El foco externo
Al practicar deportes podemos centrar la atención en cosas diversas, como el entorno, nuestro propio movimiento o en el efecto que produce lo que hacemos. Cuando atendemos con cierta intensidad a los focos adecuados, decimos que estamos "concentrados". Esos focos de atención suelen dividirse en amplios y reducidos -por ejemplo, si se trata de atender a muchos estímulos a la vez o a uno solo- y también en focos externos e internos, es decir, que estén fuera o dentro de nosotros. Para concentrarnos mejor tenemos que aprender, primero, a identificar esos focos relevantes que nos ayudan a llevar mejor a cabo las tareas. El ejemplo del clavado de bastón en la pendiente, que usábamos en el capítulo anterior, es un foco reducido externo que permite, como hemos visto, ejecutar toda una cadena de gestos de forma tremendamente eficaz.
El esquí es un deporte en la naturaleza y cada situación presenta infinidad de focos distintos. Saber reconocerlos bien, y saber cambiar de uno a otro es la clave, pues, para concentrarnos con intensidad y eficacia. El consenso científico actual parece mostrar que mantener un foco predominantemente externo mejora, no solo la precisión de los movimientos sino, también, hace llevarlos a cabo con menor esfuerzo. Si, pongamos por caso, pintamos una referencia a cierta altura en la pared, saltaremos más y con mayor precisión que si solo pensamos en impulsarnos lo más posible. El foco externo aumenta, por tanto, la eficiencia, pues no solo hace rendir con mayor amplitud, velocidad o fuerza, sino también con menor gasto de energía física y mental. Diversas hipótesis han explicado este fenómeno a través de los años. La más sencilla es la oculomotora, o sea, la coordinación que existe entre el ojo y las extremidades y que usamos, por ejemplo, para aprehender algo, esquivar un obstáculo o para seguir con el dedo las carreteras en un mapa. En el caso del esquí, sería la capacidad de orientar las piernas y los pies en la dirección hacia la que queremos ir que, combinada con otras habilidades perceptivo-motrices, nos permite interactuar con el terreno, regulando el equilibrio y ejerciendo diversos grados de presión durante ese proceso de traslación cuesta abajo que tanto nos gusta.

Por el contrario, los focos internos -como el análisis minucioso del movimiento que hemos usado tradicionalmente para aprender a esquiar- siendo a veces necesarios y eficaces, pueden entorpecer nuestro rendimiento si confiamos en ellos en exceso. Esto es debido a que el foco interno suele deconstruir los elementos o la secuencia de movimientos, y constreñir así la ejecución fluida de otros que, de otra manera, se harían automáticamente. Además, el abuso de análisis que induce el foco interno parece disparar el “auto juicio disruptor”, esa vocecilla insolente y desmotivadora que salta a veces, distrayéndonos, sugiriendo que, igual, lo estamos haciendo mal. Si nos fijamos, el enfoque clásico de la enseñanza del esquí, poniendo de relevancia solo los fallos, se realimenta muy negativamente en estos casos. Con todo ¿debemos evitar atender a focos internos? No. Reconocer las sensaciones que percibimos o centrarnos en gestos analíticos es tremendamente útil y se combina perfectamente con el foco externo. Pero sin olvidar que, junto al análisis y las sensaciones internas, debemos también atender al objetivo general que perseguimos, la amplitud, la velocidad, la dirección y el efecto de lo que estamos haciendo. Con la experiencia terminamos integrando todos estos focos de atención con maestría, como con el ejemplo ya citado del bastón o, como cuando imaginamos una curva, y la dibujamos usando la coordinación óculo motora siguiendo esa referencia externa, pero también, a la vez, empleando un foco interno, doblamos el tobillo deliberadamente sintiendo la fricción de la nieve a través del tacto.
El foco externo puede atenderse con cualquier sentido, como la vista o el tacto. Como decimos arriba, puedo utilizar una referencia visual en la pista, real o imaginada, o puedo tratar de notar el efecto de la mayor o menor fricción que mis movimientos generan en la nieve. Familiarizarnos con los focos que más nos ayudan nos permitirá, como dijimos, aprender a concentrarnos con gran intensidad. Sin disrupciones, sin pensamientos negativos o innecesarios, con gran claridad y economía de esfuerzos permitiéndonos, como veremos en el siguiente capítulo, alcanzar con facilidad esos estados de fluencia que tantas alegrías nos proporcionan al esquiar.
¡Buenas huellas!
Carolo, noviembre de 2018