4-3-2011 Lunada, la larga espera
Una semana esperando poder esquiar en la estación burgalesa.
Los días pasaron, siempre con la misma desesperante tónica: quedar para la mañana siguiente con uno de los trabajadores de la estación para subir juntos en función del tiempo y de las condiciones. Por la mañana la voz posponía la cita para el día siguiente.
Nevaba y llovía, a ratos, sin dejar ver el Sol más que algunos minutos, con suerte.
Llegaba al albergue de Espinosa de los Monteros domingo por la tarde. Durante el viaje me di cuenta que no llevaba el casco. Lo había olvidado y no sabía dónde.
El lunes intentaba subir a la estación, pero lo único que conseguí fue caminar bajo la nieve húmeda durante un par de horas.
Localizaba el casco en la estación de Logroño y Jesús me lo enviaba a Santander.
El martes fui a la emisora de Radio Espinosa Merindades para hacer una entrevista.
El miércoles fue el día de la mala leche. Un mal humor me carcomía sin remedio. Por si fuera poco vi que no me habían preparado el desayuno.
Decidí que el viernes volvería a intentar llegar a la estación, tanto si lo podía hacer con Jose, encargado de la estación, como si lo tenía que hacer solo.
Un amigo de Torrelavega, Pedro, me recogía el casco en Santander.
El jueves por la noche, por suerte, llamó Jose para decirme que mañana subía seguro.
Después de cenar pude abrir por la web el programa Central de Neu y verlo. Me emocioné. No me esperaba que el reportaje que me hicieron los chicos de Carrota en la estación andorrana de La Rabassa quedara tan bien, me imaginaba que sería algo más corto, no tan detallado.
http://www.carrota.com/p_centraldeneu/centraldeneu_p13-1.html
Desayuno rápido y voy caminando hasta la plaza del pueblo de Espinosa. Jose y yo llegamos al mismo tiempo.
Cargo las cosas en su coche y vamos hacia la estación.
Empezamos a hablar, del tiempo, de cómo ha ido la semana, de cuán difícil ha sido podernos encontrar, de las dificultades para mantener abierta la estación este año.
Pasado el pueblo de Bárcenas le llaman. Sin poder evitarlo escucho como algo preocupa a Jose, pero no me puedo imaginar qué es hasta que, cuando cuelga, me dice que tiene que ir a hacer un trabajo.
Me invade la desesperación. No puede ser que después de una semana esperando para hacer Lunada hoy me vuelva al albergue sin haber esquiado, así que le digo que me deje allí, en un cruce que dista no sé cuantos kilómetros de la estación de esquí.
No sé si es por la determinación con la que afirmo que llegaré, pero me hace el favor de acercarme a la estación.
Por la carretera no pasa nadie y sólo cuando estamos llegando veo un par de coches aparcados y a un hombre que va a hacer esquí de montaña. Parece que la Junta de Castilla y León no tiene mucho interés en limpiar la carretera de nieve, tarea que a menudo deben realizar los militares que tienen una base más arriba o el personal de la estación. Buena prueba de ello es la capa de nieve y hielo que hay sobre el asfalto.
Al girar una curva Jose ve a lo lejos un coche en medio de la carretera, coche que yo no veo hasta que no hemos pasado la barrera y faltan un par de curvas para llegar al edificio de la estación.
Un coche con matrícula de Vitoria está atravesado y sus tres ocupantes están paleando para poder salir de la trampa de nieve donde se han metido.
Jose, con razón, les pregunta porque han tenido que cruzar la barrera cuando la han visto bajada. La respuesta que dan es que: en el foro pone que se puede pasar. Curiosa excusa. Al menos los chicos se lo estaban trabajando ya que llevaban paleados tres o cuatro neveros.
Jose los estira con su todoterreno. Yo he descargado mi mochila y los esquís. El cielo se ha ido tapando conforme subíamos y aquí arriba ya está bien gris.
Me despido de Jose y quedamos que vendrá más tarde. Coloco las pieles de foca a los esquís y hago unos cuantos metros por la carretera llena de nieve hasta que giro a la derecha para ir a buscar la primera pista y su remonte, que me ha llamado la atención. Una máquina vieja y oxidada da la bienvenida y da cobertura a la pista de debutantes.
Ante mí se levantan las montañas que rodean la estación, pero no puedo ver las cumbres ya que la niebla les oculta.
Cuando paso el edificio de servicios veo a un chico que acaba de bajar probando su split. Se llama Albert y es un francés enamorado de Cantabria que ha venido a practicar un poco.
Veo que hay un par de personas más haciendo esquí de montaña, pero decido subir por la vertiente que me queda a la derecha, que está libre de remontes, porque pienso que podré fotografiar la estación desde otro ángulo. Albert también quiere subir por aquí ya que tiene el coche aparcado un poco más arriba, así que apuntamos las espátulas hacia arriba y vamos haciendo sin ninguna prisa.
Llegamos a un pequeño collado desde donde vemos, primero los cortados, y después los suaves valles de las tierras cántabras fronterizas con las de Burgos. Allí Albert me cuenta varias cosas, como el trabajo que hace la Fundación Naturaleza y Hombre, que se dedica a intentar reforestar los valles pasiegos debido a la tala que sufrieron estos bosques unos cuantos cientos de años antes, principalmente para alimentar los altos hornos de La Cavada, donde funcionó una fábrica de cañones y munición, la Real Fabrica de Artillería, que fue el orgullo de la Armada durante una época. Un poco más abajo del punto donde nos encontramos comienza un "resbaladero", una especie de tobogán desde donde se lanzaban los troncos de los árboles para hacerlos llegar a La Cavada. Se calcula que se talaron unos diez millones de árboles para fundir el hierro con el que se construían los utensilios armamentísticos.
Veo una carretera llena de nieve y cuando pregunto Albert me dice que no se limpia porque un campesino, harto de que el camión echara la nieve a su prado, se plantó con una escopeta delante de la cuña. Desde entonces ese acceso suele estar impracticable durante el invierno. Sus palabras son rápidamente barridas por el fuerte viento que sopla aquí arriba, calculo que por encima de los 1300 metros.
Albert se va y la niebla y el frío frustran un poco mi intento de fotografiar Lunada desde aquella perspectiva.
Me tengo que quitar los esquís un par de veces y bajar caminando por entre piedras y matorrales ya que no hay suficiente espesor de nieve.
Decido virar hacia los dominios esquiables, hacia donde sé que están los telesquíes.
Finalmente creo entrever una línea para subir y llego al retorno de un telesquí. Me paro a comer algo, esperando a que se levante el mal tiempo y se imponga el Sol que los meteogramas anunciaban.
Pero el tiempo no mejora.
No sé si estoy en el punto más alto de la estación ya que no puedo distinguir más allá de unos veinte metros. Decido seguir subiendo un poco más hasta que, al abrigo de unas rocas desisto, procedo a hacer el ritual necesario para bajar esquiando y empiezo el descenso, siguiendo las huellas que había hecho cuando subía.
Es incómodo, no me gusta y no lo disfruto, pero esquío en una estación más y eso es lo que cuenta.
Unos metros más abajo la visibilidad aumenta y ya puedo abandonar las huellas y buscar una bajada más alegre.
Llego al edificio de servicios. Está desierto. Un rato antes había visto un coche y personas caminando por el aparcamiento, pero ya no hay nadie.
La nieve caída durante los últimos días hace que pueda bajar por la carretera sin demasiados problemas, aunque echo de menos tener los esquís encerados para deslizarme con mayor facilidad.
Recorro un par de kilómetros de esta manera hasta que la carretera sube para enlazar con la que baja del puerto.
Con los esquís a la espalda llego a la barrera donde hay un par de coches aparcados. Uno, de una familia que está jugando en la nieve. El otro, el de Fernando, un chico al que le pido si me puede acercar a Espinosa y que, por desgracia mía, no se va sino que llega. Viene a probar unos esquís y charlando con él me dice que la acompañe, pero no tengo ganas de volver a pasar frío y no ver nada y le digo que no.
Intrigado por la situación me pregunta qué hago en Lunada y cuando se lo explico saca la cámara para grabar la escena. Es un miembro muy activo de lunada.org que tiene la suerte de poder disfrutar de la montaña cuando quiere y me hace una pequeña entrevista improvisada para la web.
Me comenta que mañana hacen la subida al Castro Valnera y que no me la puedo perder. Yo no podré ir porque ya tengo previsto llegar a Reinosa; el único autobús pasa a las nueve y media por Espinosa y ya llevo demasiados días atascado. Insiste, bastante, y me sabe mal negarme, pero lo puedo convencer diciéndole que la montaña no se irá, y que queda pendiente. Es la mejor manera de volver a un lugar, la excusa de tener algo a hacer.
Nos decimos adiós y yo empiezo a bajar esquiando por el margen de la carretera. Pasan algunos vehículos y un par de camiones de militares, pero a pesar de hacerles señales no se detiene nadie y sigo, mirando las cabañas que se levantan en medio de prados rectangulares, blancos. Un paisaje bucólico que me distrae del esfuerzo y el cansancio.
Veo un par de personas un poco más abajo que parece que también estén esquiando y acelero un poco el ritmo por si los puedo atrapar.
En un momento que tengo que cruzar la carretera y caminar por la falta de nieve, los veo salir de un camino.
Les pregunto si irán a Espinosa y si me pueden llevar y me dicen que si. Respiro aliviado.
Son Unai y Patxi, dos bomberos que han salido esta mañana de trabajar y han venido a hacer el Castro Valnera. Por lo que me dicen conocen muy bien esta zona ya que vienen a menudo.
Me cambio de calzado, meto los esquís en la bolsa y todo dentro el coche.
Hacemos una parada en Las Machorras, donde tomamos un reconstituyente vaso de caldo. La nieve que caía en cotas altas es lluvia aquí.
Seguimos hacia Espinosa y les pido un par de favores, abusando de su generosidad: hacer una parada en un cajero automático y si pueden desviarse y llevarme hasta el albergue.
Los dos vascos no ponen inconveniente y a las tres y media llegamos al bosque de robles que hace de jardín al edificio del albergue.
Cuando marchan subo las cosas a la habitación y procedo a tender la ropa para secarla.
Me meto en la ducha, bajo el chorro de agua caliente que me reaviva un poco el cuerpo cansado.
Preparo el equipaje para mañana. Tengo que ir a Reinosa, de allí a Torrelavega a recuperar el casco, quiero pasar a ver a Jose y a Asun, y a Chente en el Villa de Potes. Tendré que volver a Reinosa y subir a Brañavieja para hacer Alto Campóo, pero no sé cómo voy a hacerlo.
Llamo a Jose para decirle que ya estoy en el albergue. Justo en ese momento acababa de limpiar los caminos de nieve del parque eólico cercano. Me pide como me ha ido y le explico rápidamente lo que ha sucedido durante el día. Nos despedimos telefónicamente; me hubiera gustado pasar más tiempo con él.
Como algo, hago las tareas habituales y me acuesto a una hora razonable. Mañana tengo que dejar el albergue antes de las nueve para llegar a tiempo y coger el autobús. Espero que no llueva.