La respuesta es, otra vez, no. En el hielo se esquía exactamente igual que en la nieve polvo, sólo que la fricción en esta superficie dura es menor y las sensaciones que notamos bajo los pies cambian. El problema no es, pues, un problema técnico, sino un problema psicológico generado por la percepción que tenemos de “resbalar más”. Si aceptamos esto, esquiaremos bien en el hielo y es posible que hasta nos termine encantando.
Como decíamos hace años en este articulo, en la nieve dura y en el hielo esquiamos igual que en la nieve fresca. No hace falta “meter” más cantos ni nada de eso aunque, claro, si en la nieve polvo no estamos acostumbrados a emplear una buena técnica, en el hielo veremos pronto nuestras carencias. Pero centrémonos en lo que debemos hacer al tratar de esquiar en nieves duras y hielo.
Hannes Zöchling y Martin Auer llevando a cabo una coordinación por la clásica nieve primavera helada de la mañana. Foto Vehg Andras, Hochkar, Austria 2006. Cortesía del libro Esquí, rendimiento y emoción; Desnivel 2008
En primer lugar, la decisión y una velocidad algo mayor - dentro de nuestras posibilidades y de la razonable prudencia - nos ayudarán, ya que ello hará que las fuerzas externas aumenten contribuyendo a aplicar más presión sobre los cantos y, en consecuencia, éstos penetrarán más en la nieve. Para comprobar esto podemos empezar en una pista en la que nos sintamos seguros, donde haya una placa verdaderamente dura pero aislada de otros peligros y con fácil escapatoria, que nos dará un extra de confianza y seguridad.
Bien concentrados en el esquí exterior, aceptemos que los cantos resbalarán más de lo que nos gustaría e iniciemos un viraje tal como sabemos hacer. Veremos que el esquí corre pero también que gira y que, tarde o temprano, describe la curva que nos hace controlar la velocidad. Probemos de nuevo y enlacemos un par de vueltas, acostumbrándonos a la nueva sensación de menos fricción y a la necesaria progresividad en los movimientos que necesitamos para evolucionar por una superficie dura y resbaladiza.
Quizás notaremos que cualquier movimiento brusco o que cualquier carencia técnica en nuestros gestos o nuestra posición se manifiesta de forma muy evidente, pero comprobemos también que, a pesar de ello, los esquís hacen su trabajo y podemos mal que bien controlarlos, describiendo las curvas que nos permiten cambiar de dirección y controlar la velocidad. Una vez que estemos acostumbrados a estas nuevas sensaciones nuestro cuerpo habrá aprendido a dosificar y regular el movimiento en esta superficie, exactamente igual que ocurrió cuando no sabíamos esquiar y hasta la nieve polvo de una pista verde nos parecía también difícil y poco controlable.
En la posición de velocidad podemos comprobar cómo el esquí hace su trabajo, a pesar de que no introduzcamos movimiento rotatorio alguno. Esquiadora Johanna Ebner, Foto Vehg Andras, Hochkar, Austria 2006. Cortesía del libro Esquí, rendimiento y emoción; Desnivel 2008
Visto esto ya tendremos la suficiente autoconfianza para aceptar las peculiaridades de una pista helada: menor fricción que nos obliga a ejercer mayor presión pero de manera más progresiva (justo lo contrario, quizás, de lo que hacemos en las pistas de nieve blanda, ejercer poca presión sin que importen los movimientos bruscos) y que, además, al procurarnos esa superficie resbaladiza una sustentación más precaria, nos obliga a regular con más finura la posición.
¡Buenas huellas!
Carolo © 2010