Se cuenta que Julio César llegó a un puerto africano y al desembarcar se cayó de boca. Un jalardazo, como dirían en mi pueblo. Como entonces la gente era supersticiosa (igual que ahora, pero con otras cosas) y eso podía considerarse un mal augurio, César, tío rápido y espabilao, abrazado al suelo como el Coyote, dijo para disimular, ¡África, ya eres mía!
Caerse es una oportunidad, según lo veas. El otro día, en esta amable entrevista decía “si no te caes mil veces nunca serás realmente bueno”. Sin embargo, caerse se sigue viendo como algo negativo o que demuestra poco nivel. Nada de eso. Hay evidencia sobrada que muestra que, caerse, o sea, sobrepasar los límites del equilibrio, mejora el nivel de ejecución en varios aspectos. Principalmente en dos: evitar futuras caídas y aprender a caer mejor, lo que significa reducir lesiones cuando ya es inevitable. También, de forma indirecta, la exposición continua a desequilibrios puede mejorar la amplitud de movimiento, la fuerza y la velocidad de reacción.
Gracias a la neuroplasticidad, durante las caídas y los desequilibrios extremos se dan procesos de adaptación neuromuscular que favorecen el aprendizaje motor. No solo descubres dónde están los límites, alargas el umbral de la percepción y adquieres un rango mayor de destrezas, trayectorias y amplitud de movimiento, sino que desarrollas estrategias para aterrizar o soportar el impacto -de darse- con menos riesgo. En el plano mental uno se hace más consciente de su capacidad real, a menudo más allá de lo que pensaba inicialmente. En resumen, se enriquece la técnica y se refuerza la confianza gracias a un incremento de las capacidades motrices coordinativas, pero también por el desarrollo de un autoconcepto más objetivo que puede hacer tomar mejores decisiones.
Y es que, además, caerse también facilita algo relacionado con el famoso césar con el que hemos empezado, y es que te baja al suelo, juas, nunca mejor dicho, y te recuerda que no eres dios, como se le repetía al oído a los generales triunfantes de Roma, durante los desfiles, para que no se le subiera la soberbia a la cabeza: recuerda que eres mortal, shaval. Pues eso. Sin ponernos tan épicos, caerte te sitúa en las coordenadas adecuadas y hace ver justo dónde estás. Y también, si te levantas, te sacudes el polvo y miras a uno y otro lado con cara de aquí no ha pasado nada, permite imaginar mejor adónde quieres llegar hasta que caigas la siguiente, jaja.
¡Feliz dos mil veinticinco y, buenas huellas!
Carolo, uno de enero de 2025