16-2-2011 Navafría. Esquí de fondo en la sierra de Guadarrama

16-2-2011 Navafría. Esquí de fondo en la sierra de Guadarrama
Son las diez y media cuando me levanto. Hace pocas horas que me he metido en la cama, porque los martes por la noche Segovia quema. Doy las gracias al medio ibuprofeno que me tomé antes de ir a dormir.
Son las diez y media cuando me levanto. Hace pocas horas que me he metido en la cama, porque los martes por la noche Segovia quema. Doy las gracias al medio ibuprofeno que me tomé antes de ir a dormir.

Sale un autobús a las doce y media que me deja en Navafría. El horario no es el más adecuado, pero es una manera segura de llegar al pueblo más cercano por la vertiente castellana.

Creo que perderé el autobús porque las pantallas marcan que sólo falta un minuto para y media. Voy directo al conductor que me dice que tengo que comprar el billete en las taquillas.
Estresado, pido a un par de personas que si no tienen prisa me dejen pasar.
Con el billete en la mano subo al autobús; aunque tardaremos unos minutos en marchar.

Por suerte esta vez no voy cargado con todo el material para esquiar, ya que ayer hablé con Raúl y me dejará botas y esquís.

Mientras salimos de Segovia me fijo en sus alrededores. Esta ciudad cada vez me gusta más y, quizá influenciado por los efluvios etílicos, pienso que podría ser un buen lugar para pasar una temporada y probar fortuna.

Miro el paisaje que recorre paralelo a la carretera por espacio de poco más de media hora. He llegado a mi destino. Pido a unas personas qué dirección tengo que coger para ir a la estación de esquí y empiezo a caminar, dudando de si he cogido el buen camino.

Llego a una carretera y veo una nave industrial que está abierta, a pesar de la poca actividad que se nota.
Entro dando voces, no sea que alguien se asuste y tengo que subir unas escaleras porque no hay nadie en el almacén. En la oficina hay un señor que, después de pensárselo un rato, me dice que no voy bien, que tengo que dar media vuelta y caminar doscientos metros hasta un cruce. Desde allí girar a mano derecha y todo hacia arriba.

Empiezo a caminar, paso la señal de ceda el paso, llego al cruce y giro a mano derecha para seguir caminando.



No me ha hecho mucha gracia que un habitante del pueblo dudara al indicarme cómo llegar a donde quiero. Normalmente significa que la carretera no es muy transitada.

Sopla un poco de viento, pero cada vez luce más el Sol y caminar se hace muy agradable. Paso el punto kilométrico número 3. Veo alguna mancha blanca, prueba irrefutable de que la nieve hizo acto de presencia por aquí hace poco.

Dejo atrás un camino que lleva a una presa. Aprovecho para girarme y fotografiar el paisaje, beber agua y sacarme algo de ropa. Con el móvil actualizo el estado del facebook.
Concentrado con la tecnología no escucho un coche que sube hasta que lo tengo demasiado cerca. Le hago la señal internacionalmente reconocida de apuntar al cielo con el dedo pulgar, pero me dedica una mirada socarrona y pasa de largo.

Pienso que si ha pasado uno, sólo es cuestión de tiempo que otro vehículo pase por aquí. Sigo caminando, haciendo fotos y admirando el panorama.

También sigo pasando puntos kilométricos mientras la carretera va subiendo, de manera suave, pero constante. No pasa ningún coche en la dirección que me interesa y tan sólo dos o tres han venido desde arriba. La carretera ha entrado dentro el bosque.

Las manchas blancas ya cubren los arcenes del asfalto y las copas de los árboles. El Sol y el calor la están deshaciendo y esta cae a la carretera, a veces de forma líquida, a veces de manera sólida.

Paso por delante de la fuente de El Caño Ortiz y aprovecho para beber su agua fresca. Disfruto con la caminata, pero sufro por la hora que es.

En un momento dado giro la cabeza y la apertura entre los árboles me deja ver la llanura que se extiende en el horizonte. Enfoco para sacar una instantánea y hago un vídeo y mientras lo hago escucho un coche que sube. Me giro y miro como se acerca.
Y pasa de largo.

Kilómetro 11, espero que no falte mucho para llegar.

El edificio de la estación se me aparece cuando llevaba un rato mirándolo sin verlo. Distingo la piedra del refugio y la esperanza crece.



Hay coches estacionados a un lado, si, es Navafría.

Me encuentro a Raúl, que me reconoce sólo verme. Entramos en el refugio y le voy explicando de qué va el proyecto, de dónde vengo, adónde voy ...
Llegan unos clientes habituales de la estación que viven cerca de Segovia, Jose Antonio y Eduardo. Han venido a hacer una sana rutina a la que se han acostumbrado: subir haciendo esquí de fondo a una cima cercana y cenar en un lugar que ellos conocen. Me invitan a ir con ellos, el plan es perfecto y creo que me merezco el capricho de cenar en un restaurante, así que acepto el ofrecimiento que me hacen y quedamos para más tarde. Además, el precio se adapta bastante bien a mi bolsillo y intuyo que saldré de allí con la tripa llena.

Raúl me deja esquís, botas y palos y me indica dónde están sus compañeros, que están acondicionando una de las pistas.

Empiezo a deslizar los esquís largos y delgados por encima de la nieve, con menos maña que de costumbre. El esquí se me pega en la nieve y no puedo avanzar como lo hago normalmente.

Voy haciendo tranquilamente. Al cabo de media hora veo una moto de nieve aparcada a un lado. Un rastro de nieve amontonada en medio de la pista me da pistas del trabajo que están haciendo.

Al girar una curva los veo. Están trabajando duro, colocando nieve para hacer más base y que la máquina pueda pisar sin problemas. Este invierno está castigando, con su suavidad, a la mayoría de estaciones, pero las hay que lo sufren más que otros.

David y Aitzol son los encargados de realizar esta dura tarea y cuando llego se toman un pequeño descanso. Escuchar a David me da otra perspectiva, me enriquece en conocimientos.
Es una de las cosas que más valoro, el hecho de aprender.
Me cuenta que cuando llegaron no había nada y que desde las instituciones no les están poniendo las cosas fáciles precisamente. También me dice que Navafría se caracteriza por su integración en el entorno, por la conservación del bosque en la medida de lo posible.

Como un bocadillo admirando las vistas desde el mirador de Navalcollado, que también tiene una parte de refugio libre y me vuelvo a arrepentir de no haber llevado el saco de dormir.

Cuando llevamos un buen rato charlando me doy cuenta que el tiempo está pasando, inexorable, y que yo tendría que espabilar si quiero esquiar un poco más por aquí, así que me despido y sigo la pista hasta llegar a una explanada con una imagen de la Virgen de las Nieves en una pequeña hornacina esculpida en la roca, frente a un altar con forma de dolmen.



Sigo esquiando en soledad, por estos bellos parajes, hasta llegar a otro refugio, que los chicos se encargaron de arreglar.

Al cabo de un rato vienen David y Aitzol con la moto de nieve. Van a buscar la máquina para pisar la pista y me proponen ir con ellos.

La vieja Ratrac TT140 les sirve para hacer el trabajo. Perfectamente adaptada a las pistas de esquí de fondo por su tamaño y peso, avanza, fresando, el camino cubierto de nieve.
Me sorprenden las condiciones y su manera de trabajar y lo bien que tienen el circuito. Otros, con más recursos, no ponen tanto interés.

La batería de la Oregon no aguanta y me deja en la estacada cuando intentaba hacer un plano interesante.

Se está oscureciendo y sufro un poco. He quedado con José Antonio y Eduardo a las seis y media y no quiero llegar tarde.

Me aplico con toda la energía y la técnica de que soy capaz. Veo a Raúl y a Aitzol y les pregunto si les han visto pasar. Me dicen que no y me quedo más tranquilo, pero me está cogiendo frío y tengo ganas de llegar al refugio para abrigarme.

El movimiento me hace entrar en calor. Además, el poco desnivel que había hecho de subida ahora se transforma en una suave bajada.

Llego al refugio. Al poco llegan los chicos de la estación y poco después José Antonio. Su amigo aún tardará un poco.

El buen tiempo que había hecho durante todo el día ha ido cambiando. Hace rato que el cielo se ha tapado y ha soltado algún copo inocente.

Eduardo llega al cabo de unos treinta minutos.

La carretera está blanquecina, pero a medida que descendemos la nieve se transforma en estado líquido. Llamo a mi anfitriona, ahora que por fin tengo cobertura, para que no se preocupe y para avisarla que cenaré con unos amigos que he hecho en la estación.

Hacemos una parada para hacer tiempo en un bar de pueblo. Nos mojamos un poco entre que salimos del coche y entramos en el bar.
El tiempo que tardamos en tomar una copa de vino y cuando salimos el suelo está bien blanco. Medio dedo lo cubre todo.



Con mucho cuidado nos dirigimos al pueblo de Cañicosa, al restaurante El Pajar. La carretera está muy blanca y circulamos con mucha cautela. Parece que la nevada ha cogido al servicio de mantenimiento un poco desprevenido.

Isabel, la dueña de El Pajar, catalana, es muy querida por la pareja de amigos que me lleva y eso se nota en el trato que nos dispensa ella cuando llegamos a su casa.
Dejo la cámara descansando y disfruto de los manjares que nos sirve.

De primero una sopa de pescado. Pero no un platillo de sopa, no. ¡La olla en medio de la mesa y que no quede nada!
De segundo, codillos al horno.

Yo he tenido la precaución de avisar que sale más barato hacerme un traje a medida que darme de comer. Y a mí me enseñaron de pequeño a comérmelo todo y no dejar nada en el plato, que había muchos niños que se morían de hambre, lo que también pasa actualmente (curiosamente no habían dinero para erradicar la pobreza del mundo, pero si que la hubo para salvar y seguir alimentando el sistema financiero mundial).

Sea como sea, gozo saboreando la tierna carne hasta que se me dispara la alarma que me dice que si sigo comiendo me acabará haciendo daño. Y faltan los postres.

Los dulces son unas lionesas de nata buenísimas, y advierto que este adjetivo se queda corto.

Hablando, resulta que son profesores, que cuando acaban la jornada ascienden a hacer unas esquiadas y lo rematan cenando en casa de la señora Isabel. Y hablando, resulta que ha sido profesor de una persona con quien tuve tratos cuando iniciaba el proyecto.

Me pide que le dé recuerdos cuando lo vea, aparte de exclamar lo pequeño que es el mundo y las casualidades de la vida.

El camino hacia Segovia ya lo hacemos con la carretera más limpia.

El cansancio me pasa factura y hace que me pesen los párpados, pero consigo mantenerme despierto hasta que José Antonio me deja en el Acueducto.

Llego a casa de Ainara bastante cansado, pero muy feliz y contento. Nos quedamos hablando un rato hasta que nos decimos buenas noches.

4 Comentarios Escribe tu comentario

  • #1
    Fecha comentario:
    03/03/2011 23:26
    #1
    http://www.carrota.com/p_centraldeneu/centraldeneu_p13-1.html

    En este enlace podéis ver el pedazo de reportaje que me hicieron los chicos de Carrota para el programa Central de Neu en la estación de La Rabassa.

    Está en catalán, pero yo creo que se entiende.

    Espero que os guste :)

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    • Gracias!
  • #2
    Fecha comentario:
    06/03/2011 20:26
    #2
    :+: :+: :+:

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    • Gracias!
  • #3
    Fecha comentario:
    07/03/2011 23:56
    #3
    Animo amigo.

    Espero nos volvamos a ver con los esquies puestos.

    Un fuerte abrazo
    David de Navafria

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    • Gracias!
  • #4
    Fecha comentario:
    11/03/2011 23:08
    #4
    Yo también deseo volver a veros algún día.
    Fue un placer esquiar en Navafría.

    Un abrazo

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    • Gracias!

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