Ayer recogí el casco de la estación de autobuses. Lo había dejado Pedro Jesús al saber que no podríamos coincidir.
Estuve con gente amiga, comiendo y tomando blancos, conociendo a la pareja de Jose, saliendo a ver a la gente disfrazada por Torrelavega...
Despierto en una cama grande, reconfortado por el masaje que me dieron ayer por la tarde.
Recojo las cosas sin hacer ruido y me voy de casa de Jose. Ellos se han ido de excursión.
Entro en el Villa de Potes, pero Chente no está y no me puedo despedir de él.
Si que le puedo decir adiós a Asun, a quien saco de la cama.
Camino por calles conocidas, yendo a buscar uno de los lugares donde empezó todo, la biblioteca Gabino Teira, pasando inevitablemente por delante de la iglesia de la Asunción, del s.XIX, aunque su construcción me trasladaba, siempre que la veía, a la de Los Pilares de la Tierra.
Confiado llego a una calle donde pido la situación exacta de la estación de tren y la respuesta me cae como una losa. La estación de la FEVE, hacia donde yo encaminaba mis pasos, no va a Reinosa. La que va Reinosa es la RENFE y tengo que ir hasta el pueblo de Tanos, a unos tres kilómetros de donde me encuentro.
Quiero coger el tren, me deja en el mismo lugar, haré un trayecto diferente y, factor clave, es más barato.
En la larga recta de la avenida Fernández Vallejo un señor mayor, con bastón, me atrapa, ya que mi paso es lento debido a caminar con casi la mitad de mi peso cargada encima. El hombre me dice que desde la distancia parecía alguien llevando una cruz, al estilo de un procesionario y que se ha propuesto llegar a mi lado, confesando que le ha costado bastante. Aprovecho para pedirle que me haga de ayudante de cámara.
La estación de RENFE de Tanos no está atendida por nadie. Un vigilante que desconoce la vía por donde circulan los trenes, tres muchachos y yo somos las únicas personas que hay en la estación.
El tren llega más tarde de la hora indicada, hecho habitual en la compañía.
El paisaje es muy bonito, desconocido para mí desde aquella perspectiva. Corrales del Buelna me transporta unos años atrás, en una instantánea hecha en blanco y negro, cuando motivos laborales me llevaron a conocer este pueblo cántabro y caminar por sus vías.
Los verdes prados se van alternando con los pueblos por donde hacemos parada hasta que llegamos a Reinosa.
Allí sigo el consejo de Jose para ir hasta la carretera que lleva a Brañavieja, población donde está situada la estación de Alto Campóo.
Tengo que sacar dinero y, por no parar cuando tenía la oportunidad en Torrelavega, tengo que buscar un cajero. Pero mi espalda me advierte que dar vueltas con 35 kilos encima por Reinosa no es una buena idea. Suerte tengo de un centro para personas mayores que veo abierto, donde entro y el encargado me deja dejar el pesado equipaje para poder caminar más ligero.
Con efectivo en el bolsillo, y agradeciendo el favor, sigo caminando. Se me hace eterno llegar a la salida de Reinosa, bajo un Sol de justicia.
Atravieso el Ebro, tan pequeño en este punto.
Descargo en un cruce para ponerme a hacer dedo. Un contenedor de cartón contiene lo que se convierte en mi cartel indicador, donde escribo el nombre de la estación de esquí.
Una mujer, desde el jardín de la casa más cercana, me da conversación, escéptica.
Al poco rato, para mi sorpresa, se detiene un coche marca Audi, de gama alta, conducido por un hombre que tal vez me dobla la edad y su esposa. Toño y Esther no tienen ningún problema en llevarme hasta el dominio esquiable, ya que ellos también van, respondiendo cuando les doy las gracias con un tono de naturalidad que me sorprende. No es la primera vez que recogen a alguien haciendo dedo, que ayudan al prójimo ofreciendo lo que tienen, en este caso transporte.
Encontramos lugar para aparcar justo delante de la parada del autobús, en el punto donde dos trabajadores han cortado el acceso al aparcamiento más cercano a los remontes.
Llegados a la base de la estación separamos nuestros caminos y yo me dirijo al albergue donde había llamado, el Nando Agosti.
Pero su encargado me dice que es imposible pasar allí la noche, ya que hoy cierran el albergue. Estoy convencido de que cuando había llamado le había dicho la fecha de mi llegada y mis intenciones, pero no hay nada que hacer. No me puedo creer que no pueda descansar, pero así es. Me señaliza un edificio, en el poblado de Brañavieja, cuando le pido un alojamiento económico para pasar la noche.
Cojo la típica guagua que también hace la misma ruta que el autobús. Le explico al conductor que quiero ir al refugio y me deja en la carretera de acceso de unos edificios que tienen ese nombre. Tiene el feo detalle de ponerse en marcha mientras me estoy poniendo la mochila y casi me hace caer.
Las nevadas caídas han llenado de nieve las calles y las escaleras son impracticables, pero por suerte veo que la puerta del garaje de uno de los bloques de pisos está abierta y entro, pensando que podré salir a la calle de arriba.
En la parte superior las escaleras y las calles ya están más limpios y puedo caminar con más facilidad.
Me cruzo con una chica a quien le pregunto el camino más corto para llegar, ya que he perdido el refugio de vista. Me indica la dirección correcta y me dice que la guagua me habría dejado casi delante. Mi humor empieza a cambiar.
Llego al albergue juvenil que sé que está cerrado ya que están haciendo reformas. Escucho música dentro, pero cuando pico en la puerta no contesta nadie.
Decido hacer un descanso.
Aparece un coche que aparca justo en la puerta del albergue y baja un chico que abre la puerta del mismo. Me acerco y le pido, para reconfirmar lo que ya sabía (si tienen abierto) a lo que me responde que no, que lo están reformando y hasta la semana que viene no lo tendrán operativo. Internamente me pregunto como puede ser posible que en un edificio que se presta este servicio se hagan obras en plena temporada de invierno.
Le pregunto por el refugio que me han indicado cuando estaba a pie de pistas y me dice que está a unos quinientos metros.
A los pocos minutos le pregunto si puedo dejar las cosas en una pequeña entrada que hay para no subir todo el equipaje de golpe. Kankel no me pone ninguna pega, incluso me señala el mejor lugar para dejar los esquís, pero al momento se lo repiensa y me dice que me acerca con un golpe de coche.
Si mi espalda hablara le habría dado las gracias antes que yo.
Kankel conoce al Chino, el chico que lleva el refugio Tres Mares, y nos presenta, explicándole un poco mi historia y el porqué estoy allí. En principio Chino tenía otros planes para esta noche. Además es la hora de comer y tanto él como la chica del refugio están atareados sirviendo platos, o sea que no es un buen momento para hablar. Yo aprovecho para dejar las cosas y acercarme a las oficinas de la estación y ver como quedamos para mañana.
Bajo caminando hasta el hotel, justo en el momento que llega el tren, pero cuando le pregunto al ya conocido conductor si va a la estación me contesta preguntándome si ya he comido, porque él no y ahora mismo se va a hacerlo. Me da tiempo a contestarle que yo tampoco he comido, y me quedo con las ganas de decirle más cosas.
Al final es el autobús el que me lleva hasta la estación.
En las oficinas localizo a la persona con quien había contactado por teléfono, el señor Ricardo García, que me dice que hoy poco podré hacer, pero que hay una bajada de antorchas programada para cuando se haga de noche. Le pregunto si podré ir con algún maquinista, pero hasta la tarde no me lo podrá confirmar.
Con esta información vuelvo hacia el refugio, donde aprovecho para comer algo y conectar el ordenador para escribir un rato hasta que Chino me avisa.
Vamos al refugio de la S.D. Picos de Europa, el Avelino Conde, donde pasaré la noche.
Escojo una cama y me instalo.
Lo primero que hago es pasar por la ducha. Después enchufo el ordenador hasta que llega la hora de irse a ver la bajada de antorchas.
Noto el cansancio en las piernas y hago dedo mientras camino. Tengo suerte y para un coche con un par de chicas y un niño pequeño que van hacia allí.
El ambiente se va animando al mismo ritmo que la temperatura va descendiendo.
Un chico me pregunta si haré fotos, pensando que soy fotógrafo y que sacaré buenas instantáneas, pero le digo que no soy muy bueno y que haré lo que pueda, que si me sale alguna buena ya se la pasaré. Es Fonso, a quien le explico el porqué estoy hoy en Alto Campóo y lo que quiero hacer.
Llega un hombre de la escuela de esquí, disfrazado, con una caja llena de antorchas que reparte a los participantes en la bajada. El telesilla del Cuchillón se pone en funcionamiento y los esquiadores van subiendo, desapareciendo en la oscuridad de la noche.
Al cabo de unos minutos se ven los primeros puntos de luz, en medio de la negrura, y las personas que están en la base exclaman alegres. Con la cámara grabo en video como se dibuja la serpiente de fuego.
Cogen la silla en la intermedia para volver a la base de la estación, donde son recibidos con aplausos.
El espectáculo termina con una chocolatada caliente, muy reconfortante, en la cafetería, donde me encuentro con Ricardo, que me dice que hoy no será posible subir a ninguna de las retracs.
Salgo fuera, al parking donde pregunto a una mujer cargada de niños si me puede acercar a Brañavieja. Me lleva con mucho gusto, para disgusto de alguno de los chavales, que quería ocupar el asiento del copiloto.
Llego al albergue, ha sido un día duro, pero tengo que pensar en positivo. He conseguido encontrar un lugar para dormir, mañana esquiaré en Alto Campóo y seguiré mi viaje.
6-3-2011 Llegar a Alto Campóo
Ayer recogí el casco de la estación de autobuses. Lo había dejado Pedro Jesús al saber que no podríamos coincidir.
Estuve con gente amiga, comiendo y tomando blancos, conociendo a la pareja de Jose, saliendo a ver a la gente disfrazada por Torrelavega...