Cuando yo montaba en bici de carretera, mirábamos con
cierta suficiencia a los pioneros del mountain bike, con sus ruedas gordas y
sus cascos de colores. Luego me pasé a la bicicleta de montaña y, medio por la
moda, medio porque empecé a concienciarme sobre su utilidad, empecé a
utilizarlo. Gracias a Dios, porque conservo en mi casa destrozados dos de
ellos, como recuerdo de lo que le hubiera pasado a mi cabeza de no haberlo
llevado puesto.
Ahora es raro el que no lleva casco incluso en la
carretera, y cuando se ve a cualquiera con la melena a la viento por un
senderillo se le mira con asombro y se piensa, precisamente, que no debe de
tener mucha idea de a lo que se arriesga. Creo que en esquí pasará lo
mismo que en la bicicleta e, igual que no se ve a ningún escalador en hielo sin
su casquete, dentro de un par de generaciones todo el mundo irá a las
pistas con la cabeza a buen recaudo.
Es verdad que el casco es incómodo a veces, pero no
mucho más de lo que pueda ser un gorro, y con la cantidad de gente que
corre hoy por las pistas, los cañones, las señales, es mucho más lo que se
gana que la incomodidad que pueda suponer.
Hay quien critica el casco por las razones más variadas.
Por un lado están los que dicen que si es una estrategia de los fabricantes
para vendernos más cosas inútiles, que si la única utilidad es
poder poner la marca del patrocinador, que si alguna gente la usa para presumir
de radical.... Por otro lado están los que hablan de la pérdida de
libertad, que si no se aprecia la brisa en la cara, que no les gusta
sentirse atados como con el cinturón de seguridad. Todo eso está muy bien,
pero me parece un disparate. Hay mucho más placer en las sensaciones que
percibe nuestro sistema cinestésico (la fuerza centrífuga en un viraje
de carving, la gravedad al saltar una cornisa, la sensación incomparable de
recuperarse a cada bache mientras bajas a toda velocidad) que en sentir el
viento en la frente los días que no te la tienes que tapar porque hace
calor. Y ese es el único placer que te puede quitar el casco, una parte
ínfima del inconmensurable conjunto de emociones que proporcionan las
actividades deportivas en la montaña.
Seamos sinceros ¿cuántas veces hemos reparado esquiando
en la brisa que nos acariciaba? ¿de verdad que uno se nota más libre por no
llevar un casco? Por ejemplo, en mi moto de campo, no cambiaría por nada la
seguridad de mi peto, mis guantes, mi casco y mis gafas. Para mi la pérdida de
libertad no tiene nada que ver con lo que llevo encima, sino, precisamente todo
lo contrario, con la posibilidad de llegar más lejos, a lo largo y a lo
ancho, gracias a todo eso que me protege.
¡Muy buena huellas y feliz comienzo de temporada!