Juan y Pepe llegaron casi los últimos al parking de la silla 3, donde habían dejado el pequeño Seat Panda. Estaban bastante fundidos pero contentos después de una larga jornada de powder, gracias a la generosa nevada de la noche anterior. En el parking quedaban pocos coches, pero al lado del vetusto Panda, con más de treinta y seis años a cuestas, se encontraba un flamante BMW nuevo y enorme que hacía del Panda más viejo y pequeño si cabe.
Llevaban un par de minutos sacándose las botas cuando Juan le soltó a Pepe... -¿No te gusta el coche de al lado?
Pepe, que lo habia visto al llegar, sin tan siquiera girarse a mirarlo, dijo en voz alta... -Es un asco en la nieve, la tracción trasera no sirve para nada en nieve-
Juan se puso pálido mirando más allá de Pepe en dirección al vilipendiado cochazo. Por la mirada de Juan, Pepe se dio cuenta de que algo iba mal. Se giró y vio a una chica muy guapa en la puerta del pasajero y a su novio en la del conductor a punto de entrar en el cochazo y atravesándole con sus miradas... ¡No estaban ahí cuando llegaron al Panda!
La mirada del chico era tan glacial que la temperatura de la nieve descendió varios grados. Pepe superó el susto inicial y sonriendo le dijo a la chica -Lo siento, es lo que pienso de estos coches- y se giró a seguir con lo suyo, a llenar el Panda de trastos.
Un par de portazos después, cuando Pepe y Juan tenían medio cuerpo metido en el Panda, intentando acomodar los largos esquís de freeride a lo largo del pequeño coche , se oyó el inconfundible siseo de unas ruedas patinando en el hielo.
Pepe se giró y vio al chico con cara de cero amigos y con las manos fuertemente agarradas al volante y la tensa mirada hacia el infinito, intentando sacar el coche de su sitio. Pero cada vez que pisaba el acelerador, las ruedas de atrás patinaban y el coche no se movía.
Pepe, mirando a través de la ventana le dijo a la chica que, si ella quería, él se lo sacaba de ahí. La tímida sonrisa de ella le hizo albergar esperanzas, pero la asesina mirada de él le acabó por convencer que era mejor no seguir por ese camino.
Juan y Pepe montaron como pudieron en el viejo Panda rojo, que se puso en marcha con la vuelta de la llave y cuando Juan engranó la primera, las finas ruedas de nieve mordieron el hielo y el coche rodó tranquilamente hacia la carretera.
Juan dijo -Pensaba que el chico te iba a dar una paliza.
-La próxima vez que quieras que mire a una chica, me lo dices directamente- contestó Pepe.
-Vale tio.
Y siguieron carretera abajo tan amigos, comentando el increíble día de powder.
Dedicado a todos aquellos que aún conservan sus preciosos panditas y que aún vemos de vez en cuando en los parkings de las estaciones de esquí... sin duda, el mejor coche para la nieve.