La montaña y la vida

La montaña y la vida
Uno de nuestros libros mas queridos, lleno de historias humanas espectaculares, con la colaboración de Paula Fdez. Ochoa y grandes nombres del alpinismo y el esquí a nivel mundial. "La Montaña y la Vida" es un homenaje a quienes disfrutan de la montaña y de la nieve, logrando que sus vidas cambien o evolucionen.

Aprovechando la cuarentena, que va para largo, permítanme que comparte con ustedes algunos capítulos de uno de mis libros mas queridos. Como siempre, tengo ejemplares en casa, si alguien desea uno, se lo envío dedicado y con un buen descuento.

 

LA MONTAÑA Y LA VIDA

INTRODUCCIÓN

 

La montaña puede curar es el título de un libro muy querido, publicado por Ediciones Desnivel a principios del mes de abril de 2014. Todo el proceso de documentación y escritura me marcó profundamente a nivel personal y profesional, por tal motivo, puedo afirmar que fue un auténtico placer el poder contar en todo momento con la ayuda y los consejos de mi buen amigo Jordi Salvador, coautor de la obra. Jordi es un alpinista incansable, un buen guía de montaña y un gran motivador profesional; superviviente de un cáncer de próstata, vive con una intensidad envidiable cada segundo de su vida y hoy en día sigue siendo una inagotable fuente de motivación.

MOTIVACIÓN… quedémonos por un momento con esta palabra. Una palabra que por un lado nos ayuda a ser positivos, a seguir avanzando con alegría, pero que, por otro lado, también resume lo que muchos perdemos tras experimentar un profundo dolor, tristeza, sufrimiento, abandono o soledad. En el mundo de los deportes de montaña (y fuera de él) he llegado a escuchar muchas veces una frase lapidaria que sigue marcando el rumbo de muchas de mis acciones:

«Sin motivación no hay vida».

Puede que suene contundente, pero estoy completamente de acuerdo con el mensaje. Desde los albores del tiempo, la motivación ha estado y sigue estando muy ligada a los instintos básicos del ser humano que garantizan su supervivencia. De alguna forma, todo lo que mueve a una persona tiene algo que ver con garantizar los recursos para su alimentación, procreación e integridad. Sin embargo, puede que en ocasiones el objeto de nuestros deseos trascienda las necesidades físicas (nuestra parte más animal), elevando nuestros sentimientos y emociones a un nivel superior. Como detalle a tener en cuenta, es importante mencionar que al ser humano siempre le ha apasionado programar, clasificar y etiquetar; tratando desde hace siglos, de sistematizar las necesidades humanas.

 

Tras analizar con detalle la obra de varios autores que han investigado a conciencia sobre el tema y haber entrevistado a varios psicólogos y psiquiatras de solvente reputación, observo que una de las hipótesis o teorías sobre motivación más aceptada y extendida es la de Abraham Maslow, psicólogo norteamericano. A mediados del siglo xx elaboró una interesante teoría sobre la motivación humana, basándose en una figura conocida como la Pirámide de Maslow, donde jerarquizó las fuentes de motivación de las personas y situó como prioridad principal satisfacer las necesidades básicas del organismo. Una vez cubiertas, darían lugar a la motivación por la protección y seguridad personal, y, con posterioridad, a la necesidad del amor y la pertenencia a un grupo.

Luego se hallaría el interés por la valoración social, por ser aceptado, y en un último lugar quedaría la motivación por sentirse plenamente autorrealizado. Estas motivaciones básicas podrían explicar, de un modo práctico y comprensible la mayor parte de las conductas diarias de una persona, que, en una sociedad como la nuestra, tecnodependiente (y tecnoadicta), donde no faltan los recursos básicos (de momento), se centran sobre todo en la seguridad que pueden aportar unos ingresos estables, conservar y fomentar las relaciones sociales para cubrir las necesidades de afecto, pertenencia a un grupo o familia, y en la necesidad de sentirse valorado por los demás y sentirse conforme con todo ello. Dentro de esta clasificación podríamos añadir un instinto básico que puede determinar nuestra forma de comportarnos cuando se trata de afrontar problemas, que es la motivación para atacar o escapar.

 

El ser humano, al igual que la mayoría de animales, cuando se siente amenazado por una situación problemática o conflictiva, emprende tres tipos de conducta: enfrentarse al peligro, quedarse paralizado o huir para evitar daños. En nuestra vida cotidiana (dejando a un lado las situaciones verdaderamente extremas), los tres tipos de conducta suelen manifestarse de un modo mucho más sutil, ya que la mayoría de amenazas no son tan evidentes y suelen asociarse con una larga lista de problemas que generan estrés. Ante cada problema, decidimos cuál es la opción que más nos conviene para disminuir nuestra ansiedad; Quienes se inclinan por la evitación o el inmovilismo, suelen ser más propensos a sufrir ansiedad o depresión, porque el origen de su motivación es el miedo; Por tal motivo, tienden a negar o huir de los problemas y acaban acumulando demasiados conflictos sin resolver. En La montaña puede curar, dichos conflictos estaban presentes en todos y cada uno de los capítulos, ofreciéndonos detalles a nivel psicológico realmente interesantes y ahora, con esta nueva obra que el lector tiene en sus manos, es nuestro deseo y el de todas las personas que se han prestado amablemente a colaborar en el proyecto, el poder llegar un poco más lejos. Enfrentarnos a la vida es una gran aventura; por tal motivo, este libro no solo habla de montaña y vida, sino de aventuras, de sueños, de alegrías y tristezas, de humildad y de esperanza.

 

Creo que existen dos tipos de personas: las que se mueven para conseguir el éxito luchando de forma constructiva, aportando ideas, y las que concentran todas sus energías con la intención de evitar el fracaso. En ambos casos pueden ser magníficos seres humanos que algún día lleguen a cosechar grandes éxitos en la vida (si no lo han logrado ya), pero los que siempre intentan evitar el fracaso o los errores suelen caer con más facilidad en el estrés y en la depresión, debido en gran parte a que el miedo se convierte en uno de los grandes protagonistas de sus vidas.

La montaña es una escuela de vida sensacional, una fuente inagotable de motivación que nunca se agota y el combustible ideal para que nuestros motores no se paren. También es una escuela de humildad, donde el ser humano, desde su pequeñez, aprende a enfrentarse a sus miedos y obsesiones. Sea corriendo, caminando, trepando, escalando o en modo slow, como diría nuestro buen amigo escritor y alpinista, Juanjo Garbizu, la montaña sigue siendo el mejor estadio donde practicar deportes saludables, pues la naturaleza se convierte en la mejor compañera de viaje que pudiéramos imaginar.

Precisamente con Juanjo y con Jordi Pons hablábamos en Barcelona a mediados de 2017, de la necesidad de enfrentarnos a la montaña desde una perspectiva mas tranquila, inmersos en un mundo donde quien corre mas, recibe una mayor atención mediática o incluso elogios. También hablamos de quienes viven la vida con intensidad y de quienes únicamente sobreviven, hablamos de nuestros miedos, de la inseguridad que en ocasiones ha llegado a dominar nuestras vidas y de las relaciones tóxicas entre seres humanos. Con el pasar de los años, sigo creyendo que, de un modo u otro, la montaña puede curar, ejerciendo sobre el ser humano un efecto sanador. Cada vez conozco a más y más montañeros que comparten dicha creencia; por tal motivo, no puedo sino reafirmarme en mi idea. He vivido muy de cerca lo que significa estar enfermo, el hecho de sufrir en silencio y de sentir cómo la muerte acecha y termina por segar la vida de amigos y familiares. Tras la muerte de mi padre a principios de agosto de 2013, tuve muy claro que la montaña le había dado vida (le daban un año y poco mas y vivió cinco), por ello, creo que hoy en día contamos con la experiencia suficiente como para poder compartir vivencias, ideas y sentimientos de un modo muy íntimo.

A nivel personal, mi vida dio un giro radical a partir de 2014, sintiendo la urgente necesidad de curarme por dentro y por fuera. El destino, caprichoso y cruel, me obligaba a dejar el pasado atrás. La zona de confort en la que vivía inmerso durante décadas, desapareció, presentándose ante mi un futuro incierto. Necesitaba avanzar, alejarme de mis miedos, levantarme, cambiar de rutina, gritar…y una vez mas, la montaña se mostró extremadamente generosa conmigo. La montaña me ha regalado momentos inolvidables, indescriptibles; me ha invitado en más de una ocasión a preguntarme si de algún modo, al entrar en comunión con ella, no accionamos una especie de resorte en nuestro interior, un resorte de cuya existencia no éramos conscientes, pero que forma parte de nuestro ser desde nuestro nacimiento. Hablando con alpinistas de varias nacionalidades, me he dado cuenta que el sentimiento es mutuo, pues la mayoría de mortales que nos dedicamos a recorrer cumbres y aristas, utilizamos el mismo combustible. De algún modo la montaña nos observa, brindándonos la oportunidad de conquistarla y, cambio, solo nos pide respeto y admiración. La montaña es humilde, la montaña no engaña.

Recuerdo que durante buena parte del proceso de preproducción de La montaña puede curar, fueron varios los alpinistas y senderistas que nos prestaron su ayuda a la hora de dar forma al libro, aportando ideas y opiniones de forma totalmente desinteresada. Fue tal la tormenta de ideas que al entregar el libro a nuestra editora en Desnivel, Jordi Salvador y un servidor éramos plenamente conscientes de la cantidad de historias que nos dejábamos en el tintero y que podían narrarse en otros libros que versaran sobre la montaña y la vida.

¿Cuántos alpinistas y deportistas utilizan la montaña como si de un enorme catalizador de emociones se tratase? y ¿cuántos de ellos estarían dispuestos a compartir con nosotros sus historias, sus aventuras, sus sentimientos?...Con el paso del tiempo, nuestra relación con la montaña no hace más que intensificarse, madurando, aprendiendo paso a paso, llegando más lejos, más alto. Durante este proceso de maduración y aprendizaje llamado VIDA he tenido el placer de conocer a Jordi Corbella y José Francisco García Romo (colaborador en La montaña puede curar), quienes me han ayudado en todo momento a dar forma al libro que el lector tiene en sus manos. Ellos se unieron al proyecto de un modo realmente original mientras desarrollaban una apasionante idea solidaria, y no tardamos ni un minuto en unir sinergias, llevando un paso más allá nuestras ideas y formas de entender los deportes de montaña. Hablamos de los proyectos que José estaba desarrollando en Nepal a través de la Asociación de Alpinistas con Cáncer (de la cual es fundador), hablamos sobre el mundo de la comunicación, sobre la vida y la muerte, sobre esperanza y desesperación… Y, ni corto ni perezoso, decidí hablarles de la idea sobre la montaña y la vida que me rondaba por la cabeza desde hacía varios meses. Jordi Corbella y José F. Romo consideraron interesante el poder trabajar en equipo, creando una nueva idea dentro de una idea inicial ya existente. Llenos de energía, ambos decidieron compartir varias historias reales que habían causado en ellos un gran impacto a nivel psicológico y que habían recopilado gracias a sus viajes, amistades y contactos. Tras realizar una dolorosa selección, fueron 11 las historias que mas nos llamaron la atención, destacando por su alto contenido humano y didáctico. Para un servidor, las voces de Rosa, Paula, Pablo, Andrés, Carlos, César, Luis, Paco, Carlo, Juan Manual y José Francisco, se han convertido en una fuente de motivación y vida mas allá del dolor, la duda y el sufrimiento. Su testimonio nos muestra la montaña como lo que es, un enorme catalizador de emociones, una fuente inagotable de ideas y de sensaciones. Junto a ellos, una serie de personajes les acompañarán, ejerciendo la noble labor de compañeros de viaje.

Mezclar realidad y ficción puede resultar apasionante y agotador a la vez, pero, en esta ocasión, como experiencia ha resultado muy enriquecedora. Adentrarnos en el fascinante (y en ocasiones estremecedor) mundo de la psicología y la psiquiatría supone enorme desafío, un desafío que por fortuna, no afrontamos solos. Conscientes en todo momento de la responsabilidad y la repercusión que puedan tener las ideas y opiniones vertidas en esta obra, decidimos contar con la colaboración de un nutrido grupo de profesionales que comparten con el lector su criterio y experiencia profesional, aportando al conjunto del libro un valor añadido muy especial, pues la mayoría de ellos practican deportes de montaña.

A lo largo de mi vida he conocido varias doctoras Marras, la mayoría herméticas, dotadas de un blindaje que las protege por fuera, pero con un gran corazón. El personaje de Laura es de ficción y, aunque no existe como tal, confieso que he tomado prestados varios rasgos del carácter y la personalidad de alguien muy especial, que me ha marcado a lo largo de los últimos tres años.

Alba Villamedina y Sara Sung, que interpretan en esta obra el papel de amigas de la Doctora Laura Marras, son personajes reales. Ambas se prestaron amablemente a colaborar en el libro de un modo muy original, compartiendo con el lector parte de su experiencia profesional y su filosofía de vida. Alba se formó en la Universidad Complutense de Madrid, estudiando a posteriori el máster en Psicología de la Actividad Física y el Deporte en la Universidad Autónoma de Madrid. Se ha especializado en coaching deportivo (Colegio oficial de psicólogos de Madrid), a cuya directiva pertenece actualmente en calidad de vocal de la sección de Psicología del Deporte. Alba se mostró entusiasmada con el proyecto, aportándome datos e ideas de gran valor. Ella sigue defendiendo que la psicología del deporte es un área en auge, muy desconocida todavía, pero, sobre todo, poco valorada profesionalmente.  Coincido con ella al afirmar las influencias (aprendizajes) que recibimos desde pequeños nos marcan de por vida, en muchos aspectos, definiendo lo que somos. No obstante, a nivel de conducta, podemos cambiar o evolucionar viviendo experiencias a lo largo de la vida, descubriendo en muchos casos a través del deporte, aspectos de nuestra personalidad o carácter que desconocíamos.

Llegados a este punto, permítanme que comparta con ustedes la historia de Simon Kline, una historia que no es fácil de contar; Simon es un personaje muy interesante que me ha marcado profundamente, tanto a nivel personal como profesional. Dejo al lector la tarea de juzgar si Simon llegó a existir realmente y que partes de esta obra navegan en un mar de realidad y ficción. Dejando a un lado la realidad y la ficción, sigo pensando que quienes nos dedicamos a la comunicación y vivimos apasionadamente los deportes de montaña, de algún modo u otro, llevamos de serie la impronta de Simon en nuestro interior. La historia de Simon tiene ínfulas de fábula, y como diría Roberto Benigni, en las fábulas hay dolor y, como en una fábula, está llena de maravillas y de felicidad…

 

Una serie de catastróficas desdichas

 

La persistente llovizna que lo había acompañado durante los últimos tres días dejó paso a una neblina que mantuvo frío el ambiente hasta el anochecer. Era el tipo de clima que la mayoría de europeos que vivían a orillas del Mediterráneo no soportaban: húmedo y monótono. El aeropuerto internacional de Cardiff ofrecía un aspecto verdaderamente lúgubre a media tarde, aunque la mayoría de los pasajeros que esperaban pacientemente la salida de sus vuelos estaban más que acostumbrados a las inclemencias meteorológicas del País de Gales, y no le daban mayor importancia. Volver a Barcelona siempre le producía una extraña sensación, pues de algún modo era donde tenía su hogar, pero Gales seguía formando parte de su vida, y visitar la casa de sus tíos en Port Talbot nunca lo dejaba indiferente. Era la vida del inmigrante, lo tenía muy claro; las raíces son las raíces. Sabía que por mucho que hablase idiomas y se integrara en un país que no era el suyo, una parte de su corazón seguiría perteneciendo a otro mundo, era algo que había descubierto durante su adolescencia en España. Por muchas vueltas al mundo y programas de televisión que llevara a sus espaldas, cada vez que regresaba a Barcelona la sensación era la misma.

El vuelo no iba muy lleno, de modo que pudo acomodarse en un asiento junto al pasillo sin nadie a su lado. Justo cuando la aeronave iniciaba la rodadura entrando en pista para el despegue, algo llamó su atención en el asiento contiguo: algún pasajero había olvidado, puede que deliberadamente, una revista de divulgación científica. Una vez en el aire, empezó a hojearla, y le llamó la atención un reportaje cuyo titular rezaba: «La mayoría de ataques de ira son en realidad ataques de impotencia».

«¿Premonición?, ¿caprichos del destino?», pensó. Siguió leyendo movido por la curiosidad. El reportaje era muy interesante, se centraba en la autoestima y en las repercusiones que pueden generar nuestras acciones.

 

Cómo mejorar la autoestima

En demasiadas ocasiones no somos conscientes de la importancia de nuestra actitud, sea en público o en un ambiente privado, ni de las repercusiones que pueden llegar a generar nuestras acciones. Luis Hornstein, el autor de Autoestima e identidad. Narcisismo y valores sociales, propone que consideremos la autoestima como una necesidad básica que actúa como un sistema inmunológico del psiquismo, proporcionándonos resistencia, motivación, fortaleza y capacidad de recuperación. Sin embargo, hay a quienes este sistema inmune no les funciona como debería, e incluso se vuelve en su contra. Las personas que se subestiman comparten una serie de características:

 

1. Pesimismo y negatividad.

Si eres de los que lo ve todo negro y sin salida, deberías replantearte intentar ver las cosas con un poco más de optimismo. Si contamos con una buena autoestima podremos reaccionar de una manera más positiva y constructiva ante las dificultades. Con más confianza, tendremos mayores posibilidades de autorrealización y podremos ser felices en la medida de nuestras posibilidades.

 

2. Tendencia a la autoflagelación.

El autoconcepto se forma desde la infancia, junto al crecimiento y al paso del tiempo. A partir de los cinco o seis años se puede llegar a ser tan exigente con uno mismo que te conviertes en tu propia víctima y verdugo con el paso de los años. Es importante que trabajemos la capacidad para aceptarnos a nosotros mismos; es decir, admitir con naturalidad los aspectos que no nos favorecen o nos limitan a nivel personal, y ser conscientes de que no somos infalibles.

 

3. Excesiva modestia, falta de seguridad y confianza.

¿Nunca sabes cómo encajar un cumplido? Aunque la humildad es una virtud, no ser capaz de aceptar los elogios de los demás puede ser un indicador de inseguridad y falta de confianza en uno mismo. Todos tenemos complejos que nos hacen en ocasiones dudar de nuestras posibilidades, pero debemos luchar contra esto y relajarnos cuando alguien decide hacernos un cumplido.

 

4. Dar demasiada importancia a lo que opinan los demás.

No puedes pasarte el día pensando en lo que piensan los demás sobre ti. Es cierto que no existe una buena autoestima sin los otros, pero tampoco contra los otros o a costa de los demás. No hay autoestima pensable por fuera de la intersubjetividad, o sea, de la relación y el respeto.

 

5. Anteponer la felicidad de los demás a la propia.

Ser altruista y pensar en los demás casi siempre es un rasgo positivo. Pero cuando se convierte en el motor fundamental por encima de tus propios intereses puede ser un problema de falta de autoestima.

 

6. Celos y envidia

Desear la vida de otros o estar comparándote con los demás de forma permanente también supone una falta de confianza en uno mismo, y una manera de despreciar y subestimar lo que tenemos. No podemos manifestar siempre la actitud de víctima, en la que los demás lo tienen todo y nosotros nada.
 

 

El reportaje incluía un par de entrevistas y la opinión de profesionales de diversos sectores, que habían vivido o experimentado situaciones altamente complicadas a nivel psicológico. Le resultó muy interesante el testimonio de una esquiadora profesional sumida en una depresión al fallecer su entrenador, que también era su pareja. En las dos páginas siguientes pudo encontrar el testimonio de un arquitecto, una osteópata, un taxista, el gerente de un cine que había sido despedido de forma improcedente, una peluquera hipocondríaca, un informático y la exdirectiva de una entidad bancaria. «Son personas normales y corrientes —pensó—, con sus vidas, inquietudes, sueños y pasiones». A modo de epílogo, el extenso reportaje ofrecía tres consejos para mejorar la autoestima y fortalecer la humildad.

 

Cómo aumentar la confianza en uno mismo

Es muy importante que nos sintamos cómodos con nosotros mismos, ubicándonos dentro de nuestra circunstancia personal, sin aspirar a más de lo posible. Dar consejos no siempre es efectivo, sin embargo, hay tres cuestiones esenciales que pueden ayudar a desbloquear la autoestima:

 

1. Debemos aceptar los condicionantes y las limitaciones de uno mismo: no todo es posible ni todo se puede conseguir. Debemos colocarnos en nuestra circunstancia personal y no aspirar a más de lo posible, aceptando y conociendo en todo momento nuestros propios límites. Tampoco debemos negar nuestras emociones.

 

2. Comparte tus preocupaciones y tus problemas con personas cercanas de total confianza, pero no te obligues a hablar porque los demás te lo digan. Solo tú debes decidir si prefieres hablar o no. Algunas personas afrontan mejor sus miedos hablando de ellos, mientras que otras prefieren no hablar de ello inmediatamente. Procura mantener tus rutinas habituales o establecer nuevas rutinas. Los deportes al aire libre pueden ser de mucha utilidad. Procura mantener tu vida ordenada, pues eso te ayudará a mantener también tu mente más ordenada.

 

3. Hay que aceptar las pérdidas, los dramas personales y vivir el duelo que corresponde por lo perdido. Es la única forma de no quedar atrapado en un vínculo con algo o alguien que ya no está con nosotros, con algo o alguien que no nos pertenece y que es nocivo. El inmovilismo frena el deseo de hacer, de conseguir y de avanzar.
 

 

El Airbus A321 de Air Lingus hizo escala en Dublín y, tras una hora y media sobrevolando estratocúmulos, aterrizó en Barcelona con diez minutos de adelanto, algo que los pasajeros agradecieron esbozando una sonrisa cuando abandonaron el aparato. Mientras esperaba la salida de su equipaje, notó cómo un grupo de jubilados lo miraban fijamente.

Al salir por la puerta de llegadas volvió a sentirse observado; algunos lo miraban de reojo, otros susurraban frases inaudibles y otros, sin esconder su descaro, lo señalaban directamente. Era algo a lo que estaba acostumbrado, pero en aquel momento tuvo miedo; fue una extraña sensación que lo dejó helado. Por primera vez tuvo miedo de perder todo lo que había logrado construir; estaba sudando, incluso notó un ligero temblor en la mano derecha. «¿Qué pasará cuando nadie me reconozca, cuando nadie me pare por la calle, en un aeropuerto o estación de ferrocarril para hacerse una foto conmigo?», pensó para sus adentros.

Durante varias semanas llegó a ser un tema recurrente en muchas conversaciones. Pocas veces un despido fulminante había acarreado tanta polémica en los medios de comunicación, con el agravante de tener que soportar una avalancha de opiniones a favor y en contra en las redes sociales, pero, por el momento, controlar sus cuentas de Facebook, Instagram y Twitter era la menor de sus preocupaciones. Sin perder ni un minuto, recogió su enorme mochila y, caminando a paso rápido, abandonó el aeropuerto para dirigirse a la parada de taxis. Esperó pacientemente unos minutos intentando aparentar estar en calma consigo mismo, pero no lo lograba; pequeñas gotas de sudor frío seguían empapando su rostro, perdiéndose cuello abajo.

—Contrólate —dijo en voz alta, pero nadie lo escuchó.

Cuando le tocó el turno, entró en un taxi con la mochila en la mano, se puso cómodo, dejó su equipaje en el asiento y dio su dirección a un joven taxista hindú de tez muy oscura y sonrisa contagiosa. «Podía haber sido mucho peor», pensó mientras cerraba los ojos.

El taxista arrancó su Skoda Octavia casi nuevo y salió del recinto aeroportuario con dirección a Barcelona.

«Podía haber sido mucho peor pero seguía siendo una mierda», volvió a pensar; sus abogados habían logrado una resolución favorable teniendo en cuenta los hechos acontecidos. Enfrentarse a un pez gordo de una cadena de televisión cuando la audiencia empieza a bajar y terminar una tensa conversación a puñetazo limpio no era algo muy habitual en su forma de entender las relaciones humanas, pero ya no había vuelta atrás. Los abogados de un directivo de la BBC son duros de pelar, no son muy amigos del diálogo y mucho menos de la negociación. Son una versión mucho más cabrona de cualquier picapleitos que podamos ver en una película, por muy cabrón que pueda parecer. Quien se espere a una suerte de John Cleese en Un pez llamado Wanda, que se quite la idea de la cabeza; por tal motivo, enfrentarse a un gigante de la comunicación británica, con todos los daños colaterales que dicha acción pueda ocasionar, era comparable a subir el K2 en ropa interior y descalzo. Simon lo tenía muy claro; seguía pensando que el pacto al que llegaron las partes implicadas no era del todo horrible. Le habían pedido una compensación económica, algo que no le causó ningún quebradero de cabeza debido a los beneficios obtenidos los últimos años con su programa. El verdadero problema llegó cuando le prohibieron que durante diez años pudiera volver a trabajar para la BBC y cuando el juez le impuso un tratamiento psiquiátrico para tratar sus ataques de ira. Durante el tiempo que fuera menester, estaría bajo la vigilancia o supervisión de una psiquiatra en Barcelona, la ciudad donde residía. El objetivo era llegar a controlar su rabia, pulir su carácter —«¡Menuda estupidez!», había pensado Simon en demasiadas ocasiones—, pero si buscaba y rebuscaba en lo más profundo de su corazón, una especie de Pepito Grillo le decía una y otra vez que había cruzado varios límites, que solo él era el responsable de sus actos y que, de algún modo, debía pagar por ello. Incumplir dicha resolución judicial podía acarrearle serios problemas; sus abogados le aconsejaron que pagara la multa impuesta por daños y perjuicios físicos y morales, y que se sometiera a terapia durante unos meses, sin rechistar.

Simon sabía que los ataques de ira eran muy frecuentes en el mundo del cine y la televisión, pero nunca nadie le había obligado a visitar a un psiquiatra debido a su temperamento. Llegar a las manos era una situación extrema de la cual se avergonzaba; no se sentía orgulloso de romperle la nariz y abrirle una ceja a un directivo de la BBC con mucha influencia a la hora de prorrogar su contrato, pero aquel hijo de puta se la tenía jurada desde hacía varios años, cuando Simon se acostó con su hija de 19 años. Son caprichos del destino que pueden llegar a complicarte la vida de un modo inimaginable…

Simon empezó a pensar que, más allá de reinventarse como profesional, debía hacer algo para controlar su carácter o para, sencillamente, abrir su mente y dejar el pasado atrás. No podía vivir constantemente aferrado a sus recuerdos. Lo hecho, hecho está, y ahora debía enfrentarse al futuro desde una óptica muy distinta; por fortuna, todavía le quedaba Charlotte y un puñado de amigos que seguían confiando en él. Era a lo único que podía aferrarse. Su exmujer lo ignoraba, y su mejor amiga y antigua pareja era una joven francesa llamada Charlotte Gaumont, con quien había formado equipo en varias expediciones por el norte de Europa, Asia y Sudamérica. Juntos formaban el equipo perfecto, ella lo había ayudado a superar su divorcio, ambos se complementaban, se querían y se respetaban, pero Charlotte no soportaba el carácter inmaduro y dependiente de Simon. Demasiadas oportunidades perdidas, demasiadas discusiones absurdas, y aunque ella tampoco tenía un carácter fácil, en demasiadas ocasiones había terminado mandándolo a la mierda. Vivir con él se le hacía imposible, aunque Simon lo había intentado de mil formas y maneras.

Podían compartir semanas viajando por todo el mundo, podían saltar en paracaídas, escalar, esquiar, bañarse desnudos en playas paradisíacas o dormir juntos en un chalé de madera de ensueño, pero el mensaje estaba muy claro: ¡peligro, no tocar!. El año 2017 llegaba a su fin y el elegante aventurero que viajaba en el asiento trasero de un taxi barcelonés se encontraba por primera vez en mucho tiempo sin trabajo, intentando no pensar en Charlotte más de cuatro veces al día, con la moral por los suelos, sin pareja y con miedo a dejar de ser famoso. Ese miedo le impedía conciliar el sueño por las noches y era el mismo miedo el que le impedía ordenar sus ideas. Necesitaba ayuda. Por aquel entonces, millones de espectadores a lo largo y ancho del planeta todavía lo tenían muy claro: Más allá del hielo era uno de los mejores programas de televisión sobre alpinismo y deportes extremos que se habían rodado jamás. El programa era una coproducción entre varios países de la Unión Europea, y aunque la mayor parte del capital lo invertía la BBC, España, Francia e Italia también formaban parte del pastel. Más allá del hielo se emitió durante seis temporadas en más de veinte países de Europa, Asia y América. Varias televisiones seguían programándolo en horarios más que aceptables y las reposiciones tenían mucho éxito, por no hablar de las bastante aceptables ventas en DVD y Blu-Ray, un auténtico milagro en tiempos de piratería y falta de amor por la cultura audiovisual. El alto coste de cada programa, unido a las conocidas desavenencias entre su creador y un directivo de la BBC, que terminaron con dicho directivo en el hospital, precipitaron la deserción de varios patrocinadores, algo que Simon nunca aceptó y que aceleró la cancelación del programa justo cuando se iniciaba el rodaje de una nueva temporada. Fue un duro golpe, pero quien juega con fuego termina quemándose.

El padre de la criatura era Simon Kline, un galés nacido en Port Talbot, residente en Barcelona desde que sus padres se mudaron a orillas del Mediterráneo a finales de los años ochenta del siglo xx. Por motivos profesionales, la familia Kline se estableció en un ático muy acogedor del barrio de Gracia, disfrutando del clima benigno de una ciudad con muchas posibilidades y que por aquel entonces soñaba con organizar unos juegos olímpicos. El pequeño Simon, hijo único, no tardó en dejar a un lado su timidez para labrarse un nombre como esquiador, escalador y corredor de maratones. La pasión familiar por los deportes de montaña, unida a una herencia genética de la cual podía sentirse afortunado, le permitió realizar viajes espectaculares a lo largo y ancho del planeta.

Dicha experiencia le abriría las puertas de la fotografía y el vídeo, lo que le hizo descubrir un universo fascinante, lleno de posibilidades. Tras estudiar comunicación audiovisual en Barcelona, Simon decidió unir sus dos grandes pasiones: el alpinismo y el cine, contando siempre con el apoyo de sus padres y de varios amigos. Tras realizar un curso de postgrado en cine en Londres, regresó a Barcelona cargado de ideas; su cerebro era un volcán en ebullición, solo le faltaba organizarlas y diseñar un buen business plan. Dominaba el inglés a la perfección, así como el galés, el francés, el castellano y el catalán. Recientemente había mostrado interés por el italiano y el alemán, lenguas que le resultaban muy útiles a la hora de trabajar en los Alpes.

A principios del año 2005, tras la muerte de su madre, decidió probar suerte como productor, asociándose con dos alpinistas españoles, un productor alemán y un cámara de altura británico, ganador de varios premios en festivales de cine de montaña, que acababa de crear su propia productora de cine y televisión en Londres. Tras realizar un episodio piloto, la BBC se interesó por el producto que les ofrecían y en menos de un año la primera temporada vio la luz. En pocos meses varios medios empezaron a llamarlo el Michael Robinson de la montaña, medio mundo sabía de él por artículos y entrevistas, y los premios empezaron a reconocer su excelente labor. La fama lo había convertido en alguien muy poderoso en el mundo de la comunicación. Sus seguidores en Twitter no dejaban de aumentar, algo parecido ocurría en sus cuentas de Facebook e Instagram, y la mayoría de revistas deportivas, incluso de moda o del corazón, empezaron a solicitar entrevistas con el nuevo genio de la televisión, hasta que conoció a la hija de uno de sus jefes durante una recepción con patrocinadores en Cortina d´Ampezzo. La relación con dicha joven fue ocultada durante meses entre sonrisas y anécdotas surrealistas, hasta que el padre, irlandés de nacimiento, se enteró.

A Simon se le hacía muy difícil el no rodar. Se había tomado unos días de descanso forzado en Gales para intentar desconectar de una realidad que lo atenazaba, pero dicha realidad volvía una y otra vez. El miedo, la ansiedad, el pánico a los cambios no previstos le impedían mantener su mente libre de estrés. Visitar a familiares y amigos no ejerció en él el efecto balsámico deseado, ni siquiera escalando podía dejar atrás los fantasmas que le impedían conciliar el sueño. Sin su programa de televisión, sus viajes y el estatus social que ello le otorgaba se sentía completamente abatido, solo y sin motivación para escribir o parar tener ideas nuevas. «Tanto tienes, tanto vales —pensó—. Paciencia… Relax… No te queda otra salida, no tires tu vida por la borda».

 

Al entrar en Barcelona por la Gran Vía siempre sentía una emoción muy particular. El taxi dejó a mano derecha el nuevo recinto ferial, un enorme centro comercial y el Ikea; tras una pequeña espera debido a los semáforos, cruzó el túnel por debajo de la plaza de España y siguió por la Gran Vía hasta la plaza de Tetuán, donde giró hacia el norte, subiendo por el paseo de San Juan. Solo quedaban cuatro calles. Simon había entrecerrado los ojos, y cuando el taxista lo avisó de la llegada a su destino, abonó la carrera y subió a su piso situado en el corazón del Ensanche barcelonés, amplio y soleado. Dejó su equipaje en el comedor, se dio una buena ducha y, antes de vestirse, repasó el correo electrónico en su ordenador portátil. Al cabo de unos minutos miró de reojo el reloj de pared, comprobó en su agenda su cita de las 16:00 con quien sería su psiquiatra durante cierto tiempo, y empezó a vestirse. Tan solo tenía una hora para poder comer algo, pero, por fortuna, la consulta de la doctora Marras se encontraba relativamente cerca de su casa. Descubrió que su nevera y la despensa estaban en huelga indefinida, como era habitual. Los viajes y su agenda le impedían poder llevar una vida hogareña, y comía casi siempre fuera de casa.

Decidió comer una ensalada en el bar situado justo debajo de su domicilio y, tras apurar una botella de agua mineral con gas, pagó la cuenta y dio un corto paseo hasta la consulta para facilitar la digestión. Mientras caminaba, Simon pensó que a lo largo de su vida solo había necesitado tratamiento psicológico un par de veces; la primera cuando fallecieron dos buenos amigos durante una expedición en el Cho Oyu y la segunda durante su divorcio, pero los motivos ahora eran muy distintos. Sabía que se trataba de algo necesario, lo respetaba y creía en el buen hacer de quienes trataban a diario con personas que necesitaban ayuda, pero hasta la fecha, nunca antes se había tumbado en el diván de un psicoanalista o un psiquiatra por orden de un juez.

«Los alpinistas no somos gente fácil, somos solitarios, independientes y a la vez dependientes… En ocasiones nos gusta trabajar en equipo y en otras disfrutamos de la soledad. En el fondo… ¿somos egoístas?, ¿somos conscientes de la responsabilidad que conlleva practicar un deporte de riesgo?, ¿cuál es el precio que pagamos por nuestra pasión?, ¿somos obsesivos?, ¿nos colgamos de una cuerda por placer o para huir de nuestros miedos?… —pensaba al caminar—. Calma, Simon, calma».

Era consciente de la filosofía de vida que mueve cada año a miles de personas a lanzarse a la aventura de conquistar cumbres; gente con una personalidad especial, capaz de realizar peligrosas travesías en solitario con la intención de ponerse a prueba, de encontrase a sí misma… ¿Era él una persona complicada?, ¿sufría de un exceso de personalidad que podía resultar molesto a una parte de la sociedad que lo rodeaba?, ¿era realmente una persona inmadura? El miedo, la ansiedad, el pánico a los cambios… siempre volvía el mismo pensamiento, una y otra vez. «Calma», se dijo una vez más, pero dicha orden fue infructuosa.

El número era el correcto, la puerta de entrada al edifico estaba abierta y resolvió entrar sin llamar por el interfono. Encontró al conserje fregando el vestíbulo, un hombre de unos cincuenta años con el cabello canoso y el rostro surcado por varias arrugas. Tras cerciorarse de la dirección, subió hasta el séptimo piso y se paró delante de una puerta de madera de nogal de grosor considerable. «Si la vida te golpea, levántate y sigue avanzando. No pares», pensó.

4 Comentarios Escribe tu comentario

  • #1
    Fecha comentario:
    01/04/2020 19:07
    #1
    Por cierto, si alguien está interesado, tengo dos cajas de "La Montaña y la Vida" con precio especial para los amigos de Nevasport, y dedicados. ;)

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    • Gracias!
  • #2
    Fecha comentario:
    01/04/2020 19:07

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    • Gracias!
  • #3
    Fecha comentario:
    03/04/2020 09:48
    #3
    Buenas.
    Estoy interesado en adquirir el libro, cómo podemos hacer?

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  • #4
    Fecha comentario:
    03/04/2020 09:52
    #4
    Hola!! Envíame un mail a victor@matterfilm.com #3

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