El esquí suele consistir en una sucesión de curvas, es verdad, pero eso nos puede hacer perder de vista lo más importante: en realidad, esquiar consiste en ir “cuesta abajo" y no tanto “de un lado a otro”. Es fácil observarlo en las pistas. Hay esquiadores que fluyen mientras bajan y esquiadores que parecen ir peleándose con la pendiente, esforzándose en salir lo más rápido posible de ella a cada viraje, como si cada curva fuera un fin en sí misma, y no un medio para disfrutar dosificando la velocidad.
Cambiar el concepto puede sernos útil para esquiar mejor. Si pensamos más en “máxima pendiente” y “cuesta abajo”, en vez de en “frenar”,”salir de la pendiente”, “hacer diagonal” y otras cosas por el estilo, mejoraremos ostensiblemente nuestra fluidez gracias a esta nueva actitud, lo que posiblemente, además, nos hará disfrutar más. No quiere esto decir, por supuesto, que nos tengamos que olvidar de frenar sino, más bien, que confiemos en nuestra habilidad adquirida para dosificar la velocidad haciendo curvas, y que nos centremos más en lo que ocurre cuando, precisamente, el esquí deja de girar y se enfrenta a la pendiente, porque ello, paradójicamente, nos permitirá a la larga controlar mejor.
En las competiciones de Gigante podemos observar claramente la actitud "cuesta abajo" de los corredores, buscando desviarse lo mínimo necesario de la línea de máxima pendiente. Foto cortesía del libro “Esquí, Rendimiento y Emoción", Desnivel 2008. © Carlos Guerrero Castillo.
Pensemos que las curvas están enlazadas por pequeñas diagonales, y tratemos de que esas diagonales se acerquen lo más posible a la línea de máxima pendiente. Seamos pacientes y dejemos que los esquís se dirijan de manera natural hacia abajo para comenzar los nuevos virajes. Cambiemos, en suma, el concepto tradicional tan arraigado de “enlazar curvas”, por el concepto más moderno y divertido “enlazar máximas pendientes”, juas, juas… Ello, fuera de bromas, nos va a dar una serie de beneficios extraordinarios que ya hemos comentado en innumerables artículos:
1. Mejorará nuestra posición:
Al tener una actitud más positiva hacia la pendiente y la fuerza de la gravedad, nuestro cuerpo tenderá a moverse hacia adelante con más naturalidad, aliándose con esa fuerza en la búsqueda de la pendiente.
Dado que seremos más pacientes entre curvas, nos daremos tiempo a regular mejor la posición colocando nuestros pies en una postura más funcional para flexionar los tobillos y regular la presión que queramos ejercer.
2. Mejorará nuestra capacidad de presionar antes, desde el comienzo del viraje:
Por lo que acabamos de explicar, una mejor posición y una actitud relajada y “aliada” con la máxima pendiente, nos permitirá presionar antes sobre los cantos, iniciando un corte más temprano y preciso que nos dará más control.
3. Mejorará nuestra fluidez:
La voluntad de enlazar “líneas de pendiente” en vez de “enlazar curvas” nos hará dosificar las energías que empleamos en controlar la velocidad. No frenaremos ni alargaremos las curvas más de lo estrictamente necesario y estaremos más pendientes de que la fuerza de la gravedad nos ayude a aplicar presión sobre los cantos, en lugar de luchar contra ella y la aceleración que nos confiere.
En nuestro esquí libre, una buena actitud hacia la gravedad nos hará disfrutar más de las gratas sensaciones que nos reporta esta fuerza. Esquiador Johannes Putz, Hochkar, Austria 2006. Foto cortesía del libro “Esquí, Rendimiento y Emoción", Desnivel 2008. © Carlos Guerrero Castillo.
Todo ello, y esto es lo más importante, nos hará probablemente disfrutar más; disfrutar porque nuestro esquí será más eficiente y disfrutar porque estaremos aliándonos con todas esas fuerzas que se ponen de manifiesto cuando nos enfrentamos a uno de los elementos esenciales del esquí alpino, sin el que éste no sería posible: la pendiente.
¡Buenas huellas!
Carolo © 2010