Los legados son difíciles de apreciar, y más cuando son inmateriales. Recientemente ha fallecido uno de nuestros conforeros ilustres, que entretenía con sus anécdotas, informaba con su conocimiento del esquí en general y, en primera persona, de Sierra Nevada en particular, e incluso picaba a unos y placía a otros con sus apologías ideológicas sobre esto y aquello de lo que opinaba todo, citando la autoridad de pensadores que deberíamos haber leído si queríamos replicar. Seguramente, como a él le hubiera gustado, Homero lo habría dicho con palabras más bellas, pero estas son las que me vienen al acordarme de sus abundantes y frecuentemente elevadas discusiones en los foros, que es donde pudimos conocerlo.
Y su legado no se limita a esto, como seguramente ya sabemos. Por esas complejísimas carambolas que hacen a los hijos ser hijos de sus padres para bien, para regular, para neutro o para mal, uno de los suyos, haciendo uso del regalo impagable de la afición al esquí –muchos hijos nunca apreciarán lo suficiente el descomunal esfuerzo de llevarlos a la nieve y, juas, de mantenerlos luego allí- y también lleno de cosas de juventud como rebeldía, lucidez, ingenuidad e ímpetu, fundó esta comunidad hará unos veinticinco años, sin duda, llevando consigo esa herencia de la que ninguno podemos renegar. El fruto, eso que sale de una cosa recia con ramas que se elevan y raíces que se pierden en la profundidad, no hay que explicarlo porque lo tenemos delante.
Y aquí nos encontramos, todo este tiempo con su vida correspondiente después, lamentándonos de una pérdida, pero, también, aprovechando para fijarnos en ese legado. Ponerlo en valor, como se diría ahora. Apreciarlo. Así que, sin más, para no robar más protagonismo del debido a quien lo merece ahora y también, juas, sin necesidad de ponernos homéricos, podemos decir que la saga Peinado, por lo que nos ha unido, por la utilidad y por la felicidad que nos ha dado, ha dejado en todos unas imborrables, magnificas, buenas huellas.
Carolo, abril de 2025