Decíamos el otro día que el esquí de competición busca la velocidad en un entorno cerrado, mientras el esquí de ocio busca el control en un entorno abierto. Lo razonable en las escuelas, por tanto, sería enseñar habilidades adaptadas a la seguridad, los deseos, las expectativas y, sobre todo, las posibilidades ciertas, los recursos físicos, en tiempo y en dinero de los practicantes aficionados.
No es exactamente que haya diferencias funcionales entre ambas maneras de esquiar, las diferencias son de enfoque de la enseñanza. El esquí de competición está basado en objetivos cuantificables, sigue un programa planeado y medido periódicamente y se lleva a cabo con la mayor intensidad, haciendo uso de enormes recursos en tiempo, esfuerzo y materiales. El esquí de ocio tiene objetivos diversos y muy subjetivos (disfrutar, esquiar “con estilo”, “sentir” seguridad…) y no suele requerir ese despliegue de recursos que hemos citado.
Yendo, pues, a esas adaptaciones a esas metas distintas, en los videos que enlazamos en el artículo anterior podíamos observar las siguientes:
Curvas más redondeadas
La geometría de las curvas puede tener configuraciones infinitas. Un corredor de alpino tenderá a hacer curvas con apoyos más cortos y precisos, tratando de acelerar cuanto antes. Por el contrario, un esquiador de ocio, buscando el control, mantendrá la presión al final del viraje o, incluso, alargará un poco la diagonal en busca de esas curvas algo más redondeadas.
Derrapaje controlado
Estas curvas de geometría más conservadora pedirán, en ocasiones, que derrapemos en alguna de sus fases o, incluso, que toda ella sea derrapada. Un ejemplo típico serían los clásicos virajes cortos a la máxima pendiente en un sitio inclinado y estrecho.
Piernas más juntas
La anchura de la traza genera muchísimas discusiones que hemos argumento ampliamente en este blog. Simplificando mucho, una traza ancha da mayor estabilidad y una estrecha más movilidad. En el esquí de ocio, en general, en terrenos ondulados, fuera de pista y en superficies irregulares, las piernas más juntas nos permitirán generar mejor el movimiento y, por tanto, reequilibrarnos mucho mejor. Para muchas personas, además, una traza estrecha resulta más estética, lo que es una percepción subjetiva totalmente legitima que no tendríamos por qué cuestionar si resulta funcional.
Bastones más cortos
Los bastones excesivamente largos fueron una moda en los 90 que ha llegado hasta nuestros días. Hoy, además, el esquí de montaña ha realimentado un poco esa costumbre. Un bastón excesivamente largo, sin embargo, estorba en muchas ocasiones en el esquí de pista, obliga a levantar mucho los brazos y frecuentemente lleva a crear malos hábitos como abrir la cadera o clavar muy atrás, poco funcionalmente. Un bastón más corto, además, favorece la angulación de la cadera.
Manos solidas y disciplinadas
Mantener las manos fijas, delante y en la visión periférica puede ser más importante de lo que parece. Un atleta bien entrenado puede, seguramente, permitirse el lujo de adelantar un brazo y bajar el otro sin perder el apoyo en el esquí exterior. Lo normal, por el contrario, es que cada vez que una persona haga eso la cadera se abra o rote y pierda el apoyo, como explicábamos en este artículo. Por tanto, la posición disciplinada de las manos de los demostradores, a unos 120 grados, no es caprichosa, sino que busca transmitir a los alumnos ese buen hábito que le ayudará a mantener el control sobre el esquí exterior.
Y, en fin, podríamos seguir, pero ya hemos desarrollado estos temas en otros artículos así que, por ahora, buen comienzo de temporada y
¡Buenas huellas!
Carolo, diciembre de 2020