El esquí es una cosa complicada, todos lo sabemos, por eso no está de más simplificar y tratar de centrarnos en términos lo más fáciles posibles. En los cursos que impartía para los guías dela Escuela Catalana de Alta Montaña, todo giraba alrededor de dos conceptos: aliarse con la fuerza de la gravedad y, una vez que estamos en equilibrio, simplemente, poner presión y quitar presión a los esquís. Así de simple.
Sobre la gravedad ya hemos hablado bastante en este blog y en aquél librito que, precisamente, nació tras el texto que escribí para esta excelente escuela catalana ("Esquí moderno aplicado a la montaña"), pero sobre lo de la presión no se ha escrito tanto. Si nos fijamos, lo que hacemos al esquiar con todos esos rollos y gestos técnicos que tan bien conocemos (flexionar, angular, etc.) es, ni más ni menos, que regular la presión que ejercemos sobre las suelas o los cantos. Cuando ya sabemos hacer estas cositas que aprendemos en las escuelas y tenemos automatizados estos gestos, podemos sencillamente concentrarnos en esa sensación de presión que obtenemos y simplificar: más presión igual a más control; menos presión igual a más deslizamiento.
¿Que no es tan fácil? Por supuesto, pero si hacemos la prueba, desde el principiante más principiante hasta el montañero o el corredor más experimentado, todos somos capaces de concentrarnos y percibir esa sensación a través de nuestros pies, y la consecuencia será que emplearemos los gestos técnicos que conocemos, sin tener siquiera que pensar en ellos, para regular la intensidad de esa presión y conseguir el objetivo que perseguimos en ese preciso instante. Mis colegas de la ECAM dan fe de ello ¡Ja, ja!
Cuando la cosa se ponga complicada, por ejemplo, con una nieve muy pegajosa, solo tendremos que pensar en disminuir la presión para que los esquís deslicen más. Si es al contrario, por ejemplo una nieve muy dura, solo la intención de presionar más hará que nos agarremos sin tener que analizar en exceso si estamos metiendo más o menos cantos, angulando la cadera o si, je, je, llevábamos o no los cantos suficientemente afilados (esa excusa tan socorrida, juas).
En fin, resulta obvio que, una vez tenemos los gestos automatizados no necesitamos pensar en ellos ni, mucho menos, analizar lo que estamos haciendo en cada momento. Es suficiente con que nos centremos en objetivos más generales y, mejor, si éstos están relacionados con las sensaciones que percibimos del entorno. Ello nos permitirá regular los movimientos con mayor eficiencia y, desde luego, al tratarse de sensaciones y las emociones que se derivan de ellas, experimentar con más intensidad el placer de esquiar.
¡Buenas huellas!
Carolo © 2008