Concentración. Fluir en el esquí, capítulo XIII.

Concentración. Fluir en el esquí, capítulo XIII.
Retomamos el librito "Fluir en el esquí" en su décimo tercer capítulo.

La concentración es un término con muchos significados posibles. De entre ellos, la atención plena en una tarea, la inmersión profunda en una actividad de manera que todo alrededor desaparezca, puede parecerse a esos momentos pasajeros de dicha de los que hablamos al principio de este libro. Estar concentrados significa mantener un foco de cierta intensidad en virtud del cual, cualquier otro pensamiento permanece al margen o, al menos, en segundo plano. Si este foco pertenece a una fuente de placer, como el esquí, resulta bastante más atractivo, fácil y adherente el esfuerzo de alcanzar ese estado feliz de concentración. Es obvio que, por eso, entre otras alegrías extrínsecas y a posteriori, practicamos deportes.

Hay muchos tipos de concentración y de focos de atención; amplio, reducido, externo, interno… Los que necesitamos en la práctica de los deportes son relativamente elementales y sencillos de mantener. Basta con que diseñemos bien las auto instrucciones que nos damos y que mejoremos, con la práctica, las estrategias cognitivas para que esos mensajes significativos ocupen nuestra mente, apartados de otros pensamientos contaminantes. Visualizar las maniobras o el recorrido, respirar para relajarnos, fijar los gestos clave, aprender a redirigir el pensamiento cuando nos distraemos… Repetir internamente -si se me permite tomar prestado el término- los mantras técnicos que hayamos desarrollado para ejecutar con eficiencia un movimiento o una bajada, y estar atentos, a través de los sentidos, al efecto que producen a medida que descendemos.

¿Garantizan esas muletillas técnicas que estaremos siempre adecuadamente concentrados? No. Por supuesto, existen multitud de elementos disruptores y factores que pueden distraernos, pero, como ya hemos visto anteriormente, el hábito nos hace cada vez más capaces de permanecer en el presente y de recuperar el foco sobre la marcha, aun cuando lo hemos perdido. Tampoco, naturalmente, el simple hecho de concentrarse intensamente garantiza que alcanzaremos estados de fluidez. No obstante, sabemos que es un estadio cercano y, con frecuencia, previo para conseguirlo. Con la persistencia, esos momentos cercanos al “flow” aparecen, cada vez más frecuentemente, si hemos dispuesto las condiciones adecuadas.

Y ¿Cuáles son esas condiciones? Cuanto más trabajamos en esas rutinas mentales, cuanto mejor relacionamos las auto instrucciones con el efecto físico que producen y, como dijimos hace un par de capítulos, cuanto más equilibrados con nuestra capacidad son los desafíos a los que decidimos enfrentarnos, más a menudo aparece la concentración con espontaneidad y asoma silenciosamente la fluencia. Una pista un poco más difícil, unas curvas ejecutadas con mayor intensidad o velocidad… Cierto nivel de incertidumbre, de riesgo medido, de emoción, hace que pongamos en práctica nuestras habilidades con un grado de compromiso que favorece la concentración. Así, a veces, enfrascados en una tarea desafiante, sensaciones elementales como la fricción, la aceleración o la fuerza angular que nos sostiene al límite del equilibrio toman el protagonismo, la percepción del tiempo se altera, el dolor, la fatiga o el miedo desaparecen, la autoeficacia se hace potentísimamente evidente y la atención se estrecha hasta fusionarse con la actividad. Se diría que, en ese momento, nos convertimos en el acto mismo de esquiar. Un término tan árido como concentración nos sume en esa naturaleza inadvertida de la que somos parte, recordándonos los momentos inigualables de felicidad que puede dar asomarse dentro de ella.

Y por hoy nada más; hasta el capítulo que viene

¡Buenas huellas!

Carolo, noviembre de 2019

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