Trabajé unos años en una de las estaciones donde más nieva de California. Al estar al oeste de Sierra Nevada, las borrascas del Pacífico descargan primero allí. Fueron años maravillosos que ya he dejado en algunos artículos. Es difícil asegurarlo, pero cuando fui no era ningún novato, más bien al contrario, y creo que nunca había trabajado en un sitio donde nevara tanto.
Allí vivíamos en alojamientos que nos proporcionaba la estación, sensatas edificaciones de madera, distribuidas de manera que la convivencia fuera cómoda y con intimidad suficiente. Al llegar, ibas a las oficinas, tomaban tus datos, te daban las llaves, sábanas, toallas y demás parafernalia, y el tipo del mostrador te decía, al salir, “no olvides coger tu vara”.
Pongámonos en situación: has volado diez mil kilómetros, has conducido quinientos por un país desconocido y has llegado a un sitio perdido, con una mudanza en miniatura de maletas, herramientas y esquís de varias clases. Todo es nuevo, hay miles de estímulos confusos y, entre el cansancio y el estrés de la novedad, no te enteras de nada. Así que pienso que lo de niño, coge tu vara, no va conmigo. Seguramente sea slang, una broma o las dos cosas; digo, sí, o eso creo, sonrío y me voy impaciente y contento a tomar posesión de mi nuevo pequeño hogar.
Pasan los días y alguien menciona lo de las varas. Me suena, sonrío de nuevo, asiento y sigo a lo mío, que tengo mucho que aprender y en lo que fijarme. Esa tarde llega una borrasca y, en solo unas horas, a la mañana siguiente, tenemos más de un metro de nieve nueva. Me levanto y las máquinas llevan toda la noche trabajando. El aparcamiento de la residencia está prácticamente limpio, la gente va sacando sus coches, pero el mío tiene un metro por un metro de nieve delante. No lo han limpiado, al contrario que los del resto de los compañeros por los que la máquina ha pasado, con precisión cirujana, a los mínimos centímetros del paragolpes para que no tengan que palear demasiado.

Me extraña, pero me callo. Las razones pueden ser muchas y no hay que pensar mal, así que me pongo a palear esos tal vez cientos de kilos de nieve frente a mi Bronco, para poder sacarlo. Un compañero me ve allí esforzado, se acerca y me dice, Carlos, ¿es que no has puesto tu vara? - ¿Qué vara?, pregunto. Y él, guasón, que no debe de ser el primero al que le ha pasado, me explica: Son esas de allí -unas cañas de unos tres metros de altura, apiladas a un lado del edificio- la vara es para cuando nieva de esta manera. La clavas en el suelo justo delante del paragolpes, así la máquina puede limpiar con la seguridad de que no te va a romper nada o, de lo contrario, dejará siempre un margen que tendrás que palear. Sonreí para fuera, maldije para adentro, le di las gracias pensando en los dos metros cúbicos de nieve que me quedaban, y seguí alternando derecha izquierda con la pala para no castigar más una parte que la otra del lomo.
Moraleja. Cuando llegues a un sitio nuevo, por muchos años que lleves en lo tuyo, fíjate bien en todo y si te dicen cosas raras como coge la vara, niño, tú ¡coge la vara! juas, juas
Para que el fiel y querido “lectorado” de este blog se haga una idea de las magnitudes de las que hablamos, aquí dejo unas “afotos” de mi Bronco enterrado y, al final, una breve reflexión sobre los espesores de nieve que dejé hace años en el foro de Sierra Nevada, para no llamar paquetón a cualquier cosa y poner coordenadas a la cantidad de ilusión que cae del cielo.
¡Buenas huellas!
Carolo, marzo de 2025
Un mensajillo que dejé en el foro de Sierra Nevada hace unos años, juas, juas. Ha servido de poco y mucha gente sigue llamando un paquetón a poco más de 10 centímetros, lo que tal vez sea un clásico universal e intemporal, jaja, no solo en el mundo de la nieve.


En fin, maravillosos días en la tierra de mi bisabuela, jaja ¡Feliz primavera!