Cuando vivía en el Tirol, en 1995, seis o siete profesores solíamos cruzar a una pequeña estación de Südtirol donde se celebraba un eslalon nocturno todas las semanas. Cada cual soportaba un par de horas la estrechez de aquella furgoneta vieja por diferentes motivos; unos la competición, otros la fiesta o el hecho simple de salir de la rutina del pueblo… entonces pensaba que mi motivación era una mezcla de aquellas, pero con el tiempo descubrí que había algo más que me atraía del otro lado de la frontera entre Austria y los Dolomitas y que sentiría siempre una ilusión parecida cada vez que tuviera la suerte de volver.
Cruzando el Puente de Europa, a veinte minutos del Brenner, empieza a apreciarse el cambio en la configuración de las montañas; los valles se abren y los macizos se elevan, abruptos, más aislados, rotos y verticales. foto©stubai.at
Se dice que el esquí italiano tiene, a la vez, lo mejor de la cultura mediterránea y la centroeuropea; y creo que es cierto. Añadiría más, tiene concentrado lo mejor de la idiosincrasia montañesa alpina que, a su vez, ha recogido y adaptado a su entorno las influencias de todas las que han pasado - desde antes de los romanos - por todos aquellos pasos estratégicos entre las montañas. La conocida y rica gastronomía, los innumerables eventos de toda naturaleza, la profesionalidad minuciosa, el buen gusto en los innumerables detalles… el refinamiento, en fin, para el que me hubiera gustado tener el tiempo y la sensibilidad de llegar a conocer en toda su profundidad. Algo de esto intuía cuando viajaba cansado en aquella furgonetilla camino del paso Brenner y, a medida que me adentraba más al sur conociendo estaciones y pueblos, me fui convenciendo de que allí se da una de esas singularidades irrepetibles en ninguna otra área de esquí del mundo.
Recuerdo con cariño la sensación de entrar en un universo nuevo a media que cruzábamos la frontera; el cambio paulatino en el paisaje y esas inmensas moles de roca rosada y blanca vislumbrándose al fondo de la angostura de la carretera. De los valles profundos y los pueblos derramándose por sus laderas, se desemboca en prados extensos interrumpidos bruscamente por imponentes macizos de piedra que forman agujas, torres, quebradas profundas y aluviones a su falda. Solo por la personalidad majestuosa de este paisaje - declarado Patrimonio de la Humanidad - ya merecía la pena el viaje y, esa emoción de encontrase en un lugar especial, contribuía sin duda a que toda la experiencia se disfrutase con mayor intensidad.
Tardé una década en poder poner en palabras qué me sugerían las Dolomitas hasta que, un Año Viejo a finales de los dos mil, venía de hacer la famosa Sella Ronda - por cierto, apta para casi todos los públicos - y mientras disfrutaba una cena exquisita que aún recuerdo con detalle, la abuela propietaria del hotel donde me alojaba se enfrascó en una conversación conmigo en animada mezcla de alemán, hispano-italiano y ladinisch, con la que tratábamos de hacernos entender entre los dos. Me explicaba, entre anécdotas de la evolución de la zona en el convulso siglo pasado, que sus ascendientes eran al a vez austrohúngaros y latinos, y cómo eso le permitía no solo utilizar tres idiomas con naturalidad sino, también, conocer y sentirse cómoda en la piel de tres culturas diferentes. El esquí había venido a sumarse a todo aquello, y les había traído mucho en tiempos delicados. En un entorno como aquél, a la vez de extrema belleza y dureza equivalente, cruce de caminos y salida natural del norte de Europa hacia el Adriático, importante metrópoli del Renacimiento y accidente geográfico testigo de no pocos acontecimientos históricos, no me cabía duda de que eran ésas las razones por las que ella, y en general sus paisanos, son unos excelentes anfitriones que valoran lúcidamente el momento dulce que han heredado.
Arriba el Castillo de Trento y, a continuación, un área de Bolzano, ciudades estado clave en el Renacimiento europeo, estratégicamente situadas a los pies de las Dolomitas. foto fuente Wikipedia
Madonna di Campiglio, originalmente llamanda "la Dama Blanca", uno de los muchos ejemplos de la refinada cultura alpina italiana. foto ©italia.it
Y esta es mi historieta de hoy, así que me despido sugiriendo hacer un clic en la web de mi patrocinador y darnos una vuelta por su completa oferta para los Dolomitas, de la que ya he nombrado la posibilidad de hacer los casi cuatrocientos kilómetros de pista de la Sella Ronda desde Val di Fassa, o alojarse en el extenso dominio de la chic Madonna – la Dama Banca - tal vez la estación con más solera de la región. Como sabemos por artículos anteriores, mis amigos ofrecen todo lo necesario, desde el alquiler de coche hasta clases o material de esquí, además de solventar cualquier duda que pudiera surgir a la hora de planear un viajito a ese destino que, como decía más arriba, por sus paralelismos con la nuestra nos hace sentir como en casa – quizás mejor, jaja - y ofrece junto con su amor por la nieve una singularidad irrepetible, digna de ser disfrutada al menos una vez.
¡Buenas huellas!
Carolo, febrero de 2015
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