A veces, la opinión más humilde coincide con el análisis sesudo de los consultores más prestigiosos. Es lo que pensé el otro día al oír a mi amigo Juan Tardón, que tiene un pequeño bar en Sierra Nevada, llegando exactamente a las mismas conclusiones que Lauren Vanat en su último Informe sobre el Turismo de la Nieve. Incluso algo más allá.
Una de las maneras de calcular los precios de los productos es el llamado “ratio esfuerzo-beneficio”, que utiliza la percepción subjetiva de la gente a la hora de valorar lo que compra. Simplificando mucho, si me tengo que esforzar un montón para conseguir algo, la satisfacción que percibo tiene que ser equivalente o, de otra manera, no lo compraré más. En el esquí hay decenas de factores que pueden influir negativamente sobre esta percepción del esfuerzo, como el clima, las distancias, las dificultades de la carretera, las aglomeraciones, así como los infinitos problemas que puedo encontrar en cada uno de los servicios que contrate: hotel, alquiler, restauración, escuelas… el riesgo de que uno solo de esos factores arruine la percepción global es enorme y, de hecho, se sabe que el 84% de las personas que prueban el esquí no vuelve a hacerlo jamás, debido a la frustración provocada por uno o varios de esos factores.
Hablábamos de la importancia de las clases de esquí en todo esto y, mi amigo Juan reflexionaba, diciendo algo obvio pero que se nos suele pasar. En primavera muchos de esos factores potencialmente negativos desaparecen, pues el clima es más benigno, los precios bajan y hay mucha menos gente. En consecuencia, el servicio que puede prestarse es potencialmente mejor. De hecho, la reflexión me provocó una gran emoción porque los primeros recuerdos que tengo del esquí son días de primavera, largos, calurosos, en los que me veo terminando la jornada en la cabina de Borreguiles empapado, con dolor de botas, abrumado por el incómodo exceso de equipo y muy cansado, pero inmensamente feliz.
El turismo de nieve se enfrenta a enormes desafíos, y uno de ellos es la desmesurada tasa de abandono, debida, en gran medida, a la percepción subjetiva de un esfuerzo demasiado grande para un beneficio insuficiente: carreteras nevadas, frío, colas, pistas saturadas, servicios colapsados, trabajadores estresados... La primavera ofrece la oportunidad de minimizar muchos de esos factores potenciales y, tal vez, en las escuelas de esquí en particular, y las estaciones en general, debiéramos darle una nueva vuelta al asunto. Incluso habiendo cerrado con nieve y con ganas de marchar a la playa.
¡Feliz fin de la temporada!
Carolo 2016

Una foto tomada por Eduardo Lacave, el 24 de Junio de 2010, a la altura del telesilla Veleta Uno. Más de 1.000 metros de desnivel disponible en pleno verano (en un año de nieves abundantes como aquél) sugieren que pueda ser perfectamente aprovechable en primavera, con temperaturas agradables y días más largos, además de la posibilidad de combinar varias actividades. Tal vez debamos seguir insistiendo en cambiar los patrones de los aficionados, para que se valore las ventajas de esquiar en estas fechas.