Hoy debía hablar sobre la flexión y todo eso, pero la
temporada termina y ya tendremos tiempo el invierno que viene para seguir con la
árida técnica. Quisiera, no obstante, proponer un artículo que nos sirva de
reflexión para este verano y que nos de qué pensar para tomar las
temporadas venideras con más ganas de progresar.
Siempre he luchado por hacer ver que el esquí es algo más
que técnica, y creo que he conseguido en alguna medida que muchos entiendan
la importancia del equilibrio necesario entre el cuerpo y la mente para
hacer cualquier deporte. Pero hoy quiero ir más allá y hablar de algo que a
veces insinúo pero en lo que no he llegado a entrar al trapo, y es del mundo
de las sensaciones, de las abstrusas de nuestros sentidos, del baile y de la
unión en armonía con las fuerzas externas que nos afectan al esquiar: hoy
quiero hablar - no se asusten - de lo que yo llamo la metafísica del esquí
(maaaádre mía).
La explicación física del esquí nos va a ser muy
útil para introducirnos en el terreno de las sensaciones. Como se ve en la
figura uno, tenemos dos vectores que representan la gravedad (vector uno)
y el peso del esquiador (vector dos), que resultan en el de la velocidad
(vector tres). Además de esto, en la curva se generan un montón más de ellas
entre las que podemos destacar la fuerza centrífuga que, como debemos de
saber, es la que impide que nos caigamos cuando nos inclinamos al interior del
viraje. En realidad todo es más complejo, pero con esto ya vemos que cuando
esquiamos se generan una serie de fuerzas externas con las que hay que
lidiar.
Tener conciencia de estas fuerzas nos puede hacer notar
ciertas cosas interesantes sobre la técnica; por ejemplo, si el radio de giro y
la velocidad influyen sobre la fuerza centrífuga, cuanto más cerrado sea
nuestro viraje o a más velocidad esquiemos más fuerza generaremos y, en
consecuencia, más tendremos que inclinarnos al interior para contrarrestarla.
Pero a lo que yo voy no es a deslavazar los pormenores físicos de los virajes,
sino a todo lo contrario, voy a aliarme y a sumarme con ellos, porque, digo yo,
que mejor que luchar contra las fuerzas externas es tratar de sentirlas,
integrarse entre ellas y dejarse llevar: fundirse en uno solo y aceptar el
baile; danzar.
Si cuando un esquía trata de sentir todos esos
vectores que aparecen en las figuras y, mediante su capacidad de abstracción y
su sentido cinestésico aprende sus secretos, descubrirá que un viraje es lo más
parecido a sumergirse en un medio donde, literalmente, flota suspendido entre
todas las fuerzas que lo sujetan y lo trasladan sugiriéndole modular el
movimiento adecuado. Es una energía que uno mismo genera y dosifica y, por
consiguiente, si aprende a administrarla, esquiará con eficiencia, con fluidez,
con armonía entre el esquiador y el medio en el que se desenvuelve.
Si uno a aprendido a sentir sus esquís, sus cantos y la
nieve, si conoce su lenguaje y sus secretos, encontrará en las fuerzas
externas, más que un inconveniente, una ayuda. Será mejor esquiador, se
adaptará al medio y formará parte verdadera del viraje, porque habrá ido más
allá de la artificiosa técnica y lo puramente físico para cruzar la puerta
del entorno del que a veces olvidamos que venimos y al que pertenecemos. Uno se
sentirá nieve, corazón y esquí todo uno; aire, movimiento, parte del mundo y
del viraje; habrá descubierto – si está tan loco como yo – la
diferencia entre lo prosaico y lo mundano y lo espiritual y lo poético; se habrá
topado, amigos, con su mejor y más vital aliado: la metafísica del esquí. (Ahora
otra vez: ¡maaádre mía!)
Muy feliz verano y muy buenas huellas ¡hasta la temporada
que viene!
Carolo © 2002