(Hago un pequeño inciso en la
serie sobre baches, para incluir un articulillo extra sobre la seguridad)
Muchas veces no metemos en
complicaciones y luego no sabemos salir. No hay que olvidar que la montaña es
un medio hostil. Uno ve restaurantes, remontes, pisteros en moto, gente
por todos lados y dice ¡hala, como en mi casa! En la playa suele pasar algo
parecido... uno se confía y olvida que unos metros más allá está en plena y
ruda naturaleza, un lugar rodeado de peligros del que sólo nos separa la fina línea
de la prudencia y el sentido común.
Una de las cosas más frecuentes
y, a la vez, de las peores que se pueden hacer cuando uno se mete en un
atolladero, es quitarse los esquís: el principiante se siente engañosamente
más seguro sin ellos ya que no los domina, y piensa que caminando podrá
desenvolverse mejor; pero esto es un tremendo error. Uno nunca debe quitarse
los esquís.
Los esquíes son un medio de
transporte para la montaña, se agarran en la nieve dura y no se hunden en
la blanda, cosas ambas que no ocurre con las botas. Si estoy en una llano y piso
una placa de hielo con mis botas me voy al suelo directamente, imaginad si esto
pasa en un sitio suficientemente empinado y difícil como para que me haya
planteado quitarme las tablas. Igual ocurre si la nieve es blanda, puede haber
una grieta escondida, un agujero o, en el mejor de los casos, tanta nieve que ni
siquiera pueda avanzar.
Os podría contar infinidad de
casos pero, para no aburriros, citaré como ejemplo la pista Cenidor, en
Las Leñas. Cenidor es una negra bastante fácil y también con muy buen acceso
desde una zona de dificultad media. Cualquiera que haga un mal paralelo puede
llegar hasta allí. Además, Cenidor termina en Venus, una pista de debutantes
fantástica, así que los principiantes ven a los expertos bajar desde su primerísimo
día de esquí. En consecuencia, el fetiche de los principiantes en Las
Leñas es llegar a bajar Cenidor. Parecido a lo que pasa con la pista del Río
en Sierra Nevada - salvando las distancias - los más osados se mandan a Cenidor
en cuanto se ven capaces de encadenar un par de giros.
Pero las cosas no son lo que parecen, y cuando el
principiante sale de la silla de Caris y se mete sin dificultad en los primeros
metros de Cenidor, ésa nieve blanca, blandita y uniforme resulta ser una placa
de viento bastante dura y rebotona, y la pendiente que desde abajo parecía
mediana, se ve con todo el vértigo de sus cuarenta y cinco grados, sin ni uno
menos. Algunos con más sentido, hacen una diagonal y salen con
dificultad en escalera a una pista roja, pero otros simplemente se quitan
los esquís y tratan de salir caminando. Así, zás, se precipitan los
trescientos metros de desnivel (casi novecientos metros de pista) dando tumbos,
chocando contra las bañeras y las rocas y, cuando llegan a la pista de Venus no
son más que un guiñapo desfigurado. Quizás penséis que estoy dramatizando,
pero el que lo haya visto sabe que hasta que no lo ha tenido delante no se
imagina cómo se le queda a uno el cuerpo.
Aunque uno crea que va a
desenvolverse mejor sin esquís, debe pensar que, por muy mal que los controle,
al menos podrá ir pasito a pasito, en escalera, sin quitárselos. Cuando
uno se ha metido en un atolladero tiene varias opciones. Puede mirar alrededor
y, leyendo la ladera, ver si tiene escapatoria en diagonal hacia una pista más
fácil. También puede volver en escalera por donde vino o, esto no es ninguna
vergüenza, bajar en cuña o en viraje fundamental si las condiciones lo
aconsejan y así se siente más seguro. La realidad es que la mayoría de las
dificultades son sólo sicológicas, y si uno mira bien el terreno por el
que tiene que pasar se suele dar cuenta de que no es imposible. Pero como este
no es una artículo sobre extremo ni para expertos, no me meteré en esas
profundidades de las que hablaremos otro día. Siempre se puede pedir ayuda,
siempre se puede salir remontando o en diagonal y, en el peor de los
casos, siempre es mejor esperar a que nos rescaten que quitarse los esquís.
¡Buenas huellas!
Carolo © 2002