A las nueve de la mañana Chino me hace un gran favor llevándome hasta el aparcamiento de la estación con todo el equipaje. Nos decimos hasta pronto, espero no llegar de forma tan accidentada al refugio la próxima vez.
Allí busco a Fonso, que está en su despacho. Se encarga del procesamiento de datos y es gracias a él que se puede conocer el estado de la estación, ver imágenes de las pistas por la cámara web o recibir la información a través del teléfono blanco.
Me gusta ver cómo se cuidan estos detalles.
Me pone al corriente del trabajo que hace, como la de hacer los perfiles estratigráficos para conocer el estado del manto nivoso, prever su evolución y reducir el riesgo de aludes. Precisamente hoy vendrá un agente medioambiental de la Confederación del Ebro, con quien forma una de las parejas de observadores nivológicos de la zona de Picos de Europa para hacer una cata de nieve.
Es lunes de Carnaval y ha venido mucha gente a esquiar; no puedo hacer fotos desde el interior de las ventanillas desde donde se expiden los forfaits y salgo al exterior para fotografiar la gente que espera para comprarlo.
Nos cambiamos de ropa y de calzado y subimos a la silla Río Híjar. Fonso lleva el maletín con los instrumentos para hacer el perfil, que deja en uno de los telesquís.
La nieve aquí tiene un tacto diferente. Es nieve pura, aquí no hay cañones. Le comento esto a Fonso, que me cuenta que todavía resisten sin cañones de nieve artificial.
Cogemos el telesilla que lleva al punto más alto de Alto Campóo y, con los esquís a la espalda, llegamos al pico más emblemático de la zona, el Tres Mares.
Mi guía me explica el significado de la montaña y las diferentes aventuras que vivirá un copo de nieve, dependiendo de la ladera donde caiga, ya que en el mínimo espacio de la cumbre se decidirá su futuro: ¿irá a parar en el Atlántico, fundiéndose en las aguas primero del Pisuerga y después del Duero? ¿un golpe de viento de norte lo llevará al río Nansa, desembocando en el Cantábrico? ¿o hará el largo curso del río Ebro, viniendo del Híjar?
Una bonita historia del ciclo del agua.
Bajamos del Tres Mares; encuentro un pasillo de nieve que me deja hacer una pequeña bajada corta, pero muy guapa y nos dirigimos hacia donde hay una máquina trabajando, acumulando nieve y más nieve para hacer la salida de un buen salto, dentro de la zona cerrada donde se prepara el snowpark.
Eduardo supervisa el trabajo desde fuera. Me explica el tiempo que pueden tardar en tener listo este espacio, normalmente unos tres días, que quiere meter tres o cuatro módulos y hacer un par de líneas de saltos, con un medio y un pequeño aquí arriba y unos iguales un poco más abajo. Los dejamos que sigan preparando el trazado, moviendo nieve, preparando las recepciones ...
Fonso ya ha visto que a la que tengo ocasión tuerzo hacia derecha o izquierda y salgo fuera de los límites marcados por la fresa de la retrac. No lo puedo ni lo quiero evitar, hoy puedo y quiero disfrutar de esta nieve. Es uno de esos días en los que me siento confiado sobre los esquís y puedo entrar a fondo hacia donde hay una capa de nieve polvo, sin miedo, haciendo trabajar las rodillas para absorber las irregularidades del terreno.
Nos encontramos a Carmen, que trabaja en el centro médico y Fonso nos presenta. Le digo que más tarde me gustaría ir para ver el trabajo que se hace allí y para echarle un vistazo a mi hombro, que me molesta un poco.
En un momento dado de la visita guiada por la estación vamos hacia El Cuchillón, donde hacemos deslizar nuestras maderas, buscando líneas que estén limpias de trazas anteriores.
Es la hora de ir tirando hacia la zona donde harán el perfil, un lugar a la izquierda del telesquí de Los Asnos.
Nos encontramos con otro Eduardo, el agente medioambiental, en la cola del telesquí. Fonso nos presenta y tomamos cada uno una percha para llegar arriba.
Estoy distraído haciendo fotos de la subida cuando Eduardo me grita algo que no acabo de entender. Cuando miro hacia arriba veo un esquí solitario a pocos metros delante de mí. Lo cojo con cuidado de no cortarme porque voy sin guantes. Un poco más arriba encuentro la propietaria del esquí, una chica que no tiene el nivel para bajar por aquel lugar, ni siquiera con los dos esquís.
Me sale la vena pistera y monitoril; dejo ir la percha entre pilona y pilona y le bajo el esquí a la chica, mientras le digo a Eduardo y a Fonso que ya volveré a subir.
Primero bajamos un tramo hasta que llegamos a uno que no tiene tanta pendiente. Allí la puedo convencer de que se ponga los esquís y pruebe de hacer unos giros. Aparece su novio y con paciencia y unas cuantas indicaciones conseguimos que baje esquiando hasta un lugar llano, donde los dejo para coger de nuevo el telesquí.
Esta vez sin incidentes llego arriba y empiezo a hacer una diagonal en dirección al pico de El Cuchillón, localizándolos en una de las palas. Les hago fotos desde la distancia.
Cuando estoy a su lado busco un buen lugar para no molestar y poder documentar lo que harán. Es un poco complicado y peligroso porque, como ellos, me tengo que hacer una plataforma y la nieve tiene una crosta bastante dura y helada; podría resbalar en cualquier momento y, aunque no hay piedras más abajo, la caída me haría bajar muchos metros.
Toman la temperatura, a diferentes alturas, cada diez centímetros. Al metro la temperatura es de unos cinco grados negativos. Anotan los resultados. De ahí saldrá el gradiente.
Limpian con un pincel el muro de nieve para medir bien las diferentes capas. Apuntan. Meten el puño, cuatro dedos, un dedo, un lápiz. Apuntan. Con una plaqueta especial rascan los diferentes estratos y recogen muestras, que miran con unas buenas lupas. Apuntan.
Sierran la nieve para hacer los últimos tests, el de la pala y el de compresión, que son los que se deberían hacer cuando se quiere bajar por una ladera montañosa con riesgo de aludes. Dividen y aíslan los bloques. Primero clavan la pala y después practican una serie de golpes hasta que las capas superiores se desprenden. Escriben los resultados.
Se nos ha hecho bastante tarde, así que recogemos y hacemos una diagonal para llegar a los pies del telesilla El Chivo, donde dejamos el material y paramos a comer. Eduardo y yo comemos juntos mientras que Fonso nos tiene que dejar un momento.
Explicando mi intención de marchar por la tarde en dirección a San Glorio, Eduardo me dice que me puede bajar hasta Reinosa; yo me tendría que desviar a la altura de Espinilla y ponerme a hacer dedo dirección Cervera de Pisuerga.
Él es un buen conocedor de la zona, gracias a su pasión que ha conseguido convertir en trabajo, y me dice que podría tomar el ferrocarril de vía estrecha que hace la línea León-Bilbao, que tiene muy buenas vistas. No lo tengo claro porque no tengo el mapa delante y me cuesta decidirme.
El hombro lleva desde ayer dando muestras de dolor. No es un dolor muy intenso, pero molesta. Tengo la sensación de que el masaje me dejó la musculatura muy relajada y que no le fue nada bien que ayer la castigara de nuevo. Por eso decido ir al centro médico. Aparte, es uno de los departamentos de los que no tenía mucha documentación audiovisual y lo quiero aprovechar.
Dejo a Fonso y a Eduardo que analicen la información obtenida de la cata de nieve mientras yo voy al dispensario.
Hay una madre con su hijo que están esperando para ser atendidos y les pido si les importa que los filme. Me dicen que no y el médico tampoco me pone ninguna traba, así que entramos todos en el box.
Aparece el propio director de la estación, muy atareado. Nos presentamos y tenemos una breve conversación, quedando que le enviaré los enlaces en cuanto se publiquen mis escritos en nevasport.
Rubén, el chaval, se ha hecho un poco de daño cuando ha sufrido una caída y el médico le hace una serie de pruebas para diagnosticar que no tiene ninguna lesión importante. Evalúa que es algo muscular y le aplican un gel de frío. Mientras el médico llena la ficha del chico yo paso a otro box, donde Carmen me unta el hombro con el mismo gel, que me alivia bastante. Charlamos un poco, me explica el tipo de lesiones que suelen tener, sobretodo rodillas en esquiadores y hombros en surferos...
Les doy las gracias y me voy, no quiero que Eduardo me tenga que esperar y por eso me cambio rápidamente de calzado, meto los esquís en la bolsa y lo busco.
Metemos todo el equipaje en la furgoneta de Eduardo y nos despedimos de Fonso.
Me da la impresión de que no tendré mucho éxito haciendo dedo y que llegar a Portilla de La Reina será complicado, por eso decido seguir el consejo de Eduardo y coger el tren.
Pasamos por Reinosa a recoger a su pareja y hacemos una parada en un gran supermercado, donde aprovecho para comprar comestibles y bebestibles.
También nos detenemos en la iglesia de Santa María de Retortillo, con los restos de una necrópolis a nuestros pies, donde hacemos sonar la campana, no muy fuerte, para que los vecinos del pueblo no nos llamen la atención.
Llegamos al pueblo de Las Rozas, donde está la parada de la FEVE. Allí descargo y confirmo que aún falta media hora para el próximo paso del ferrocarril. Me dará tiempo para reorganizar la mochila y cambiarme de ropa, pues todavía llevo los pantalones de esquí.
Eduardo y su pareja marchan y me quedo esperando el tren, desparramando mis utensilios y la ropa en uno de los bancos del andén, que recojo rápidamente con un poco de miedo por las malas experiencias que he tenido con las compañías ferroviarias.
El tren llega. Tengo unos breves momentos de estrés, me faltan manos para abrir las puertas y estas son bastante estrechas, pero cuando veo que el revisor camina por el andén hacia mí, me quedo un poco más tranquilo.
Con el tren en marcha, y antes de que el revisor me pregunte donde voy le contesto que todavía no tengo claro donde voy a parar. Le comento que quiero ir a Boca de Huérgano y averigua que la parada más cercana es la de Guardo. Compro el billete hasta Guardo, dudando si hago bien o no.
Yo aprovecho para poner en marcha el ordenador y mirar el mapa, pero por poco rato ya que me quedo sin batería en pocos minutos. Ayer debería haber aprovechado para cargarla, pero quería esperar a que se descargara por completo.
En Mataporquera se hace el cambio de conductor y de revisor. Al nuevo revisor le comento que estoy indeciso, no sé si bajar en Guardo para intentar llegar a lo que quiere ser una estación de esquí, San Glorio. He preguntado por ella y he recibido informaciones contradictorias, pero no he recibido contestación de los correos que envié.
Decido que voy a seguir el viaje hasta Boñar, dejando San Glorio atrás, para la próxima ocasión, si es que la hay.
De repente empiezo a pensar y a pensar. Se me hace una montaña seguir, saber que no sé cuantos días me faltan para llegar a casa, que aún me quedan cinco estaciones más las del Pirineo catalán y Andorra. Me pregunto muchas cosas sobre el sentido que tiene lo que estoy haciendo, porqué recibo tantas críticas en los comentarios de nevasport, dudando de mí mismo.
Ni un par de rebaños de corzos que corren por espacio de unos segundos junto al tren, ni las vistas de los paisajes de la montaña palentina ni todas las experiencias positivas que he vivido me sacan del pozo; estoy completamente desanimado, sin ganas, muy aplastado, con ganas de llorar. Echo de menos los que creía que eran amigos míos, las voces amigas.
Estoy recorriendo los kilómetros que me separaban de la estación de Alto Campóo de una manera muy cómoda, no he de sufrir por si se detendrá un coche o no, si me llevará hasta donde tengo que ir, pasando frío esperando en el margen de una carretera. Sin embargo, el desánimo se ha instalado dentro de mí.
Llamo a un par de personas, a la primera para reconfirmar los nombres de los contactos de las próximas estaciones, a la segunda para poder concertar una cita y conocer los métodos que utiliza para enseñar snowboard adaptado. Con el primero tengo problemas de cobertura, al otro no lo localizo.
Acabo durmiéndome a ratos, entre el cansancio que llevo acumulado, mi estado de ánimo y el calorcito que sube de los radiadores.
Llegando a Boñar se acerca el revisor, que me ayuda a descargar el equipaje en el andén.
De la estación se cuida una chica que me dice que me puede abrir una puerta para facilitarme la salida, lo que de momento no quiero hacer. Mi intención es quedarme aquí y pasar la noche, como hice en Camorritos. Pero esto es diferente. La chica me contesta que la estación queda completamente cerrada y que no me puedo quedar.
Intento pensar qué es lo que más me conviene y al poco rato le pregunto si puedo conectar el teléfono móvil y el ordenador en los enchufes que hay en el vestíbulo. No me pone ninguna pega y puedo hacer uso de la electricidad por espacio de unos tres cuartos de hora hasta que me dice que me tengo que ir.
Cojo las cosas y salgo a la calle. Como un poco de la tortilla de patatas que me he comprado en el supermercado mientras analizo el entorno buscando un lugar al abrigo para pasar la noche.
Lo encuentro, entro, me da un poco de miedo, pero saco el saco de dormir y lo extiendo sobre la esterilla, intentando que se ensucie lo menos posible. Me meto en el saco vestido con unas mallas y una camiseta gruesas y me acurruco.
Tengo ganas de que acabe este viaje. No sé porque estoy así hoy y espero que mañana lo veré de otro color cuando me levante.
