy concretos y cada vez más escasos, la velocidad es lo que menos me interesa. Buenos esquís para todo, nada de lo que preocuparse. Para qué quiero más, atrás quedaron los anhelos infantiles y juveniles, las reflexiones técnicas de la temprana adultez. Con la veteranía me he ido despojando de complejos, persuasiones ajenas y afán consumidor. Y creo que, en parte, gracias a aquella espartana actitud proveedora de mis padres.
Los tres modelos de Rossignol que he tenido. Los de la derecha son los actuales. (Imagen: montaje propio).
Esquiando con ellos en Alto Campoo, 2023. (Imagen propia).
Travesía.
A la travesía llegué en el año 1991. Lo hice con material prestado y me enamoré de su práctica, así que empecé a comprarme el equipo poco a poco. Entonces había que buscar a proveedores muy concretos, algunos de ellos incluso en Francia. Mis primeros esquís fueron unos Dynastar Yeti extreme de 1,85. Muy feos, pero excelentes. Los encontré a buen precio en San Juan de Luz mientras viajaba en moto, así que los dejé encargados (2 pares, el otro para un hermano). Me los trajeron unas semanas después unos amigos que pasaron por allí en un descapotable. Las tablas viajaron en los flancos del coche. Aquí compré unas Silvretta 404, con la condición de que el vendedor me las colocase en las tablas. En aquella época el Yeti era el esquí de travesía de gama media de Dynastar. Por encima tenía otro denominado Altiplume (o algo así), la diferencia entre ambos, básicamente, era la ligereza del segundo. Desde entonces hasta ahora, los esquís de travesía han ido apostando por su adaptación al universo carving y, simultáneamente, por un aligeramiento radical. La consecuencia actual es que esquiar por una pista con esquís de travesía resulta hasta desagradable porque no puedes correr casi nada con ellos, por lo endeble de su comportamiento a cierta velocidad. Aquellos Yeti eran muy polivalentes, también bajé algunos baches con ellos sin problemas, a pesar de llevar puestas aquellas botas Dynafit verdes que marcaron el hito del novedoso sistema de sujeción. Así pues ¡sí! aquellos Yeti los tengo considerados como otro de mis pares favoritos, los conservo utilizables y a la vez, ya, han pasado a la categoría retro.
Los Yeti han dado mucho de sí, las fotos son de los años noventa (salvo la de Santiurde que es del S. XXI). (Imagen: montaje propio).
En travesía me pasé al carving algo más tarde (incluso) que en alpino. Le compré a uno de mis hermanos unos Hagan Tour Competence Carve muy cortos (1,63), cuando se dio cuenta de que apenas los usaba (no se aficionó tanto como yo a esta forma de entender el esquí). Hagan es un fabricante especializado en esta modalidad. Esos esquís todavía no estaban fabricados con la ligereza como prioridad y su comportamiento no andaba lejos del de unos de pista sencillos. Las fijaciones eran unas Diamir Fritchi Swiss con cuchillas y frenos incorporados. Digan lo que digan los puretas de la travesía, muchísimo más cómodas que las Dynafit o sistemas copiados de ellas. Su delito es el peso. En cuanto a las cuchillas escamoteables, únicamente me molestaron al pasar eventualmente por alguna pista pues, al correr e inclinarme más, la cuchilla se engancha con la nieve. He utilizado estos esquís varias temporadas. Me parecen bastante feos, pero funcionan perfectamente. Los conservo porque si sé que en alguna salida voy a jugar con zonas de muy poca nieve y alto riesgo de dañar las tablas, con ellos no me importa demasiado. Con los años cambié de botas, a otras Dynafit rojas de gama media. No son ligeras, pero van bien, más descensoras que las anteriores.
Recuerdos por Benasque con los Hagan. (Imagen: montaje propio).
Una rareza con los Hagan: Cantabria (2013), nieve virgen a 700m de altitud.
Adquirí muy ilusionado unos K2 Wayback 82 en época de rebajas. Me parecieron muy bonitos, aunque los compré por las buenas referencias, por el precio y, quizás, por darme el capricho de probar unos K2. Puede que un reflejo condicionado de aquellas épocas juveniles. Con ellos accedí al uso de fijaciones sistema Dynafit. Funcionan muy bien y son ligerísimas, aunque me parecen algo incómodas. Los esquís iban de maravilla en todo tipo de nieves, me encantaban, pero fueron parte del mencionado botín, cuando unos delincuentes me entraron a robar rompiendo una puerta. Debí de disfrutarlos 3 o 4 temporadas lo cual, para mí, es poquísimo tiempo. Ya notaba en ellos esa cada vez mayor diferencia entre las cualidades de los esquís de pista y los de travesía, estos K2 ya no se encontraban a gusto con la velocidad ni con la nieve bien pisadita.
Prácticamente sin imágenes de los K2. 2018. (Imagen: propia).
En sus sustitutos, los actuales, he reducido un poco la medida del patín. Son unos Atomic backland 80, con una fijación de sistema Dynafit, pero de otra marca. Más ligera pero más incómoda, y con menor posibilidad de elevación en el talón. Los esquís van de cine, deslizan de maravilla y se conducen y giran con gran facilidad y precisión. Pesan todavía menos, y en las pistas se encuentran mucho más fuera de lugar, pues parece que les entra tembleque de lo flexibles que son. Rojos y negros, son discretos estéticamente y no me disgustan. Son mis actuales esquís de travesía. Estoy muy contento con ellos y proceden de un regalo que me llegó, en cierto modo, a consecuencia del anteriormente citado robo.
Los tres de los cuatro modelos de travesía por los que he pasado. (Imagen: montaje propio).
Antiguos.
En casa (me refiero aquí al hogar fundado por mis padres, el que incluye a todos sus descendientes: dos mujeres y cuatro hombres) casi siempre se iban acumulando esquís que iban dejando de ser utilizados. Había sitio para ello en la casa del pueblo y, además, estaba ese no declarado por si acaso. Cuando a alguien se le rompía el material en uso podía recurrir temporalmente al almacén. Qué venía algún invitado eventual a esquiar, también se rebuscaba entre lo usado. Con el tiempo, los más viejos se han convertido en reliquias, y otros menos antiguos en clásicos. Dando forma a una especie de colección familiar no organizada. Algunos pares sueltos decoran el desván de los juegos, otros se han quedado reposando, intactos, desde la última vez que fueron utilizados para esquiar. Recientemente, parte de ese material ha ido cobrando un especial significado para el más joven de mis hermanos y para mí. Ambos nos hemos aficionado al asunto del esquí retro o vintage. Independientemente de que muchos esquís pertenezcan a una especie de patrimonio familiar, desde algunos años, tanto él como yo hemos ido haciendo acopio de equipos antiguos propios. Bien porque mantuvimos en uso algunos pares nuestros, bien porque hay gente que nos conoce y nos regala sus desechos. Aquí voy a dar cuenta de los míos. Serían muchos más, porque tengo pares de diferentes tallas para potencial uso retro por parte de mi mujer, mis hijas o mi hijo, pero como su relación se extendería demasiado, me voy a limitar a los que están en orden de uso para mí. Esto no incluye los que tengo de adorno, que son algunos de los citados anteriormente y otros de los que no daré cuenta.
Un par son los Dynamic VR27 de gigante de 2,10. Probablemente sean de 1987. Cuando los utilizo en alguna quedada retro, lo hago con botas actuales y un pantalón y jersey que me ponía en aquellos años. La mejor noticia es que a pesar de que los pantalones son de los ajustados, entro en ellos igual que siempre. Los esquís se conservan muy bien y están en perfecto orden de uso. Y me encanta comprobar cómo soy capaz de esquiar con ellos casi como siempre, basta con un rápido cambio de chip para volver a aplicar alternativo. En el mismo apartado, pero no insistiré más en ellos, estarían los Dynastar Yeti de travesía. Así como un par de Kastle RX de Slalom de 2,03, equipados con Marker MR. Fueron un regalo reciente que no he utilizado, pero que suelo prestar a algún amigo que se reúne con ocasión de estas citas.
Los VR 27 de nuevo en uso... retro. Alto Campoo. (Imagen propia).
Hace poco me regalaron unos Fischer de madera con suelas plásticas de color verde y cantos atornillados. Son granates y no especifican modelo. Tienen unas fijaciones automáticas muy básicas y antiguas. Miden 1,80 y, volviendo a mis orígenes, los calzo con unas botas de montaña de cordones. Y sí, he logrado descender, con cuidado y cierta soltura, todas las pistas de la estación recurriendo al viraje fundamental y a los cristianias. La dificultad no radica en los esquís, cuyo comportamiento me sorprendió muy favorablemente, sino en las botas. Mi atuendo con ellos es de tirolés, con pantalón bávaro de loden y chaqueta austríaca auténtica. He tratado de datarlos, y alguna pista me los sitúa en 1967, cuando yo tenía cuatro años.
Alto Campoo, 2022. (Imagen: propia).
Puede que anteriores sean unos Attenhofer Sprint. Miden 1,95 y están muy poco usados. Es de los modelos más antiguos y básicos que he visto de los Sprint. Madera laminada, plástico gris por suelas, y cantos atornillados. Llevan fijaciones automáticas bastante básicas y son completamente blancos por la parte superior. Todavía no los he probado, habrá que esperar ocasión o se los prestaré a algún invitado.
También de la década de los sesenta tengo una reciente adquisición que he aceptado con especial ilusión. Son unos Sancheski Prinz F1 granates de 2,00, decorados con una especie de chevrones blancos, típicos de la marca, que recuerdan bastante a los motivos de Völkl. Están prácticamente nuevos. Madera con carcasa de fibra de vidrio, suelas plásticas y cantos atornillados. Lo mejor es que se complementan con las típicas fijaciones de cable, con leva tensora de cierre hacia adelante y unas aparentes punteras con rotación de seguridad. También conservan el detalle de las gomas de reposo silencioso en las colas, para evitar que los esquís molestaran o se cayeran al apoyarlos verticalmente en los refugios. Estoy deseando estrenarlos y ya tengo el atuendo pensado. Incluirá unas botas de ganchos Alpina, de cuero.