14-3-2011 Leitariegos. Esperando la llamada de la Diputación de León

14-3-2011 Leitariegos. Esperando la llamada de la Diputación de León
Me pasé casi todo el día en el albergue, hasta que fueron las cinco de la tarde. Fue un día de descanso, de ver cómo vivía la gente de aquel pueblo asturiano. 
Me pasé casi todo el día en el albergue, hasta que fueron las cinco de la tarde. Fue un día de descanso, de ver cómo vivía la gente de aquel pueblo asturiano.
 
Marina, la otra mujer que se ocupaba del albergue de peregrinos, me explicó un poco la historia de la estación de esquí, recordando a don Chus Valgrande como si fuera de la familia, el esplendor de años pasados, cuando había un equipo femenino muy potente de esquí de fondo.
  Me llevó unos cuantos periódicos y recortes de noticias referentes al deporte blanco en aquellas tierras que leí por encima, entreteniéndome mirando las fotos antiguas y la manera como escribían las crónicas los periodistas antaño.

https://www.youtube.com/watch?v=ri3oxrLfbmY

  La planta baja del albergue también servía para que el podólogo pasara consulta y fueron apareciendo vecinos del pueblo. No pude evitar preguntarle por un gesto que puedo hacer con los dedos del pie derecho y que siempre he encontrado de lo más curioso.
  Uno de los vecinos, mitad indignado, mitad triste, me hizo saber su opinión sobre la dejadez que había en Valgrande-Pajares desde que se había abierto Fuentes de Invierno, que el consejero de deportes no invertía un euro y que se estaba dejando perder un centro histórico del deporte blanco en España.

A las cinco de la tarde, uno de los chicos que había en el local en ese momento me ayudó a llevar el equipaje hasta la carretera que pasaba unos metros más arriba.
  Allí esperé, haciendo dedo, encontrar a alguien que bajara a Pola de Lena.
  Fueron Roberto y Andrés los que me llevaron.

  El autobús de la compañía Alsa que hacía el servicio de Pola de Lena a Villablino no apareció nunca. Vinieron otros autobuses, pero sus maleducados conductores (a excepción de un par de chicos con más interés) no me supieron informar del horario del transporte que quería coger.
  Estuve esperando horas a que llegara hasta que se puso a llover. Busqué y encontrar un lugar cubierto para pasar la noche.

  Ayer, a las siete y poco de la mañana, me puse a hacer dedo en la salida de Pola, sin éxito. Se detuvo un coche, pero al ver todos los trastos se echó atrás.

  A media tarde, harto de esperar y con la batería del móvil a cero entré en una sidrería.  Primero la chica se pensaba que venía a venderle algo y casi me echa. Aclarado el malentendido pude beberme una botella de sidra "del agua" y picar algo mientras enchufaba todos los aparatos. El local tenía wi-fi y pude contactar con la gente a distancia. También me sirvió para ver que Alsa daba información contradictoria en su página web y que no me podía fiar, así que busqué maneras alternativas de llegar a la estación de Leitariegos, mi próximo objetivo.

  Finalmente cogí un autobús hacia Oviedo y desde allí fui hasta Cangas del Narcea, donde llegué sobre las diez de la noche.
  La estación estaba oscura y no había nadie que la atendiera, así que estiré la colchoneta encima de uno de los bancos y me tapé con el saco.

 

A las cinco de la mañana me he despertado. No puedo decir que haya dormido mal. No he pasado frío y no me he mojado.

  Enrollo el aislante y meto el saco dentro de su funda. Hay dos autocares que me protegen un poco de todo, de miradas indiscretas, de la luz de las farolas de la calle.

  Llegan los conductores y al poco rato los clientes de los autocares, mayoritariamente gente joven que, supongo, van a estudiar.

  Desayuno un poco de zumo y unos "suspiros" que me regaló la señora Marina de Pajares. Realmente me hacen suspirar cada vez que muerdo uno.

  Me cargo todo el equipaje y camino hasta un centro comercial que hay a las afueras del pueblo.

  Son las siete de la mañana y ya estoy haciendo dedo.

  A las nueve todavía no me he movido del lugar. No he visto ningún coche que pareciera llevar a esquiadores o trabajadores de una estación de esquí. Eso sí, de coches en dirección hacia arriba han pasado muchos, muchísimos, tantos que no puedo sentarme ni un solo momento.

  Se detiene un coche, un todo-terreno, pero lleva unas sirenas en el techo y bajan dos guardias civiles que me piden la documentación.
  Me dicen que es mejor ir hasta el recinto ferial, unos kilómetros más arriba. La razón es que a unos cientos de metros de donde me encuentro hay un hospital y por eso he visto tanto tránsito sin que nadie parara, aunque solo fuera por curiosidad. 
Dos chicos que hacen footing me dicen lo mismo, así que les hago caso y me pongo a caminar.

  La gente del pueblo tiene la sana costumbre de andar haciendo un recorrido circular que tiene su continuidad en un camino al otro lado del río. Me adelanta gente de todas las edades.

  Hago alguna parada para descansar la espalda. Aprovecho para hacer autoestop sin que nadie se pare.

  Paso de largo del recinto ferial. Por suerte no llueve porque no he encontrado ningún lugar donde me pueda guarecer.

  Llego al pueblo de Limés, cansado y harto de cargar con más de treinta kilos encima. Veo a un vecino a quien le pregunto si sabe dónde está la parada de autobús ya que me han dicho que hay una línea que hace el servicio desde Cangas hasta Villablino, el pueblo donde quería llegar.
  La estación de Leitariegos, mi objetivo, se encuentra arriba del puerto. La carretera que une los dos pueblos es por la que yo ando.
  Me dice que si, pero que no sabe a qué hora pasa. Según la información que yo tengo sale de Cangas a las doce, así que calculo que diez minutos más tarde pasará por allí. Pero las últimas malas experiencias, esta vez con compañías de transporte de pasajeros por carretera, me hacen dudar y quiero asegurarme de la hora a la que pasará.

  Entro en un bar y pido si saben el horario exacto. La chica me dice que pasa a menos cuarto y el corazón me da un salto. Me cruza por la cabeza el pensamiento de que haya pasado justo cuando yo entraba a preguntar.
  Uno de los chicos llama a la compañía y le confirman que sale a las doce de Cangas, pasando por Limés diez minutos más tarde. Respiro aliviado.

A la hora esperada llega el pequeño autobús.

  Las nubes dejan ver, a veces, un paisaje idílico, lleno de tonos verdosos, de casitas esparcidas en la falda de las montañas, de canales por donde corre el agua que riega los prados.

  Vamos pasando pueblos y ascendiendo metros hasta llegar arriba del puerto.

 

Le pido al joven conductor si le importa parar lo más cerca posible de las oficinas y me deja justo delante.

  Aquí arriba la temperatura es considerablemente más fría y el cielo está bien cubierto. Cae una lluvia fina. Mi estado de ánimo está tan gris como el cielo.

  Voy hacia las oficinas, dejando las mochilas y la bolsa de esquís bajo el porche del edificio.

  Pregunto al chico que hay en las taquillas si puedo hablar con la persona responsable de la estación, presentándome y explicándole un poco por encima qué hago aquí.
  Ovidio me hace pasar a un despacho donde hay una chica a quien le explico el proyecto ya que no sabe nada. Parece que el departamento de prensa de la Diputación de León aún no ha tenido tiempo ni siquiera de avisarles de mi llegada.

  Resignado intento encontrar una solución. Llama al departamento de prensa y la respuesta es la misma que recibí en San Isidro, que ya me llamarán, pero no confío mucho en ello; hace una semana que estoy esperando la llamada para obtener el visto bueno para San Isidro.

  Tanto el chico como la chica de las oficinas me intentan ayudar en lo que pueden. Me guardan el equipaje mientras voy al hotel que hay a escasos cien metros y que se hace llamar albergue, sin serlo. El precio por pasar la noche resulta demasiado caro para mi presupuesto y empiezo a ver que no podré hacer esta estación de una manera cómoda.

  Cuando vuelvo a las oficinas llamamos a un albergue que hay en un pueblo cercano, en Caboalles de Arriba, donde tienen habitaciones a un precio más moderado. Estoy indeciso, no sé qué hacer: el tiempo no acompaña, hace dos días que duermo en la calle, he caminado cargado con todo el equipaje durante cuatro kilómetros, he tardado más de lo que quería en llegar hasta aquí, el departamento de prensa ha pasado de todo aunque prometió que se pondrían en contacto conmigo ...
  Ovidio me dice que no me preocupe y que cuando termine me puede llevar hasta el albergue.

  Por suerte el personal de la estación, el que está al pie del cañón y no sentado en un despacho a kilómetros de distancia, es de lo más amable y me dejan meter las mochilas y la bolsa de esquís en un cuartito en el alquiler de material.

  Allí dentro me cambio. He tomado la determinación de subir con las pieles de foca y cumplir el objetivo de esquiar en esta estación, sea en las condiciones que sea.

  Empiezo la ascensión un poco decepcionado, cansado y triste por todo.

  El agua-nieve va siendo cada vez más blanca ya que la temperatura está bajando.

  De repente me giro y puedo ver el entorno que rodea la estación de esquí, una plantación de árboles con un entramado de caminos que podrían formar parte de un buen circuito de esquí de fondo. Miro un poco más allá y me parece ver una mina a cielo abierto, pero de buenas a primeras no me puedo imaginar tal aberración contra la Naturaleza en un espacio como este y pienso que será otra cosa. Lo tendré que preguntar.


 
Paso de largo de la balsa de nieve artificial y de un edificio de servicios y sigo subiendo.

  La niebla y las nubes no me dejan ver gran cosa del paisaje, pero por suerte ya no precipita.

  Y de repente me encuentro con la caseta del telesilla Gobia. Me siento desorientado porque no me esperaba que la subida fuera tan corta. O he subido más rápido de lo que creía o no estoy donde creo que estoy. La subida no ha durado más de cuarenta y cinco minutos.

  No nieva, pero sopla un aire muy molesto.



  Voy hacia la caseta para ver si hay algún pistero o alguien con quien poder interactuar un poco. Hay una chica encargada de la instalación y un par de pisteros. Me invitan a pasar hacia dentro y podemos hablar un poco más calentitos.
  Alberto, encargado de la seguridad en pistas, me empieza a explicar las peculiaridades de la estación y de la comarca de Laciana, un poco indignado por la estancada situación que se vive. Mi opinión sobre las cosas que se podrían hacer en un entorno como éste coinciden con las de Alberto y compañía, pero no con la de las personas que mandan, sean políticos o no.
  Se nota que Alberto tiene un gran aprecio por esta comarca y que se la conoce bien, esta es la impresión que me da.

  Estamos más de una hora conversando de temas variados. Luisa me ofrece unas pastas hechas por la madre de un compañero de trabajo que están muy buenas.

  La charla me anima un poco.

  El tiempo no mejora, pero se está haciendo tarde y quiero bajar para ver al personal de la escuela de esquí.

  Javi, Alberto y yo salimos para hacer una bajada porque tienen que empezar a recoger los sectores. Ellos tampoco van descalzos con el tema de los esquís, anchos, de doble espátula y con fijaciones para hacer randonée.

  Cuando llego abajo veo que la escuela de esquí está cerrada.

  Me voy hacia el alquiler y me cambio de ropa. El personal está recogiendo el local y limpiándolo y yo estoy en medio como el jueves.
  Saco mis cosas fuera, bajo el porche, mientras espero que llegue la hora de cerrar y Ovidio me pueda bajar hasta el albergue de Caboalles.

  Pero su coche es demasiado pequeño para dar cabida a todo lo que llevo y me comentan que mejor que baje con Alberto, que cuando llega y le explicamos la situación no pone objeción alguna.

  Tomamos algo en la cafetería del hotel (que no es albergue) mientras el motor del coche de Alberto se calienta.

  Suerte tengo de esta gente porque todo el viaje hasta el albergue lo hacemos lloviendo. Alberto me sigue contando cosas de esta comarca mientras bajamos hasta el pueblo.

  Con el coche hacemos un pequeño recorrido por las callejuelas de Caboalles, enseñándome las fuentes, los pocos tejados que quedan construidos como se hacía años antes.

 

Llegamos al albergue. Está junto al Centro del Urogallo.

  César, el encargado, no está, pero allí conocen a Alberto y esperarlo no se hace nada aburrido.

  Cuando llega me enseña la habitación, los baños y un lugar donde puedo dejar los esquís y las botas para que se sequen y no molesten.

  Alberto marcha y yo subo arriba para organizarme un poco. Hay wi-fi y aprovecho para escribir y hablar con algunos amigos desde la distancia y hago uso de las nuevas tecnologías que me permiten ver y hablar con personas que están en cientos de kilómetros ... y de manera gratuita.

  Hablo con un chico que se puso en contacto conmigo al principio de que empezaran a publicar en nevasport mi diario personal y que me dijo que cuando fuera a Galicia para hacer la estación de Manzaneda no dudara en llamarlo ya que me quería conocer. Hace días que sigue mi evolución por facebook y ahora ya falta poco para vernos. Parece que se acerca mal tiempo y precipitaciones, según la información que él controla de diferentes webs. Ojalá caiga una buena nevada, coincidimos ambos.

  Miro una web de intercambio de alojamiento a la que estoy suscrito y escribo que iré directamente hasta el siguiente destino, el pueblo de A Rúa.

  Ceno algo y antes de las diez estoy en la cama. Me duermo en un tiempo récord.

  Alrededor de la una de la madrugada suena el teléfono, que me despierta. Maldigo no haberlo metido en modo silencioso. Contesto asustado. Es un chico que me ofrece su casa y que pensaba que tenía que dormir en la calle. Le doy las gracias y le digo que ya tengo alojamiento.

  Fuera oigo que la lluvia cae. Vuelvo a cerrar los ojos y sigo durmiendo. 

2 Comentarios Escribe tu comentario

  • #1
    Fecha comentario:
    17/05/2011 01:16
    #1
    Lo que viste en el alto de Leitariegos, sí es una mina a cielo abierto.
    La comarca de Laciana está plagada de minas a cielo abierto.
    Antes, hace 30 años, solo había minas de interior.
    Saludos y suerte. :+:

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  • Jou
    Jou
    #2
    Fecha comentario:
    28/05/2011 07:38
    #2
    Las peripecias y malos momentos a vivir para acceder a una estación con transporte público. Es una verguenza que no se promueva. Estas aportando info primordial de los destinos, por lo me os para mi. Ánimo!

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