27-12-2010 La Muela de San Juan

27-12-2010 La Muela de San Juan
No puedo dormir más de dos horas seguidas, a intervalos, molesto por el frío, por la incomodidad y el dolor de cuello.
No puedo dormir más de dos horas seguidas, a intervalos, molesto por el frío, por la incomodidad y el dolor de cuello.

Cuando son casi las siete me empiezo a poner en marcha. Intento mentalizarme de que esto no es nada y que otros lo han pasado peor que yo antes.

Me sitúo de nuevo cerca del túnel y al cabo de unos veinte minutos se detiene una furgoneta, un repartidor de periódicos, que me lleva hasta un pueblo llamado Tramacastilla, que atravieso yendo a buscar la salida que lleva a donde yo quiero ir.

Dejo las cosas en la parada de autobús que no pasa hasta bien entrada la tarde y miro a mi alrededor. A mi pies veo cáscaras de nueces que me llevan a descubrir un nogal en el arcén de la carretera. El suelo está lleno de este fruto y las empiezo a recoger, esperando que nadie se moleste.

A los cinco minutos se me acerca una mujer que acaba de salir de casa con bata y zapatillas y con una bolsa en la mano. Le pregunto si puedo coger las nueces del suelo y me dice que mejor que las tire, mientras me da la bolsa que está llena.

Resultado: acabo con casi dos kilos de nueces que empiezo a comer.

Le agradezco muchísimo, ya no que me dé una bolsa con nuevos, sino el propio hecho de haber salido de casa y haberme ofrecido algo, que en cierto modo se haya preocupado por mí y no me haya visto como un peligro.

A los cinco minutos vuelve, con un vaso en las manos. Elena me ha preparado un café, dulce y caliente, que todavía me deja más desconcertado con el hecho de que unas personas den tanto y otras tan poco.

Le vuelvo a dar las gracias e intento grabar su imagen dentro de mí. Me tomo el café poco a poco, saboreandolo. Y no es que me guste mucho esta popular bebida.



Pasan más minutos y espero que el Sol que rebota contra las montañas llegue hasta donde estoy yo, pero antes de que lo haga me paran un par de chicos que me llevarán hasta el cruce desde donde tengo Griegos a un par o tres de kilómetros.

Hago fotos de lo que me rodea y empiezo a caminar por la carretera en dirección al pueblo y a los diez segundos pasa un todo terreno que había visto pasar en dirección contraria hacía un rato. Es uno de los encargados de llevar el pan a los pueblos de la zona y me lleva hasta la propia estación de La Muela de San Juan.

Llegamos a un aparcamiento desierto y un edificio que es el restaurante, cerrado, me da una fría bienvenida. Me despido de Jose y llego hasta pie de nieve, donde hago unos cuantos estiramientos, meto las pieles en los esquís y las botas en los pies y empiezo a deslizarme por una pista forestal, que se adentra al poco rato dentro de un espeso pinar.

Paso más de tres horas esquiando por un camino nevado, sin señalización salvo unos indicadores que me hacen saber que estoy haciendo la ruta a las Pernalas.



Llega un momento que creo que me he perdido y la sensación dura una media hora, hasta que veo el pueblo de Griegos al fondo del valle y unos metros más adelante se levanta la torre del forestal que reconozco.

Cuando llego al punto de salida estoy cansado, pero contento de haber conseguido hacer una estación más. Siento como se cierran las puertas de un coche y no pierdo tiempo, cogiendo todas las cosas y yendo hacia el restaurante, que ahora ya tiene abierto, no sea que marche un coche y pudiera ir con él.

Era una falsa alarma y aprovecho para hacer estiramientos y poner los esquís al Sol para que se sequen un poco.

Cuando ya lo tengo más o menos todo bajo control entro en el bar para tomar una cerveza reconfortante. El local tiene muy buena pinta y tienen un buffet libre de tapas por 10 € que puede ser su perdición y mi dolor de estómago. Por suerte sólo lo hacen los sábados, o sea que si vuelvo ya sé qué día tengo que venir.

El local lo lleva una pareja que esperan que el invierno se arregle y puedan sacar el negocio adelante.
Ella es la que me baja hasta Griegos, donde pregunto en el bar y el horno con idénticos resultados: nadie baja a Teruel.

Me pongo a la salida del pueblo hasta que un señor me lleva hasta Orihuela del Tremedal. Durante el viaje el cansancio se apodera de mí y me hace cerrar los ojos, que lucho por tener abiertos.

Me pongo a la salida de Orihuela. Estoy muy cansado y lo que menos me apetece es ponerme a hacer dedo. Ahora me sentaría y me pondría a descansar, notando el Sol en la cara.

Al cabo de unas horas se detiene un chico que me lleva hasta Santa Eulália, donde veo como se me escapan dos autobuses que me llevarían a Teruel.
Finalmente es un chico que va a Cuenca que me recoge y me lleva hasta la misma estación.

Allí recojo mi mochila grande. Saco el cargador del móvil que ya estaba a las últimas de batería y me preparo un buen bocadillo. Con la barriga llena y las ideas poco claras empiezo a plantearme varias opciones.

Finalmente termino decidiendo llamar Nacho, del hostal, y pedirle si tiene habitación para mí. Respuesta afirmativa.
Ya tengo un lugar seguro, caliente y confortable donde pasar la noche y prepararme para intentar hacer Valdelinares al día siguiente.

Me viene a recoger a la estación y vamos al hostal. Pero no puedo descansar; tengo que ir a ver a Néstor y saber si puedo subir mañana con él en la estación.

Lo voy a ver al trabajo y quedamos que a las ocho de la mañana me pasará a buscar. Perfecto. Ya puedo ir a descansar más tranquilo.


No doy abasto y me voy a dormir tarde y sin acabar, esperando que mañana podré hacerlo todo.

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