Se suele repetir que España no tiene tradición de esquí y, según con quien se haga la comparación, puede que sea más o menos cierto. Al margen de su veracidad, el problema es que la frase se usa para justificar todo tipo de carencias e insinuar que no tienen solución. Una mirada detallada a los datos hace ver que la afirmación no es más que una de esas verdades colectivas inexactas: más de cien años de práctica, una federación con más de setenta años de actividad, aproximadamente dos millones de practicantes y, el dato reciente más relevante, España es el séptimo país de Europa en días de esquí vendidos
Pero lo que me interesa no es si tenemos tradición o no, ni si esto tiene la culpa de nuestros problemas. Lo que me interesa es el potencial latente de la industria española, que solemos discutir en la asignatura de Desarrollo profesional en los cursos de técnicos deportivos. Si miramos los datos que da Laurent Vanat en su informe sobre el turismo de nieve, vemos que la mayoría de las estaciones del mundo están concentradas en el centro de Europa, así como el número de remontes. En consecuencia, lo está también la cantidad de días de esquís vendidos, lo que supone el 50% de la cuota del mercado mundial.
Mirando el mapa mundial, nos topamos con la obviedad de que España está justo al lado de ese epicentro que concentra las ventas de días de esquí en el mundo, contando, además, con unas comunicaciones privilegiadas gracias a su situación geográfica y a su papel de líder en turismo con una tradición ya larga.
Y aquí es donde viene lo mejor; si España se ha convertido en el líder mundial de competitividad turística es por razones que todos conocemos. Los Alpes tienen sin duda mejores montañas – el principal atractivo para el esquiador – pero hay un jugoso nicho de mercado creciente que no busca grandes estaciones, sino una experiencia vacacional más dilatada que incluya la gastronomía, la cultura y otras opciones de ocio más completas. Sin duda en esto España puede ser un competidor muy duro para el resto de los destinos europeos.
En fin, en unos tiempos en los que los medios de transporte se han abaratado enormemente, es muy posible que el turista que tenga que decidir entre volar a Munich o a Lyon (no solo el del norte de Europa, sino los de todo el mundo) se plantee hacerlo a Barcelona o a Granada, sobre todo si tiene la inquietud de experimentar unas vacaciones algo distintas a la oferta tradicional. Tal vez, mientras nosotros hacemos nuestra parte, los poderes públicos pudieran darle una vuelta de nuevo a esto, y contarnos qué opinan y qué pueden hacer al respecto.
¡Buenas huellas!
Carolo 2015