Jose acababa de salir a las ocho y veinte en punto del hotelito en esa pequeña estación suiza que había recibido cuarenta centimetrazos de nieve virgen esa noche.
Nada iba a impedir que el día fuera brutal, sin gente prácticamente y con una expectativa de esquí como hacia mucho tiempo que no tenían...
Pepe, Juan y Rafa estaban aun poniéndose las botas en el hotel y Jose decidió adelantarse para ir disfrutando tranquilamente los cinco minutos que le separaban hasta el telecabina que los iba a llevar a la cima, allí arriba a 3.003 metros de altura.
Cuando llegó cerca del moderno edificio del cabina se quedó mirando embobado hacia arriba de la montaña que caía a cuchillo y que se perdía en las nubes. Un espectáculo increíble, si lo comparaba con lo que tenía en casa. Las cabinas ya estaban en funcionamiento y era espectacular lo pendiente de la subida cuando de repente sintió un golpe brutal en su costado y su cabeza. Había patinado con el hielo en la carretera y cayó como un rayo, sin darse cuenta, dándose un golpe de los que hacían época. Rápidamente dos paisanos suizos fueron a socorrerle.
Aturdido y dolorido le costó levantarse aun ayudado... una vez de pie, hizo balance de los daños. Anorak sucio: No pasa nada. Casco roto por el lateral: Vaya putadón, era precioso y ahora tendría que repararlo, pero le salvó la cabeza. Esquís golpeados en el suelo: Nada irreparable. Codo y hombro doloridos y dedo meñique machacado e inflándose como una morcilla a ojos vista: Todo reparable y esquiar aun era posible. Moral: Por los suelos. Hacía años que no se daba una galleta esquiando y el ostión que acababa de darse caminando distraido fue brutal.
A medida que fueron llegando los demás, las risas eran inversamente proporcionales a la moral de Jose. Un negrísimo nubarrón de tormenta estaba instalándose encima de su casco roto.
En la segunda bajada ya era patente que Jose no estaba esquiando y las risas seguían en la cabina. Cuando llegaron arriba, dijo.
- Chicos, me voy al bar que me tengo que recomponer. Pepe, te llamaré en un rato y me dices donde estáis.
- Vale tío. ¡Animo! Nos vemos luego- contestó Pepe con una sonrisa.
Sentado en la terraza de ese soleado suizo día, viendo a la gente ripar en el powder salvaje, Jose estaba dando cuenta de un gran vaso de chocolate suizo, recomponiendo su decaída alma y pensando que si bien a estas alturas lo que más le dolía era el casco roto, la vida era bonita, estaba ahí y a pesar del meñique hecho una verdadera morcilla, le esperaban muchas bajadas estupendas.
Con el chocolate a medias se acercó Rafa y encendiendo un cigarrillo y ofreciéndole otro a Jose, le dijo: Cuando acabemos de fumar nos vamos a esquiar. Está que flipas y no te lo puedes perder.
Una buena terapia y cigarrillo después, los dos salieron de nuevo a esquiar. La mañana y la tarde fueron fantásticas y Jose volvía a ser el de siempre.
Por la mañana del segundo día, en el que irian a esquiar itinerarios y fuera pista y con el guía desayunado con ellos, las risas fueron sinceras y los chistes agudos, pero Jose se unió alegremente a ellas como si no hubiera pasado nada.
Salieron del hotel y el guía, en plan coña le dijo a Jose
- Take care, ice around...
- Yes, I know, I have gripwalk and...
Pero no pudo acabar la frase. La ostia volvió a ser brutal. Las risas inundaron la fresca y soleada mañana. Casi una eternidad después, Jose se levantó lentamente, recogió los esquís, los palos, miró al grupo con ojos llorosos, se giró y haciendo caso omiso de los ruegos de sus amigos, se marchó cabizbajo al bar del hotel, se sentó en barra y pidió un wiski doble sin hielo. Eran solo las nueve menos cuarto de la mañana.
