Hoy es el día Internacional de la Felicidad, un concepto tan manoseado últimamente que casi ha perdido su valor. Hace años hablaba sobre ella y el esquí, comentando algunos efectos conocidos de la práctica deportiva sobre la felicidad; siempre pasajera, decía, y que, como el músculo, necesita ser cultivada para rendir. Como veo que está de moda -para bien y para mal- pero encuentro razonables coincidencias entre el mundo de la nieve y el consenso actual sobre el asunto, hoy me permito compartir uno de los capítulos de ese librito llamado Fluir en el esquí que nunca termino de escribir, y que toca de refilón este mismo tema. A ver qué les parece a los lectores:
Fluir en el esquí: El deporte y su parecido con la felicidad
Nos pasamos la vida buscando momentos de felicidad en cosas materiales o en la culminación de planes. Sabemos, sin embargo, desde los pensadores clásicos a la neuropsiquiatría moderna, que la muy pasajera, escurridiza y subjetiva felicidad puede aflorar de algo tan sencillo como el “orteguiano” contribuir a que sucedan cosas. En hacer algo al alcance de la mano, estimulante y productivo. En estar involucrados en proyectos vitales, accesibles pero inspiradores y transcendentes, en los que la felicidad no está sólo en el desenlace de los planes, sino en el propio camino para llevarlos a cabo.
El deporte es uno de esos caminos, y no sólo nos proporciona momentos repetidos de bienestar en su preparación, durante la práctica o en el recuerdo, sino que nos enseña estrategias para aprehender esas situaciones y convertirlas en un estado de buena forma psíquica más o menos permanente. El deporte es una metáfora de la existencia en el que las cosas se consiguen con trabajo, compromiso, frustraciones, arriesgando, errando, acertando y aprendiendo habilidades estimulantes. Y todo ello a través del descubrimiento de uno en un entorno agreste, con lo que implica de contacto con la realidad, aceptación de las dificultades y conocimiento progresivo de las propias fortalezas y debilidades.
Como en todas las actividades que se llevan a cabo en una superficie caprichosa e inestable, en el esquí se perciben con gran intensidad las fuerzas a las que estamos sometidos, precisamente en un entorno al aire libre donde resulta fácil conectar con la naturaleza, sus emocionantes estímulos positivos, pero también su implacable realidad, a veces ciertamente difícil. Esa gran demanda, por fortuna, suele ofrecer una recompensa equivalente. Dominar un deporte como el esquí requiere familiarizarse con el arte de porgresar y sus placeres intrínsecos, inmediatos y elementales. Con ese “cuarteto de la felicidad” en forma de endorfinas, serotonina, dopamina y oxitocina que motiva a ponerse en acción y se realimenta al someternos a desafíos posibles. Mejorar en el esquí implica ponerse en acción, esforzarse, planear, reajustar, aceptar, conocer los propios límites, jugar limpio… y también entablar, alimentar y enriquecerse con relaciones variadas, afectivas y sociales. Por ello, aprender a fluir en el esquí podría enseñarnos a fluir en el día a día cualquiera, y viceversa: la mayoría ya tenemos, tal vez sin caer en ello, una gran cantidad de habilidades aquiridas en otros campos que podemos usar para esquiar con fluidez.
Fluir
Experimentamos estados de fluencia constantemente: trabajando, leyendo, haciendo actividades repetitivas, tocando música, bailando… en ellos el tiempo parece distorsionarse, los problemas desaparecen y la concentración es total, lo que, no sólo nos proporciona un placer genuino, sino que suele ayudarnos a actuar con gran eficacia, sumergidos en la actividad que sea, libres de cualquier elemento negativo. Estos momentos son lo más parecido a la felicidad o, al menos, a la ausencia de infelicidad. No obstante, hay estados de flujo de distinta calidad: no es lo mismo experimentarlo mientras barremos la casa (o rastrillamos el jardín como un sinto), que participando en una carrera o bajando una pala de cuarenta grados con nieve en polvo por la cintura. De la misma manera, hay momentos de fluencia a los que se accede sin querer y otros que podemos provocar deliberadamente.
Como veremos en los siguientes capítulos, alcanzar estos estados intensos y emocionantes de flujo es una habilidad relativamente sencilla que puede aprenderse y cultivarse. Y lo mejor es que, como hemos dicho, podemos trasladar estas destrezas desde el ámbito humilde de nuestro deporte favorito, a cualquiera del resto de nuestras actividades diarias. Y al contrario. Seguramente sabemos ya que esos momentos de bienestar se convierten, con la práctica, en soplos de alegría razonablemente reproducibles e, incluso, al esquiar, en estados de buen ánimo casi permanentes. No es nada, desde luego, ni gratuito ni definitivo, pero ¿quién dijo que la felicidad tuviera que serlo?
Hasta la semana que viene
¡Buenas huellas!
Carolo, marzo de 2018
Extracto del libro "Fluir en el esquí" de Carlos Guerrero Castillo, publicado semanalmente en capítulos, en exclusiva para Nevasport.
NOTA: el autor de estos artículos es un mero profesor de esquí, divulgador de lo relacionado con su trabajo, y que solo refleja su experiencia limitada. Este no es, pues, un blog de autoayuda, "coaching" ni cosa parecida, y carece de la más mínima intención de dogmatizar sobre tema alguno, trivializar o inmiscuirse en campos para los que existen especialistas cualificados que dedican toda su energía al conocimiento de sus materias.